“No me arrepiento de nada. Yo caí preso con más de cuarenta años. Era un hombre, no un chiquilín y sabía lo que hacía. Soy un luchador social con guitarra” (1).
(*) Por LUIGI LEMES
El premiado escritor, arquitecto y docente uruguayo Jorge Majfud, en uno de sus textos, ha ubicado la figura de Aníbal Sampayo en su justo lugar. Dice Majfud: “El país, la patria —mejor, la matria—, no es un himno ni es la escarapela, ni son los comunicados de prensa. La patria, la matria, es ese espíritu que irradia cuando un pueblo se construye a sí mismo. El espíritu de un pueblo son las voces de sus panaderos y de sus médicos, de sus maestros y de sus obreros. De sus poetas como Aníbal Sampayo, cuyos versos no sólo están en la memoria colectiva de su país y de América Latina; también son, también han construido esa íntima realidad que conservan hasta los corazones más duros en el exilio político, cultural y económico de nuestros tiempos.”(2)
Cuando se habla de Sampayo, se habla del Poeta del Río de los Pájaros. Y el título es de una justicia indiscutible. Nadie –informado y en sus cabales-, afirmará lo contrario. Así se lo conoce en ambas márgenes del Uruguay. Pero sucede que Sampayo fue bastante más que eso, aunque eso sea ya suficiente mérito.
Por ejemplo, Sampayo fue también un excelente compositor, un creador de melodías inolvidables que complementaban de manera única el universo de sus letras, apoyadas en ritmos, básicamente del litoral uruguayo – argentino, pero también de toda América Latina. Ritmos a los que dedicó sus horas de investigación y tratamiento.
Y a propósito, Sampayo fue también un investigador infatigable, no sólo de los ritmos, sino de las raíces profundas de nuestra cultura, de los pueblos originarios y de la figura y el derrotero de Artigas.
Fue todo eso y más. Pero estas palabras buscan al otro Sampayo. Unido a – y causa y consecuencia de- los tantos que se han mencionado. Pero, acaso, bastante menos nombrado.
Quien esto escribe tuvo la oportunidad de compartir algunos eventos con el personaje, pero sobre todo, tuvo unas cuantas tardes de charlas inolvidables con la persona. Y con estas líneas pretende, de alguna manera, acercarse y, acaso, reivindicar al Sampayo que menos se nombra. Al que, ya desde su obra temprana, expresó una firme y permanente preocupación por denunciar las injusticias que aquejaban al hombre común, es decir, al pueblo, que en sus canciones aparece significativamente inserto en un cuadro paisajístico, a menudo de río y naturaleza agreste, a veces de campo, a veces de ciudad. “…yo no entré a la política por los libros. Entré por la vida misma. En mis canciones están los que viven al lado del río, los hacheros, el paisaje del hombre del litoral abandonado, solo con su frío y su hambre sobreviviendo en benditos o cayampas. Me dolía América Latina y llevé ese dolor a la música. Sobre todo después de estar con los mensú en los yerbatales y ver como los reventaban en la selva. En esos viajes recogí material para hacer lo que debería hacer cualquier cantor o compositor: cantar a su tierra y a su gente.”, expresaba el artista, en una entrevista realizada por el escritor y periodista Carlos Caillabet, en 2006. (3)
De ese Sampayo se habla aquí. Del luchador social y político, del hombre que empuñó la pluma como una lanza para enfrentar la crueldad que ejercían desde los lugares de poder en tiempos duros y tristes. Y que llegó al extremo de unirse a un movimiento armado para hacer lugar a ese sentimiento que le corría en la sangre y que lo llamaba a rebelarse contra la injusticia. Quién estas palabras escribe, no acepta el argumento perdonador escuchado algunas veces, ese que rescata al poeta y al músico y que paralelamente lamenta el error cometido por el hombre. Cuando el ser humano apuesta su vida por sus ideales puede acertar o errar los caminos. Sampayo puede haberse equivocado –o no- en la estrategia o en la metodología de su lucha, pero tenía bien claras sus razones. Y de esas razones, pilares de sus pensamientos, no se bajó jamás. Mientras tuvo uso de razón, sus posturas de rebeldía y lucha frente a la injusticia, al autoritarismo, a los abusos cometidos desde los lugares de poder y a las políticas imperialistas de Estados Unidos y los llamados “países centrales”, siguieron siendo las mismas. Innegociables e inclaudicables. Su fe en la lucha de los pueblos y la solidaridad de los de abajo, también. El error o el acierto metodológico es otra cosa y pueden ser discutibles. Pero la lucha de Aníbal Sampayo desde su lugar de artista latinoamericano tiene su origen en los designios de la sangre, en el grito ancestral de la tierra, en la conciencia clara de un hombre que nunca aceptó la injusticia, el dolor de los de abajo, la explotación del hombre por el hombre. Conciencia clara y mente abierta. Enhebrando concepciones marxistas y cristianas, irreconciliables para algunos en aquellos tiempos. Con una bandera por la cual pelear, pero con un bullir libertario, anarco, allá en el fondo de la sangre. Mezcla de combatiente y pájaro libre, ese era Sampayo. O, si usted quiere, ese era el Sampayo que menos se nombra.
Los años de cárcel no quebraron su conciencia. Tampoco lo hizo el exilio. A ambas cosas las convirtió en entrega y creatividad. Al salir, por el 81, con orden de no abandonar el país, cruzó con su familia a Brasil y se exilió en Suecia, desde donde emprendió varias recorridas por distintos países trocando belleza por denuncia. Era el tiempo de decirle al mundo qué estaba pasando en el Uruguay y lo hizo. Tocando y cantando. Y nucleando músicos a su alrededor. Porque ese Sampayo de la lucha y la conciencia, sabía también que éstas se construyen en colectivo. Y, como ocurría con Víctor Jara, con Carlos Puebla, con Alí Primera, cuando actuaba Sampayo, habitualmente había un montón de gente en el escenario. Porque el artista, que brillaba con luz propia, prefería enriquecer su obra con el talento de otros músicos para que el brillo fuera aún más nítido, más cálido, más “nosotros”.
Ese Sampayo de la lucha y la conciencia, sigue hablando, cantando, bromeando y educando en el aire de la mañana mientras un sanducero escribe estas líneas y repasa las palabras de Majfud: “Un país no es un pedazo de tierra, ni un ejército cerrando las fronteras. Un país, al menos un país maduro, es fundamentalmente su pueblo. Pero sin memoria hay masa; no hay pueblo. Poetas como Aníbal Sampayo, con sólo cuatro versos hicieron por su país cuatro veces más que el inútil ejército de burócratas acomodados por repartos políticos según diferentes colores; ese que se apoderó de nuestro país hace más de medio siglo en perjuicio del resto y, a la larga, de ellos mismos.”(4)
Feliz cumpleaños, Aníbal. Tus canciones nos corren por la sangre. Y la lucha continúa. Aunque se desdibujen las banderas.
Notas:
(1)y (3): Caillabet, Carlos. (2005) “De guitarra y compromiso. Con Aníbal Sampayo”. En: http://www6.rel-uita.org/contratapa/anibal-sampayo.htm
(2)y (4): Majfud, Jorge. (2006). “El País de los pájaros pintados. Aníbal Sampayo: el ejército invisible y la vergüenza de un poeta.” En: http://majfud.org/tag/anibal-sampayo/
(*) Publicado en “20once Paysandu" y reproducido por gentileza de su autor.
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