El 7 de julio de 2004, las notas más importantes del semanario El Miércoles eran el malestar que se vivía en el Hospital Urquiza por aquel entonces y la novedad de que la Justicia reactivaba la causa por enriquecimiento ilícito contra el uruguayense ex ministro de Economía provincial, Eduardo Lalo Macri. Apretado entre las páginas centrales, acompañaba ese número el suplemento ‘Fútbol a cuatro manos’, que mechaba fútbol internacional, nacional y local al cumplirse 18 años del “gol más grande de la historia”.
Los artículos principales de aquel número 139, más de 16 años atrás, abordaba una denuncia de la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE) sobre “aprietes y una dirección paralela” en el nosocomio público de Concepción del Uruguay uno. Otro la reapertura de la causa en la que Macri estaba acusado de enriquecerse ilegalmente, tras la publicación de un informe de la revista paranaense Análisis. Esa edición venía acompañada por el suplemento ‘Fútbol a cuatro manos’, que contenía extensas notas especiales para El Miércoles de autoría de Jorge Villanova y de Fernando Poerio, y con ilustraciones de Aco.
Así, compartiendo con nuestros lectores algunas de las más relevantes notas publicadas durante dos décadas, celebramos los 20 años de Miércoles, que se cumplen en este 2020.
A 18 años del gol más grande de la historia
Fútbol a cuatro manos (2004)
Junio es el mes del fútbol, el de los mundiales, el del gol más grande de la Historia (el de Diego a los ingleses ¿es necesario aclararlo?), y tras el mes del fútbol, va este suplemento especial, escrito a cuatro manos, por dos amigos que están de acuerdo en muchas cosas y no en otras. Uno habitué de estas páginas, el Gringo Villanova; otro, Fernando Poerio, viejo y fiel lector, esta vez en otro rol. Uno de Boca, el otro de River; uno más intimista, el otro más extrovertido; los dos con la política y la historia reciente metidas en la piel; los dos acostumbrados a sufrir pero también a gozar por ese redondo objeto del deseo. Aquí, en estas páginas, repasan –a cuatro manos– una historia que por momentos parece hecha pelota. Un poco por la nostalgia, otro poco por la alegría, pero siempre por la ilusión esférica. Pasen y disfruten.
Escriben Jorge Villanova y Fernando Poerio
Escribe JORGE G. VILLANOVA
En el principio fue la infancia, y ahí nomás el fútbol. No hay un momento preciso en el cual el hombre pueda afirmar: «Desde hoy me gusta el fútbol» o, «Yo me hice hincha de Boca el día tal». Y mucho menos una razón para ello, o tal vez sí, porque en definitiva hay miles de historias en el mundo. He aquí una de ellas. ¿Cuándo fue que el medio nos empezó a influir?, es decir los amigos que te preguntaban ¿De quién sos vos?, y en cambio los amigotes te preguntaban ¿De quién sos vos? Radicaba entre ambas preguntas una sutil diferencia.
Fotos viejas que ya nos reflejan con una pelota bajo el brazo. ¿Cuantos años teníamos? ¿Tres, cuatro? por ahí andábamos. Deducimos por el color de las fotos, por la ropa, -no existían para nosotros ni Adidas, ni Topper ni siquiera Diportto-, por los grandes que están junto a nosotros, que por entonces eran menores de lo que somos hoy, pero nos parecían viejísimos. Aquel auto estacionado debe ser un Valiant ‘67 o 68, pero no agrega mucho. Por entonces un auto nuevo soportaba su condición de impecable por muchos años. Joya, nunca taxi. ¿Qué cancha será ésta, la de Libertad de Lucas o la del Agrario Rocamora?
Lo cierto es que es en 1978 con el Mundial cuando empezamos a involucrarnos plenamente en el mundo del homo futbolensis. Y esto le debe suceder a toda generación cada cuatro años. Pero convengamos que el Mundial ’78 fue diferente, por la sencilla razón que se llevó a cabo en este país.
“No, tenés razón, el ascenso no lo conseguimos, pero últimamente en Entre Ríos los gurises están naciendo mensanas”
Somos hijos del mundial, sin alternativas. Bombardeados por todos lados: En la escuela junto a Aurora, Mi bandera, y alguna canción de Linares Cardozo sobre el Supremo Francisco Ramírez que hacían los Hermanos Cuestas, estampábamos sobre los renglones de gloria, en Educación musical, la Marcha del Mundial, aquella que iniciaba a manera censal “25 millones de argentinos, jugaremos el mundial...” y a esa edad ¿de qué íbamos a jugar? todos queríamos ser el goleador, el “9” de la selección de esa justa deportiva sin igual.
El Anteojito también contribuía con la lista de países participantes, que servía al menos para familiarizarnos con las banderas de cada uno de ellos y con el jugador más importante de cada seleccionado: Dino Zoff, Teófilo Cubillas, Johan Cruyff (Qué nunca iba a venir). Por Argentina siempre aparecía el técnico Menotti.
Y me parece a mí si el recuerdo no me traiciona o la mascota Mundialito también pertenecía a la pluma de García Ferré y por eso todas las semanas el Anteojito traía cuatro figuritas para completar el álbum obsequiado por la revista, que así, de paso, se aseguraba –al menos por dos meses- la venta de la revista. Por entonces el gauchito nos encantaba, lo veíamos en remeras, bolsos, vinchas, bombones Cremalín, cajitas de fósforos, muñequitos y cientos de productos más que aparecían en el mercado, cuando aún ni se conocía el término merchandising. La verdad es que no se apartaba del clásico mal gusto para elegir mascotas en cada evento deportivo. ¿Se acuerdan del oso Misha en Moscú ’80? ¿Y Naranjito en el ’82?, no hubo ni habrá mascota más pelotuda que esa.
Por supuesto que tampoco dejamos de coleccionar las láminas “didácticas” que traía el diario La Calle, con cada una de las 16 selecciones y datos geopolíticos de cada país. Qué dirían por ejemplo de la forma de gobierno en Argentina ¿Representativo, republicano y federal? Si hubieran salido un año posterior, la de Irán hubiese incluido datos de la revolución islámica.
Y con el Mundial nos familiarizamos con los nombres de los jugadores argentinos, el 10 era Kempes, el 5 Fillol, el 14 Luque, y así todos con su número respetando el orden alfabético, por eso el Beto Alonso tenía el uno y Ardiles el dos. Lo indudable es que a esa altura ya éramos hinchas de Boca, y aunque forzábamos la situación, alegando que Gatti y Pernía debían estar y que Tarantini era jugador boquense –obviábamos el detalle de libre- las gallinas nos refregaban que en la selección eran casi todos de River: Fillol, Passarella, Luque, Alonso, el Negro Ortiz. Menos mal que faltaban J.J., Merlo y Pedro Alexis González que si no le cambiaban la camiseta ahí nomás. Para colmo después aparece Ramón Díaz y compran a Kempes y Tarantini.
Por ese entonces River era multicampeón, ganaba metropolitanos y nacionales sin parar. Lo bueno era que el Toto Lorenzo dominaba en la Libertadores y era campeón del mundo derrotando al Borussia Moenchengladbach. “Sí, pero es el subcampeón de Europa” te decían, “Somos campeones, a llorar a la iglesia”, contestábamos, y no nos importaba si la camiseta piqué era calurosa o no, la usábamos hasta para dormir. Por supuesto que proporcionalmente a la importancia que le dábamos a esos títulos, los gallinas los desvalorizaban, aunque por dentro se morían de envidia. Con el tiempo River derrotaría a un cuadrito llamado Swat, Stewart, Steaua o algo así, a cuyo arquero el padrecito Ceaucescu le cercenaría las manos, de eso nos enteraríamos años después junto con la caída del muro. Hablando de muros y de River, a la que no podría vencer sería a la poderosa Juventus de Del Piero. Pero esto fue como diez años más tarde. Una verdadera pena para el fútbol argentino.
“Se asombraban los porteños de jugar contra carniceros, ordenanzas, empleados y laburantes”
Pero volvamos en el tiempo y a las figuritas: porque en los kioscos también conseguíamos. El secreto era no comprar muchos sobrecitos juntos porque se repetían, había que dejar pasar algunas cajas. Las había redondas y cuadradas. Las cuadradas eran caricaturas de los jugadores más conocidos: Galletti, Artico, los Killer, Dante Sanabria, Hugo Pena, Néstor Scotta. Con las redondas completabas los equipos. Y si bien por entonces los planteles no variaban demasiado en ocasiones algunos jugadores ya no pertenecían al club cuando llenabas el álbum. Taverna ya no estaba en Banfield, Berta no pertenecía más a Ñuls, al pibe Marangoni lo recuerdo con la camiseta de Huracán y también con la de San Lorenzo ya que por alguna triquiñuela de la memoria se mezclan las colecciones. Si completabas el álbum te regalaban una pelota Nº 5, y eso era lo más importante que te podía pasar, porque en ese entonces una Nº 5 no se conseguía por dos pesos. La verdad que no eran buenas. Tenían cascos alargados en dos colores y a la semana ya estaban ovaladas y despintadas. Pero no importaba, eran de cuero. Claro que para llegar tenías que conseguir las difíciles, que eran la de Carrascosa y la de J.J. López. En los sobres nunca la encontrabas, así que el camino era cambiar esa pila de figus repetidas que servían para jugar por alguna de las inhallables. Por favor respondan con una mano en el corazón ¿Alguien conoce a alguien, valga la redundancia, que haya ganado una de esas pelotas, o todo fue una leyenda inventada para alimentar nuestra pequeña utopía y sus ganancias?
También la Coca Cola se subió al tren mundialista. Por ahí guardado está el álbum –completo- con las tapitas. Están los escudos de todos los países que llegaron a las finales en los mundiales, del ’30 al ’74, y las 10 pruebas –jueguito con un pie, con los dos, pegarle al arco desde lejos, etc.- que tenías que realizar para ganar no sé qué cosa. Acá decían que la difícil era la que tenía el logo de FIFA-Coca-Cola, pero en realidad la que no conseguías ni tomando un cajón completo del dulce jarabe era la del Brasil Campeón 1962, y eso que uno contaba como changüí con las tapitas conseguidas en el boliche de los abuelos. Al final no recibimos nada, pero nos llevaron a todos al cine Texier a ver dibujitos animados de la Pantera Rosa y con la entrada sortearon cuatro o cinco bicicletas, que por supuesto no ganamos.
“¿Qué lo puede unir a Maradona con un chico que sólo lo vio por videos? Cómo hace este tipo desde la cinta para transmitir a éstos púberes el mismo sentimiento que recibíamos nosotros, que nos hallábamos amparados en un contexto social y político, que en definitiva era el nuestro”
En el ’79 aparece Maradona, la primera noticia fue en el sudamericano del Uruguay y la segunda en el Mundial de Japón. Chacarita estuvo ese verano en Concepción del Uruguay y tuvimos la oportunidad de conocer al alfil de aquel juvenil, Osvaldo Escudero.
El Pichi pasó en el ’81 a Boca junto con al Pelusa, Cysterpiller, la Claudia, Brindisi y el uruguayo Krasousky que venía de Wanderers. Había que olvidar rápido la campaña anterior cuando el equipo de Rattín perdía cinco a dos todos los partidos. Con decir que el goleador era el tres, Miguel Ángel Bordón, está todo dicho. Y cumplieron. Boca ganó el Metro, le metió tres a River y se endeudó hasta la convocatoria de acreedores. Pero la sorpresa fue el descenso de San Lorenzo y la sensación el Ferro subcampeón de Griguol, que tenía un equipazo, el récord de Barissio y un chiquilín bastante atrevido al que le decían Beto y que daría que hablar.
La verdad es que nos interesaba más el Mundial que las Malvinas. No sé si es excusa la edad, pero a los 12 años uno no tiene muy en claro cuáles son las prioridades para un país. Aunque más no sea tenemos el coraje de hacer un mea culpa. Cuando las balas callaron los diarios pasaron de un tema a otro con la velocidad de un rayo. Del Principito a Eljaer Larsen. De Menéndez a Paolo Rossi. Desmalvinizar rápido era la consigna. Pero la Selección estaba vieja, aburguesada, y no contribuía con el olvido. Diego y Ramón no aportaron mucho más. “Vamos, vamos Barbitas esa es la que juega”.
La segunda parte de ese 1982 comenzó a involucrarnos con el fútbol local. La selección de Concepción del Uruguay derrota a Concepción de Tucumán y pasa a la final del Campeonato Argentino por la Copa Adrián Beccar Varela y aunque el nombre destila a TFP, el ansiado trofeo viajaría a Olavarría a manos de la liberal capitana de la industria Amalita Lacroze de Fortabat. El fútbol empezaba a hacerse interesante. Los profesionales de Loma Negra (Armando Husillos, el Pampa Orte) demostraban que el fútbol chacarero iba quedando al margen de las cosas importantes.
“Nos ganaron, los aplaudimos y lloramos. Y estábamos seguros que no íbamos a tener otra oportunidad. No solamente Gimnasia, Uruguay no iba a acceder a semejante oportunidad”
Pero aquella selección desembocaría un par de años después en el quimérico equipo de Atlético Uruguay, que venciendo a Renato Cesarini alcanzaría el tremendo objetivo de jugar el Nacional de 1984. ¡En primera! Un logro sin precedentes. Porque a partir de este momento la referencia del fútbol provincial indefectiblemente se trasladaba a la costa del Uruguay. Zona de cuatro: Estudiantes de Río IV, Huracán y River de Buenos Aires. Un punto sobre 12. Dos goles a favor y 24 en contra. Ningún uruguayense arrimó en el Prode por esos días. ¿Y qué? Héroes igual. Casares, los Velázquez, el Negro Cuenos, los Martínez de Colón, Barrabás, el Milico Gómez y este chico que venía de San Martín de Herrera, Héctor Alba. Se asombraban los porteños de jugar contra carniceros, ordenanzas, empleados y laburantes.
Pero de todo se aprende: Habría que cambiar para enfrentarse a los grandes, o morir en el Regionalito provincial. Ya no alcanzaba con la buena voluntad de cinco mil entrerrianos en el Monumental, y unos cuantos más en el Plazaola. Así y todo no importaba el calor ni las cuatro o cinco horas previas al partido. Fue un hecho excepcional. ¿Recordará Francescoli el día que pisó el verde césped del Atlético? Tal vez guardó El Gráfico en cuya tapa se ve forcejeando con Ayala.
No fue ese un buen año para Boca. Atravesó los dos campeonatos con penas y sin gloria. Quedaría sin Gareca y sin Ruggeri, pero también sin dignidad. Por un puñado de dólares vendería el alma al diablo. En agosto, viajaba en gira por Europa a jugar la Joan Gamper. Dino Sani manejaba el equipo y lo chocaba contra el Barcelona: 9 (nueve) a 1, (¡Pero qué gol de Fernando Morena!). Fue tan mala la gira que terminó en México con Abdeneve lesionado y Hugo Gatti como centrodelantero.
1984 fue excepcional para Orwell y para Independiente, bailó al Gremio allá y con el empate fue campeón. Tal vez uno de los últimos cuadros que se pueden recitar de corrido. La final en Tokio fue especial porque con el gol de Percudani se rendía al Liverpool inglés. No fue el primer partido contra el Imperio, pero casi. Boca en la gira había derrotado al Aston Villa dos a cero, pero nadie se acuerda.
Al Fútbol Zonal íbamos en contadas ocasiones. Y muy pocas veces nos interesaban los partidos. A decir verdad, el único interés que nos movía era hormonal. En otras palabras, eran intentos –siempre fracasos- de culminar, mate mediante, lo inconcluso de la noche anterior en los bailes en el salón del club Juventud. Por entonces una mirada, una palabra que nos dedicaban las chicas nos hacía sentir tan irresistibles como John Travolta, y pensábamos que se caerían rendidas a nuestros pies. Éramos tan jóvenes... por decirlo en forma piadosa.
“La radio trajo la noticia: “Dio positivo”, dijo. A él le cortaron las piernas y a nosotros se nos desplomó el cielo. Cuántas veces nos habremos, estremecido los habitantes de estas comarcas, con esa sensación de orfandad y ausencia, de fin de los tiempos, de latrocinio al sueño colectivo”
Igualmente vivimos los últimos coletazos de la época dorada del zonal. Jugadores mitológicos como los Cardozo de Pronunciamiento, los Alba de Herrera y los Latour de Caseros, integraban la Selección, los Zorros Blancos, dirigida por Cochecho Muñoz y harían historia en los campeonatos provinciales.
Del 85 no hay mucho, Argentinos enfrentando a la Súper Juve de Platini, la clasificación agónica ante el Perú de Reyna con la corajeada de Passarella y los goles naranjas de Alonso (¿O fueron en el ’86?).
1986 se resume en un nombre: Diego. Nadie daba dos pesos por Bilardo. Llegaba maltrecha la selección a México. Había derrotado a Israel y perdido con un seleccionado de larga raigambre futbolera como Noruega. Campeones, loco, campeones del mundo, de visitantes, sin ningún 6 a 0 sospechoso y sin manipulaciones de régimen político alguno.
Bilardo ganó por Maradona “¿Y qué querían, que no lo ponga?”, respondía el Narigón ante cada cuestionamiento gataflorista. Todo lo que se pueda decir del Diego está de más. Está condensado magistralmente en ‘Me van a tener que disculpar’, el soberbio relato de Eduardo Sacheri, y en los relatos de Víctor Hugo, que chinga en una sola cosa: cuando lo traiciona el sentimiento del hincha, y dice “A Inglaterra, aunque sea con la mano”. El barrilete cósmico lo escuchó y entonces diluye la Mano de Dios con el mejor gol de todos los mundiales, desparramando yonis por el Azteca. A Inglaterra, justo a Inglaterra, y aunque el fútbol es fútbol y política es otra cosa (¿será tan así o es otra zoncera que nos impusieron?). En el pueblo, al menos, la herida estaba fresca. Después vendrían los paraguas diplomáticos y los ositos Winnie Pooh. Pero ya lo había dicho Julio Roca (h), Argentina por tradición y dependencia económica integraba la Commonwealth.
A veces, cuando la pelota se para, se levanta la cabeza y se mira hacia atrás, surgen las preguntas: ¿Cómo verán las generaciones actuales aquellos años, signados por acontecimientos tan dinámicos como Malvinas, el regreso a la democracia y el Mundial ’86? Esos chicos que hoy tienen 20 años y daban sus primeros pasos percibirán estos acontecimientos como algo lejano, y pienso en nosotros y nuestra visión de los hechos como el Brasil del 70, el golpe a Illia e, inclusive, el regreso del General, que los vivimos como actos que pertenecientes al más remoto pasado y, sin embargo, fueron contemporáneos a nosotros. ¿Qué lo puede unir a Maradona con un chico que sólo lo vio por videos? Cómo hace este tipo desde la cinta para transmitir a éstos púberes el mismo sentimiento que recibíamos nosotros, que nos hallábamos amparados en un contexto social y político, que en definitiva era el nuestro.
Tripa, corazón y enfermería fue el Mundial 90, y con otras manos de Dios, las de Goyco. Forja otro gol el Diego y lo culmina Caniggia. Los napolitanos tan desconcertados que al final dividieron su corazón entre los que siempre los humillaron y el que un día llegó para redimirlos. ‘Héroes II’, insinuamos.
Saltamos al ’91. Hacía cuatro o cinco años que Gimnasia venía armándose con los mejores jugadores de su generación y en ese ’91 hizo eclosión. Al principio lo seguían los hinchas históricos. Pero los triunfos llegaban y nos fuimos sumando de a poquito. Cuando llegó la final contra Chicago éramos poco menos que barrabravas.
“Nunca vas a entender cómo un cuadrito como éste, sin apoyo económico ni gubernamental, sólo con su esfuerzo llegó a donde llegó”
Contaba el Lobo con ese tipo de jugadores de los cuales uno lamenta que no jueguen más, y recurrentemente proclamamos: “Mirá si lo tuviéramos al Aldo”, “Como se extraña el Nono”, “Carlitos Valente, ¡qué jugador!”. Final que se perdió por penales. Se había ganado mucho por esa vía. Y siempre están los que ensucian y te dicen que la perdieron a propósito. Que se lo digan en la cara a esos jugadores, y vamos a ver cómo le dejan la jeta. Entradas anticipadas, largas colas, tribunas completas. Demasiado, tanto que una tubular se desplomó, carne fresca para Crónica e insultos para el gobernador Busti, aunque la barra cantase la marchita. ¿Qué hacía Chiro ahí, brincando entre el nacionalismo y el trotskismo? Eso, precisamente. Nos ganaron, los aplaudimos y lloramos. Y estábamos seguros que no íbamos a tener otra oportunidad. No solamente Gimnasia, Uruguay no iba a acceder a semejante oportunidad. Porque el equipo era de todos y entre los pocos trapos de entonces los había de Atlético y de Almagro. En verdad para nosotros hubiese sido lo mismo cualquier cuadro, porque por entonces llevábamos al Núñez gorritos de Boca y gritábamos los goles de Graciani, Latorre y Batistuta.
Boca fue campeón, pero parece que después no. Para Colmo se cruzó en Chile con el Colo-Colo, fue la Noche de los Perros Largos. Desde entonces hay dos torneos por año o un campeonato dividido. La consigna es vivamos rápido, convertibles y exitosos, no importa que la felicidad dure sólo cuatro meses.
Después el gol de Solbes, pobre, no sabía si gritarlo o no, lo salvó Benetti (¿existió Benetti?). El Bambino que se acuesta con chicos y amanece meao. El Diego en cana y suspendido. Cómo le pegaron. Cómo lo esperaban. En un santiamén pasó a ser el enemigo público Nº 1, el paradigma del fracaso argentino. Cómo se regodeaba Neustadt, que por fin tenía a mano al verdadero causante de todos los males de nuestra sociedad, el chivo expiatorio de nuestro destino errante, y eso que gobernaba Menem junto a todo el peronismo.
Pero fue Goycoechea el que se comió todos los amagues -como dijo el tirifilo de Sanfilippo- el día que se encendió Valderrama. Y entonces hubo que convocarlo, para poder llegar al mundial de US Soccer, a pesar del dolor de huevos de Grondona.
Fue tan duro, tan doloroso, porque muchos (¿todos?), fuimos más hinchas de él que de la selección mercenaria de los canales de televisión. Che, Redondo, ¿jugás o filmás la publicidad de pastillas Renomé? (Tírenle también un güeso a Chamot, que al menos jugó en el Girnasia entrerriano). Gritamos su gol contra Grecia más que ningún otro, porque mostraba al mundo que había vuelto, que estaba vivo. Y después, la ignominia, el oprobio y el escarnio. Podrán decirnos todo lo quieran, pondrán sobre la mesa todas las pruebas que se les ocurra, pero nunca podrán limpiar sus manos manchadas por la aleve traición. ¿Qué te pasa Gorda? ¿Tenés miedo que se te escape? Él, justo él, el que se enfrentó a todos los de arriba, no se te va a escapar. Él, que siempre fue consciente de su poder y que lo puso al servicio del fútbol y de sus compañeros. Él, que sabe que puede equivocarse pero que la pelota no se mancha, para eso están los Macri, los Grondona, los Havelange, los Blatter. Y se acabó el Mundial. Ya no miramos más los partidos. Quedó tan vacío que la final fue un 0 a 0 grandote, al que ni los penales pudieron darle emoción. Y se acabó por que faltaba uno. La radio trajo la noticia: “Dio positivo”, dijo. A él le cortaron las piernas y a nosotros se nos desplomó el cielo. Cuántas veces nos habremos, estremecido los habitantes de estas comarcas, con esa sensación de orfandad y ausencia, de fin de los tiempos, de latrocinio al sueño colectivo. Ese 29 de junio y tal vez un 26 de julio hace ya más de 50 años. Ponele Malvinas también, si querés.
Pensamos que el fútbol era irrecuperable, y entonces comprendimos que el Diablo sabe por Diablo, pero más sabe por mafioso: “Todo pasa, querido”. Y nos pasaron fútbol, nos pasaron de fútbol, de Primera, de Nacional B, de la B, la C y la D, mexicano, guatemalteco, italiano, ugandés. Basta, ¡me rindo Niembra! Me vuelvo al Zonal, donde por fin gritamos “¡Agrario Campeón, Carajo!”, con Pirulo, el Aldo metiéndole gas al equipo, y el ya no tan Chiquilín que seguía haciendo goles. El Chino puso el 3 a 2 al Depro allá, triunfo y caravana por “la J”. ¿Cómo que chocaron, si iban todos pa’l mismo lado? Bueno, vos viste como son estas cosas, las masas cuando se desbordan son incontrolables.
Otra vez los clásicos como cuestión capital: La Baxada del Paraná Vs. El Arroyo de la China. De qué clásico hablás chupacirios si el Noni juega para nosotros. Y Ronaldo también. A la B vamos nosotros, porque se sabe: “Patronato es Argentino, pero el Lobo es Nacional” ¿Y, Gata? ¿Ahora qué hacemos? ¡Qué vamos a hacer, jugar al fútbol! Pero no alcanza y descendemos. Bueno, probemos otra vez. Y por la tele vemos Adidas contra Nike o Francia 3 Brasil 0, pero lo hacemos relajados, tranquilos, levitando casi, porque hace apenas cinco horas los goles de Saboredo en Bahía Blanca y las atajadas de la Araña Maciel en Paraná nos regresan a donde pertenecemos. Yo estaba una noche, atrás del arco de la costanera, cuando al arquero le gritaron “Puto, volvete a Patronato” y él, sin inmutarse, respondió: “Callate, boludo, que gracias a mí están acá”. Un maestro el Araña. Lo curioso es que ese hecho se fue transformando en una especie de leyenda, al menos ya me la contaron en tres versiones diferentes en las que el provocador nunca es el mismo.
Lo que Chiquito Benítez no define frente a Jorge Herrera, lo concreta el Fito con Cipolleti. Y cada vez mejor, y cada año aspirando a más. Pasan Quilmes y Chicago y se nos va Roldán. Llega Vendakis y estamos a las puertas del cielo. Platense, Defensa, Instituto, Rafaela no pueden con los goles de Ceballos y el Negrito, mucho menos con el fútbol del Lalo y de Cantero. Catriel, nombre cacique, para la valla mensana. Podemos analizar de arriba a abajo, de atrás pa’ delante. Que jugamos con el equipo del comisario nadie lo duda, que lo hicimos en una cancha imposible tampoco. ¿No les importa que se quiebre la platea? ¿No les importa que el parapelotas pueda matar a sus hinchas? Decime, Ruso Ramenzzoni, vos que sos abogado, ¿no caben acciones legales ante tanta inoperancia, desidia, y tantas vidas en juego arriesgada por una pelota? Y vos, Glezer, calláte o te mandamos a Madorrán. ¿Ah sí? ¿estás de vivo?, mirá que lo único importante son los resultados, con un 0-3 alcanza para que te quedes sin nada.
¡Ésta! Ya te ganamos, ¿y sabés por qué?: Porque vos nunca vas a lograr que un club que es del interior del interior, como éste, conmueva a toda una provincia. Nunca transformarás una derrota en la cancha en una victoria en las calles. Nunca vas a lograr que las viejas digan en la panadería “Oiga, don, 1/2 de pan, seis facturas y ¿no sabe cómo salió Gimnasia anoche?”. Nunca vas a ver banderas en la ruta a las dos de la mañana después de una final perdida. Nunca vas a entender cómo un cuadrito como éste, sin apoyo económico ni gubernamental, sólo con su esfuerzo llegó a donde llegó. Y sobre todo nunca vas a conseguir que alguien cambie de equipo. Porque más allá de que sigan surgiendo, los admirados Riquelmes, Saviolas, Cavenaghis y Tévez, en los últimos tiempos somos muchos los que preferimos a Rodrigo en lugar del Pato, defendemos a muerte a un Fito González viejo y peludo en vez de un Melli Schelotto, nos duele más la fractura de Alfredo que el desgarro de Salas. ¿Qué Coudet ni Coudet? Pochito Sánchez. Y todavía faltan Fiorottito, Banegas y el Kiki, que piden pista.
No, tenés razón, el ascenso no lo conseguimos, pero últimamente en Entre Ríos los gurises están naciendo mensanas.
Escribe FERNANDO POERIO
Es raro, pero mi primer recuerdo del fútbol no es una pelota, un campito o la primera vez que fui a la cancha. No, mi primera asociación es con la radio. Con una radio. Roja en todos los costados, frente amarillo y el dial con una ruedita en el frente, con una marca con birome hecha por mi hermano para saber dónde sintonizar al Gordo Muñoz en Rivadavia. Eran épocas donde los partidos se jugaban la B los sábados y la A los domingos. Todos el mismo día y a la misma hora, y se relataba el partido más importante de la fecha, que eran generalmente River o Boca, pero no siempre. Al otro día a cargar (o ser cargados) en la escuela los gurises y en el trabajo los grandes, con los argumentos escuchados por la radio y sólo por ahí. Qué lejos quedó y cuánto cambió todo, que hoy día lo que no vemos, no existe. En cualquier ámbito de la vida. Confiábamos que Alonso había jugado un montón y que Merlo le pegaba a todo lo que se movía y chau, era así. Además, con siete, ocho o nueve años cumplidos a partir del 76, ¿cómo desconfiar? Si había una sola verdad.
“De la Gloria nos separó la Mafia Grondoniana y algunas decisiones mal tomadas. Del orgullo no nos separó nada”
Con esa radio escuché los triunfos de River a partir del 75, la copa ganada por Boca al sub-campeón de Europa, el Mundial 78, la campaña de Engranaje 79/80 (de visitante, de local fui) y tantos otros recuerdos que lo que me asombra actualmente es que creo haber escuchado dos o tres años partidos de fútbol y nunca haber visto un partido oficial personalmente. Les dije que era raro, pero es así.
Ya que toqué el Mundial, ahí voy con lo que me queda de recuerdos de mis nueve años. Los partidos no se veían en todas las casas, en mi Floride no se veía, había que tener antena giratoria (¡epa!, ya no te acordabas, ¿no?) y si había humedad, mejor. El Mundial se jugaba en las cinco sedes, en la escuela, en las calles, era una causa nacional. Recuerdo a mi tío Juan Pedro (él tenía una radio Carina, la mejor) diciéndome que había equipos que no querían venir porque «acá no había paz». Yo no entendía nada. ¿Podemos criticar a los que vivieron esa época y su apatía por lo que pasaba? Podemos. Pero también debemos ver que hay una sociedad que está cómoda mirando siempre para otro lado (Malvinas, los espejitos de colores menemistas, hoy con los piqueteros, etc.) y recordar que al fútbol se lo sigue usando para distraer y ya no sólo para la época de los mundiales, para no cometer los mismos errores, que es en definitiva para lo que más sirve mirar hacia atrás.
Vuelvo al Mundial y a los recuerdos: Kempes, el Pato Fillol (¿se acuerdan, tiempo después, de la publicidad de los Helados Laponia con las imágenes del penal y el tiro libre atajados a Deyna, el polaco?), Passarella, la camiseta ensangrentada de Tarantini, Clemente y los papelitos, el partido con Perú (pedazo de pacto de silencio), la Copa, la película ‘La Fiesta Inolvidable’ y la caravana de todas las escuelas al Cine San Martín para verla, para reafirmar el engaño. La repetidora que no llegó para el mundial, iba a llegar para el Juvenil del 79 a jugarse en Japón. Podríamos ver un equipo que marcó diferencias notorias en todo el campeonato y que hizo despertar a horarios insólitos a todo un país. Otra vez el exitismo, la gente en las plazas y la aparición de un tipo que jugaba a otra cosa: El Pelusa. ¿Fue ese el principio de una vida que ya no le devolvería nunca más su propia vida, la que él hubiese querido vivir?
Creo que sí. Como creo que si me pongo a escribir sobre Maradona redundaría en cosas mil veces escritas sobre una de las personas que muestran a la sociedad argentina tal cual es, porque basta tocar el tema con alguien para ver cómo sale «de lo nuestro, lo peor». Maradona divide al país exactamente en la misma línea en que lo dividen los pobres y sus reclamos. Maradona es argentino en los triunfos y es un negro villero cuando desnuda sus debilidades de, simplemente, humano. Diego no es Dios, ni nunca quiso serlo, no es ejemplo en todo, nadie lo es. Que no quiera vivir aquí es símbolo de lo que les pasa a muchos que dan todo por nuestro país. Injusticia. Creo que es la palabra. Termino con unas palabras del Negro Dolina que escuché y a veces las uso, y ahora que las releo, las transcribo: «A la hora de poner las manos en el fuego, el buen amigo habrá de ponerlas aún cuando sepa que es posible quemarse. Porque las manos en el fuego con la seguridad de no sufrir quemaduras las pone cualquiera. Y si Diego, que tantas alegrías nos ha dado, no merece que hoy nosotros pongamos las manos en el fuego aún cuando las saquemos quemadas, pues entonces yo no entiendo nada ni de fútbol, ni tampoco -y lo que es peor- de la vida». Fueron dichas y escritas en el 94. Hoy cobran actualidad.
Del fútbol local, las imágenes arrancan con la campaña del Engranaje del 79/80. Tengo un gran amigo, Raúl, que me llevaba a verlo porque era hincha y porque su hermano jugaba. Nos quedamos con Atlético de Paraná, cuando ellos aún nos ganaban los regionales. A los regionales iba el campeón local y le podía pedir jugadores a los otros cuadros. Así planteado, jugaban más o menos los mismos siempre. El Zurdo (¿qué Zurdo? ¡Velázquez, nene, Velázquez!) era una fija, y tantos otros igual. La ciudad se encolumnaba detrás del campeón local, salvo algunos casos. El fútbol de Buenos Aires estuvo siempre bastante lejos de tener algunos de nuestros muchachos (el más cerca Portillo, en Dálmine). Aún hoy no veo el motivo, o veo varios, que es más o menos lo mismo. Esos planteles del Regional terminaron con la campaña del Argentino en el 82, perdiendo la final con Loma Negra de Olavarría, 0 a 0 acá, 0-3 allá. Esa base siguió y consiguió la clasificación al Torneo Nacional en una final con Renato Cesarini. Ganamos 1-0 acá, gol del Ruso Ayala y perdimos 2-1 allá (gol visitante valía doble). El gol nuestro: Mario Wurst desde un ángulo que, según pasan los años, cada vez se cierra más como el gol de Grillo a los ingleses. En la zona nos tocó River y allá fueron miles de almas a llenar la tercera bandeja del Monumental. A estas tierras llegó la banda con Francescoli, Gallego, Pumpido, etc. a jugar en un estadio acondicionado para 12 mil personas. Fue fiesta histórica de esas que, se intuye, pasan una sola vez.
“Recuerdo el aliento contenido en esa larga carrera hacia el gol más increíble de todos los tiempos. Lo vi, y aunque esté registrado y lo puedan ver todas las generaciones que se les ocurra, lo vimos en ese momento. Fue único, grandioso, emocionante, «barrilete cósmico» dijo Víctor Hugo. Todo resulta poco”
Más atrás, por los finales de los 70 y principios de los 80, se jugaba en nuestra ciudad, en verano, el Nocturno de los Barrios. Verdadera fiesta popular donde se armaban equipos realmente del barrio, con no más de cinco o seis fichados por equipo, dos partidos por noche y si terminaba empatado se definía por penales. Los penales eran tres por equipo y los pateaba el mismo jugador. El que ganaba seguía y el que perdía pasaba a ronda de perdedores donde, si perdías, afuera. Se jugaba en el Núñez y el resumen de la semana lo escuchabas el sábado, con El Marqués por LT11. Yo era hincha del Ministerio (camiseta a lo Peñarol) porque mi papá trabajó ahí toda la vida y lo seguíamos. El arquero era el dentista Flores que se destacaba por lo volador y no sé si me traiciona el presente, pero creo que ya era pelado. Una vez llegó a la final con Stella Maris y perdió, pero mi papá no me llevó porque hacía frío y me recuerdo levantado, esperando que llegue para saber cómo salió. Me llevó tiempo perdonarle el no haberme llevado.
Sigo y la memoria me deja en la final con Chicago, la tribuna caída, la ilusión rota y el comienzo de una etapa predominada por el Lobo con sus ascensos y descensos a la B Nacional. De la Gloria nos separó la Mafia Grondoniana y algunas decisiones mal tomadas. Del orgullo no nos separó nada.
La pelota es el mejor regalo que se le puede hacer a un gurí, a cualquier edad. También lo fue para mí. Horas pateando en la Geopé, o en el Quemú-Quemú y, años más tarde, en La Aceitera. Se jugaba hasta que no se veía más la pelota y si el partido era parejo, era de cagones decir “che, vamonós, no se ve”.
Llegábamos roñosos y cansados, pero al otro día volvíamos y nos costaba entender cómo un jugador profesional podía jugar sólo una vez en la semana. Nosotros, en vacaciones, jugábamos todos los días aunque lloviera. Hoy sigo despuntando el vicio todos los sábados, pero he entrado en la etapa en donde ya ni te putean, en donde después de la jugada más horrible que hiciste o la pelota que no llegaste, tu compañero te dice «bien igual», lo que demuestra que ya todos saben que no podés. Es hora de ir dejando y pensando en un deporte a nuestro ritmo. El ajedrez es una buena opción.
Recuerdos desordenados, dije en el título y me sirve de excusa para seguir. Al Mundial 82 llegamos con la base del 78, más Maradona, Ramón Díaz y nuestra cuota habitual de soberbia. Este mundial es para mí el comienzo del fútbol de los años modernos. Fue el triunfo del Catenaccio, el triunfo de los tanos que nos pegaron mil patadas a nosotros, mil a los brasileños que tenían un equipo de ensueños: Junior, Zico, Falcao, Socrates, Toninho Cerezo... y para equilibrar un poco tenían al horrendo arquero Valdir Peres. Fue un Mundial triste. Fue un presagio del fútbol que se empezaría a jugar. Argentina volvió golpeada. Muchos no volvieron de Malvinas.
Toqué el tema de los brasileros y digo algo por lo que soy consciente que me van a putear: los brasileros están un paso adelante en este deporte. Cuando los dejamos afuera del Mundial 90 fue para ellos una bisagra. Ya nunca más se regalarían. Tres finales consecutivas jugadas y, si no median imponderables que este juego los tiene y muchos, en el 2006 se juega por el segundo puesto. Los podemos frenar nosotros, por ser un clásico. Yo sé que la rivalidad existe, soy el primero que les quiere ganar, pero han usado al fútbol para dividirnos con ellos y con los uruguayos y nos cuesta reconocer todo lo demás.
Dije uruguayos, y recordarán muchos que, durante años, vimos a través del 3 o del 12 de Fray Bentos más clásicos Nacional-Peñarol que River-Boca. Sabíamos mejor cómo jugaba Morena que Luque o Morales que Perotti. En el noticiero aparecía un joven periodista que años más tarde se convertiría para mí en el tipo más creíble y coherente de los medios: Víctor Hugo.
Voy llegando a la etapa más gloriosa de nuestro fútbol. En el año 86 River gana todo y Argentina es Campeón del Mundo. El proceso para llegar a las eliminatorias y al mundial es muy difícil de explicar. Siempre digo que se puede estar de acuerdo o no, pero ese tiempo para Bilardo son iguales que los que hoy sufre Bielsa. Demasiados intereses hacen perder objetividad ¿no, Niembro? Pero volvamos, al mundial se llegó por una corajeada de Passarella y el botín justo de Gareca. Se fue pasando coreanos, italianos y búlgaros. La figura de Maradona crecía y pasábamos a los uruguayos y luego vino la Mano de Dios y la Gambeta del Diablo. Recuerdo el aliento contenido en esa larga carrera hacia el gol más increíble de todos los tiempos. Lo vi, y aunque esté registrado y lo puedan ver todas las generaciones que se les ocurra, lo vimos en ese momento. Fue único, grandioso, emocionante, «barrilete cósmico» dijo Víctor Hugo. Todo resulta poco. El Mundial siguió, pasó cómodamente Bélgica y una final infartante con Alemania, definida con una corrida heroica de Burruchaga (al que uno le gritó fracasado cuando vino a Uruguay y muchos otros aplaudieron) nos hizo campeones sin sospechas. De punto, como nos gusta.
Del 90 poco para rescatar. Dejamos afuera a brasileros e italianos y otra vez Maradona en el centro de la escena. Por su tobillo, su jugada frente a Brasil y por su jugada contra el Poder de la FIFA que, se sabe, cobra las rebeldías como lo que es: una Mafia. Lo sabría Diego años más tarde. Con la ida del 10 y el corte de piernas del 94 se fue la última trascendencia de Argentina en selecciones. Volvimos a ser uno más, que está dentro de los mejores seis del mundo. Y punto. No más que eso, que no es poco pero que a veces sirve para confundirnos.
Dejo para el final un tema que no sé bien por donde abordar porque tiene muchas puntas. Digo: de fútbol, como juego, ya no se discute. Se discutió con Menotti-Bilardo, aunque estaba cargada de intereses, pero se discutía. Hasta hace poco se hablaba del fútbol que nos gusta a los argentinos y eso es, hoy día, un gran verso. La gente dice que le gustan los jugadores hábiles con la pelota que son los primeros en ser puteados cuando la pierde. Cada vez se festeja más el tirarse a los pies que tirar un caño. En la tribuna o sentados frente a la tele, cada vez quedan más “Refutadores de Leyendas” que “Hombres Sensibles de Flores” (Crónicas del Ángel Gris, Alejandro Dolina).
Hasta no hace mucho tiempo el mejor equipo era el que más sabía con la pelota y ahora es el más ordenado, el que más corre. Tiene de bueno que premia al equipo que es más solidario dentro de la cancha, un valor a rescatar, pero qué quieren que les diga, es efectivo, sí, pero no me gusta. Que el 5 sea corredor, o que los zagueros sean lungos reventadores de pelota, es parte de este juego que por algo lo puede jugar cualquiera, no importa si mide 1,60 o 1,90; pero después por favor, gente que sepa con la pelota, dos volantes con manejo, un enganche habilidoso y dos delanteros. No.
Se juega cuatro atrás, cuatro en el medio corriendo, dos adelante y empatemos todo lo que podamos. La pelota no la quiero, tenela vos que yo te contragolpeo dos veces por tiempo. Esto sucedió siempre, pero era el chico que le jugaba así al grande tratando de sorprenderlo. Hoy no, la mayoría juega así. El Milan juega así, el Valencia también y por acá casi todos, empezando por Boca. Está a las claras que es lo que da resultados, pues estoy nombrando cuadros que han ganado mucho en los últimos tiempos y no una vez, sino varias veces. Pero noto –cada vez más– mucho estrés alrededor del fútbol y ya no sólo en dirigentes, jugadores o periodistas que tienen intereses creados, en los hinchas lo noto. Queremos ganar como sea siempre y así sentirnos que salimos de perdedores de nuestra vida diaria. Cada vez se habla más en las declaraciones de «trabajar el partido», «luchar en la mitad de la cancha», «fue importante terminar sin goles en nuestro arco», etc. Cuando un jugador tira un caño se pelean para pegarle, los goles ya casi no se grita ninguno porque ya pasó por ese cuadro, y podríamos estar horas con ejemplos iguales.
Miraba y escuchaba atentamente a Tevez (el pibe que Macri y Grondona pusieron como carne de cañón el año pasado para discutir sus propios intereses) en un reportaje en el programa El Sello y decía que él se divertía mucho jugando en su barrio a la pelota, y ante la pregunta del periodista si se divertía jugando en primera dijo que trataba de hacerlo, pero que en realidad no, ni un poquito. Si un pibe sencillo pero que tiene las cosas muy claras como Tevez no se divierte jugando... muchachos, estamos mal. No voy a caer en el facilismo de que esto es un juego y está hecho para divertirse. Hace tiempo que no soy tan ingenuo. A partir del momento que corre tanto dinero alrededor esto no es posible. Digo que el fútbol, como estética, está en crisis. La gran presión de los medios como voceros de las empresas que lucran con el fútbol, hacen que se presenten los partidos (para muestra los últimos superclásicos) como «la gran batalla para el pase a la final», «un partido de vida o muerte», etcétera, cuando se le puede dar la misma trascendencia quitando dramatismo y agregando un toque de cordura y alegría. Y todo esto tratando de reflexionarlo desde nuestra posición de hincha. Porque poco podremos influir en lo que diga Niembro y compañía. Podríamos exigir como hinchas el divertirnos un poco más porque me parece que cada vez más, en vez de alegrarnos cuando nuestro equipo gana, simplemente nos desestresamos de no haber perdido.
Es esto, vale aclararlo, simplemente una opinión que lejos está de juzgar nada, simplemente instalar modestamente un tema que, como dije, ya nadie habla ni discute, ni se escucha como en tantos otros temas otra voz que, acertada no estará en todo, pero seguro no está totalmente equivocada.
Termino con mi gran Pasión de toda la vida: River. Crecí con él, vi más de 15 campeonatos Nacionales, dos Libertadores, etcétera. Pero sobre todo vi grandes jugadores con el respeto por un estilo: el de tratar bien la pelota. Alonso, Francescoli, Ramón, Orteguita, Aimar, Gallardo, Saviola, D’Alessandro, etcétera. Me tocó ver la época del tri-campeonato más Libertadores y Supercopa, todo entre el 96 y 97 y jugando un fútbol envidiable para quien sabe valorar. La historia también se nutre de equipos luchadores (Libertadores 86) y otros. Suman a la historia.
Decía el Charro Moreno que la pelota es como la mujer, si uno la trata bien viene con vos. Yo digo que el fútbol es como la mujer que uno quiere, en donde primero la pasión se mezcla con el amor, pero siempre tarde o temprano la pasión se va. Ahí debe estar el amor.
Los autores
Jorge Villanova es colaborador habitual de El Miércoles en temas de su interés que, felizmente, suelen ser también del interés de los lectores. Es profesor de Historia, pero no ejerce, y productor avícola. Es autor de la ‘Historia del Rock de Concepción del Uruguay’ y uno de los más conspicuos socios de Gimnasia y Esgrima.
Fernando Poerio es comerciante en el rubro automotor desde su más tierna adolescencia, es casi profesor de Historia. Entre sus orgullos se cuenta el de ser fundador de la Filial ‘Amadeo Carrizo’ de River Plate («Filial, no peña», aclara). Es divorciado y tiene cuatro hijos.
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