He dejado pasar el acto eleccionario para que no se interprete que estas líneas están dirigidas a un partido político o que en su esencia tiene alguna connotación política. No es así, bajo ningún aspecto. Lo que escribo está expresado como un ciudadano que ama a su ciudad y cree que debe cuidarse su patrimonio, como por ejemplo la casa del Coronel Pedro Melitón González en 8 de Junio y Urquiza.
Por GELO MAZZARELLO
Por una parte estoy enojado y por otra estoy triste, muy triste. Tal vez este segundo sentimiento sea más fuerte que el primero. Triste, muy triste porque siento que no se respeta la Historia de una ciudad que se vanagloria de autodenominarse –con toda justicia, por cierto- “La Histórica”.
Aquí en nuestra ciudad se ha escrito, con trazo grueso y fino, una parte muy importante, de la Historia Argentina mal que le pese a la Historia Oficial. Desde el Congreso de Oriente a 32 años de su fundación el 29 de Junio de 1815, presidido por nuestro patriota José Artigas que manifestó su voluntad de independencia de nuestras tierras de potencias extranjeras, pasando por las luchas federales de Francisco Ramírez, el germen de la rebeldía con el Pronunciamiento de 1851 de Urquiza, las jornadas del 21 de noviembre de 1852, el impulso de Sanción y Jura de la Constitución de 1853 y el protagonismo de alto peso específico en la Política Argentina, han ocurrido muchos eventos que significaron una presencia preponderante de nuestra ciudad en la Historia de nuestra Nación.
En 1849 se funda el primer Colegio Laico de la República, con un Internado con becas que en un momento se suspenden, lo que origina en 1877 la fundación de “La Fraternidad”, que aloja a sus primeros internos en una casa hoy desaparecida en la esquina Sur-Oeste de 9 de Julio y Tibiletti. Más adelante se construye el viejo edificio fraternal que en la segunda década del siglo XX se reforma y amplía con el que hoy conocemos. Por esa nobilísima institución pasaron jóvenes que, siendo adultos, fueron destacados hombres públicos argentinos. Ellos en sus horas de descanso acostumbraban a cargar con sus mates, yerba y pavas y “rumbear” hacia “La Salamanca” a pasar la tarde de esparcimiento. En ese recorrido por la calle Erausquin pasaban debajo de la vía del tren franqueando la Alcantarilla existente. Más de uno se detuvo y a punta de cortaplumas grabó su nombre en el ladrillo de los muros de la Alcantarilla. Con el tiempo muchos de los dueños de esos nombres se convirtieron en destacados literatos, políticos o profesionales. Entonces fue cuando los uruguayenses comenzamos a llamar a ese humilde paso de las vías del tren como la “Alcantarilla de los Ilustres”.
Hoy, quienes desconocen estos valores intelectuales e históricos y creen que eso es el muro de un circo, han mancillado su Historia. Ningún muro debe ser pintado, ninguno. Es el mínimo respeto que una persona debe tener por la propiedad ajena e incluso por la propia, porque de no ser así la ciudad se transforma en una visión carnavalesca. Pero pintar este muro como fue pintado meses atrás el pedestal del Monumento a San Martín, no tiene perdón, es una falta de respeto. Quienes pintaron esta Alcantarilla Histórica deberían restaurarla a su forma y aspecto original sin dañar las inscripciones que ella atesora.
El Número Único del Libro que recuerda el 75° Aniversario de fundación del Colegio del Uruguay reproduce en su página 139 la foto de la Alcantarilla que se adjunta en el encabezamiento de esta nota y debajo un largo texto que dice: LA ALCANTARILLA: Ahí está todavía (se refiere al año 1924) solitaria y muda, con su almita de cosa abandonada. La frecuentaron los estudiantes de antaño que iban camino de La Salamanca con su alegría en el alma y su pavita a cuestas y muchos dejaron allí, sobre un ladrillo musgoso la ostentación ingenua de su nombre. La indiferente juventud de ahora (se refiere al año 1924) … la ha relegado al olvido en tanto que ella brinda a los ojos del transeúnte ocasional sus dos paredones grabados como las hojas de un misal ya viejo … No le queda a la triste (Alcantarilla) otro consuelo que la muda compañía de tanta letra allí escrita. Están allí los nombres de … Cita muchos nombres donde figuran poetas, literatos, profesionales, pero quiero destacar a dos: Juan Hortensio Quijano, estanciero y abogado correntino, radical alvearista, vicepresidente en el primer mandato de Perón y a Francisco Barroetaveña, entrerriano de Gualeguay, que se hizo famoso por su artículo publicado en el diario La Nación el día 20 de agosto de 1889, titulado "¡Tu quoque juventud! En tropel al éxito", (“¡Tu también juventud!. En tropel al éxito”) que sacudió a la opinión pública y a la juventud en particular, donde condenaba la ausencia de principios morales y el sustento de ciertos jóvenes que apoyaban al entonces presidente Miguel Juárez Celman diciendo: "Esta y aquella adhesión no significan otra cosa que la renuncia a la vida cívica activa de los jóvenes, para desaparecer absorbidos por una voluntad superior que los convierte en meros instrumentos del jefe del Poder Ejecutivo". El artículo desató una movilización histórica que condujo –nada más y nada menos- primero a la creación de la Unión Cívica de la Juventud en 1889, de la que fue presidente, a la Unión Cívica en 1890, a la Revolución del 90 y a la creación de la Unión Cívica Radical en 1891 de la que fue miembro fundador con Alem, Hipólito Yrigoyen y Aristóbulo del Valle y diputado en varias ocasiones. Después de la amplia cita de nombres, prosigue: … y tantos otros que al esgrimir entonces el cortaplumas respectivo, no sospecharon quizás que algún día algún cronista poeta pudiera extraer de allí, con el rodar de los años, el motivo elocuente de una página. ¿Perdurará esta reliquia con su sabor de tradición romántica o nos vendrá un intendente sacrílego que so pretexto de ornato edilicio se atreva a ordenar el revoque de la mampostería? … sigue.
Quiero aclarar que esta cita a Brarroetaveña no tiene, bajo ningún aspecto, una connotación política, simplemente ha sido mencionado para hacer notar el valor histórico de la Alcantarilla, ya que los nombres de quienes figuran en sus ladrillos no han sido “ilustres desconocidos”, sino por el contrario fueron ejemplo, pesaron en la historia de nuestra nación y con el testimonio de sus nombres grabados jerarquizan esta modesta construcción como un lugar que debería, mínimamente, declararse lugar histórico municipal y rápidamente proceder a su limpieza sin dañar su estructura bajo la dirección de expertos restauradores, puesta en valor y tomar las medidas de preservación atinentes a su importancia histórica.
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