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Hambre y educación: la pandemia profundizó la crisis y la necesidad en Concepción del Uruguay

El covid-19 profundizó la desprotección de los sectores más débiles de la sociedad uruguayense. Por eso se incrementaron los asistentes a comedores y la desigualdad en la educación, puesto que en algunas escuelas el “riesgo educativo” alcanzó al diez por ciento.

 

Por JORGE RUBÉN DÍAZ de EL MIÉRCOLES DIGITAL

Edición de fotos y cuadros estadísticos: MARIO BOTTARLINI

 

El Miércoles Digital recorrió cuatro de los 34 comedores registrados en Concepción del Uruguay, seleccionados por su ubicación, en distintas partes ‘sensibles’ de la geografía uruguayense y gestionados de manera diferente: el que funciona en el Club Sporting (barrio La Concepción); en el Salón de Usos Múltiples (SUM) del barrio Los Palos; en la Iglesia Evangélica Obra Misionera Nueva Vida (barrio La Unión); y el “Carita Negra”, ubicado en la extensión del barrio Mataderos. Un club, un lugar que está bajo la órbita municipal, una iglesia y un particular.

Aunque están en distintas situaciones, hay varios puntos en común: la extrema de necesidad de quienes concurren para recibir un plato de comida o un vaso de leche, el desamparo de niños y niñas que, muchas veces, encuentran sólo allí un poco de contención afectiva y social, como las mínimas posibilidades en el acceso a la educación formal.

Desde el intendente, Martín Oliva, hasta instituciones intermedias y militantes sociales entrevistados/as reconocen la gravedad de la situación. Los números en ayuda social que se muestran en este informe son el botón de muestra de una realidad que golpea en la cara, escalofriantes como para que pasen desapercibidos en una ciudad de 80 mil habitantes: el hambre en vastos sectores de La Histórica es algo concreto, y el panorama a corto plazo apunta a que empeorará en los próximos meses. 

¿Que hace el Municipio?

Oliva señaló, en declaraciones al programa ‘En la Víspera’, que se emite por LT 11 producido por la Cooperativa El Miércoles, que en el Presupuesto 2021 se contemplará una importante partida para ayudar a los comedores barriales.

Fragmento de la entrevista al intendente Martín Oliva, En La Víspera, por LT 11 el 3 de noviembre de 2020.

“Debíamos poner un millón y medio de pesos por mes en bolsones, (ahora) estamos en casi cinco millones en bolsones para dar de comer y asistir en mucha gente”, graficó el jefe comunal respecto del aumento desde la aparición del coronavirus. Adelantó que entregarán dos bolsones por quincena en noviembre y diciembre, más un bolsón navideño. “Hay comedores que parecen que van a cerrar y los sostenemos. Los frigoríficos contribuyen... Hay un entramando social que ayuda”, resaltó.

Alimentos: Más necesidades

Las cifras oficiales sobre la asistencia a través de la Secretaria de Desarrollo Social municipal entre enero y marzo, y desde ese mes hasta junio, revelan claramente cómo se complicó la situación en los sectores más vulnerables a partir de las medidas aplicadas por la pandemia durante el Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio (ASPO).

Los elementos entregados en diferentes programas que tienen vigencia, aún en estas fechas, tuvieron que ser ampliados en cantidades. En enero se entregaron 1399 módulos de bolsones (cada grupo familiar recibió un bolsón con 12 productos comestibles). En febrero fueron 1375 y hasta el 16 de marzo dieron 934 módulos. Todos eran retirados en la Secretaría de Desarrollo Social. Sin embargo, desde el 27 de marzo empezaron debieron entregarse directamente en 80 barrios.

Entre enero y junio dieron más de 11.946 bolsones con comestibles. Del 27 de marzo a fines de abril entregaron 3134 módulos alimentarios. En mayo fueron 2077 y en junio 3017. Después no hubo más registros, pero desde ese organismo aseguran que las cifras se siguieron multiplicando mes a mes hasta la actualidad.

Los datos que se dan a continuación son números oficiales registrados hasta junio de 2020 por la Municipalidad:

- Recibió demandas telefónicas y a través de las redes sociales de personas que se vieron imposibilitadas de realizar actividades con el contexto de Covid-19, en su mayoría actividades informales, las que recibieron alimentos, sumando un total de 130 módulos.

- Aportó bolsones de alimentos a 33 familias de integrantes de la cooperativa social que trabaja en el Basural Municipal y otros cien bolsones a trabajadores portuarios.

- Al colectivo de la diversidad se destinaron 142 módulos comestibles, además de 41 kits de higiene. Dieron 12 módulos a mujeres que poseen botón antipánico y otras que se encuentran en condición de vulnerabilidad.

- Entregó 21 bolsones para personas con discapacidad.

- Llevó 22 módulos para niños y niñas que concurren a jardines municipales en situación de riesgo nutricional, 64 módulos de desayunos, 173 módulos con refuerzo alimentario.

- En la Unidad Penal Nº 4 se entregaron 350 alimentos, más elementos de higiene personal.

- Hasta junio había vigentes 2136 tarjetas sociales del programa provincial de refuerzo alimentario Sidecreer, de los cuales 1798 corresponden a riesgo social y 149 por complemento nutricional.

- Distribuyó 3549 frazadas, de las cuales 2608 fueron a barrios vulnerables y 961 a instituciones, ONG´s y jardines municipales.

- Fueron alojadas 17 personas en situación de calle entre enero y junio, en el albergue destinado a tal fin.

Poniendo el pecho

Más allá de las responsabilidades de los administradores de la cosa pública, hay personas que no se quedan en lamentos y ponen manos a la obra para ayudar cuanto pueden. Esa labor cotidiana es a pulmón, sin estructuras atrás ni reconocimientos.

De merendero a comedor

La labor a pleno en la cocina del Club Sporting.

 

En Rivadavia y 25 de Agosto, al sur de la ciudad y en el barrio La Concepción (uno de los más antiguos de La Histórica), se encuentra el Club Sporting, institución fundada el 17 de marzo de 1953. Tiene un amplio salón social, una cantina y un playón para actividades deportivas para los/as chicos/as del barrio que cumple un rol de contención social “para sacarlos de la calle”.

Desde muchos años antes y hasta el inicio de la pandemia funcionó allí un merendero los lunes, miércoles y viernes desde las 16.30 al que asistían entre 30 o 40 gurises/as a tomar leche o té con pan, facturas o tortafritas.

“Teníamos un registro de los chicos que venían, eran de hasta 12 o 13 años. Los sentábamos ahí y los dejábamos hasta cuando quisieran o se cansaran de tomar, no había límites. Teníamos la ayuda de diferentes panaderías”, recordó Jorge Francisco Domínguez, actual presidente del club.

A partir de la pandemia el merendero se transformó en comedor. “¿Cuál es la diferencia para nosotros? Esto y la monetaria”, contó, mientras no dejaba de pelar papas, cebollas, y trozar los pollos y las verduras con lo que preparaban el guiso que repartieron luego de la entrevista con este sitio, por la noche. Junto a él, Oscar Washigton, Ana Pereyra, Eva Fabiana Acosta y Roque López lo acompañan en la labor por la que ninguno cobra un centavo.

Más de 200 personas van los martes y jueves a retirar su vianda, a las 20. Para completar la semana y que no queden días sin alimento, durante un tiempo, coordinaron con otros dos comedores particulares del barrio: con “Comedores felices”, que cocina lunes, miércoles y viernes; y con “Manos solidarias”, que lo hacía sábados y domingos, pero cerró porque no pudo sostenerse económicamente.

La cuestión económica los preocupa y hasta ponen en duda su propia continuidad. Rodríguez lo explicó claramente: “La situación está brava, fuimos a comprar recién y lo ponemos del bolsillo porque el Municipio nos ayuda cada 15 días con arroz, fideos, puré de tomates, pero precisamos sal, condimentos, papas, cebollas, zanahorias, morrón, consumimos una garrafa por comida... La verdad es que no sabemos si vamos a seguir, se hace todo cuesta arriba. Para el jueves debemos volver a comprar verduras. Tenemos que sacar cuentas, para comprar todo esto teníamos mil pesos. Lo que más necesitamos son verduras, consumimos una bolsa de papas, una de zanahoria y una de cebolla en una semana. Ahora pregunté y una bolsa de cebolla sale 800 pesos, ¡no la tenemos a esa plata!”.

El dinero para la última compra lo generaron ellos: “Teníamos esta platita vendiendo pollos cada 15 días. Los compramos con plata nuestra, los cocinamos y vendemos. Ahí recaudamos algo”.

Reconoce que han pedido ayuda a los frigoríficos, pero no han recibido donaciones. “La vez pasada (el concejal Sergio) Pancho Vereda nos consiguió el pollo un poco más barato en (el frigorífico) San Justo, pero hasta ahí nomás”, contó.

Así y todo, se las arreglan para brindar un menú lo más variado posible para la gente: “Estamos haciendo guiso, que es el caballito de batalla; fideos con salsa, que usamos entre 36 y 40 paquetes; 17 o 18 kilos de arroz lleva 12 o 14 pollos depende del tamaño. Cocinamos con la dedicación y cuidado como si fuese para nosotros. Una vez al mes, por lo menos, hacemos 40 paquetes de ravioles. Empezamos a hacer salpicón de aves con huevos, mayonesa, arvejas, le ponemos todo. Cuando hace calor preferimos fideos con salsa, vamos turnando la comida con el otro comedor para variar”.

Su barbijo acentuó su expresión de tristeza en los ojos, cuando diferenció: “Antes venían los nenes, nomás. Ahora viene la familia completa”. Mostró el listado hecho a mano en un cuadernillo, donde están anotados los nombres y cantidades: “Algunos llevan ocho porciones, otros cuatro y, por ahí, es la familia que vive en la misma zona, pero se les da a todos sin distinción. Eso sí a las 20 tienen que estar acá para retirar con sus tuppers. Tenemos esa constancia, les digo: ‘Yo cocino para vos hoy y cocino mañana. Si faltás, a la comida tuya la debo tirar’, y la gente viene”.

El presidente de la institución sureña contó que suelen recibir donaciones: “La vez pasada vinieron los motoqueros para dejar cosas, y por ahí aparece algún particular y nos trae más. El que quiera donar puede venir al club, de 16 a 21 los martes o jueves. Y si no, están las profes que enseñan en el playón de al lado, ellas también los reciben. Todos trabajamos para el club”.

Más de 50 familias para un SUM

Reparten aproximadamente 120 porciones en viandas para la gente del barrio.

 

El salón usos múltiples (SUM) del barrio Los Palos, al que se conoce popularmente con esa denominación porque fue la zona donde se acopiaban rollizos para exportar por el puerto local, algunas décadas atrás. Está al noroeste de Concepción del Uruguay, limitado entre las calles 17 de Octubre, 35 del Oeste Norte, 36 del Oeste Norte y la prolongación de Pablo Lorentz. Allí viven más de 50 familias y su población se dedica, en su mayoría, al trabajo informal, a las changas y como mano de obra para la construcción.

Es uno de los tantos barrios de la ciudad que sufre las carencias a diario. Surgió como asentamiento sin planificación alguna ni con los servicios elementales, ni siquiera agua potable y energía corriente. Recién a principios de 2000 se hizo la primera bajada de luz.

Los orígenes del SUM fueron de madera y chapas por iniciativa de la propia vecindad, pero desde hace varios años pasó a la órbita de la Municipalidad de Concepción del Uruguay. La construcción de material con un amplio salón, una cocina, baños y hasta una pequeña biblioteca habla de esa presencia estatal, aunque les sigue faltando.

“Desde hace 17 años que vengo al barrio. Cuando recién llegamos, la comida se servía debajo de unos tres o cuatro eucaliptos, no había nada de nada, se ponían unos troncos con unas tablas que servían de mesas y sillas. La comida se cocinaba a leña, cada uno se traía un jarrito, un platito, una cuchara, no había agua ni luz, la gente lavaba en un charco de una laguna que se hacía cuando llovía”, rememoró Tibaldo Bandera, veterano militante social y peronista. “Ahora no tenemos gran cosa. Podemos contarte cinco páginas de lo que tenemos, pero nuestras necesidades son diez”, ironizó.

Allí sirven la merienda los miércoles y, de ser necesario, hacen tortas fritas para acompañar la leche, en caso de no tener pan o galletitas, y los sábados preparan comida que retiran del lugar.

Nancy Orcajo es pareja de Tibaldo y está a cargo del SUM. También se sumó a la conversación, aportando datos sobre la mercadería que ocupan: “Gran parte lo estamos recibiendo de donaciones y otro tanto nos aporta la misma Municipalidad”. Y vuelve a intervenir Tibaldo: “Pero vemos faltantes de cosas porque hay muchos comedores, y por eso a la gente que está dispuesta a colaborar se les complica. Antes era más fácil, pero ahora hay más de 30 comedores”.

Antes de la pandemia brindaban apoyo escolar, talleres y lecciones de baile, entre otras cosas. “Venían a hacer las tareas de la escuela también. Eso se cortó porque no puede haber aglomeraciones”, relataron.

Con la vianda de comida asisten hasta a 30 familias, y cada una tiene entre cuatro y siete integrantes, reparten alrededor de 120 porciones. Para la merienda tienen más demanda: “Precisamos mínimos entre 40 y 50 litros de leche por semana”, narraron.

“Nos dimos cuenta del aumento de las necesidades porque antes asistían los nenes nomás. Los padres a talleres. Ahora viene la familia a llevarse las viandas. Había otra realidad, se las rebuscaban porque tenían algún trabajo, ahora hay gente que se quedó sin laburo con la pandemia”, le dijeron a El Miércoles Digital.

Para ellos es primordial conseguir la leche y el chocolate para endulzar. También suelen quedarse cortos con el gas porque ocupan una garrafa por semana. “Si bien tenemos una cocina y una hornalla, estamos abocados a una campaña para comprar una cocina industrial, que no sale barata. Nos faltan unos 28 mil pesos”, revelaron. También precisan “otra olla grande, un buen colador grande, una espumadera”. “También necesitamos un frezeer porque nos traen pollo todas las semanas y ahora está bien, pero con el verano la cosa cambia”, anticiparon.

A pesar de las carencias, no dejan de valorar la solidaridad uruguayense: “La gente viene y te pregunta qué necesitás. Generalmente, plata no traen. Le decimos ‘necesitamos esto y lo otro’, y vienen con los elementos. O si necesitamos una garrafa nos traen la plata para comprarla. Hay gente que colabora y mucho. Está el muchacho de La Usina, la gente del Banco Credicoop... Cuando necesitamos algo vamos y golpeamos la puerta. Agmer, la agrupación Pocho Lepratti, la CTA. Seguramente nos estamos olvidando de algunos”.

No obstante, lo que más les llama la atención es la actitud de algunas personas del barrio, que se desprenden de lo poco que tienen para compartir. “Se te aparecen con un pollo o un paquete de fideos”, resaltaron.

Contaron que las personas encargadas de cocinar son tres, mientras otros tres ayudan con la distribución. A Tibaldo y Nancy se les suman Estefanía Gudiño, Betiana González, Susana Castillo, José Cardozo, Nancy Casas, Miguel Fister y Alan Uriarte. También destacaron que Ludmila Nichajew, la coordinadora municipal de los SUM, “siempre trae su grupo para colaborar”.

Entre Dios y el estómago

Dos de los veinte voluntarios que cocinan habitualmente en la Iglesia.

 

El tercer lugar del recorrido fue en la zona norte, una de las más relegadas históricamente. Entre las calles Filiberto y Jacarandá se encuentra el templo de la Iglesia Evangélica Obra Misionera Nueva Vida desde hace unos 30 años y al que acuden regularmente un centenar de devotos/as.

Esta organización tiene su sede principal en Alemania. Cuenta con un edificio de considerables dimensiones, modesto, nada de lujos, pero confortable. Lo fueron mejorando año a año e incluso presentaron un proyecto en el Presupuesto Participativo durante la gestión municipal de Carlos Schepens (2011-2015) y obtuvieron dinero para ampliar el salón.

Durante 25 años, todos los sábados a la tarde sirvieron una copa de leche tras la actividad de la Escuela Bíblica (Ver más en subtítulo: “La educación…”). Hace tres decidieron empezar con el comedor. “Cuando la situación se empezó a complicar, cambiamos la Escuelita para el sábado a la mañana, le dábamos el almuerzo y se iban a sus casas”, le detalló la docente Marcela Guiffre a este medio. Y prosiguió: “Este año le damos la vianda para toda la familia. Siempre los sábados, porque de lunes a viernes tienen comedor (en las escuelas) la mayoría”.

No están trabajando en relación con el Estado. Parte de la mercadería la compran y otro tanto son donaciones: “Generalmente usamos redes sociales donde pedimos cosas específicas. La gente da porque la hay muy generosa. Siempre aparece alguien que necesita algo y hay que tener una bolsita con aceite, azúcar, yerba, fideos”, comentó.

Para poder cumplir con la demanda se organizaron en cuatro grupos con cuatro o cinco integrantes. Son unas 20 personas que forman parte de la Iglesia y que se van turnando los sábados.

El menú lo decide quien cocina el sábado, varía desde guiso, estofado, fideos con salsa, milanesas, pizzas, hamburguesas, pastel de papas. Los grupos de cocina los integran Octavio “Otto” Garnier con su familia, Nora Velázquez, Marcela Bonetto y Dalma Sittner con su grupo juvenil. Estela Guiffre elabora los panes caseros.

Son aproximadamente 15 las familias que asisten a retirar sus viandas: “Ninguna baja de cuatro a ocho chicos”. No sólo ayudan a gente del barrio La Unión también lo hacen con el Zapata y el 30 de Octubre. “Con la pandemia han venido familias nuevas que no conocíamos”, contó Guiffre. “Antes eran sólo entre 60 y 70 niños, ahora son familias enteras. No podemos mandar las viandas sólo para los nenes, más cuando conocemos la situación de las familias”, añadió, y destacó: “No vienen los padres, vienen los nenes con sus fuentes. Adultos sólo la gente nueva. Seguramente es por una cuestión de confianza, porque los nenes son los que venían antes”.

Otros hechos que grafican su situación son los robos que han sufrido: “Actualmente hay un chico viviendo en la Iglesia, por eso los robos cesaron. Nos robaron más de 13 veces y muchas cosas, aparte de los equipos de música que se usan propiamente para las reuniones. Nos sacaron garrafas, ventiladores, hasta los de techo. Incluso cuando hacíamos las reuniones, antes de la pandemia, robaban a los autos que estaban afuera”.

También recordó una anécdota de este mismo año: “En plena pandemia venían chicos y hacían fuego contra la pared del lado de afuera. Llamábamos a la Policía e, irónicamente, nos decían ‘deben querer congregarse en la Iglesia’. Obviamente no venían”.

Con el Gauchito Gil

“Ni sé de qué barrios vienen", dice el impulsor de este comedor sobre la gente que asiste a comer.

 

La recorrida culminó en una extensión del barrio Mataderos, pocos metros hacia el oeste de la Avenida Lauría. Además de la pobreza, lo que llama la atención al arribar a esa zona donde residen unas cien familias, es la cantidad de banderas rojas con la estampa del Gauchito Gil en las puertas de los humildes hogares.

Un hombre matea bajo un árbol, entre la sombra y la tela roja que flamea con la brisa del sur. Apenas se divisa un leve movimiento de cabeza, saludando a la visita de su vecino Miguel Tato Bernarde, un joven empleado municipal que trabaja en la recolección de ramas.

El motivo de la entrevista con El Miércoles Digital es que él, pese a su frágil condición económica, piensa que hay otros que están peor en estas épocas. Por eso, decidió impulsar el comedor y merendero “Carita Negra”.

La primera pregunta se cayó de madura, aunque sea incómoda: “¿Por qué?”. “Mirá el barrio nomás y te das cuenta de la pobreza que hay”, destacó. Tato habla bajo y es de pocas palabras, pero va al grano en sus objetivos.

El comedor está montado a diez metros de su casa, en el terreno de un vecino que les cedió unos metros para levantarlo. Está hecho con tablas y chapas. También le hizo la división para construir un baño interno. Cuando llueve tiene filtraciones en el techo y tienen que cocinar en su casa. “Ahora compré la membrana para ponerle”, dijo con entusiasmo. No cocinan a gas, lo hacen con leña o tablas que consiguen en los alrededores.

Su mujer y su suegro forman el equipo con el que preparan y reparten la vianda los jueves y domingos a las 20.30, y la merienda los martes y viernes a las 16.

“Un poco ayuda la gente y un poco el Municipio, que nos da arroz, fideos, cosas secas”, señaló. “Por lo general, preparamos guiso, pero intentamos no repetir. El domingo hicimos ñoquis. Se hace lo que más rinde”.

El joven recordó que, cuando empezó, “avisaba y al rato estaban todos acá, enseguida. Ahora pusimos un horario que, además, nos sirve porque así terminamos más rápido y para la gente también, porque tienen un horario para comer”.

Calculó que asisten más de cien personas entre grandes y chicos. “Ni sé de qué barrios vienen. Cuando empecé eran 20 o 30. Este domingo nos quedamos cortos con los ñoquis, por lo que mi suegro y mi señora se pusieron para hacer otra tanda”, refirió.

Cuando se lo consultó sobre lo que les estaría haciendo falta, sorprendió con la sencillez de su pedido: “En este momento otra olla, porque la que tenemos no nos alcanza”.

También recordó, agradecido: “Una mujer dijo que nos quería ayudar, darnos una mano cuando podía. Entonces va y deja pagado mil pesos en una verdulería, que es de lo más difícil de conseguir, como la carne. Por ahí te ayuda más la gente que no tiene. Pedimos por Facebook, hablamos con la gente para la leche, vamos a las panaderías...”. Remarcó que tiene conocidos que, como él, abrieron comedores: “Me cuentan que pasan más o menos lo mismo, aunque cada comedor tiene distintas cosas”.

Ayuda Cooperativa

Tal como lo mencionaron los/as militantes sociales, diferentes organizaciones han participado en la ayuda. Una de ellas es la Cooperativa Río Uruguay Seguros (RUS), una de las de mayor peso en la región y una de las más grandes del país, que colabora llevando alimentos periódicamente a esos lugares.

Silvina Vazón, a cargo de Gestión de Responsabilidad Social de RUS, explicó la manera en que trabajan: “Tenemos un montón de ejes con los que trabajamos planificadamente, entre ellas educación vial, equidad de género, prevención de la salud, etcétera (Ver: Reporte de sustentabilidad de RUS). Sobre los comedores, nos encontramos que hay mucha iniciativa privada ayudando porque solo no puede ningún sector. Nosotros nos sumamos. Recibimos llamados continuos en RUS, la demanda es permanente. En este contexto, dijimos ‘vamos a visitar todos los comedores y llevemos alimentos’. En algunos llevamos ropa y juguetes, se llevaba fideos, arroz, polenta en el invierno, cosas básicas. Pensamos que fuimos a todos, íbamos y algunos ya habían cerrado o se mueven de lugar, algunos funcionan en casas de familias”, describió.

Expuso que, para esta movida, directamente compraron en los supermercados: “Lo hicimos en dos etapas en dos meses, llevando personalmente en grupos. Visitamos y hablamos con la gente para saber qué necesitaban”.

La educación que no iguala

Durante años Argentina se destacó por su alto grado de alfabetización y calidad de educación pública, pero a la par de la economía, su deterioro es permanente.

No hubo clases presenciales prácticamente en todo el año, pese a que en estos días gremios docentes y autoridades políticas tienen un enfrentamiento por esa razón, sin llegar a un acuerdo.

Además de los comedores escolares, el decreto de distanciamiento social y las diferentes restricciones agravaron aún más brecha entre los que pudieron tener acceso a una educación formal de manera virtual, de quienes lejos están de tener alguna chance de hacerlo, ya sea por las limitaciones tecnológicas como las del agravante social que los rodea.

Problemas del presente con peores proyecciones

Los datos aportados a este medio desde la Dirección Departamental de Escuelas Uruguay son estremecedores. Según informó la DDE, desde fines de mayo se realizó el seguimiento, conjuntamente con las escuelas, de los/as alumnos/as con dificultades para responder a las consignas planteadas en el proceso educativo y que, incluso, ellos mismos como institución tienen problemas para comunicarse con las familias, entre otros puntos.

Luego del receso de julio esta situación se acentuó, siendo mayor el número de estudiantes en esa condición, “por lo que cada escuela intensificó el seguimiento no siendo siempre positivo el resultado en relación a las respuestas de las familias”, comentó a El Miércoles Digital la titular departamental, Ana María Díaz, y luego explicó: “Los llamamos alumnos y alumnas en riesgo educativo. Tenemos el registro en cada escuela en todo el departamento. Son los que no han podido lograr un vínculo permanente con la escuela, ni siquiera desde el aspecto afectivo”.

Dicho de otro modo, son personas que se distanciaron del sistema educativo, con todas las consecuencias sociales que ello apareja en el presente y en el futuro.

En el cuadro siguiente se detalla esa estadística en las diferentes zonas de la ciudad:

Allí se refleja que la parte noroeste y suroeste son las más castigadas por ese “riesgo educativo”, con un porcentaje que oscila entre el seis y el diez por ciento de chicos/as que concurren o concurrían a los establecimientos educativos.

Consultada sobre la forma en que encaran alguna solución, Díaz dijo: “Formamos redes, nos juntábamos virtualmente con cada director o supervisor que nos iban diciendo qué pasaba con ese chico o chica. Hay diversas realidades. Por ejemplo, había papás adictos. En estos momentos, nos encontramos articulando con la secretaria de Desarrollo Social de la Municipalidad, Marianela Marclay, un trabajo personalizado con cada familia con alumnos en riesgo de cada escuela. Antes de la pandemia lo hacíamos con la ONG del Foro de la Niñez, pero se tuvo que interrumpir. Siempre digo que, si lo trabajamos desde el Estado solo, no lograremos nada. Por eso es importante lo que los merenderos, comedores barriales, clubes e instituciones religiosas realizan en su labor social y apoyo escolar a quienes allí concurren”.

En el cuadro estadístico también se mencionan algunas de las instituciones y organismos con los que trabajan conjuntamente para intentar paliar la situación.

Los testimonios recogidos a continuación cuentan, en primera persona, lo que hacen sobre este tema en tres de los comedores visitados.

Sin tiempos ni espacios

Giselle Vázquez es docente de inglés. Entre otros lugares da clases en la Escuela 93 Santiago del Estero, junto a su compañera Lucía Fernández, quien es maestra especial. La mayoría de sus alumnos/as residen en el barrio La Concepción y La Quilmes. Por eso decidieron brindarles una ayuda escolar ante la falta de clases presenciales, abriendo un espacio en el club Sporting: “Vienen a hacer la actividad de la escuela con nosotras, de todas las materias. Pero venían tan atrasados y complicados que no nos da el tiempo, debemos estar encima de ellos. Estamos tres días a la semana, dos horas cada día. Se nos dificulta porque no sabemos cómo darles la posibilidad a todos. Tampoco nos da el espacio por el tema del protocolo”, explicó.

Ambas conviven habitualmente con situaciones complejas que superan lo pedagógico: “Por ejemplo, algunos chicos tienen a sus padres presos y están a cargo de sus abuelos, hermanas o tíos, aquí tenemos tres casos”.

Una Iglesia, a favor de la ESI

 

En la Iglesia Evangélica Obra Misionera Nueva Vida, Marcela Guiffre y Lucía Fernández están a cargo de la Escuelita Bíblica, equivalente a las clases de Catecismo para el catolicismo. “Si bien tenemos enseñanzas de carácter espiritual, son para la vida cotidiana, porque también damos ESI (Educación Sexual Integral). Siempre, desde nuestra perspectiva cristiana, les enseñamos a cuidar sus cuerpos, que nadie les debe tocar sus partes íntimas, para que ellos también estén alertas. Hemos dado prevención de suicidios, de adicciones, de enfermedades, en general”, contaron.

“Hablamos mucho de qué es y qué no es violencia. A veces, jugando, ellos se pueden chocar y ya van a pegarse. ‘Bueno, eso fue un accidente, violencia es otra cosa’, les decimos, y ahí enseguida entra el debate”, desarrollaron.

“Los niños no eligen donde nacer, y por ahí no recibieron en la casa todas las ventajas o todas las condiciones que tuvieron otros chicos, para eso estamos, para sacarlo adelante. Ellos vienen y cuentan. Por ejemplo, hay una familia que pasó situaciones de desalojo, inclusive, y recurrieron a nosotros a contarnos primero, que el papá está preso, que antes de venir acá el papá le pegó a la mamá”, relatan, sobre las situaciones que ocurren a menudo.

“Les hemos dados ciertos consejos y ellos lo han tomado para bien. Si les pasó algo que los marcó, sobre que llegan acá, lo cuentan”, graficaron sobre el grado de confianza que han logrado entablar.

La brecha se agranda

En el SUM de Los Palos lamentaron que no se puedan seguir realizando actividades educativas y sociales, que las consideraban sumamente importantes: “Antes había actividades todos los días porque estaba el apoyo escolar, lo que hacíamos los padres con los talleres y algunos días estaban los del programa Educando, más los deportes como fútbol, vóley y gimnasia”.

Vazón, desde RUS, amplió una anécdota puntual, desde su experiencia: “La brecha es impresionante en la educación. No sólo en los comedores. Por ejemplo, una escuela nos pidió tinta para la impresora porque sus alumnos no tienen acceso a internet y necesitan llevarles impresas las tareas a los barrios”.

Gratitud

Este medio le hizo a cada uno de los/as militantes sociales una misma pregunta para cerrar las entrevistas: “Si tuviesen enfrente a toda la gente junta que los ayudó y ayuda, ¿qué les dirían?”. Las respuestas fueron similares.

“Es una de amor terrible, darle una mano, primero a un niño y a una familia que la está luchando, tiene un sabor impagable. La Biblia dice que es mejor dar que recibir, es mejor dar por ese sentimiento que a uno le llega. Te da más ganas de seguir y seguir dando. Mucha gente nos da la verdura y nos dicen ‘no digas nada’, entonces esa persona se lleva todo el amor y la bendición” (Marcela Guiffre).

“A la gente se la agradecería un montón, porque hoy en día está brava la situación” (Miguel Toto Bernarde).

“Mil gracias. Sin ellos no podríamos hacer eso. Es muy difícil ponerse a nombrar a quienes nos ayudan porque seguro que nos olvidaríamos, y sería injusto. Hay gente que no sabemos ni el nombre. Llegan en camioneta, bajan cosas, ‘¿y esto de quién es?’, ‘no, no hay problemas’. Y se van. (Nancy Orcajo y Tibaldo Bandera).

“¿Qué le diríamos nosotros? Que a esto lo hacemos medianamente gracias a la ayuda que nos dan. Si vos traes algo para donar te lo agradecemos nosotros, pero te lo agradece la gente. La gente que viene a buscar la vianda es muy agradecida y eso te llena el alma, porque uno lo hace para ayudar y eso te reconforta” (Jorge Francisco Domínguez).

Responsabilidad compartida

La pandemia no pega para todos igual, vino a desnudar y profundizar problemas arraigados en el país, estructurales, donde la brecha en la desigualdad creció a pasos agigantados en los últimos 40 años con gobiernos militares y democráticos de diferentes signos, donde la corrupción estatal y privada juega un papel preponderante, los que ganan son siempre las mismas minorías y los que pierden las inmensas mayorías.

Para revertirlo se necesitará no sólo voluntad política, sino también la participación y el control de una ciudadanía activa. Las crisis no son excusa para hacer las cosas mal, sino más bien una magnífica oportunidad para empezar de nuevo.

 

Fuentes:

-Seminarios web de “ijnet” (Red Internacional de periodistas) sobre: “El Desafío del Periodismo de controlar la corrupción en plena pandemia”; “Niñez y adolescencia que sobrevive a la crisis de Covid-19”.

- Secretaría de Desarrollo Social de la Municipalidad de Concepción del Uruguay.

-LT 11.

-Dirección Departamental de Escuelas.

-Cooperativa Río Uruguay Seguros.

 

 

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