En la ciudad de Rosario un grupo de vecinos linchó literalmente a David Moreyra, de 18 años, después de advertir que estaba arrebatando la cartera de una mujer quien llevaba un bebé en brazos. Logró apoderarse de la cartera, pero su cómplice huyó en la moto de modo que quedó de a pie.
Por Aníbal Gallay
Un grupo de vecinos pudieron alcanzarlo y propinarle una paliza descomunal. Tres días después el presunto ladrón murió en el hospital. Un linchamiento en el que la palabra bestialidad (con el perdón de las bestias) queda escasa.
La madre del ladrón decidió donar sus órganos, en un gesto que no deja de ser llamativo. Negó rotundamente que su hijo fuera un ladrón, pero no es conveniente pedirle objetividad. Además poco interesa.
Algunos desde una óptica compasiva ensayaron, imaginativamente una historia para este joven. Y la propusieron llena de carencias materiales y afectivas. Plagada de violencia, sinsabores, y frustraciones. Y de una vida sin perspectivas, sin futuro, sin proyectos…
Es una defensa absurda. Nada de eso justica el arrebato de una cartera. En todo caso podría explicarlo, entenderlo, comprenderlo y asumir evidentes carencias sociales. No es desde la lástima y la conmiseración el punto desde donde puede abordarse esta grave cuestión.
Pero el absurdo llega al otro extremo. Y lo que es peor (¿o es lo mismo?) cuando desde el mundo bien pensantes se justifica este linchamiento porque al fin y al cabo era un ladrón y se trata de “negros de mierda”, y “ratas que no merecen otro destino que el extermino.”
Estos vecinos de clase media, democráticos, liberales, reclamadores de derechos y adherentes a la máxima que “mis derechos terminan donde comienzan los ajenos” y que claman todo el tiempo por una justicia independiente y sobre todo que haya seguridad y abundancia de policías “para que nos cuiden” y que “los delincuentes no entren por una puerta y salgan por la otra” y por supuesto que las penas sean más duras y que “se pudran en la cárcel”.
Sin embargo, es harto probable que la horda de vecinos esté de acuerdo en que somos todos iguales ante la ley, que debe garantizarse un juicio justo y el derecho a la defensa. Esto lo escribieron los constituyentes en 1853. Han pasado 160 años y al parecer muchos honrados y educados ciudadanos no lo han comprendido.
¿Todos tenemos derechos? Aquí seguramente se suscitarán dudas. Todos, sí, pero no tanto. Como en este caso en que un grupo de ciudadanos decidieron constituirse en jueces, condenar a muerte y ejecutar la sentencia. Ejecución abyecta: lo mataron a golpes.
Es probable que estos vecinos impolutos, se indignen ante el accionar de las patotas, o cuando un piquete corta injustamente el tránsito violentando el derecho de andar libremente por la calle.
Esta historia que pasará pronto al olvido, tiene una gravedad mayúscula. Este es el camino de las bestias, donde no impera la racionalidad sino el impulso de la horda que se adjudica la soberanía y se adueña de la vida de los demás.
El joven David Moreyra ni siquiera tuvo la oportunidad de entrar por una puerta y salir por la otra, ni de podrirse en la cárcel. Los vecinos -honestos ciudadanos- decidieron matarlo. A los golpes como a los insectos molestos, “porque al fin y el cabo se lo merecía”. Algún periodista televisivo tendrá la oportunidad de repetir: “uno menos”.
anibalgallay52@hotmail.com
Foto: Clarín
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