Ni el macrismo ni el cristinismo evitarán que la Argentina siga en decadencia: son dos expresiones de la misma mentalidad.
Por JULIO MAJUL
Como no lo predecía Eduardo Duhalde, nuestra Patria parece condenada a la decadencia.
Al menos, mientras se mantenga la creencia de que sólo puede gobernarnos el conservadorismo macrista o el cleptócrata cristinismo.
Quieren convencernos que la única alternativa es evitar el caos cristinista apelando a las buenas maneras (disimulo, dirían otros) del macrismo; o evitar la ricocracia macrista apelando al discurso populista (mentido, dirán otros) del cristinismo.
Se trata de un dilema insoluble para cualquiera que piense en términos de una Patria gobernada por gente decente y capaz. Nada más que eso pedimos, a esta altura de la decadencia: que nos gobiernen capaces honestos. Lo mismo que se pedía hace muuuchos años; siempre sin éxito.
La historia de nuestra Patria, de nosotros, es la historia del fracaso de más de una generación de políticos. No de otra manera puede leerse un horrible dato de la realidad: en 1962 la pobreza en la Argentina afectaba al tres por ciento del pueblo (3 por ciento de la gente, sí señores); y en 2018 afecta a más del treinta por ciento del pueblo.
O sea: en más de seis décadas el porcentaje de pobres aumentó diez veces, el 1.000% (mil por ciento). Y nada hace pensar que esto se modifique
Si esto no es un rotundo, horrible, terrible, fracaso, de la dirigencia argentina, no sé lo que es.
Ese país anhelado será imposible mientras siga dominando la mentalidad que hace veinte años llamé Merde: mentirosa, egoísta, represora, desnacionalizante, envenenadora.
Hemos fracasado los que hoy tenemos entre treinta y ochenta años (por dar cifras aproximadas, nada más) en cambiar la realidad argentina para bien de los argentinos.
Estos pensamientos se me impusieron cuando encontré una nota escrita por mí seguramente en 1982, cuando conocí a Oscar Alende y empecé a pensar en cambiar la Patria; pasó tanto tiempo y sigo anhelando esa Nación libre, justa, democrática, federal, grande, con que soñaba siendo un veinteañero.
Ese país anhelado será imposible mientras siga dominando la mentalidad que hace veinte años llamé Merde: mentirosa, egoísta, represora, desnacionalizante, envenenadora.
Esa mentalidad con que han mandado todos los gobernantes que tuvimos después de Arturo Illia es la que infecta a nuestra clase dirigente, que en su infinita estupidez sólo atina a pensar cómo ganar la próxima elección, sin afectar el capitalismo salvaje que financia sus desvaríos.
Así nos va.
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