En las siguientes líneas, la pluma de Marcelo Sgalia describe una noche que, entre otras características, mezcló a distintas clases sociales detrás de la magia de las canciones del grupo uruguayense encargado de cerrar la Fiesta Nacional de la Playa 2025.
Por MARCELO SGALIA (*)
La luna discute con su menguante sobre si es necesario que justo hoy, en el que hasta los planetas se alinearon, no puede ser una y alumbrarnos a todos.
Pues será, literalmente, al revés. Miles de celulares alumbran desde la tierra a la mitad de esa luna que se quedó en el cielo de anoche, que no brilla porque eso también hacen los menguantes y juega a la escondida con la fiesta, cabeceando por visualizar una porción del escenario o haciendo malabares para ver un mosaico de pantalla gigante, entre tantas almas.
La otra mitad de la luna está en el escenario y escapada de su menguante brilla en la noche más uruguayense de todas, con la pasión de un amante bañado en aplausos por sus canciones, entre luces, papelitos de colores que acarician el aire y rozan los sueños multiplicados de un récord de zapatillas que caminaron hasta los últimos barrios llenos de felicidad cuando la noche ya les había contado todo.
Esa parte de la luna sabía que la noche de un lunes, que esa banda, iba a hacer felices por un par de horas a tanta gente. Y nunca, pero menos hoy, son cuestiones para dejar pasar. Ni siquiera para la luna.
Locales y visitantes conviviendo. Camisetas de todos los colores. Personas con realidades distintas. Ateos y católicos en la misma comunión.
Los que tuvieron que dejar su fortuna de alta gama estacionada en algún lado y los que patearon hasta acá o ataron sus bicicletas de algún rincón, cantando lo mismo.
Ellos, que son de acá, toman vino y fernet, comen asado con sus amigos, juegan a la pelota, vacacionan en Paso Vera, la Isla, Pelay o el Balneario, juntaron a gurisitos que corean sus canciones encima de los hombros de sus padres, supieron sacar a bailar a matrimonios de varias décadas, entre los sillones playeros que hace un rato besaron otra arena, pero es la misma y lograron que ese pibe cante emocionado en la fila interminable del baño mientras sostiene a puro corazón las muletas y un vaso de birra.
Un recital, como nuestro deporte tantas veces, superando la historia. La música también devuelve. Quizás lo que nos traspase a tantos no sólo sean un puñado de canciones sino la transparencia en tiempos de tantas falsas caretas masificadas por las redes.
El brillo está en la voz como en el elogio de la sencillez. Mientras todos lo esperamos sabiendo que ya era récord y que esta noche la iba a romper, él anda diciendo en conferencia que “el escenario del mundo que elige es este”, “que la oportunidad para Zamba por Dos salió de un asado”, que “la clave es la humildad”, que los mejores músicos “son los míos porque confían en mí y yo en ellos”.
Hasta se dio el lujo en cuatro respuestas de citarlo a Borges. Las remeras no necesitan botones entonces nos empeñamos en inventarles ojales para hinchar las pelotas.
La respuesta de la impresionante convocatoria de anoche es también decirles “con lo nuestro no jodan”, es un inmenso agradecimiento a una banda que penetró en la gente, que donó ventiladores a los gurises de nuestras escuelas, y a un tipo que en el baúl de su auto cargó y repartió las viandas de un comedor comunitario en la pandemia para que cientos de gurises y gurisas tengan algo en la panza para irse a dormir.
Ahí no había cámaras ni celulares que lo graben. Tampoco llegaron los medios y los miserables, que suelen estar más interesados en sus conveniencias y negocios para ganar likes.
Keper, el Ema, Sebastián, Joel y Enzo abrieron sus alas en el cierre de una semana llena de música y recitales, cumpliendo el objetivo de “sólo queremos que esta noche la gente sea feliz”.
Bastó mirar alrededor, caminar un poco, ver la emoción de las bandas locales que tocaron antes o mirar los rostros de nuestras calles en la madrugada. Esas veredas aún no entienden cómo tanta gente puede ser feliz un martes a las 3 de la mañana.
La luna, que ya dibujó una canción en un trozo de papel regresa feliz a su menguante, porque tocó en la simpleza de una bandera y sobre la palabra barrio en el escenario. No es tan difícil. Si hay un tipo o cuatro que pueden juntar y hacer feliz a tanta gente un par de horas haciendo música ya está. Si provocan que nos emocionemos con nuestros hijos, amigos o viejos es maravilloso.
La historia dice que los que consiguen eso son poquitos. Yo no creo que la luna sea tan tonta, a esta altura, porque ella de noches y recitales la tiene bastante clara.
(*) Artículo publicado en su cuenta personal de Facebook y reproducido por gentileza del autor.
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