El mes de junio signó con el color de la tragedia a la familia uruguayense de los Zaragoza. Juan Ramón, "Chilo", fue asesinado a balazos por la Triple A el 9 de junio de 1975. Fue una de los primeras víctimas del terrorismo de Estado, bastante antes del golpe, cuando desde el gobierno peronista de Maria Estela Martínez, se organizó, financió e impulsó a una organización paramilitar desde el Ministerio de Bienestar Social, a cargo de José López Rega. Luego, en 1977, su hermano Neco, desapareció cuando se cumplían dos años exactos de la muerte de su hermano mayor. Luisa Cecchini de Zaragoza, la madre de Chilo y Neco, se integró a las Madres de Plaza de Mayo y participó continuamente en las movilizaciones y reclamos. Tras la muerte de su marido, y luego de tantos años de lucha, en 2002 tras una semana de agonía, falleció el 8 de junio, casi el mismo día que había marcado dolorosamente dos veces la vida de esta madre. Aquí recordamos la historia de Chilo Zaragoza, una manera de combatir la injusticia: impidiendo el olvido.
Chilo Zaragoza: primer uruguayense víctima del terror de Estado*
Su nombre, Juan Ramón Chilo Zaragoza, forma parte de la historia de la violencia política en la Argentina: en 1975 la Triple A lo cosió a balazos. Fue entonces el primer entrerriano de la larga lista de víctimas –muertos o desaparecidos– de la derecha violenta y asesina de este país, esa derecha que desde 1976 fue dueña de vidas y propiedades de los argentinos. Como los estudiantes de la Noche de los Lápices, su “crimen” fue pelear por la jerarquía de la educación. Era un militante pacífico y un estudiante destacado. Sus perseguidores lo deshonraron incluso después de muerto: su tumba en el cementerio local fue ultrajada por la Triple A. Un perfil del militante y un pedido público por un lugar, una pared, un mural o una calle, que lo recuerden.
Por Américo Schvartzman
De la redacción de El Miércoles Digital
La imagen tiene sus años. Todo en ella revela ese medio siglo transcurrido. Todo: el niño, pulcro y concentrado, peinado a la gomina, lee su papel. Está aún “con los cortos” –como corresponde a su edad, a su época, a su estampa–. El pizarrón, a sus espaldas, trae en prolija caligrafía cursiva, la frase del Libertador: “La ilustración y fomento de las letras es la llave maestra que abre las puertas de la abundancia y hace felices a los pueblos”. Sobre la pizarra, escalonadas hacia arriba, las letras góticas dicen “Consejo General de Educación”. Detrás del gurí que lee, un hombre de traje y bigotes, un funcionario del Consejo quizás, se inclina sobre el escritorio pispeando la continuidad del acto protocolar. Faltan años para que la tragedia final se desate sobre el país, pero sus mecanismos de origen ya están en marcha desde hace rato. Entre otros, la salvaje distancia entre la palabra y la acción, entre el discurso y los hechos.
Corre el año 1962 cuando se toma esta fotografía. Illia está en el gobierno, digno pero débil. Débil, porque está allí sobre la base de la proscripción del movimiento político de masas que fue derrocado hace poco tiempo y hasta cuyo nombre fue prohibido. Digno, porque orienta sus esfuerzos a que –algún día– haya en efecto democracia, e independencia como país. Es en ese año, 1962, en el que el niño lee. Aunque no se lo ve en la foto, un público atento acompaña y escucha. La ceremonia es organizada por el CGE y transcurre en el Teatro San Martín de Concepción del Uruguay. En el papel que sostienen con firmeza sus manos, están escritas, “pasadas a máquina” con prolijidad, las palabras que redactó este niño de 9 años, para presentarse a los Juegos Florales en el rubro Cuentos. El título es “En el bosque” Cuenta, en primera persona, las peripecias de un niño que ayuda a su padre en la labor cotidiana, y de cómo le salva la vida luego de que un “insecto ponzoñoso” lo pica, en medio del monte (“el Bosque” en el idioma literario).
En sus frases correctas, Juan Ramón puso en palabras muchos de los valores que ya incorporó su aguda inteligencia de gurí entrerriano: el amor filial, la supervivencia ante la naturaleza hostil, el coraje individual, la lucha contra la adversidad, la curiosidad por la mezcla de elementos (que pocos años después lo llevará a la carrera de Bioquímica), el sentimiento del deber, el deseo de enorgullecer a los progenitores...
El Chilo, como lo llaman su familia y amigos, está leyendo. Tiene la vista fija en el papel. Otras imágenes muestran la fuerza que tenía esa mirada. Allí está el pequeño Zaragoza, cómodo en su papel y eso se nota en la vieja foto. Zaragoza hijo, primer vástago de un proletario, siente que tiene un destino de tesón y triunfo, que vibra en sintonía con la frase de José de San Martín escrita con tiza en el pizarrón. Eso siente “Juan Ramón Zaragoza (h)”, como firma el cuento. Su papá, Tito, humilde pero formado trabajador del “Ministerio”, comunista convencido, su mamá Luisa Cecchini, ambos padres laboriosos y amorosos, su hermanito Neco, sus tías y parientes, todos merecen ese destino. Y él quiere enorgullecerlos, por eso se esforzará luego, por eso el “Cuadro de Honor”, por eso los promedios superiores siempre a 8, por eso los abundantes “«diez felicitado” en Química, pero también en Música o en Historia, también en “«Educación democrática” –materia de nombre siempre cambiante–. Por eso también profesor de Música y Guitarra antes de cumplir 17. Y por eso también, siempre: el compromiso, la solidaridad, la participación.
La foto no dice otras cosas. No habla de la ferocidad con la que “En el bosque” se desató luego la tormenta, y de cómo esas fuerzas implacables se llevaron para siempre al autor de aquel cuento.
Una pequeña parte
Hay muchas formas de abordar la construcción de la memoria colectiva. Ponerle nombres al horror es quizás una de las mejores. Contar la historia de uno de esos nombres es darle encarnadura a un hecho histórico. La pequeña historia, la individual, la de una persona concreta, real, en sus coordenadas de tiempo y espacio, con sus sueños y frustraciones, con sus amores y desgarramientos, con su proyecto de vida y sus desilusiones, con sus virtudes y sus mezquindades... No es sencillo. La pérdida del ser querido sólo permite ver el primero de los términos en cada una de las díadas propuestas. Pero aún así, el diálogo franco con sus seres queridos permite conocer, al menos entrever, esas facetas. Y recomponer el personaje, contornearlo, hacerlo reconocible, ayuda a completar la comprensión de las cosas.
La historia del Chilo es una más, de las tantas –paradójicas– de la violencia política argentina. Era un militante político, decidido y definido por la acción de transformación pero dentro de lo institucional. La penetrante mirada de Chilo ancla con fuerza en esa convicción, capaz, eso sí, de hacerlo empuñar la guitarra. Tan lejos está de la violencia, de la locura armada de esa guerrilla iluminada –que comenzaba a reproducir en su interior “el poder autoritario que intentaba cuestionar”, los mismos mecanismos, o casi, que los poderes fácticos que impugnaba, como afirma Pilar Calveiro–; tan lejos, decía, está Chilo que en las cartas a su madre no sólo demuestra su preocupación por avanzar en la aprobación de materias para recibirse pronto: se preocupa también porque no ve a su hermano menor, Neco, dedicarle el tiempo suficiente a su carrera.
Entre los muchos que lo recuerdan, Germán asegura que El Chilo siempre tuvo condiciones para el liderazgo. Confuso en sus propios conceptos ideológicos, el músico cincuentón ignora los detalles de la militancia de su amigo –perdió contacto cuando, tras la secundaria, Zaragoza recaló en La Plata– pero barrunta que tenía los conocimientos para “armar un caño”. El cronista, al que le gusta perder tiempo en discusiones de esa índole, le señala la paradoja de que, de alguna manera, un amigo de Chilo termine dando pábulo al prejuicio ideológico: en esa ensalada, parece sustentar que si era militante de izquierda, alguna relación con la violencia habría de tener. Germán no entiende. De nada vale explicarle que el Partido Comunista –al cual adhería Zaragoza– se oponía tajantemente a “la vía violenta”. Para qué abundar en cuestiones más complejas, como la distancia insalvable con montos o troskos, o la controvertida estrategia del apoyo crítico del PC a Videla para “que no se imponga el sector pinochetista”, o las giras europeas de Nadra y Fava (capitostes del PC) para convencer a los socialdemócratas de allá de que Videla era “un general democrático”. Esas sutilezas se escapan al amigo de correrías adolescentes, que además aporta el dato de que El Chilo tocaba el charango, y no sólo la guitarra. “Tocaba con mi hermano”, abunda Carlos, El Tero, algo mayor. “Y más de una vez habremos zapado juntos”.
Germán después compuso en homenaje a Chilo una canción llamada Nube de paso, en la que recordaba que “en esta madrugada / no está presente / toda la gente que quiero / por causas muy diferentes / algunos que los mataron y otros que nunca más volvieron”. El músico cincuentón tendrá sus incoherencias, pero merece recordarse que durante muchos años fue el único en la ciudad que, en público, recordaba a Zaragoza, cuando el temor, la vergüenza o el pesar se lo impedía hasta a sus propios familiares.
El mejor alumno
Al matrimonio Zaragoza le costó tener esos hijos, separados por tres años entre sí; esos párvulos que alegraron aquel hogar de trabajadores. A Luisa y Juan Ramón les llegaron los chicos de grandes, según cuentan sus familiares. La casa familiar estaba en Rivadavia al 400, cerca del histórico barrio La Concepción, cuna de la ciudad, lugar de trabajadores, humilde y seguro.
Chilo había nacido el 14 de julio de 1953. A los 13 empezó la secundaria en la Escuela Normal Mariano Moreno, pero como no quería ser maestro (el título que otorgaba la escuela por aquellos años) al terminar tercer año se mudó al Colegio del Uruguay, de donde egresó como bachiller. Sus compañeros y profesores lo recuerdan como un alumno inquieto y respetuoso, capaz de discutir los contenidos de las materias con argumentos sólidos. En el Colegio –como antes en la Escuela– Chilo se destacó en sus estudios, con promedios superiores a 8 puntos en todos los años, los más altos en cuarto (8.66). Las asignaturas en las que orillaba la excelencia también configuran los perfiles de su personalidad: literatura, idioma extranjero, las distintas ciencias “duras”, pero también Música e Historia lo muestran cerca del diez.
En 1970, con 17 años, se recibió de profesor de Música en el Conservatorio Ibero Americano. Al año siguiente viajó a La Plata para ingresar a la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) como alumno de la Carrera de Bioquímica. En el medio falleció su papá, de un infarto, lo cual lo golpeó con dureza, pero a la vez estrechó su relación con Luisa.
Durante los años de su vida universitaria se destacó como uno de los mejores alumnos de su promoción: en 1975 era alumno regular de 5º año de la Carrera de Bioquímica, es decir que pese a sus otras pasiones –era activo militante en el Centro de Estudiantes (CEFCE) y en la Federación Juvenil Comunista, y daba clases de guitarra para hacerse de unos pesos– no había perdido un solo año de su carrera. Miembro del Movimiento Universitario Reformista (MUR, el brazo estudiantil de la FJC), Chilo fue delegado de Bioquímica en la conducción del CEFCE. En las cartas a su mamá, desgrana ternura y humor, le cuenta a cada paso la evolución de sus estudios, pero también la mantiene al tanto de la actividad política: en agosto del 74, por ejemplo, le cuenta: “Mañana se sabe el resultado de las elecciones del Centro. Creo que ganamos seguro. Me dieron la beca: 14.000 por mes y los vales del comedor. Mañana también cobro el primer sueldo de profesor (de guitarra) (...) Por eso pienso y te digo que a partir del mes que viene no me mandes más de 5 o 10. Lo demás dáselo al Neco o comprate algo que te guste. El Neco (no le vayas a decir que te avisé pero me parece que anda estudiando poco)”.
En otra carta, un par de días después, le dice a su mamá que quiere ir al campo “a andar a caballo”. En esa misma carta le anuncia “le ganamos a la JUP por 8 votos, sobre un total de 1.200 y pico”.
En la última carta que recibió Luisa, Chilo narra las últimas novedades que traen ajetreado al Centro de Estudiantes: “Nos quieren reformar la carrera y no nos darían el título de bioquímico, sino de químico, y nos sacan materias. Y es todo una manganeta para destruir la Universidad, que es lo que quiere la Misión Ivanissevich. Así que la cosa va a estar movida”.
Creyeron matarlo
Y tan movida estuvo la cosa. A fines de 1974, mediante la sanción de la Ley 8.271, la provincia de Buenos Aires aprobó la creación del Colegio de Bioquímicos, que a partir de ese momento fiscalizó el ejercicio profesional. En mayo de 1975 el rector interventor de la UNLP, a propuesta del delegado interventor de la Facultad de Ciencias Exactas, resolvió la eliminación de la Carrera de Bioquímica, reemplazándola por orientaciones de la Licenciatura en Química. Los alumnos de 5º y 6º año de la Carrera de Bioquímica, con el apoyo del Centro de Estudiantes de la Facultad y bajo el liderazgo de Chilo, se opusieron tenazmente a la desaparición de la Carrera. Consiguieron entrevistas con legisladores provinciales y nacionales y lograron que la situación tomara estado público.
En ese contexto, y de manera inesperada para todos, se produce el secuestro y asesinato de Chilo. La noche del 8 de junio de 1975 un grupo armado perteneciente a la Triple A, la banda de asesinos fundada y prohijada por José López Rega, el ministro de Bienestar Social del gobierno de Isabel Perón, lo fue a buscar a su departamento –en calle 46 entre 3 y 4– y se lo llevaron, en un automóvil marca Torino. Desde la Policía se comunicaron para avisar a los familiares que lo tenían detenido. Pero cuando los familiares viajaron a La Plata, Chilo había sido encontrado muerto y con varios itakazos, en Berisso. Su hermano Néstor Omar, Neco, fue quien lo identificó.
El 9 de junio, por la madrugada, apareció el cadáver, en el balneario La Balandra, cercano a La Plata. Tenía 40 impactos de bala de distinto calibre. El alumnado de la Facultad le rindió homenaje con una placa recordatoria.
Pero las atrocidades no terminaron allí. La placa fue arrancada y, ya después del golpe de Estado, en marzo de 1977, manos anónimas profanaron la tumba de Chilo. Sí, en su ciudad entrerriana y tranquila de Concepción del Uruguay, donde “no pasaba nada”. El inexplicable odio de la derecha no tenía límites: abrieron un boquete, introdujeron por él combustible y prendieron fuego. Luego dejaron una inscripción que decía: “Los zurdos hijos de un millón de putas no tendrán paz ni después de muertos”.
Aunque hubo algunos testimonios (un empleado del cementerio), denuncias judiciales y presentaciones, nunca se supo quiénes fueron los responsables de estos hechos. Una carta anónima que recibió Luisa acusaba a un oficial del Ejército, de apellido Palacios, de haber tenido participación en el atentado.
Pero no concluyó allí el calvario de los Zaragoza.
El 9 de junio de 1977, exactamente dos años después de la aparición del cadáver de Chilo, su hermano Néstor, estudiante de Medicina, fue detenido en su domicilio de calle 35 de La Plata, junto con otros tres estudiantes con quienes compartía el lugar (Juan José Riqueza, José Luis Suárez y Luis Dimattía), por un comando del Ejército Argentino, con personal de civil y en uniforme.
Neco nunca apareció. Luisa se instaló en La Plata, donde recibió la solidaridad y el apoyo de los amigos y compañeros de ambos, que conformaron la Comisión de Solidaridad con la Familia Zaragoza. Además, se sumó a los organismos de lucha por los derechos humanos, y hasta su muerte, siguió bregando, esperanzada, por la aparición con vida de su adorado Neco.
Berta Schultz de Steimberg, madre de una joven desaparecida y compañera de lucha de Luisa en La Plata, recordaba a esta incansable y orgullosa madre, que luchó hasta que la salud ya no se lo permitió: “Luisa tenía grandes problemas físicos, muchas dolencias a pesar de las cuales no se perdía nada, íbamos juntas a todos lados”.
La historia de los hermanos Zaragoza siguió dando frutos amargos: Luisa Cecchini, luego de tantos años de lucha, estuvo internada en una clínica de Concepción del Uruguay, y en 2002, después de una semana de agonía, falleció el 8 de junio de ese año. Casi el mismo día que había marcado dolorosamente, dos veces, la vida de esta madre.
Honra eterna
Nunca importó (¿acaso tiene importancia para la derecha asesina?) que los propios compañeros de Chilo Zaragoza y de su hermano Neco se definieran como “ardientes enemigos del accionar de los grupos terroristas de la ultraizquierda”, como los describen sus amigos y compañeros de la Comisión de Solidaridad, aquellos que hablaban de su “inextinguible fe en el futuro”. Posición de la que –en el caso de Neco– ni siquiera logró desviarlo el profundo dolor por la terrible muerte de su hermano. Su sentimiento, como el de Chilo, era de “repudio a la violencia terrorista, fuera del signo que fuera”.
Una compañera de militancia de Chilo habló en un reciente homenaje acerca de las causas por las que militó. Estas fueron sus palabras:
“Liberación o Dependencia. Por la construcción de una central única estudiantil que confluya a la construcción del frente de liberación nacional y social, por los postulados de la Reforma Universitaria (cogobierno, universidad abierta al pueblo, de excelencia y al servicio de las necesidades populares). Estas eran las banderas que como militante levantó Chilo. Su secuestro y asesinato apuntó a frenar la lucha de los alumnos de Bioquímica (de los cuales era delegado) contra la modificación del Plan de Estudio que impulsaban sectores reaccionarios. Luchábamos contra el cientificismo y la imposición de líneas de investigación a través de subsidios a la investigación”.
La lucha no fue en vano: a fines de 1975, el nuevo rector normalizador sancionó la Resolución 619, que derogó las nuevas orientaciones de la Licenciatura en Química, reimplantando la Carrera de Bioquímica en la Facultad de Ciencias Exactas de la UNLP, que cobra así su primer martir. Después de la larga noche del Proceso, en 1991 se asigna el nombre de Juan Ramón Zaragoza a un aula de la Facultad de Ciencias Exactas, ubicada en el primer piso del edificio de Química. Además lo continúan homenajeando al poner su nombre a distintas actividades, incluyendo torneos de fútbol. En La Plata, además, funciona un Centro Cultural por los Derechos Humanos que lleva el nombre “Hermanos Zaragoza”, desde el año 2000, por un pedido de Luisa Zaragoza, ya que Neco y Chilo trabajaban en ese lugar. Desde entonces es un espacio de reunión de diferentes sectores, donde se realizan actividades culturales y políticas. El Centro Cultural Hermanos Zaragoza tiene como objetivos la defensa de los espacios de expresión alternativos contra la elitización del arte y está ubicado en la calle 53 entre 3 y 4.
Por antigua y por amarga
“Aunque hace tiempo de esta historia amarga / por amarga y por vieja te la cuento”, cantaba Pablo Milanés citando a Neruda. En Concepción del Uruguay, durante años, los familiares de los desaparecidos debieron cargar con un doble dolor, con una doble herida que sangró hasta hace poco: a la pérdida del ser querido –no sólo sin explicaciones sino además sin datos de su destino final– se le sumó la angustia por el estigma. Pueblo chico al fin, con demasiados poderes tradicionales aliados al poder fáctico, los familiares de desaparecidos se sentían señalados. Ese que va ahí perdió al hijo porque “andaba en cosas raras”. Debieron pasar años para que algunos de los familiares comenzaran a sentir algo distinto sobre su hijo, hermano o primo víctima del terrorismo de Estado. Algo que, con el tiempo, se transformó en la capacidad de enorgullecerse de él. Y allí, entonces, se cerró el círculo paradojal.
Aquel Chilo que de gurí expresaba en su cuentito ese profundo deseo, al fin lo logró. Son sus sobrinos –como Pablo Lorán, autor de una de las investigaciones premiadas en el Concurso que organizó la Subsecretaría de Derechos Humanos– son sus familiares, es una buena parte de su ciudad natal, la que hoy se enorgullece de ese nombre y apellido; de ese rostro anguloso de mirada fuerte, que apenas a una cuadra de la plaza, durante más de un año recibió el notable homenaje de una comunidad que, si antes lo negó, hoy parece animarse a mirarlo a los ojos, aunque aún se encuentra lejos de acogerlo como al hijo pródigo.
Pero las lluvias destiñeron ese homenaje y las operaciones comerciales liquidaron aquel muro de la pintada. Casi cuatro décadas después, se merece, Chilo, otra mano de pintura memoriosa. Algún mural, alguna calle, alguna placita, por qué no algún barrio, que lleven su nombre. Que esta vez siga allí, en su recuerdo, para que la ciudad no olvide a sus hijos víctimas de la violencia política. Y que cuando se despinte, cuando el viento, la lluvia o el paso del tiempo atenúen sus colores, nuevas manos, jóvenes como las de Chilo y plenas de “la inextinguible fe en el futuro” que tenía él, vuelvan a dibujar su rostro y llenar una, dos, tres, muchas paredes, con su querida presencia. Que así sea.
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*La primera versión de esta nota se publicó en marzo de 2006 en "Análisis" de Paraná. Algunas de las fotografías y datos fueron tomados del trabajo de Pablo Lorán, premiado en el concurso de la Subsecretaría de Derechos Humanos. La versión siguiente, bajo el titulo "Chilo Zaragoza: primer uruguayense víctima del terror de Estado", se publicó en el cuadernillo “Desaparecidos Uruguayenses”, producido íntegramente por El Miércoles y editado por la Subsecretaría de Derechos Humanos en marzo de 2010. Se puede leer online o descargar, haciendo click aquí.
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