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La viveza mafiosa que terminó con un empresario desaparecido

Detrás del rapto de Gastón Tallone, gerenciador del puerto de Concepción del Uruguay, aparece la sombra de Los Monos y un narco de alto vuelo.

El problema criminal que arrastra Rosario fue subestimado durante mucho tiempo en base a un prejuicio clasista: los narcos que dominan algunos territorios son brutos, rústicos, gente surgida de la extrema pobreza, algunos no saben leer ni escribir.

Esa conclusión ceñía el debate cada vez que el tema de Rosario se analizaba en los sectores de poder de Buenos Aires. En parte, el enfoque era cierto, pero el prejuicio dejaba de lado la viveza y la temeridad, una combinación que operan sin pretensión de futuro, sino asentadas sobre el presente puro y duro.

Con la banda de Los Monos ocurre que la mirada va de un lado al otro: de la exageración, el enfoque sobredimensionado, a la subestimación sobre la base del prejuicio de que son marginales que no pueden liderar una organización criminal. Quizás lo que no puedan es conducir una organización que no sea criminal.

Un abogado que estuvo casi dos décadas vinculado a la defensa penal de esta banda no dejaba de sorprenderse con esa viveza criminal, muchas veces recargada de una violencia extrema.

El letrado había recibido un llamado del capitalista de juego clandestino Leonardo Peiti, que estaba siendo extorsionado por un sector de los Cantero.

Primero le exigieron un pago único de 500.000 dólares y luego cuotas de 30.000 mensuales. Previo a la oferta extorsiva habían baleado uno de sus edificios y amenazaban con matar a su familia.

Los Monos aprovechaban que este hombre se había hecho millonario en la oscuridad de la ilegalidad pero no era un asesino. Desesperado, buscó ayuda en el abogado, que se restregó las manos porque le iba a cobrar por la consulta 10.000 dólares.

Su misión era hablar con Los Monos y negociar una suma menor. Media hora después de que el abogado cortó su llamado con Peiti, que le explicó la situación, recibió una comunicación de Vanesa Barrios, pareja de Máximo “Guille” Cantero. “Doctor, no se meta porque este es nuestro negocio”, fue la frase concisa y directa de esta mujer. En pocos minutos sabían que Peiti había pedido ayuda y, por las dudas, aclararon que nadie debía meterse en el medio. Peiti terminó cediendo casinos clandestinos a la banda de Los Monos y pagando un canon de 30.000 dólares.

Esta anécdota sirve para tabular esa viveza mafiosa que este grupo criminal fortaleció a lo largo de los últimos años a partir de su apogeo en los medios y en la escena pública. Es difícil calcular cierto “éxito” cuando todos los integrantes de esta banda están presos o muertos. Es parte de la extraña particularidad que encarna el fenómeno en Rosario.

Hay una historia reciente que une varios extremos: el puerto de Concepción del Uruguay, un empresario secuestrado que aún está desaparecido, un juez que se habría suicidado, barras de Newell’s que pertenecen a Los Monos y el piloto narco Gustavo Juliá. Arranca el 27 de diciembre de 2021, cuando se produjo un movimiento extraño en el aeropuerto de Sauce Viejo. Aterrizó un avión privado que era piloteado por Eduardo Juliá y Claudio Burgueño.

Solo iban dos pasajeros: Gustavo Juliá y Pablo Seitun. El avión que había despegado de Morón, provincia de Buenos Aires, descendió en el aeropuerto santafesino para reaprovisionarse de combustible. Su destino final era Rosario de la Frontera, Salta, a pocos kilómetros del límite con Bolivia. El 29 de diciembre hicieron la ruta inversa. Las particularidades de esos vuelos recaían en dos puntos: quiénes eran los pilotos y pasajeros, y el destino, la frontera con Bolivia. Eduardo y Gustavo Juliá habían sido condenados en España en 2011 por traficar una tonelada de cocaína en el jet Bombardier Challenger 604. La sospecha es que en ese vuelo no traían empanadas salteñas para fin de año.

Gustavo Juliá, hijo de un jefe de la Fuerza Aérea durante el menemismo, fue detenido hace 20 días por efectivos de la Policía Federal Argentina (PFA) en el marco de una investigación por un secuestro extorsivo vinculado al narcotráfico, en la que otros dos detenidos son miembros de la banda de Los Monos. Juliá quedó enredado en el secuestro extorsivo del empresario entrerriano Gastón Tallone, que era investigado por lavado de dinero. Visitaba con frecuencia a Máximo Ariel “Guille” Cantero, en el penal de Marcos Paz.

Tallone está desaparecido desde el 8 de julio de 2023, cuando fue obligado a subir a un vehículo en la zona de Abasto, entre los barrios porteños de Almagro y Balvanera. Algunas semanas antes, la víctima del secuestro había aparecido en las noticias de la ciudad entrerriana de Concepción del Uruguay por una denuncia de recepción de pagos de extorsiones en la zona portuaria, en 2021.

Esa presentación la realizó el abogado José Alberto Tomás Uriburu, autodefinido en el escrito como dueño de la empresa Terminal Puerto Concepción del Uruguay, y que menciona a Tallone como uno de los hombres que cobraba el dinero exigido en dólares a su nombre, supuestamente, del por entonces administrador del Ente Autárquico Puerto Concepción del Uruguay, a cambio de no obstaculizar el movimiento en esas terminales y facilitar la compra agresiva de una empresa al “armar una mochila de juicios” a sus anteriores dueños. Desde ese testimonio, Uriburu pasó de denunciante de corrupción a imputado por el rapto de Tallone, luego de la decisión que en agosto de 2023 tomó la fiscal federal Josefina Minatta, que en ese momento tenía la investigación que ahora sigue su colega Carlos Stornelli.

Aparecen dos rosarinos involucrados en el secuestro. Los investigadores detectaron una pata de la barra brava de Newell's y la banda de Los Monos. Son Alejandro Ficcadenti y Sergio Di Vanni, sospechados también de llevar adelante las amenazas contra el jugador Ángel Di María. El periodista Agustín Ceruse publicó en Encripdata que esta historia comenzó a gestarse a mitad del 2023 cuando una organización criminal arrojó papelitos en las puertas de la casa de Tallone y la de su amigo José Uriburu. Tenían el mismo mensaje: «Con la mafia no se jode». Una marca indeleble que impusieron Los Monos en Rosario. Después les prendieron fuego los autos. A eso les siguieron tiros. Peleados por el control de la terminal portuaria, en plena Hidrovía, Uriburu intentó que Tallone solucionara el problema al que lo había arrastrado, pero también buscó otra salida. Ya no pudo resistir la presión y en agosto de 2023 recurrió a quien pensó que podía ayudarlo dado el contexto de las amenazas: ni más ni menos que Juliá. Le contó que “la mafia” le reclamaba 340 kilos de cocaína que desaparecieron de la Terminal Portuaria Concepción del Uruguay (TPCU), pero le juró que el ladrón había sido Tallone. De acuerdo a lo que reveló Ceruse, Juliá levantó el teléfono: «la mafia», le dijo, lo perdonaría, pero, primero debería ir a la cárcel de Marcos Paz para hablar cara a cara con uno de los “dueños” de Rosario: “Guille” Cantero.

En total, Uriburu se reunió 17 veces con el jefe de Los Monos. Las visitas empezaron en 2023 y continuaron en 2024, cuando ya estaba vigente el Sistema Integral de Gestión para Personas Privadas de la Libertad de Alto Riesgo en el Servicio Penitenciario Federal (SPF), que, entre otras medidas, redujo al máximo las visitas: solamente continuarían teniendo encuentros de contacto con familiares directos y, excepcionalmente, con personas allegadas, en este caso con contacto diferido en sala de locutorio individual.

Uriburu se presentó en su condición de abogado con la excusa de arreglar los términos de una posible representación en causas penales. Pero arreglaron otra cosa. Sabiendo que su visita tenía llegada a la política nacional, «Guille» le ordenó transmitir un mensaje: «Que me mejoren las condiciones de detención y yo paro el baño de sangre». Dicen que así consiguió volver a ver a sus hijos. Al final, Cantero puso a prueba a Uriburu: su vida a cambio de la de Tallone.

Uriburu no pudo, no supo o no quiso salir de esa encerrona: acompañado a sol y sombra por Ficcadenti y Di Vanni, los dos barras de Newell’s, y por Juliá, se reunió varias veces con Tallone. Primero logró que devolviera parte del cargamento robado. Pero eso no bastó. Los Monos no perdonan: tenía que “entregarlo”.

El 8 de julio fue la emboscada: convocado por su socio Juan Carlos Miró, Tallone se acercó hasta el Abasto y allí los rosarinos, a bordo de un auto Gol vinculado a Juliá, lo secuestraron. A pocos metros, dentro de su Audi Q3, Uriburu, recordando la advertencia de Guille, monitoreaba la operación. Desde ese día se perdió el rastro de Tallone.

Seis meses después, el 9 de enero, el juez federal de Concepción del Uruguay Pablo Seró murió tras caer del edificio Antares, donde vivía su madre, en pleno centro de esa ciudad entrerriana. Seró investigaba el secuestro del empresario Tallone. A él le enviaron documentación relevante los fiscales de Rosario Franco Carbone y Pablo Socca y, a partir de esa pista, logró revelar otro capítulo en la trama que tenía a Ficcadenti como protagonista. Las escuchas telefónicas y las pericias develaron que este barrabrava había participado junto a Sergio Gabriel “Bebe” Di Vanni en el secuestro de Tallone.

Luego de la trágica muerte del magistrado de Concepción del Uruguay la mirada sobre este sector de Los Monos, que habría participado en el secuestro del empresario desaparecido, está puesta con preocupación porque no sólo muestra los tentáculos de la banda sino también las vinculaciones con un universo criminal de alto vuelo, que tiene en este caso detenido a Gustavo Juliá. Ficcadenti fue apresado unos días después de que se concretara el secuestro de Tallone. Los fiscales Socca y Carbone ordenaron su detención por las amenazas contra Ángel Di María. El 25 de marzo del año pasado, en una ciudad conmocionada por los cuatro homicidios que dejaron aterrorizada a Rosario, la hermana del exjugador del seleccionado recibió en su inmobiliaria en el centro una caja de cartón. Dentro había una cabeza de chancho con un tiro en la frente.

Fuente: Por Germán de los Santos – Publicado en www.iceberg.com.ar

 

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