En esta oportunidad vamos a conocer al benteveo, un ave muy común de encontrar tanto en nuestras zonas rurales como en centros urbanos.
(*) Por ANIBAL NORO (Colaboración especial para EL MIÉRCOLES DIGITAL).
El benteveo (Pitangus sulphuratus) es una especie de ave paseriforme perteneciente a la familia Tyrannidae. Es nativo de América, donde se distribuye ampliamente en todo el continente desde el sur de Estados Unidos hasta el centro de Argentina.
Mide entre 21 y 26 cm de largo. Tiene cabeza grande, alas largas y patas cortas. El pico es tan largo como la cabeza y termina en forma de gancho. El lomo y la cola son de color pardo verdoso. La cabeza es negra con dos franjas blancas a modo de cejas y garganta blanca, lo cual le da el aspecto de tener antifaz y boina negros. El pecho y el abdomen son de color amarillo vivo y tiene una corona oculta del mismo color.
Pese a su aspecto grave, es un pájaro pacífico, que solo se muestra agresivo en la defensa de su nido.
La alimentación del benteveo es bastante variada, como larvas, lombrices, e insectos que caza volando, y la complementa con algunas frutas, pequeños roedores y reptiles, e incluso peces, a los que pesca de manera muy similar a la del martín pescador, llevándolos hasta una rama y matándolos a golpes que da contra ella. A veces saquean los nidos de aves pequeñas.
El macho y la hembra son muy similares y comparten la tarea de construir el nido, que hacen con muy diversos materiales y tiene aspecto desordenado. Es voluminoso y esférico, construido con pastos secos y recubierto externamente por pajas largas, trapos e incluso bolsas de polietileno.
En algunos lugares se tiene la creencia de que cuando el benteveo grita al mediodía, junto a una casa, avisa la llegada de gente inesperada: parientes, amigos o personas extrañas.
El benteveo tiene un período de reproducción que comprende la primavera al verano, siendo su madurez sexual al año de vida. Pone de dos a cinco huevos por postura, realizando tres o cuatro posturas por temporada. La incubación dura trece días, y los pichones pueden separarse a los treinta y cinco días de nacimiento.
Su canto ruidoso y chillón es su principal característica. En las diferentes regiones de América se interpreta su grito clásico con diferentes significados, y de allí su variabilidad de nombres.
En algunos lugares se tiene la creencia de que cuando el benteveo grita al mediodía, junto a una casa, avisa la llegada de gente inesperada: parientes, amigos o personas extrañas. En otros lugares atribuyen su grito cerca de una casa a un anuncio de nacimiento. En áreas rurales de nuestro litoral se suele considerar su grito sobre una vivienda como presagio funesto por lo que se lo ahuyenta inmediatamente.
Es importante conocer nuestras aves y entender que su lugar es la naturaleza y no una jaula, las aves se disfrutan en libertar, donde pueden desplegar su vuelo y entonar su canto.
Leyenda guaraní del Benteveo
En estas tierras guaraníes abundan mitos y leyendas, entre los cuales se encuentra la del Pitogüé o también llamado benteveo o bichofeo. Su grito agudo y prolongado es el que da origen a su nombre, ya que las personas que habitan en estas regiones creen oír esas palabras.
Siempre se escucha alguna señora muy supersticiosa cuando los ve: “¡Fuera pito güé! ¡fuera!”, con miedo de que anuncie algún mal augurio o muchas veces embarazos en la familia.
Según cuenta la leyenda, una anciana casi centenaria, vivía a la orilla de un espeso monte con la única compañía de dos muchachos huérfanos que ella había recogido y alimentado desde muy pequeños.
La anciana apenas podía comer dada su avanzada edad y la subsistencia del grupo se basaba en el consumo de los productos naturales que ofrecía la zona, como perdices, peces, tatúes, y frutas que los muchachos se encargaban de recolectar.
El vicio del tabaco era lo único que rompía la monótona existencia de aquella mujer, a quien le agradaba sobremanera fumar el rústico pito de palo, que continuamente acariciaba con sus dedos encorvados y rugosos.
Los muchachos se lo armaban y encendían y así pasaba la mayor parte de sus horas, sentada en un sillón de paja con la blanca cabellera sujeta por una sucia vincha.
Cuando el tabaco dejaba de arder, ella llamaba a los muchachos con insistencia: "pitogüé, pitogüé" (¡pito apagado, pito apagado!).
"Enseguida mamá, enseguida", le respondían ellos que siempre se acercaban corriendo para no oírla rezongar ni soportar sus insultos, que solían ser duros. Aquél llamado chillón repetido día a día durante largos años, llegó a constituir una verdadera pesadilla para los jóvenes muchachos, que no podían jugar ni salir libremente a cazar por el monte bajo la luz del sol ya que debían estar pendientes de los requerimientos de la anciana.
La búsqueda de alimento la tenían que hacer por turno para no dejar sola a la vieja. En fin, no tenían libertad para hacer nada sin que el grito de ¡pitogüé! viniera a interrumpirlos; ni bien se alejaban de la casa, los detenía el grito chillón, insultante y rabioso de la vieja y tenían que volverse resignados.
Un día uno de ellos dijo: "Vámonos, y que ella se arregle como pueda".
"¡No, que Tata Dios nos va a castigar si la dejamos! al fin y al cabo, ella nos ha criado"- "Nos ha criado sí, pero ella ahora nos vuelve locos todo el día", contestó el otro.
Sin embargo, la idea de la liberación se fue apoderando de ellos poco a poco hasta que al promediar una mañana, decididos ya, después de comer una mulita asada y algunas frutas, decidieron marcharse definitivamente condenando a la soledad a la vieja mujer que los había criado. En ese momento ésta se hallaba dormitando en su sillón de paja con el pito apagado entre sus rugosas manos.
Cuenta la leyenda que tan grande fue la desesperación de la vieja al despertar y no recibir respuesta alguna de sus criados que, a los gritos, prometió antes de morir que su alma reencarnaría para perseguir a los pobres muchachos durante el resto de sus vidas y hacerles pagar el abandono al que la habían sometido.
Así murió la anciana mujer. Entre tanto los jóvenes seguían camino adelante. Aparentemente se sentían libres y felices, sin querer reconocer que el llamado de su madre adoptiva los seguía interiormente sin descanso.
A cada momento parecía resonar en sus oídos. Pero una mañana lo oyeron tan claro y cercano que se asustaron de veras.
-¿Oíste eso hermano? Es la vieja que nos está llamando…
-Pero… ¿Vos estás loco? -No… ¡Mirá…!¡Mirá allí…!
Un pájaro extraño para ellos había venido a posarse en una rama, precisamente sobre sus cabezas.
De él provenía el grito que los había llenado de terror.
Con los ojos abiertos de espanto miraban al animalito: las patas agarradas en la rama se parecían a los dedos de la vieja apretando el pito; el pico, la nariz puntiaguda de la anciana; y la franja que tenía en la cabeza, la vincha con que ella se sujetaba el pelo…
Los muchachos solo atinaron a correr muertos de espanto, pero fue en vano porque el ave los perseguía con su grito chillón y ensordecedor: ¡Pitogüé!, ¡Pitogüé!
Al fin cayeron, agotadas sus esperanzas de libertad por la sed, el hambre, la locura y el miedo.
Cuentan por ahí, que el pájaro aquél era verdaderamente la misma vieja que había reencarnado para perseguir hasta la muerte a los pobres criados, que intentaban escapar de esa condena que los tenía encarcelados.
Tanto su acostumbrado grito como la sucia vincha que la vieja usaba para sujetar su cabello, se perpetúan en la garganta y en la cabeza de éste pájaro.
Ya en nuestra provincia en el año 1944 Marcelino Román nos hablaba de él en su libro aves de nuestra tierra y lo hacia presentándolo así:
E l P i t a n g u á
Benteveo, bichofeo:
en Entre Ríos pitanguá,
en Corrientes pitogüé
y genteveo en San Juan;
quetupí en Salta le dicen;
en Mendoza pitojuán,
es tistihuel en San Luis,
es quitupí en Tucumán,
mientras los catamarqueños
lo apellidan quechupai.
Boina negra, vincha blanca
y un ponchito así nomás,
pero en el pecho le canta
florido miquichizal.
En árbol de buena altura
es gustoso de anidar,
sea un tala, un algarrobo,
un curupí, un ubajay,
un eucalipto, una acacia,
un sauce, un aguaribay.
Con pajas, lanas y plumas
hace un nido de admirar;
una choza redondita
de dar changüí al vendaval
y brindar a los pichones
abrigo y seguridad.
El sustento no lo aflige:
él se sabe rebuscar;
ni la langosta se escapa,
y también sabe pescar.
Todo lo festeja a gritos,
siempre entusiasta y tenaz.
En remesón de alegría
y efusión de claridad,
su festivo grito corre
por toda la vecindad.
(*) El autor de esta nota es coordinador del Club de Observadores de Aves (COA) Güira Pirá, intérprete naturalista y fotógrafo de naturaleza.
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