Por unanimidad, los rectores y rectoras de las universidades nacionales nucleados en el Consejo Interuniversitario Nacional (CIN) aprobaron la adhesión a la Ley Micaela, para llevar adelante capacitaciones obligatorias en temáticas de género con todos los claustros de las facultades.
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El presidente del CIN, Jaime Perczyk, se comprometió a elaborar, en un plazo de cuatro meses, un plan estratégico para el sistema universitario nacional, con propuestas para impulsar en todo el país.
Vanesa Vázquez Laba, coordinadora ejecutiva de la Red Interuniversitaria por la Igualdad de Género y contra las Violencias (Ruge) destaca el impacto de esta ley en las currículas de las carreras y advierte que la producción teórica feminista "sigue siendo muy escueta en las propuestas académicas de las universidades".
Con la adhesión universitaria a la Ley Micaela, las casas de altos estudios se suman a la legislación aprobada en diciembre pasado por el Congreso, que lleva el nombre de Micaela García, la joven víctima de un femicidio en Entre Ríos y cuyo caso fue impulso para una norma que obliga que funcionarios públicos de los tres poderes del estado tengan capacitación con perspectiva de género.
Micaela tenía 21 años cuando el 1º de abril de 2017 desapareció a la salida de un boliche de Gualeguay. Una semana después su cuerpo fue encontrado debajo de un árbol en una zona rural. Por el crimen fue condenado a prisión perpetua Sebastián Wagner (quien confesó haber violado a la joven). El otro acusado, Néstor Pavón, fue condenado por encubrimiento agravado. Pero al momento del femicidio, sobre Wagner pesaba una condena a nueve años de prisión por dos casos de abuso sexual y se encontraba en libertad condicional otorgada por el juez de Ejecución de Entre Ríos, Carlos Rossi. Micaela cursaba el profesorado universitario de educación física, militaba en el Movimiento Evita y era una activa integrante del colectivo #Niunamenos, contra la violencia de género y por los derechos de las mujeres.
Género y universidad
Vanesa Vázquez Laba es socióloga, coordinadora ejecutiva de la Red Interuniversitaria por la Igualdad de Género y contra las Violencias (Ruge) y es docente e investigadora de Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad de San Martín (Unsam). En diálogo con La Capital habla de cómo se construyó el camino para que la Ley Micaela llegue a las universidades y menciona históricas desigualdades de género que aún persisten en las instituciones de la educación superior.
—¿Cómo se llegó a la adhesión del CIN a la Ley Micaela?
—La Ruge nace en el año 2015 como un movimiento de feministas universitarias que nos organizamos y lanzamos la Red Interuniversitaria por la Igualdad de Género y contra las Violencias. Y en mayo de 2018 fueron Gabriela Diker y Sandra Torlucci, rectoras mujeres, las que dieron las discusiones y pudimos ingresan en el CIN. A partir de ahí empezamos una planificación de trabajo para crear y acompañar más protocolos de acción sobre este tema. Hemos venido acompañando estos procesos. Y como en diciembre del año pasado el Senado de la Nación aprueba la Ley Micaela, viendo el texto empezamos a pensar que realmente había que hacer una adaptación, porque la ley no afecta a las universidades sino a los tres poderes del Estado Nacional. Entonces armamos una propuesta que fue lo que se presentó en el CIN y que finalmente salió por unanimidad. Esto significa que, si bien las universidades tienen autonomía, el CIN les sugiere que realicen capacitaciones, no solamente en las autoridades, que es lo que la Ley Micaela define, sino también en los distintos claustros docentes, no docentes y estudiantes. Y también para las autoridades del CIN. Y otro punto muy interesante es que las universidades incorporen los contenidos de género a los programas de estudio de las distintas disciplinas. Y este es un avance enorme.
—¿Es un demanda instalada en las universidades?
—Es una demanda que viene hace tiempo. Nosotras en 2015 lanzamos la Red Interuniversitaria pero nos veníamos organizando desde mucho tiempo antes. Y es una demanda de los estudiantes, de los docentes, de las mujeres del movimiento feminista en la calle. Pero las universidades siguen siendo los lugares de formación y producción de conocimiento y esta capacitación es fundamental, porque sensibiliza, se toma conocimiento sobre la violencia de género y los distintos tipos de violencia.
En el plenario del CIN reunido en Córdoba se aprobó la adhesión de las universidades nacionales a la ley que obliga a capacitarse en perspectiva de género. Nosotras en la Universidad Nacional de San Martín (Unsam) eso lo venimos trabajando hace un tiempo. Pero entrar en las currículas, en los programas de estudio, en los contenidos y armar una materia transversal obligatoria es de una importancia enorme. Porque como planteó el papá de Micaela en el plenario de rectores, que alguien que estudie ingeniería, matemática o alguna ciencia dura pase por contenidos de ciencias sociales y particularmente con teorías feministas, que de lo que habla es de mejorar los vínculos entre los géneros, de las desigualdades y propone formas de emancipación y de intersubjetividad más igualitaria. Esa es la propuesta que estamos haciendo en la Universidad de San Martín (Unsam), con códigos de convivencia que son políticas preventivas. Son pedagógicas, educativas y preventivas, para evitar cualquier situación de discriminación y violencia de género. Por eso es tan importante meterse en los contenidos. No solamente porque interpela la producción de conocimiento androcéntrico basado en la experiencia masculina, que las feministas venimos evidenciando con nuestras investigaciones, sino que los profesionales van a salir con contenidos éticos.
—¿Qué situaciones concretas de desigualdad de género se ven en las universidades?
—Hay dos situaciones. Por un lado, una desigualdad estructural propia de una institución que nació ocupada por la experiencia masculina. Quienes eran científicos, docentes, investigadores y filósofos crearon y transitaron las universidades han sido varones, por la separación de lo público y lo privado que trajo la modernidad. La Argentina ha tenido una incorporación bastante temprana de mujeres de manera individual a principios del siglo pasado y de forma más masiva y colectiva a partir de los años 30 y 40, con muchas mujeres en el sistema universitario. Eso fue generando modificaciones en la propia dinámica universitaria y cambiando los datos. Hoy tenés una matrícula altamente femenina, egresan más las mujeres y van avanzando en carreras que han sido históricamente masculinas, como las ingenierías. Sin embargo, seguís viendo algo que ves en distintas instituciones del sector público y privado, en universidades y en organizaciones sociales y políticas: a medida que ascendés en la pirámide ocupacional, a mayor calificación las posiciones de mayor poder, ingresos y jerarquía la brecha va aumentando. Y ahí tenés más varones que mujeres. Con tantos años de feminismo, más de 150 años de producción teórica y de movimiento político del feminismo, seguimos en 2019 con una fotografía donde la desigualdad es estructural. En las universidades pasa lo mismo: vos ves en la gestión entre cinco y seis rectoras de 57 universidades. Y ese número se mantiene constante a través de los años. En las secretarías fuimos avanzando, pero sobre todo lo que ocupamos son las direcciones y gerencias, donde se hace el laburo. Es decir que en los lugares de decisión en las universidades sigue habiendo brechas. Eso es estructural. De ahí las listas con paridades o con más mujeres que varones. Entonces tenés consejos directivos o superiores con bastante paridad. Y después lo que tenés son diferentes formas de violencia, que fuimos descubriendo las universidades a medida que nos empezamos a considerar como objetos de estudio. Hicimos un estudio en 2017 focalizado en el claustro estudiantil y la violencia que prevalece es la violencia simbólica.
—¿Cómo se manifiesta?
—La desestimación, la denigración, la discriminación por cuestión de género u orientación sexual es lo que prevalece en el clima social con el que viven nuestros y nuestras estudiantes. Es decir, la masculinidad funciona culturalmente como un lugar de valor y acreditación en el espacio educativo. Los varones per se circulan de manera mucho más holgada en los espacios universitarios. Y las mujeres tienen que hacerse oír y hacerse ver. Un ejemplo para que se entienda mejor: en una clase de ingeniería donde son todos varones y hay dos mujeres, estas dos mujeres tratan de responder una pregunta o hacer un comentario y el docente no las habilita porque homogeneiza y entiende que son todos varones y no las ve. O porque considera que lo que esas mujeres pueden llegar a aportar no es válido, no es convincente. Porque tiene un preconcepto que las mujeres no son buenas para las ingenierías. Entonces eso genera un clima social de discriminación, subestimación. Y de estereotipación, por esto de «las mujeres para las humanidades y ciencias sociales, y los varones son mejores para las ingenierías y las exactas». Eso circula en los vínculos y en los comentarios. Y después están las violencias más crudas que nuestro estudio también lo dio, como por ejemplo las violencias de acoso sexual cuando tenés varones que acosan a mujeres. O docentes que acosan a mujeres, que arman un juego de seducción a partir de su lugar de poder saber como docente, entonces se quieren levantar a las estudiantes, le dicen que les van a mejorar la nota y salen con ellos. Hay un montón de prácticas que tienen que ver con la función docente con el ejercicio de ese poder y también con la condición de género.
—¿Las universidades son, de alguna manera, territorios del patriarcado?
—No están exentas del "hetero cis patriarcado". Para nada, tienen esas lógicas. Casi no hay estudiante travesti y trans, las identidades y sexualidades disidentes no se visibilizan naturalmente. Están enclosetadas dentro de las universidades, porque eso puede llegar a jugar en contra de una situación de examen, se vive misoginia. No son lugares exentos, para nada. Pero sí lo que hay es un movimiento estudiantil organizado y con una agenda de género importante. Y todas estas acciones que venimos llevando adelante quienes somos investigadoras, docentes, estamos en la gestión y hacemos política dentro de la universidad. Pero hay un montón de preguntas que el feminismo se viene haciendo y los estudiantes no pasan por ese material, entonces salen mirando una parte de la historia y de la producción de conocimiento. También en las ciencias duras, donde hay un montón de mujeres que descubrieron cosas y no las mencionan ni las ponen como científicas. La producción teórica feminista sigue siendo muy escueta en las propuestas académicas de las universidades. Hay de posgrado y grado, pero si comparás con el resto no compensa. Considero que debe entrar por dos lados: por una optativa que muestre toda la producción del conocimiento feminista, y por el otro lado debe estar dentro de las materias troncales.
(*) Artículo de MATÍAS LOJA, publicado en el diario La Capital de Rosario este sábado 4 de mayo de 2019
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