Daniel De Michele reflexiona sobre la evolución del rol del Estado de Bienestar desde mediados del siglo pasado hasta la actualidad y su incidencia en nuestra vida diaria, con las responsabilidades de la dirigencia de turno.
(*) Por DANIEL DE MICHELE
Tras la segunda Guerra los aliados triunfantes comprendieron que la derrota del nazismo irremediablemente facilitaría un avance del comunismo en Europa y probablemente en el mundo. Se acordó entre los dueños de los medios de producción y los trabajadores que ambos sectores aportarían parte de sus beneficios y salarios al Estado, quien con esos y otros fondos garantizaría la cobertura de las necesidades sociales de forma permanente.
El programa nacido simultáneamente con la reconstrucción de Europa, abonó la aparición de un concepto nuevo; el “Estado de Bienestar” con el estado-país como garante de ese bienestar.
Se trató en realidad de un verdadero pacto social, que dio paso a la mutación de la beneficencia, en servicios sociales que asegurarían condiciones de vida y de trabajo digno a las mayorías populares e inaugurando un nuevo clima de derechos y garantías universales para combatir el totalitarismo comunista.
El desarrollo y profundidad alcanzados por los beneficios del Estado de Bienestar en los países occidentales en que se desarrolló, fue heterogéneo, parcial y lento.
La caída definitiva del comunismo en 1990 liberó las manos del capitalismo y facilitó una revolución conservadora neoliberal que se globalizó rápidamente y pegó duro sobre la idea de Estado de Bienestar.
Con la excusa de la eliminación del enemigo, ahora el esfuerzo del estado fue considerado innecesario y la privatización de los servicios creados avanzó con furia inusitada, hiriendo de muerte la idea solidaria.
El retiro del estado de su compromiso con el bienestar de la población, produjo un único y esperado efecto: desprotección de las personas mas vulnerables.
Los cuatro pilares básicos del Estado de Bienestar que el liberalismo demolió rápidamente vía privatizaciones en los 90 fueron 1) Derecho a la salud, 2) Derecho a la educación, 3) Derecho a la jubilación y 4) Derechos de los niños, ancianos con enfermedad crónica o discapacitados.
En realidad no se eliminaron estos derechos, sino que crearon formas privadas de acceder a los mismos, teóricamente aumentando su calidad. Ahora había que pagar lo que antes aseguraba el estado.
Ni hablar de otros derechos protegidos previamente por el Estado de Bienestar como la vivienda, el trabajo, la autonomía, la vida digna, las cuestiones de genero y tantos otros por los que habrá que volver a dar batallas ya ganadas.
La llegada global del Covid, mostró como nunca antes, el perfil de nuestro Estado de Bienestar cayéndose a pedazos, aun en los países mas poderosos.
El retiro del estado de su compromiso con el bienestar de la población, produjo un único y esperado efecto: desprotección de las personas mas vulnerables.
La política neoliberal de bajar gastos del estado ciegamente en todo lo vinculado a la protección de las mayorías necesitadas, explica la situación en que la pandemia halló a nuestros sistemas sanitarios.
Sobresalen la pérdida de calidad en general de todas las prestaciones, la reducción de la capacidad de asistir a pacientes críticos, la antigüedad del equipamiento, la precarización de los trabajadores de la salud que ocuparon la primera linea de batalla, la carencia de equipos y reactivos para diagnóstico, la obsolescencia arquitectónica en donde lo único destacable parecía ser la ausencia crónica de mantenimiento alguno.
A pesar de que el liberalismo se valió de múltiples privatizaciones en el área de salud, el mayor peso del enfrentamiento con la pandemia en Argentina, cayó sobre las espaldas del Sistema Público. Como era de esperar y atendiendo a las enormes diferencias en Salud Pública en el país en, desde lo edilicio a lo diagnóstico, el frente de batalla con el Covid mostró fortalezas, debilidades y algunas obscenidades.
La vacunación en locales partidarios o en oficinas estatales para los amigos, dejó ver que la pesadilla de la pandemia matando a nuestra gente, no era lo peor que podía ocurrir. Fue superada por ideas que solo tienen tienen cabida en el mundo de la impunidad y el desparpajo.
Todo ello salido de las cabezas de dirigentes cuyo interés principal no pasó nunca por la salud pública. Esa fue la última e impiadosa puñalada a nuestro Sistema de Bienestar. Es una ventaja que uno no otorga a un virus asesino que está diezmando nuestra gente ahora mismo…
Encima, ya avisó que vuelve con un hermanito nuevo llamado Delta y que llega en cualquier momento.
Lo que nos espera!
Bienestar un carajo!
(*) Artículo publicado en la edición gráfica del diario "El Pueblo" de Villaguay.
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