Unos minutos antes de la medianoche, el conjunto de cumbia santafesina más importante del país le soltó la correa a su gran bestia pop y rompió la noche más esperada de la Fiesta de la Playa. Es que Los Palmeras son un acontecimiento legendario y, como toda leyenda: inabarcable. Para tantear esos límites, en la cuarta noche de la Fiesta de la Playa, decidí quedarme del lado de afuera.
Por LUCÍA SCHVARTZMAN (Especial para EL MIÉRCOLES DIGITAL)
El comienzo se sintió como un estallido. Por cuadras y cuadras la voz del Cacho Deicas, líder de los Palmeras, se escucha clara e inconfundible como un faro en medio de la ciudad. Un shock instantáneo de cumbia, pasión y un enganchado de clásicos de hoy y siempre hace que los coros de la gente reverberen como ondas expansivas. Se siente en las vísceras un big bang, el universo está siendo creado en este momento.
En un espacio bien demarcado por dos bulevares, los alambrados y varios puestos de policía para ordenar el movimiento de gente, la cuarta noche de la Fiesta Nacional de la Playa de Río no transcurre en el río, sino en el predio Multieventos, y tiene como artista principal a la querida y legendaria banda de cumbia santafesina. Arrancan y las boleterías de Belgrano y Maipú siguen abiertas, una entrada cuesta 440 pesos. Adentro, entre otras cosas, hay puestos de comidas y bebidas, una carpa de circo, hileras de baños químicos, castillos inflables y un escenario realmente impresionante.
La música de los Palmeras no entiende de blindajes, y la calle Belgrano es un carnaval incesante de gente que va y viene tirando pasos, llevando jarras, cochecitos y conservadoras.
Adentro, también, hay arena en el suelo… ¿cosa de no extrañar tanto el Pelay? En aquel entonces, ir temprano a pasar el día o tirar la carpa toda la semana era una buena forma de no perderse ninguna noche de la Fiesta de la Playa, y de paso ahorrarse unos pesos. Tras varios tira y afloje, ya parece decidida a quedarse en el casco urbano de La Histórica (claro que, si así no fuera, sería bastante difícil, por mucho que a esta cronista le guste andar de camping, escribir una palabra acerca del lado B(elgrano) de la Fiesta de la Playa). La Fiesta-que-antes-era-en-la-
“La Fiesta de la Playa... de Estacionamiento”, se escuchó por ahí. Chistes más, chistes menos, la ubicación de la Fiesta de la Playa lejos de la costa del río Uruguay es un golpe bajo para quienes disfrutamos los campamentos de verano y meterse al río de noche después de salir del pogo. Pero todo desplazamiento habilita también nuevos movimientos. Los límites ya no son el sinuoso camino al Pelay, las cabinas de la entrada o la orilla del río mismo. ¿Qué pasa en la ciudad cuando la Fiesta de la Playa está adentro?
Entre los árboles de calle Belgrano apenas se llega a ver la parte superior del escenario, el cartel con el nombre de la Fiesta y, recortada entre las ramas, una pantalla gigante. Y aunque todo está ahí nomás, a un par de metros, unas lonas blancas tendidas sobre el alambrado blindan la vista. Separan adentro de afuera. Pero la música de los Palmeras no entiende de blindajes, y la Belgrano, desde Carosini hasta después de Maipú, es un carnaval incesante de gente que va y viene tirando pasos, haciendo palmas, llevando jarras, cochecitos y conservadoras.
En el barrio, el ánimo es puramente festivo. Muchos vecinos salieron a veredear con sillones y reposeras. Otros bailan desde los balcones. El garage de una casa, abierto de par en par, avisa con un cartel luminoso que se vende comida y bebida a precios populares. Algunos pasan ofreciendo latas de cerveza, ítem prohibido -la lata y el vidrio- al otro lado del alambrado. Hay también puestitos de chori dispersos. Una combi estratégicamente estacionada a la altura del escenario le sirve a sus tripulantes, trepados encima del techo, para ver por encima de las lonas blancas. Tan instalados, que hasta subieron una reposera.
La calle Belgrano, más que cortada, está copada por completo por adolescentes con ansiedad que van de un lado para otro, grupos de jóvenes con bebés en cochecito, gurises correteando, parejas mayores que bailan abrazadas. Una señora se abre paso entre la gente, moviéndose al ritmo de la música. Risueña, lleva una corona de flores luminosas en la cabeza, de las que se venden en los paños que están por la entrada al predio, junto con las vinchas y las remeras de los 40 años de los Palmeras en letras doradas con brillitos.
Los Palmeras no sacan el pie del acelerador cuando se terminan los enganchados. Entre tema y tema no hay más descanso que algún comentario del animador, que recuerda que la Fiesta de la Playa se transmite en vivo por la TV Pública para todo el país. Se entrevé a la gurisada prendida a las vallas frente al escenario por la pantalla gigante. Después, un primer plano de la mano derecha de Marcos Camino, con la camisa abotonada a la muñeca, reloj y anillos, que con movimientos firmes acaricia el acordeón.
Hay un clima tan genuino de festejo y alegría compartida que una piensa si no será Año Nuevo otra vez. Lo que pasa es que Los Palmeras no son el acontecimiento, sino el acontecimiento que da lugar al otro acontecimiento, a la juntura de un montón de elementos dispersos y heterogéneos, que ahora, desbordando la Belgrano, tienen algo en común. Hacen sentido. ¿Puede haber alguien en esta ciudad que nunca haya bailado con Los Palmeras?
En el repertorio de la noche no falta ningún tema. En apenas una hora hacen todos los éxitos for export y hasta covers de rock nacional, interpretaciones espléndidas de los Redondos y los Piojos. Hacen Sabalero, la reversión del Parrandero que fue furor en la Copa Sudamericana 2019, y explota la fiesta, tanto que van a tener que hacer un bis de despedida.
A pesar de las lonas blancas, el lado B(elgrano) de la Fiesta de la Playa es un festejo popular. Se baila con el que se tiene al lado.
Es que además de un acontecimiento, estos santafesinos son una leyenda viviente. El Cacho Deicas tiene una voz que estremece y entre las manos la correa de una gran bestia pop, que suelta a su antojo porque sabe irrita. Un haz de luces llega hasta los tripulantes de la combi, que se sacude porque le bailan encima. La cosa está familiera, mucha reposera y heladerita. Será también que hubo que elegir entre llenar la conservadora y comprar la entrada. A pesar de las lonas blancas, el lado B(elgrano) de la Fiesta de la Playa es un festejo popular. Se baila con el que se tiene al lado.
Los alambrados del predio Multieventos, los dos bulevares, los puestos policiales que no te dejan pasar, la camioneta marrón de animal print malogrado de la Policía de Entre Ríos, son unos límites que ahora, desde la calle, parecen mucho más impostados de lo que hace un tiempo fueran las cabinas de la entrada al Pelay.
Porque los movimientos posibilitan nuevas perspectivas sobre las cosas, ¿y si la Fiesta de la Playa fuera algo más que lo que sucede al interior de un perímetro rectangular cuidadosamente delimitado? ¿Se puede imaginar una Fiesta de la Playa que sea no ya el adentro, sino el más allá de esas lonas blancas que blindan la vista? ¿Una Fiesta Nacional de la Playa de Río que aloje, sin adentros ni afueras, este acontecimiento heterogéneo que es una fiesta popular?
En cuanto a sus artífices, tan poderosa es la música, esa bestia pop amaestrada por el Cacho, que lo que trae hasta acá esta crónica son, sobre todas las cosas, unas buenas cumbias santafesinas bailadas en la calle. Y eso también se agradece, che. Larga vida a los Palmeras.
Esta nota es posible gracias al aporte de nuestros lectoresSumate a la comunidad El Miércoles mediante un aporte económico mensual para que podamos seguir haciendo periodismo libre, cooperativo, sin condicionantes y autogestivo. |