Diez años en la historia no son nada, para las personas pueden dejar marcas a fuego.
Por JORGE RUBÉN DÍAZ de EL MIÉRCOLES DIGITAL
Menem: la destrucción del país
Sobre sus consecuencias políticas y económicas se han escrito y escribirán miles de líneas a lo largo y ancho del país.
Las mías son breves y estrictamente personales.
“Qué me importa lo que hizo con su vida, me importa lo que hizo con la mía”, reflexión atribuida al Negro Fontanarrosa sobre el Diego. Las tomo para sintetizar sentimientos y realidades que viví y analizo a la distancia, con el correr de los años, como protagonista en tiempo real y no a través de la historia que me contaron o imagino.
Los diez años de los gobiernos de Carlos Menem marcaron mi vida.
Las facturas que dejó a cuenta la segunda década infame las pagamos al contado y sin descuentos.
Durante la década del 90 transcurrió mi adolescencia y parte de la primera juventud, etapa fundamental en el despertar del interés cívico, en lo público, en lo que es de todos y todas, al menos así debería serlo.
Sin embargo en esos años fue el resurgimiento del mensaje de la antipolítica, el sálvese quien pueda, el fin de las ideologías. Donde al político como funcionario del Estado se los asociaba al show, farándula y corrupción con la mayor de las impunidades, la idea siquiera de integrar un centro de estudiantes era vapuleada por el reinante desprecio a la participación por el interés común.
Esa generación, entonces muy jóvenes como el Martín Insaurralde de la foto de portada de esta nota que publicó el diario Perfil, hoy está en diferentes partes del Estado tomando decisiones.
Ese fue el microclima de época. El impulso natural y juvenil de “querer mejorar al mundo entre todos” fue avasallado por el escepticismo e individualismo.
A una generación anterior la doblegaron con las botas, a la mía con los votos. Menem lo hizo.
Las facturas que dejó a cuenta la segunda década infame las pagamos al contado y sin descuentos.
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