En el siguiente texto, el dirigente y funcionario Juan Martín Garay, reflexiona sobre "las tensiones generacionales" y la lógica "del recambio" en la conducción política, haciendo recorrido en nuestra historia reciente.
Por JUAN MARTÍN GARAY (*)
El tiempo que nos toca transitar necesita de personas que sepan interpretar el momento histórico, político y cultural que vivimos. En un contexto electoral vigente, las distintas opciones que se den a conocer deberán tener la máxima responsabilidad de haber tomado la iniciativa política con capacidad de gestión, organización, convicción, valores, visión programática, mucha humildad y máxima honestidad intelectual. Hay que atreverse a transcurrir el tiempo por delante con el principal desafío de escuchar las demandas de la sociedad, incluso por encima de la propia historia generacional.
La visión
Quienes se expongan a conducir tendrán una importante tarea por delante que se debería sustentar en la construcción de una unidad de concepción política que amalgame pasado, presente y futuro; lo nuevo y lo porvenir; experiencia y juventud. Hoy más que nunca necesitamos fortalecer los lazos de pertenencia solidaria a la comunidad e integrar lo diverso, no anularlo. En la honesta relación que debe mediar entre las palabras y los hechos, habrá que destacar a aquellas personas que por sobre todas las cosas prioricen el ideal del bien común y la necesidad de construir una sociedad guiada por la justicia y la igualdad. Hacer foco en una comunidad organizada.
Se abren aquí dos caminos opuestos: la organización cerrada del sectarismo ideológico, o la organización abierta de proyección social.
Para eso, este tiempo se debe encarar con la plena convicción de una visión que logre despertar esperanza en la gente para conducir al pueblo hacia la defensa de un solo interés, el del pueblo. Hay que instar a que se puedan realizar los valores individuales y sociales en conjunto, para que se logren el progreso espiritual y material en forma complementaria y armónica. Es realmente necesario reconsiderar de una buena vez la ética relación que siempre debió existir entre fines y medios, ubicando ahora a las personas “como la medida de todas las cosas”. Para eso hay que ser enfáticos en rechazar con plena convicción el individualismo y el colectivismo por ser ambos extremos opuestos a la realización equilibrada de una comunidad. La ideología, ejecución y propuesta mediante un eje de desarrollo, son vitales para que la justicia social se encarne nuevamente a través de una doctrina nacional “aggiornada” que permita organizar a la comunidad desde un movimiento nacional de raigambre netamente social.
Protagonistas del tiempo
El politólogo Diego Conno hace un interesante análisis sobre la política, la felicidad y la democracia: “La relación entre política y felicidad es compleja y problemática; su historia es larga y está cargada de tradición. Los antiguos griegos consideraban que no había posibilidad de una vida feliz o justa si no era al interior de una comunidad feliz o justa. Con la entrada en la modernidad y el triunfo del liberalismo, la felicidad quedó relegada al ámbito privado, identificada con los fines particulares de los individuos, y la política se volvió dispositivo de administración de los grados de sufrimiento y de dolor presentes en una sociedad. La época actual es una profundización de esta comprensión moderna de la política, donde la vida ha pasado a ser enteramente gobernada (y gobernable) y la política, hoy devenida biopolítica, en el mejor de los casos toma el nombre de administración; en el peor, se convierte en política de supervivencia.”
Expresa Hannah Arendt que: “Nadie puede ser feliz sin participar en la felicidad pública, nadie puede ser libre sin la experiencia de la libertad pública, y nadie, finalmente, puede ser feliz o libre sin implicarse y formar parte del poder político”. Bueno, la militancia es la representación real de esa participación, pues siempre tiene presencia efectiva y peso en la convivencia diaria con la realidad social. Ésta siempre tiene una identidad personal que en la construcción de su trayectoria suele advertir, con una perspectiva propia, la raigambre cultural de los verdaderos problemas del momento para convertirse en protagonistas de una conducta moral y pública que se reclama pero que también se ejerce con plena convicción y pasión.
Esta militancia que apuntala el recambio necesario cada cierto tiempo, adquiere un significado histórico cuyo abanico se extiende hacia el pasado y se proyecta al futuro. Así nos enseña Julián Licastro cuando reflexiona sobre la militancia: “Es esta mayor toma de conciencia del ser y del hacer, aquello que lo habilita para contribuir con su particular aporte creador, ético y político, al comportamiento del conjunto de la sociedad en sus diferentes dimensiones y expectativas. Tener presencia y peso en el reino de la realidad, y no sólo en la expresión de ideas y deseos, requiere una acción y una lucha que se llama militancia. Ella implica una decisión de participación colectiva, pero no masificada ni anónima. Es decir, ansía un ámbito propicio para unir fuerzas con quienes piensan y sienten de modo congruente, y aspiran a alcanzar niveles compatibles de formación y organización en un marco adecuado de apoyo mutuo. Se abren aquí dos caminos opuestos: la organización cerrada del sectarismo ideológico, o la organización abierta de proyección social. La opción por la organización abierta e inclusiva requiere un participante capaz y sensible, con aptitud para la disciplina voluntaria, pero también con libertad de criterio para llevar adelante la iniciativa en su radio de acción. Un carácter dinámico y equilibrado, formado para la independencia de juicio, a fin de no caer en la obediencia burocrática del mediocre, que no se juega por nada; ni tampoco en la rebeldía permanente que afecta la cohesión del funcionamiento orgánico (coordinación de esfuerzos)”.
Darse cuenta
El gran pensador nacional don Arturo Jauretche nos sigue interpelando con sus enseñanzas siempre vigentes: “No darse cuenta de que este fenómeno universal tiene su connotación lógica en la Argentina es no darse cuenta de que el enfrentamiento de las generaciones es una cosa necesaria. Porque si los jóvenes carecen de la madurez que le reclamamos, nosotros carecemos de la adecuación a la realidad que ellos nos reclaman. Somos hijos de nuestro tiempo, aunque no queramos serlo; aunque queramos ser revolucionarios. Quien no entiende esto se halla imposibilitado de entender al general Perón cuando habla del trasvasamiento generacional.”
Estamos asistiendo a los albores del inicio de un nuevo ciclo político, donde la juventud no es una virtud en sí misma pero tampoco lo son “las canas”. Es interesante ver como hay una tensión entre la demanda de renovación por un lado y el reemplazo efectivo de la dirigencia por otro. Lo cierto es que solamente la gente decide quienes son las personas de la dirigencia que tendrán vigencia plena. Mientras haya proyectos por delante en vez de sólo anécdotas, cualquiera puede tener lo que muchos reclaman a la hora de la conducción política: seguridad, convicción y certidumbre. En este sentido para estos aspectos no se depende del número de DNI o del año de nacimiento, sino de cuán bien se amalgaman estas polaridades.
El eterno debate sobre las disputas generacionales resulta innecesario pues nos distrae de las cuestiones netamente centrales del momento histórico, político y social. También es cierto que la cuestión generacional es inevitable, ahora bien, abordado en su justa medida es algo que puede ayudar al progreso del recambio que la sociedad demanda.
Como importante que es, no hay que quedar entrampados en ese círculo virtuoso que lo “maquilla” siempre con misticismo. Este debate se constituye cada cierto período de tiempo como algo necesario en los procesos de renovación, avanzando en las discusiones políticas y sociales. La disputa que pueda existir entre las generaciones políticas debe darse una tregua frente a una sociedad que se encuentra en proceso de divorcio con sus dirigentes y a quien lo que menos le importa es la edad de estos. Necesitamos darnos cuenta que debemos establecer las bases de un posible pacto social que incorpore a esos sectores que miran a la clase dirigente con sospecha.
Ante el escepticismo y la apatía reinante, la generación intermedia puede jugar un rol crucial en estos momentos con un renacer militante por un lado y marcando fin a la arrogancia generacional por otro. El debilitamiento de la confianza requiere de un recambio dirigencial que apueste al diálogo como forma de encuentro. No fracasemos en el intento, inauguremos un nuevo clima en la opinión pública que se profundice en este año de celebración de los primeros 40 años de democracia ininterrumpida, démonos esa oportunidad, la necesitamos.
(*) Secretario de Gobierno de la Municipalidad de Concepción del Uruguay desde el 2019. Presidente de Bloque Concejales del PJ 2017-2019. Presidente Comisión Hacienda y Presupuesto 2015-2019. Decano del Colegio Mayor Universitario de Santa Fe 2003-2004.
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