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Del alma eterna a un persistente perfil inactivo que recibe saludos de cumpleaños de gente que no sabe, no recuerda o no le importa que el destinatario ya no esté.

FÉISBUC Y EL ALMA ETERNA

Porfiadamente, féisbuc me sigue avisando cada tanto que hoy es el cumpleaños de alguien que ya falleció, pero que sin embargo sigue presente en ese mundo sin velorios, sin finales, sin adioses.

Por A.S.

Porfiadamente, féisbuc me sigue avisando cada tanto que hoy es el cumpleaños de alguien que ya falleció, pero que sin embargo sigue presente en ese mundo sin velorios, sin finales, sin adioses.

Y uno se descubre preguntándose, tonto, si saludar o no.

Porque al fin y al cabo, para féisbuc, esa persona está tan viva como vos o como yo.

Norberto Bobbio recordaba que Boris Pasternak había escrito que “a menudo en la historia, lo que había sido concebido como noble y alto se tornó tosca materia. Así pasó con Grecia, que se convirtió en Roma; así pasó con el Iluminismo ruso, que se convirtió en la revolución rusa”.

Lo noble y alto, convertido en “tosca materia”. En este caso, virtual.

Y así, aquella vieja pretensión de tantas religiones, nacida del terror de las personas supersticiosas, germinada en la imposibilidad de admitir la muerte como parte de la vida; aquella vocación de persistir, de que alguien nos recuerde, de no irnos jamás, de aferrarnos a este mundo sin embargo tan despreciable; aquella obsesión de creernos tan importantes que es necesario perdurar por siempre; aquel juego dualista, simplón, de que si la materia muere, el espìritu debe pervivir; esa idea infantil luego elevada a enunciado filosófico, ese sueño platónico del alma eterna, viene a trastocarse en un algoritmo informático, una configuración de impulsos eléctricos, un perfil de féisbuc, al que nadie tiene el pudor o la valentía de dar de baja, quizás porque siente que estaría matando otra vez a la persona amada.

O simplemente, porque no sabe cómo hacerlo.

Del alma eterna a un persistente perfil inactivo que recibe saludos de cumpleaños de gente que no sabe, no recuerda o no le importa que el destinatario ya no esté.

Un triste (¿pero quizás justo?) final para el espejismo del alma eterna.

 

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