"Argentina, la política argentina, necesita de Scalonis. Y no es un disparate: La crisis que afrontamos necesita de gente que deje de dividir donde no hay necesidad de hacerlo. De dirigentes que no le agreguen caos a las tormentas que dominan nuestro clima, y especialmente, de gente que estreche puentes con los que piensan distinto", opina en esta columna el periodista Coni Cherep.
Es probable que se trate de una comparación absurda, pero quiero fundarla: los argentinos tendremos que elegir alguna vez, mas o menos, qué queremos ser. Sin esa dirección común, es dificil hacer un país. Del mismo modo en que alguna vez, los que bajaron de los barcos nos enseñaron a hablar el "cocoliche", el peronismo instauró una idea mágica de solución de los problemas.
Lionel Scaloni es el DT más exitoso de la historia del fútbol argentino. Por lejos. Nadie ganó lo que ganó él. Y aunque no vuelva a ganar nada, será difícil que otro consiga lo mismo o la mitad, en el doble de tiempo que le llevó a el.
Javier Milei es el presidente con menor representación territorial que recuerde un presidente. Todavía no cursó ni una cuarta parte de su mandato, pero ya se considera "el mejor presidente" de todos los tiempos , aunque la realidad de los argentinos, desde casi todos los puntos de vista, está peor que en el comienzo de su gestión.
Ambos, curiosamente, tienen alto respaldo social. Pero representan, cuando hablan y cuando toman decisiones, visiones humanas contrapuestas.
Scaloni elige el diálogo, habla en tercera persona del plural cuando se remite a sus éxitos, y desdramatiza las circunstancias de las victorias y las derrotas
Milei, en cambio, sobreactúa las diferencias, elige siempre señalar a los otros como responsables de los problemas y establece en cada decisión que toma, una especie de épica trascendental, mezclando confusas explicaciones académicas con ritos religiosos y autorreferencias que lo vinculan con una presunta "divinidad".
Lo curioso, lo paradojal, es que Scaloni es un técnico de fútbol y Milei es un político a cargo del destino de un país. Sería hasta simpático si los roles estuvieran invertidos.
Lionel Scaloni, con su mesura, su respeto ilimitado por el adversario, su nula manifestación de deseos de venganzas y revanchas, y especialmente con su negativa a la melancolía sostenída que tenemos la mayoría de los argentinos, parece más capacitado para administrar un país, que Javier Milei para dirigir un equipo, de cualquier deporte.
Y las cosas deberían ser al revés. Quien puede lo más, puede lo menos, reza un principio elemental del derecho. Acá, como casi siempre, todo está al revés. Y encontramos, por ejemplo, en el deporte popular, las salidas que deberíamos buscar para el país.
¿Cómo sería, y es ucronía pura, un gobierno con tanto respaldo como el de Milei, con un presidente decidido a utilizar el diálogo? ¿ Se imaginan al presidente manifestando sus deseos de unidad, de encuentro y haciendo desaparecer de su oratoria y sus infinitas intervenciones en redes sociales, todos los insultos, las descalificaciones y los señalamientos?
¿Se imaginan al presidente, sentado al lado de sus pares de América Latina, conversando sobre planes comunes, aprovechando los intereses comunes, y manifestando con respeto las diferencias ideológicas, que todos tienen derecho a tener?
¿Se imaginan al presidente negándose a ocupar un lugar en la historia, diciendo- como Scaloni- que sólo piensa en lo que está haciendo y no piensa ni siquiera en comparaciones con los gestores de la nación?
¿Cómo sería nuestra realidad, si en lugar de ocupar el tiempo en manifestar tanto, lo ocupara en buscar soluciones y en achicar las distancias con los que se le oponen?
Hagamos al revés, ahora.
¿Se imaginan a Scaloni diciéndole a los colombianos "la tienen adentro"?
¿O diciendo en las conferencias de prensa, que los periodistas que le preguntan no están a su altura?
¿Lo imaginamos diciendo que si, que se siente el mejor técnico de la historia, aún cuando tendría motivos para decirlo?
No. Evidentemente es imposible imaginar lo que no está en la naturaleza del entrenador ni del presidente.
Las formas, las maneras, son tan importantes como las propias acciones. Lo importante, claro, como dice Scaloni, es jugar bien. Se puede tener más o menos suerte, mayor o menor fortaleza mental frente a la adversidad, pero si no se juega bien, no hay chances de repetir el éxito de esta manera.
Milei, en cambio, cree todo lo contrario.
Los que hacen historia, como Scaloni, no andan diciendo que la hacen. La hacen y punto. Será la memoria colectiva la que le ponga el lugar a cada uno. Nadie es lo que dice ser, si finalmente las sociedades que los legitiman, no lo terminan diciendo.
Para Milei, es muy pronto. Y a Scaloni, curiosamente, le sobra. Sin embargo, actúan inversamente.
En esto, hay que reparar en nuestra responsabilidad como sociedad. Los liderazgos que construimos los argentinos fueron y son, personalistas, generalmente arrogantes y con una dosis insoportable de "refundacionalismo": Todo empieza de nuevo con cada líder, y ese líder se encarga de cambiar logos, consignas y pretensiones que lo que "será" el nuevo país. Siempre citando al pasado, nunca al presente. Siempre pretendiendo ser la reencarnación de lo que ya pasó y no funcionó, o lo que imaginamos que funcionó. En otro mundo, en otra realidad, en otra etapa de la vida humana.
"Argentina, los argentinos, necesitamos salir del enojo y equilibrar las cosas. Con paciencia, con menos deseo de revanchas y pensando en el resultado colectivo, no en el individual".
Somos nosotros los que tenemos que elegir ya no a los presidentes, sino a los lideres que nos representen como cuerpo y nos conduzcan por un camino pacífico.
Está claro que no es un asunto que haya fundado Milei. Este señor no es otra cosa que la reacción desmesurada contra otra manera desmesurada de administrar el poder y acumular fuerzas: desde el odio, desde la manipulación de la historia y sus relatos mágicos.
Scaloni, curiosamente, salió de esta misma sociedad. Pero eligió el camino que inició alguna vez un tal José Pekerman: el bajo perfil, la conducción colectiva, y la convicción de que cualquier resultado, cualquiera, es la consecuencia en su mayor parte, del trabajo y la disciplina. Esta última copa, demostró que aún sin Messi en plenitud, un equipo es mucho más poderoso que cualquier suma de individuos geniales.
Argentina, la política argentina, necesita de Scalonis. Y no es un disparate: La crisis que afrontamos necesita de gente que deje de dividir donde no hay necesidad de hacerlo. De dirigentes que no le agreguen caos a las tormentas que dominan nuestro clima, y especialmente, de gente que estreche puentes con los que piensan distinto.
De gente que no busque su piedra filosofal en el deseo de venganza.
De gente que ponga su cabeza en el trabajo por hacer, con el esfuerzo central puesto en el presente y el futuro, sin volver de manera sistemática al pasado, mucho menos perdiendo el tiempo en señalar a los que ocuparon lugares en el pasado, como si quienes probaron esas maneras hubieran conseguido buenos resultados.
No hay salida posible, si lo que nos gobierna es sólo lo emocional y las ambiciones personales de quienes nos conducen. No hay futuro sin contemplar a los seres humanos que van quedando afuera de todo. Les guste o no a quienes prefieren no mirarlo, esos que que quedan afuera estarán en la calle. Y serán inevitables, si pretenden salir a caminar con libertad alguna vez, como lo hacen todos los mortales.
No se trata (solo) de acomodar los números de la macro, bajar los indicadores financieros o fijar resultados verdes ajustados en las planillas de los ministerios.
Se trata, también y fundamentalmente, de transmitir una sensación a la sociedad, de que se sabe lo que se va haciendo y que eso traerá buenos resultados, porque hay objetivos y hay métodos, y voluntad de obtener buenos resultados.
El DT argentino es un modelo de gestión. El presidente, lo contrario.
Argentina, los argentinos, necesitamos salir del enojo y equilibrar las cosas. Con paciencia, con menos deseo de revanchas y pensando en el resultado colectivo, no en el individual.
Para eso, nos hace falta mucho Scaloni. Demasiado Scaloni, para frenar tanto Milei.
(*) Esta columna de Opinión de Coni Cherep fue publicada originalmente en el portal conicherep.com. Se reproduce por gentileza de su autor.
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