¿Se les escapan las frases desafortunadas o las dicen de gusto? Lo de “caer en la escuela pública”, por ejemplo ¿es un lapsus o está perfectamente estudiado, en un contexto en el que al Gobierno le parece (o supone) de que lo mejor es atizar el fuego del conflicto porque sabe (o supone) que los docentes no pueden sostener mucho tiempo el paro? Parece mentira que en una columna como ésta se traten temas así ¿nocierto?
Por A.S.
¿Cómo anda?
Bastante bien. Cayó temprano hoy. Siempre llama cuando estamos en pleno cierre.
No diga “caer” que me hace acordar al Presidente hablando de la escuela pública.
Ja. Y sí. Qué cosa con este gobierno ¿no? Es el resultado de una paradoja que ahora parece volvérsele en contra casi todos los días.
¿De qué habla?
Claro, me olvido que estamos en la Argentina, y particularmente en Entre Ríos. Y acá nos olvidamos rapidito de todo. ¿Usté se acuerda qué era lo que más le molestaba del Gobierno anterior?
¿A mí?
No, a Sol Pérez, la chica del clima. ¡Por supuesto que usté! ¿Con quién estoy hablando?
Pah. ¿Está susceptible hoy? A veeeeer. Y, a mí... creo que lo que más me molestaba era esa pasión que tenían por inventar enemigos todos los días. Que además, duraban un ratito. Porque, póngale, a la oligarquía que según ellos los quería derrocar, nunca le tocaron un pelo. ¡La hubieran expropiado, qué tanto! O a Clarín. Puro pico, guerra de palabras, pero en la práctica no solo no les tocaron los intereses sino que al final ganaron ellos. Pero pensando bien, creo que lo que más me irritaba es que se la daban de igualitaristas, de justicieros sociales ¡de revolucionarios! Y en el fondo no hicieron nada para eliminar la desigualdá. Cacarearon doce años y se fueron dejando 30 por ciento de pobreza.
Hmmmm. Bueno. No me salió. Pero es que usté es un tipo medio especial.
¿Qué cosa no le salió? No entiendo ¿adónde quería llegar?
Mire. Muchísima gente reconoce que con el Gobierno anterior estaba bien, o bastante bien, o como mínimo mejor que antes. Pero le molestaba todo lo que decían: sus discursos, las tres cadenas nacionales por semana, las justificaciones, las acusaciones, las pavadas que decían tooodos los días, a toda hora, en todos los medios. Los funcionarios y dirigentes deslenguados, capaces de decir cualquier cosa de cualquiera aun si hasta el minuto anterior era su aliado, la desmesura permanente, el clima de enfrentamiento, la división de la sociedad...
Ah. Entiendo. Y a este Gobierno, que decidió no hacer ninguna cadena nacional, y se supone venía a traer paz, pareciera que cada vez que un funcionario abre la boca, empezando por el mismísimo Presidente, se arma la tole-tole, como decía mi abuela. No tienen paz.
Exacto. Agarró claramente adónde iba.
Claro. Como el ministro Bullrich ahora, diciendo esa pavada de Anna Frank, cuyos sueños "quedaron truncos por una dirigencia que no fue capaz de unir y llevar paz a un mundo que promovía la intolerancia". Vaya uno a saber qué habrá querido decir… ¿Había que unirse con los nazis en lugar de enfrentarlos?
Habría que explicarle que eso fue lo que intentaron primero tanto el francés Daladier como el inglés Chamberlain. Y así les fue. El ministro de Educación debería leer un poco más de historia, aunque sea licenciado en Sistemas.
Me parece que no quiso decir nada, solo intentó utilizar un episodio de tan hondo dramatismo, como dicen ustedes los periodistas, para equipararlo con la grieta. Y le salió bien para el traste.
Y sí. Sería necesario que el responsable de Derechos Humanos, o alguien, qué se yo, le explique al ministro Bullrich que los que mataron a Anna Frank, justamente si en algo eran expertos era en unir: Ein Volk, Ein Reich, Ein Führer, era la consigna de los nazis: “un pueblo, un imperio, un líder”.
Y si esa gansada ministerial la hubiera dicho un kirchnerista ya estarían muchos de los dirigentes comunitarios saliéndole con los tapones de punta…
Pero pasa al revés: los que le salen con los tapones de punta son los kirchneristas... ¡que decían cosas iguales o peores!
Es como una historia circular ¿no? No salimos más.
Quizás haya que hacerle caso al filósofo Barrionuevo, pero adaptado.
¿Cómo sería?
“Hay que aprender a callarse la boca por lo menos por dos años”.
Ja. Sí, podría ser. Ahora es cierto lo que usté dice: por un lado, no pasa ni dos días sin que estemos discutiendo algún bolazo que dijo el mismo Presidente o alguno de sus funcionarios de primera línea. Fijese eso de “caer en la escuela pública”, nomás. ¡El revuelo que armó!
No es para menos. Se ve que ni siquiera maneja los números finos.
¿Qué quiere decir con eso? Porque de verdá la escuela pública está bastante mal.
No mucho menos que la privada, si hablamos en términos estadísticos. ¿Por qué cree que eso de “caer” cayó tan mal?
Supongo que tocó el orgullo de los docentes…
No solo eso. Mire, según datos oficiales, en la Argentina, casi ocho de cada diez personas estudian en el sector público, tanto en primaria como en secundaria: el 75 por ciento según el Sistema de Información de Tendencias Educativas en América Latina, que depende de la UNESCO, que a su vez lo elabora con base en la Encuesta Permanente de Hogares del INDEC.
Ah, mire usté. ¿Y con eso qué?
Que con esos datos –que se supone que el Presidente debe conocer– resulta claro por qué la frase “cayó” tan mal: decir que casi ocho de cada diez estudian en la escuela pública porque no pueden ir a la escuela privada no podía “caer” de otra manera.
¿Pero no es verdá lo que dijo?
Claro que no. Primero, que la distribución de los alumnos en escuelas de gestión estatal y privada no es igual en todas las provincias. La Ciudad de Buenos Aires es un caso único en el país: casi el 50% de los alumnos están en escuelas privadas.
¿En ninguna otra provincia pasa eso?
No. En las otras tres provincias más pobladas (provincia de Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe) un tercio de los alumnos asiste a escuelas privadas. Y frente a eso, Chubut, Chaco, Formosa o La Rioja rondan el 10% de su matrícula en escuelas privadas.
¿Y acá en Entre Ríos?
Según los datos más recientes que pude conseguir, en Entre Ríos hay 245.020 alumnos en la escuela de gestión estatal, y 84.131 en la privada. Sumando todos los niveles. En porcentaje, un 25 por ciento.
Igual que el promedio nacional.
Yes.
O sea que no es cierto que, por ejemplo, en Misiones, en Entre Ríos, en Chubut, las familias “tienen que caer” en la escuela pública porque no pueden ir a la privada.
Con esos números en la mano, es evidente que no.
Igual, a mí me parece que hicieron demasiada alharaca por la frase. Incluso le diría que es una discusión superficial, porque en realidad la problemática de fondo que Macri quiso plantear fue la gran desigualdad que afecta a la sociedad argentina en relación con el derecho a la educación.
¿Usté habla en serio, cree que hay una vocación por la equidad de quien preside la Argentina?
Póngale unas fichas...
Póngale usté, si quiere. Pero dejemos eso ahí. Mejor analicemos otra cosa: primero, lo que le decía de la realidad heterogénea de la educación argentina. Es mucho más compleja que la dicotomía “privada buena” versus “pública mala”.
Usté dice que no es cierto que la privada sea buena y la pública sea mala, así en general.
Desde ya. Esa simplificación dista muchísimo de la realidad. Quizás en el entorno del Presidente, por su procedencia social y por su experiencia de vida, o por vivir en la Capital, eso les parezca una verdad indiscutible. Y entiendo que puede serlo para muchas personas que viven alli, y tal vez en otros de los grandes centros urbanos de la Argentina.
Y sí, porque en la escuela pública hay conflictos y hay paros y hay pocos días de clases y hay problemas edilicios y faltan tizas y a veces no hay conexión a internet y etcétera etcétera.
Claro. Por eso digo que lo entiendo. Pero la frase, y la dicotomía que porpone, está lejos de ser una verdad. El problema es mucho más complejo. Porque la Argentina, hace mucho tiempo que tiene una educación para pobres y otra para ricos (o varias en realidad: porque no es lo mismo la oferta para una familia de clase media en Rosario o en Capital, que para una familia de clase media en una ciudad mediana de Chubut o Entre Ríos.
Cierto. O la oferta para para una familia pobre rural, que en Entre Rios tiene acceso a una muy buena educación que a quienes viven en una villa en las grandes ciudades.
O en el monte chaqueño. Y en esa diversidad, uno se encuentra en cualquier lugar del país con escuelas privadas para pobres (y que son subsidiadas por el Estado, como una manera de reconocer su falencia), y otras escuelas privadas para élites, así como escuelas públicas en el medio de zonas carecientes, y escuelas públicas buenas o muy buenas para ciertas elites, como puede serlo el Nacional Buenos Aires o las Escuelas Normales en diferentes provincias.
Tiene razón, no lo había pensado así.
En mi ciudad, Concepción del Uruguay, el primer colegio privado secundario no confesional, es decir, “comercial”, nació para asegurarle a gurises de familias acomodadas que podrían terminar sus estudios en alguna parte, tras haber sido expulsados de la escuela pública por problemas de comportamiento, o tras haber quedado libres o repetir años por no aprobar los exámenes.
Vaya paradoja: nació para garantizar la “inclusión” a sectores acomodados.
Exactamente. Y por otro lado, entre las escuelas privadas religiosas (que existen desde hace años) hay más de una enclavadas en barrios pobres (o que lo eran por aquella época), que nacieron para suplir una deficiencia del Estado. Y que no eran, en absoluta, exclusivas o elitistas. Ni lo son aun hoy: la cuota suele ser más baja que la de la cooperadora de una escuela pública “del centro”. Y los docentes, y la “calidad educativa”, son las mismas, ¡porque las personas son las mismas!
También en esto tiene razón.
Por eso le decía que la frase del Presidente es una “verdad” que no se sostiene como tal. Un razonamiento que parece válido pero no lo es. Es decir, una falacia. Que además expresa centralmente una visión limitada a la realidad porteña y de ciertas clases sociales. Porque según los estudiosos, las razones principales por las que en la Capital sectores cada vez más amplios migraron a la escuela privada no tienen que ver con un criterio elitista o de búsqueda de calidad, sino con algo mucho más mundano: en la escuela pública no había vacantes.
Mire usté.
A tal punto, que los macristas mismos utilizan ese argumento, mostrando que con su gestión creció la matrícula pública, como lo dijo el propio Marcos Peña el otro día en el Congreso.
O sea que el Presidente debería conocer esos datos. Y esos problemas.
Claro. Pero lejos de querer encararlo, el Presidente usa los resultados del cuestionado operativo Aprender solo para avivar el fuego, en el medio del conflicto, cuando sus asesores le dicen que la adhesión al paro está cayendo, tanto en la sociedad, que apoya el reclamo pero no el método, como entre los docentes: la mitad de los educadores bonaerenses, o más, no se suman a la medida.
Y si se cae el paro en la Provincia de Buenos Aires, se deja de hablar del tema y todos los demás se entran a caer.
Claro. Y es para eso que anuncian descuentos a los que paren y “premios” a los que no paren. El contexto no es el mejor para ir a una lucha larga, y el Gobierno lo sabe. Por eso redoblan la apuesta.
No estoy seguro de entenderle. ¿Usté dice que todo eso lo hacen para “limar” a los docentes en lucha?
Por supuesto. Porque saben que del otro lado, entre quienes marcharon y entre quienes ponen y ponemos el cartelito “Orgulloso de haber caído en la escuela pública”, hay conciencia de las responsabilidades compartidas, y cada uno sabe quién es Baradel y Yasky, y en cambio quiénes son los dirigentes entrerrianos. Y sabe que la Presidenta anterior también apostó a la educación privada, y además en el extranjero, y a la salud privada y de élite para sí misma y su familia. Nadie lo ignora. Pero sobre todo saben que la abrumadora mayoría de los trabajadores de la educación no quieren que vuelva el kirchnerismo, tampoco quieren la revolución social, ni mucho menos quieren quieren ser proletarios o vanguardia de la clase obrera.
Y muchos de ellos se sienten, se quieren “profesionales”.
Sí. Y muchos otros se asumen orgullosos “trabajadores de la educación”. Pero se los llame como se los llame, lo que anhelan es dignidad y respeto, prestigio social y condiciones dignas de trabajo.
Me parece que le voy entendiendo. El gobierno sabe que esa abrumadora mayoría no va a ir a una guerra…
Claro. Sabe que no pueden sostener paros extensos porque los descuentos, en tanto les impidan afrontar la cuota del auto que compraron en los años “buenos”, de la casa, del terreno o incluso del club al que van sus hijos, les producen desastres. Y ni hablar de esa importante cantidad de docentes más proletarizados, que además de dar clases en un solo turno (como dijo insensiblemente la vicepresidenta de la República) manejan un remis ajeno o atienden un kiosco por un salario inferior al docente. Y a eso agréguele que todos ellos, aun los más proletarizados, carecen de tradición de lucha de olla popular, como para encarar una huelga de largo aliento que implique descuentos. Pero además la mayoría ama demasiado a sus alumnos como para privarlos de, por decir algo, tres meses de clases.
Por eso juega con fuego.
Si. En este contexto difícil, usa deliberadamente la improvisación y la mala fe al usar los resultados del Aprender para deslegitimar el reclamo, al juguetear con la idea de revisar las personerías de los sindicatos, al establecer “premios” a quienes no hagan con paro, como si los descuentos no bastaran… Y hasta la frase, sospecho que fue estudiada.
A ver si entiendo. ¿Usté dice que juega con fuego porque sabe que no se va a quemar?
No. Porque cree que no se va a quemar. Pero a la corta o a la larga eso causa daño. A la larga, los propios docentes que lo votaron (que fueron muchos) se le van a enojar. Y como ocurre en la mesa familiar, siempre la responsabilidad principal es de quien ocupa el cargo más importante: mamá y papá no pueden acusar a los niños por la falta de armonía familiar, aunque recién estén debutando como padres.
Me gustaría que me diga si tiene opinión acerca de cómo se debería enfrentar el tema. Pero ya tengo que colgar...¿La seguimos en quince días?
(*). Texto publicado en la edición de Análisis del jueves 30 de marzo.
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