La traición de Ramírez significó sencillamente el aniquilamiento del proyecto más sólido de constituir el país bajo el sistema federal encarnado por Artigas.
Por ANÍBAL GALLAY de EL MIÉRCOLES DIGITAL
Para los entrerrianos Francisco Ramírez tiene el halo cuasi mítico del hombre capaz de morir por una causa, a la que se conceptúa noble y digna.
Cuando década tras década se aprecia como el centralismo porteño ha sido capaz de absorberlo todo, dejando a las provincias en un “que se arreglen como puedan”, la figura del Supremo Entrerriano parece adquirir mejores dimensiones en la óptica de una provincia que sabe el regusto amargo de no ser lo que fue alguna vez. Pero si bien se mira el propio Ramírez es uno de los grandes responsables que el federalismo no haya sido más que un mero proyecto poco llevado a la práctica.
Las dudas
Quedan algunas dudas como las relaciones con su actuación durante los primeros años de la Revolución de Mayo, pero es altamente probable que Ramírez haya trabajado para la reacción española. No puede imputársele esto como un pecado ya que la propia Revolución ofrecía más dudas que certezas. Su vida pública se clarifica cuando pasa a servir a las ordenes del mas preclaro de los dirigentes políticos de la época: José Gervasio Artigas.
Ramírez el federal
No alcanzó Ramírez a ser un caudillo con mística propia. Todos sus éxitos eran en verdad reflejos de los de Artigas, un conductor popular de singular envergadura a quien todavía se le retacea un lugar en la historia Argentina.
Ramírez en Entre Ríos actuaba por cuenta y orden del oriental “Protector de los Pueblos Libres”, en una denodada lucha contra los proyectos centralistas y monárquicos de la camarilla importadora de manufacturas inglesas. Tuvo, sí, el mérito de organizar sus milicias con un orden y una disciplina impropias de lo que despectivamente se denominaban “montoneras”.
Victoria tras victoria contra los ejércitos directorales su figura fue adquiriendo una dimensión notable. Tanto que hacia 1819 es el hombre más importante con el que cuenta Artigas en el frente de lucha al occidente del Río Uruguay.
Cepeda: la victoria
Artigas decide llevar la guerra a Buenos Aires. La iniquidad con que se manejaba el gobierno central con respecto a la invasión portuguesa era sencillamente intolerable. No solo había alentado al imperio portugués a ocupar la provincia oriental, sino que convertía en aliado del enemigo invasor, y aun combatía con las armas a quien estaba defendiendo la integridad de las Provincias Unidas.
Artigas –demasiado ocupado en detener el avance portugués- envía a sus lugartenientes Francisco Ramírez y Estanislao López en condición de jefes de las tropas federales. El encuentro ocurre en Cepeda, en febrero de 1820 y los ejércitos directorales prácticamente se desbandan sin combatir. La montonera tan odiada y temida está a las puertas de Buenos Aires.
Después de la batalla vienen las rondas de negociaciones. Ramírez y López están allí en nombre de Artigas teniendo a su favor nada menos que una victoria contundente. Esa oportunidad no volverá a repetirse.
Pilar, el dilema de Ramírez
Pero en la mesa de negociaciones Ramírez se manifestó como un trapalón y una deslealtad al que bien puede dársele el nombre de traición. Tal vez creyó el entrerriano que era mas vivo que Artigas y más pícaro que aquellos con quienes negociaba. ¡Cuánto habrán agradecido los directorales porteños la ausencia de Artigas!
La traición de Ramírez significó sencillamente el aniquilamiento del proyecto más sólido de constituir el país bajo el sistema federal encarnado por Artigas.
El tratado firmado se va en palabras: que se reunirá un Congreso en San Lorenzo y que se organizara el país bajo el sistema de la federación, amén de otras cuestiones relacionadas con el intercambio de delincuentes. ¿Y en cuanto a la guerra contra el imperio portugués? Indicaba el tratado que Ramírez y López “aguardan de su generosidad (la de Buenos Aires) y patriotismo auxilios proporcionados a lo arduo de la empresa ciertos de alcanzar cuanto quepa en la esfera de lo posible”.
Para colmo Ramírez decía tener instrucciones privadas de Artigas de modo que este entable “las relaciones que puedan convenir a los intereses de la provincia de su mando”.
Para mayor felonía Ramírez y López firman “convencidos de que todos los artículos (…) son conformes con los sentimientos y deseos del Excelentísimo señor capitán general de la Banda oriental con José Artigas”.
Ramírez, mejor que ninguno, sabía que estaba mintiendo y tanto era así que en un tratado secreto se convenía que recibiría fusiles, sables, quintales de pólvora y otros pertrechos.
¿Para qué? Para llevarle la guerra a Artigas que de ninguna manera iba a aceptar semejante tratado donde no se declara la guerra al imperio y desconocía su autoridad emanada democracticamente de la voluntad de los Pueblos Libres.
La victoria efímera
Vendrán luego los reproches de Artigas y las respuestas, cargadas de soberbia, de Ramírez. De allí en más una alocada guerra que concluye con el exilio de Artigas en tierra paraguaya.
¿Pero qué proyecto político tenía Ramírez? No tenía más que ambiciones personales y era el forzoso sucesor de Artigas, levantó sus mismas banderas republicanas y federales. Hasta continuó enarbolando la insignia artiguista azul y blanca cruzada con una banda roja. Inclusive el secretario de Artigas, Fray Monterroso, paso a serlo del entrerriano. Ello prueba a las claras que Ramírez no tenía ningún proyecto diferente al de su antiguo jefe quedando al desnudo su felonía.
Cuando Estanislao López negoció directamente con Buenos Aires, Ramírez se sintió traicionado, porque como “sucesor” de Artigas aquel le debía subordinación. De nuevo la guerra aunque esta vez la suerte le fue esquiva a Ramírez. Su cabeza terminó en una jaula colgada del cabildo de Santa Fe.
Estanislao López, más cauto, tuvo el buen tino de no considerarse sucesor del liderazgo federal por lo que Buenos Aires lo toleró. Por otra parte el santafesino sabía que era beneficioso andar bien con Buenos Aires. Tan beneficioso como veinticinco mil cabezas de ganado. Estas saldrán de las estancias bonaerenses y entre ellas las de Juan Manuel de Rosas. Todos le cobraran, luego, la donación a López.
La muerte del federalismo
En menos de dos años Buenos Aires había tenido un triunfo tan rotundo que hubiera sido difícil de creer al día siguiente de Cepeda. En ese lapso (febrero de 1820/julio de 1821) no quedaban ni trazas del proyecto federal. Ramírez decapitado, López tranquilo en su Santa Fe y Artigas –sobre todo Artigas- sin ninguna posibilidad de retomar las banderas traicionadas en Pilar.
La traición de Ramírez significó sencillamente el aniquilamiento del proyecto más sólido de constituir el país bajo el sistema federal encarnado por Artigas. Sus profundas convicciones democráticas con un respecto cuasi religioso de la voluntad popular deberán esperar un siglo para hacerse realidad.
Su proyecto económico concretado especialmente en la reforma agraria, hoy resultaría revolucionario.
La miopía de Ramírez le costó su propia vida y a las Provincias unidas su más trágica frustración. Sin enemigos a la vista los hombres de Buenos Aires se dedicaron desde 1821 y hasta 1862 a gozar de su privilegiada situación geográfica y de los buenos negocios con sus socios británicos.
Desde ese año en mas, Bartolomé Mitre hará el resto, hasta consolidar el proyecto portuario imponiéndoselo a sangre y fuego a las derrotas de las provincias. Una larga derrota que comenzó en Pilar, en 1820 bajo la firma de Francisco Ramírez.
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