"Fue una experiencia muy emotiva, me quebré" reconoció en diálogo con El Miércoles Digital a su regreso. Allí se encontró y dialogó con los hijos del cabo Misael Pereyra, otro de los uruguayenses caídos en combate.
Nota relacionada: (Omar Tabarez, el trompetista de Malvinas, y la increíble historia del británico que le devolvió su instrumento casi treinta años después).
El uruguayense Omar Tabarez, quien con su trompeta por primera vez regresó a las Islas, le puso sonido a la historia de la guerra y sus héroes. Teléfono de por medio se nota su emoción al hablar: "fue muy fuerte, sobrellevar ese proceso de angustia, ansiedad".
Relató que en su estadía en Darwin entre las 8 y las 15 pudo apreciar cosas muy importantes: "ver a esas madres y padres abrazados a la cruz de sus hijos. Por primera vez en 37 años se desplegó la bandera argentina en el cementerio y se tocó el minuto de silencio con mi trompeta. Por suerte pude hacerlo, no me traicionó la emoción ni la respiración. Cumplí con mi misión y el honor".
CON LOS HIJOS DE PEREYRA
"Encontré a los hijos de Misael Pereyra. Dialogamos mucho. Estuvimos varias horas tomando mate frente a la tumba de su papá, a quien según ellos contaron le gustaba mucho el mate", contó sobre ese diálogo.
Fueron 62 los familiares que llegaron hasta Darwin para homenajear a los nuevos soldados identificados: 112 han recuperado sus nombres desde que se inició el Plan proyecto Humanitario. Solo faltan 10 y ya no habrá Soldados argentinos solo conocidos por Dios en Malvinas. Entre los presentes estuvo el uruguayense Omar Tabarez y su trompeta.
Ver video de Infobae en etse link donde Tabarez toca el minuto de silencio:
https://www.infobae.com/sociedad/f63957a6-58d3-4fc7-918e-deb27978ffd0_video.html
LO VIVIDO POR LOS FAMILIARES
El vuelo de Andes 682, rentado por Aeropuertos Argentina 2000, partió desde Ezeiza pasadas las cuatro de la mañana. Dos horas y cuarenta minutos más tarde, los pilotos Pablo Linari, Tomás Martin y Federico Serino aterrizaron en Mount Pleasant con los 165 pasajeros que,sin dormir y con las emociones contenidas, sintieron cómo los rayos del sol les daban la bienvenida en la Isla Soledad.
Informe: Infobae
"Hasta esta madrugada llovió", dijo en un difícil y gentil español un asistente que selló los pasaportes y confirmó que la habitual inclemencia del tiempo en el sur había cambiado para recibir a las familias de los héroes.
Los 40 minutos en ómnibus que separan el aeropuerto del cementerio se hicieron en silencio. Las miradas, clavadas en las áridas tierras verdes y amarillas.
Entonces llegó el sonido de los pasos sobre el camino de ripio. Y los rosarios. Y los sollozos de las madres que encontraban a sus hijos después de más de tres décadas.
Ahora son las voces y las lágrimas, los rezos y los abrazos los que quiebran el silencio en esta inmensa soledad. "Su cuerpito esta ahí, ya puedo quedarme tranquila", dice casi susurrando, con las manos juntas, los ojos con lágrimas, Cristina Lera, la mamá del soldado Luis Sevilla. Llora entonces Miriam, quien despidió a su único hermano siendo una adolescente y tres décadas después lo sigue extrañando como el primer día. Y le habla a la cruz blanca. Le cuenta que todos los 28 de mayo, día en que murió, ellas le preparan el locro que tanto le gustaba. "La cartita que enviaste de Malvinas diciéndonos que hacía mucho frío está en un cuadro en casa", le dice.
La congoja le aprieta la garganta cuando explica que él podía no haber hecho el servicio militar porque era el único hijo sostén de madre soltera. Pero pidió ir porque le había tocado la Fuerza Aérea y decía que eso le daba oportunidad de progresar y estudiar. "Él le dijo a mi mama 'así puedo comprarte una casa y no andamos de aquí para allá sin tener donde vivir'. Y pobrecito le dio la casa, pero la pagó con su vida", recordó con angustia.
De rodillas, Mabel Godoy besa la cruz de Víctor Rodríguez, el joven que la enamoró desde aquella vez que caminaron juntos a Luján para orarle a la virgen cuando ella apenas había cumplido los 17 años. Fue su primer y gran amor. Pero la guerra se lo arrebató.
Junto a ella, Nora, que solo tenía cuatro años cuando Víctor partió hacia la guerra, le rinde homenaje a su hermano mayor al que casi no recuerda. ¿Que imágenes vuelven a esa memoria que apenas alcanza a recordar al joven sonriente que la levantaba en brazos y la mimaba como la princesa de la familia?
Envuelta en una bolsita de plástico y en un sobre, Raquel Folch guardó una carta para Aníbal, su hermano más pequeño que cayó el 14 de junio de 1982, cuando faltaban solo horas para la rendición del general Mario Benjamín Menéndez. "Es la carta que él me había pedido que le mandara a las Islas y en ese momento no escribí porque pensé que Ani ya volvía", se lamenta.
Tuvieron que pasar 37 años hasta que Raquel, quien por primera vez pisa las Islas junto a su hermana, tomara el coraje de escribirle la carta que nunca envió . "Le pido perdón por no haberlo hecho antes, porque era tan jovencita como él y en ese momento no me imaginaba qué era una guerra…nunca pensé que él iba a quedarse acá", llora. "Solo quiero abrazarte hermano mío", repite y envuelve la cruz adornada con flores blancas de tela y sujetas con un precinto para que el viento no se las lleve.
El grito se ahoga con las lágrimas: "¿Por qué tanto dolor?, ¿por qué tuviste tanto frío?, ¿por qué te quedaste acá hermanito?". Apoya su frente en la negra placa de granito y acaricia el nombre de Aníbal Folch.
Una hilera más atrás, Lila Yolanda Aguirre dice que no quiere recordar a su Héctor así, frío como el mármol que descansa debajo de la cruz. Que lo siente tibio y cerca, afirma, y se toca el vientre. A los 82 años cuenta que en su memoria él aparece sonriendo y llamándola"Negra". Recuerda que le gustaba el yudo y lo practicaba por las tardes cerca del canal. "Locura" le decían los amigos a su único hijo, y así ella lo adoró con su amor de madre. "Ahora me quedo más tranquila porque sé que su cuerpo está acá", reflexiona y en sus manos aprieta con fuerza unas piedritas blancas que recogió del cementerio.
Viajó sola y llora abrazada a la cruz de su hermano. Cata Ferrau le habla frente a la tumba ahora identificada. "¿Por qué tuviste que quedarte en estas Islas tan lejos, si yo rogué para que volvieras de cualquier manera? Aun herido o invalido te hubiera cuidado toda mi vida. ¿Por qué no volviste a casa donde te esperé todos estos años?", se emociona la mujer que hoy llegó por primera vez a las islas. "Están tan lejos… cuando me subí al avión, como nunca antes había volado, tuve miedo. Pero si él se animó a venir, yo también tenía que hacerlo", cierra la hermana del soldado Jose Ramón.
Toc, toc, toc, las botas de la Guardia Escocesa suenan en el perímetro del cementerio de Darwin. Vestidos con sus uniformes de gala, siete soldados británicos levantan las armas y rinden honores.
Las largas y tristes notas de una gaita atraviesan las lágrimas y las oraciones frente a las cruces. Dos gaiteros reales interpretan El lamento.
Llega el momento de la oración. El padre Ponciano Acosta, familiar del gendarme caído en Malvinas Gumersindo Acosta, comienza el responso: "Tu que nos resucitarás…". "Señor ten piedad", se unen las voces para rogar al Señor. Lo acompaña el sacerdote de las Islas, padre Ambrose, quien en un claro español ayuda con la ceremonia.
El religioso argentino habla de tres palabras que marcan el día histórico: Gracias (por estar aquí, por saber donde están nuestros seres queridos), Siembra ("la semilla que cae sobre la tierra queda infecunda, solo debajo puede dar frutos: que ellos sean semillas de paz"), y luz ("vamos a bendecir estas velas de distintos colores que expresan la diversidad que hay entre nosotros"). La eucaristía marca el silencio profundo solo interrumpido por los "amen" de los familiares.
La cruz de Mario Cisnero tiene en su pie la foto del valiente militar. Su hermana Galdys colocó las rosas de tela con cuidado y amor. Durante muchos años, su familia se negó a la identificación: "Teníamos miedo que se llevaran su cuerpo al continente y lo sacaran de las Islas", explica.
Pero hoy el "Perro" es uno de los 112 soldados identificados. "Esto fue cerrar un duelo, lograr la paz", dice y cuenta que solo mucho después en su Catamarca natal supo que Mario Antonio era un símbolo para sus hombres y para el Ejército.
Hoy tiene un pequeño museo de su hermano en un cuarto de la casa: un maniquí con su uniforme, dos cascos, la última valija que usó con sus camisas y su ropa, su boina… "Siento orgullo y leer su nombre en esta placa también me permitió sentir que es justo e importante que los héroes tengan sus nombres", dice.
Lorna Márquez cumplió la promesa que le hizo a su abuela: llevó las cenizas de Elda para que estén junto a su hijo. "Ella me había pedido que volcara sus cenizas en las Islas, porque mi tío no estaba identificado. Ahora las puse entre las piedritas, as están unidos para siempre", se emociona.
Las 165 personas recorren el cementerio de Darwin en este segundo viaje humanitario organizado por Eduardo Eurnekian –Aeropuertos Argentina 2000-, Roberto Curilovic -director de desarrollo de nuevos negocios de AA2000-, el Embajador del Reino Unido en la Argentina Mark Kent, el gobierno de las islas y la comisión de familiares de caídos en Malvinas. El viaje contó con el apoyo de la secretaria de Derechos Humanos y la Cancillería.
Esta causa humanitaria fue impulsada desde 2008 por el veterano Julio Aro, quien se conmovió frente a las 121 cruces que en ese entonces decían soldado Argentino solo conocido por Dios y comenzó a trabajar por la identificación de sus compañeros. Lo acompañaron en esta tarea el coronel británico Geoffrey Cardozo -a quien le fue encomendada la difícil tarea de recoger los cuerpos de los campos de batalla para darles honorífica sepultura-, y la periodista de Infobae, que junto a Aro visitaron casi 120 familias. La causa concluyó en el Plan proyecto Humanitario. Los tres nos paramos frente a las 10 cruces aun no identificadas y le prometimos a los caídos: "Los vamos a encontrar".
Suenan ahora las turbinas del vuelo de Andes 682. En dos horas y cuarenta minutos los pilotos aterrizarán en el aeropuerto internacional de Ezeiza. La nave se eleva, deja Mount Pleasant. Las Islas se van haciendo pequeñas. Y una madre llora pegada a la ventana: "Ojalá pueda volver pronto a verte hijo mio".
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