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“La Fragua y el surco”, de Rodolfo Leyes: un libro necesario y oportuno

Cada nuevo libro entrerriano que se publica es celebrado. Si además habla sobre nuestra historia y el autor es local es muy probable que nos asegure dos cosas: un nuevo y original aporte a nuestra historia y un enfoque a la misma con mirada entrerriana. Las dos cosas garantiza el trabajo del historiador colonense Rodolfo Leyes.

 

Por JORGE G. VILLANOVA

 

Lo primero que hay que decir es que se trata de una enorme investigación que cubre toda la geografía provincial y abarca 90 años de nuestra historia, eso solo amerita reconocer el tremendo esfuerzo realizado por el profesor colonense.

Fragua y surco. Martillo y mancera. Fuerza y sudor. Músculo y cerebro. Trabajo y hombre.

Los hijos de esta tierra, son en su gran mayoría hijos de aquellos inmigrantes llegados desde tiempos de Urquiza. Relatos de esfuerzos, de sacrificios y esperanzas de aquellos primeros fundadores tenemos a montones, familiares, colectivos. Dispersos, personales.

Rodolfo sistematiza esas vidas, les da un sentido histórico a esos trabajadores que vinieron a pelearla. Recorrer la historia de la clase obrera entrerriana no es una tarea fácil. Hay que buscar en archivos, en hemerotecas, en sindicatos, en los pocos libros que existen sobre el tema. Leyes se tomó el trabajo de juntar dato por dato, darles un sentido, ubicarlos en el tiempo y crear una historia sistematizada cuyo eje es la clase trabajadora de la provincia, con las luchas, sus huelgas, sus enfrentamientos con la burguesía rural e industrial, con sus organizaciones, con el desarrollo gremial y político. Un detalle importante, Leyes sostiene que no solo los inmigrantes compusieron la primigenia clase obrera: incluye a los hijos de la tierra, gauchos domesticados que se entreveraron con el gringaje, mano de obra que demandaba aquel orden europeo necesitado de materias, granos y carnes al que la burguesía argentina prontamente adhirió.

Primero fue pelear por el salario, el sostén básico, comer para subsistir. Luego vinieron otras reivindicaciones: las ocho horas, el descanso dominical, el aumento de sueldos, el reconocimiento de las asociaciones gremiales. Agreguemos el derecho a retirarse del trabajo oportunamente, es decir poder jubilarse.

El libro atraviesa todo esos momentos, que no son lineales, ya que no se conseguían los derechos y ya. Se peleaba y se avanzaba, pero esa pelea podía perderse y retroceder muchos años.

Esto es importantísimo: entender que lo que hoy se tiene es porque hace ochenta, cien, ciento cincuenta años hubo gente que entendió que había que conquistar esos derechos, y si eso no pasaba, nadie se los iba a reconocer. La clase trabajadora estuvo sola frente a todos: al poder eclesiástico, a los empresarios industriales y estancieros y también al Estado como representante de esa clase dominante, ya sea con voto fraudulento o con voto popular desde 1914. Cada uno cumpliendo su rol histórico.

Por eso es un libro oportuno, porque viene a mostrarnos que solo hay futuro si se lucha, pero también para conocer que esas disputas no fueron simples: hubo persecuciones, vejaciones y mucha sangre vertida en esta provincia para resignarse a que de un plumazo podía perderse todo lo acumulado desde entonces. La masacre de Gualeguaychú de 1921 —en el contexto de la Patagonia Rebelde, de La Forestal, de la Semana Trágica— fue parte de un intento de frenar a la clase obrera, de ponerle límites por parte del poder real.

Justo hoy, cuando el embate contra los derechos y los atropellos a las conquistas vuelven, como cíclicamente sucede en este país (1955, 1966, 1976, 1989) el libro de Rodolfo es oportuno y necesario para entender que no hay nada nuevo bajo el sol, que lo que nos presentan como nuevo ya sucedió. “La sensación de repetición del pasado tiene origen en la pervivencia del capitalismo como universo, y el capitalismo agrario como planeta”, dice el autor.

Hoy que la consigna parece ser volver a los años 80 del siglo XIX, los años de los Roca, de los Uriburu, de los Miguel Cané, los Manuel Carlés, los Ramón L. Falcón: al trabajo sin derechos, a las 14 horas, a gurises de 10 y 12 años que “eligen” trabajar y ayudar a sus padres, a la “potencia mundial“, mito inventado por un puñado de ganadores que inventan subterfugios para no llamar explotación a la explotación.

En Entre Ríos fueron la Liga Patriótica, los Montiel, las brigadas negras, las brigadas blancas, los Sixto Vela, los Morrogh Bernard, quienes encarnaron ese proceso y fueron su cara visible.

Pero el libro habla de los otros, los que se organizaron, los que asumieron su rol histórico y se organizaron como clase obrera, los protagonistas de este trabajo: luchas iniciales como las que se dieron en los saladeros de Urquiza, la conformación de las sociedades de resistencia, las huelgas en todo el territorio, el río, siempre el río —insoslayable— para expandir las ideas avanzadas de anarquistas, socialistas y sindicalistas. Nombres que tienen pocas calles que los recuerden: Juan Balsechi, Ángel Jordán, Ángel Borda entre tantísimos que han sido olvidados (o que nunca conocimos) y que el libro de Leyes saca a la luz, por supuesto en el contexto de sus obras: los sindicatos, la uniones departamentales, las federaciones provinciales, las relaciones con el poder, ya sea enfrentándolo o negociando con él.

La clase trabajadora se fue organizando y aprendiendo el juego político y económico. A enfrentarse, pulsear o negociar con su contendiente. Inclusive a aceptar que el Estado era un factor importante en toda negociación, que a veces podía jugarle en contra y otras ser un poco más justo con sus reclamos. Un Estado que se movía entre el liberalismo y el intervencionismo, dependiendo de quien lo controlase políticamente. Conservadores y radicales no eran lo mismo, aunque muchas veces se parecían demasiado.

La clase obrera se identificó con el sindicalismo y el anarquismo en primer lugar, con algunos partidos políticos sin tanta trascendencia como el socialismo o el comunismo.

Hoy todo aquello está muy lejos, los que usan la palabra “libertarios” ya no son los anarquistas de Diamante sino los máximos opositores a los derechos sociales; los socialistas ya no proponen leyes para proteger a los trabajadores o las mujeres y gurises de la provincia o transformar las empresas agricolas en cooperativas, ahora legislan sobre cuántos metros son amigables para las corporaciones y que el desastre que hace el glifosato no sea tan desastre. Aquel radicalismo bonapartista de los Laurencena y los Mihura que cubre el ensayo de Leyes tampoco existe ya.

Nos queda la pregunta sobre si este será un libro de historia más o tendrá la trascendencia que nos obligue a volver a él una y otra vez para no olvidar de dónde venimos y dónde estamos hoy, de que nada fue fácil para aquellos hombres y para aquellas mujeres, donde notablemente siempre en el frente de las luchas hubo “mujeres heroicas que han peleado a brazo partido contra la policía y que han debido pasar largas horas en las comisarías por el delito de defender el interés de los humildes”.

Si leemos al libro como un tiempo en que todo fue realizado, si nos quieren convencer que el futuro son aquellos años, si otra vez vamos a escuchar que la historia ya finalizó, aquí estará el libro de Rodolfo para desmentir aquello y para recobrar el optimismo de aquellos hombres y mujeres sabiendo al decir de Bloch que “el pasado no se puede modificar pero nuestro conocimiento del pasado evoluciona”, para volver a los octubres, a las vanguardias, a las foras, las comarcales, las sociedades de resistencia, a los despertares obreros.

“La Fragua y el surco. Clase obrera y lucha de clases en Entre Ríos, de Urquiza a Perón, 1854 – 1943”, de Rodolfo Leyes. Ediciones RyR (2024) 480 páginas.

Rodolfo M. Leyes es profesor y licenciado en Historia por la UADER, Doctor en Historia por la UBA. Fue becario doctoral y posdoctoral de CONICET, actualmente Investigador Asistente en el INES-CONICET-UNER. Es docente de UADER y autor de una veintena de artículos académicos en revistas nacionales e internacionales, así como colaborador en libros colectivos y prologuista. Es integrante del CEICS y militante de Vía Socialista.

 

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