Pensar que podremos aliviar nuestra salud o la de los seres que amamos por modos alternativos a las leyes naturales tiene más que ver con el sufrimiento que producen las enfermedades que con las enfermedades en sí mismas. Y su uso en reemplazo de las terapias probadas es sumamente riesgoso para la salud de las personas.
(*) Por CAMILA HUTT
2021, Concepción del Uruguay y un fenómeno que pareciera fuera de contexto o propio de una película de ciencia ficción: una vidente, una mujer que asevera que la Virgen la ha enviado a sanarnos. Podemos formular críticas y valoraciones, tanto positivas como negativas, alguien podrá burlarse. Pero hay un hecho, que ante este tipo de fenómenos se nos presenta como innegable y no pretendo refutar: nuestra enorme necesidad de salvación. Las personas sufrimos.
La desesperanza, la impotencia, el miedo y el dolor integran la constante lucha de todo ser humano, todos podemos referenciarnos en ellos, nadie ha acometido la hazaña de transitar la vida soslayando tales agobios, como tampoco nadie ha transitado la vida sin sentir alguna vez ilusión, deseo o esperanza.
Como la luz y su sombra, ante una situación de desesperanza, miedo, dolor o impotencia nuestra desesperación nos lleva a una exacerbación de la esperanza, la que se podría traducir en la aprehensión a “sanaciones mágicas”, o como se denominan hoy en día “terapias espirituales”.
Pensar que podremos sanar por medio de lo espiritual, es decir, aliviar nuestra salud o la de los seres que amamos por medio de modos contrarios o alternativos a las leyes naturales, en realidad tiene mucho que ver con el sufrimiento que producen las enfermedades, más que con las enfermedades en sí mismas.
El sufrimiento rara vez se nos presenta como algo “natural”, por ello necesitamos evadirlo. La magnitud de la desesperanza, la impotencia, el miedo o el dolor nos evoca a que necesariamente debe existir una contraparte igual de fuerte, igual de magnifica dispuesta a salvarnos.
Sanar por medio de creencias o dogmas no suena sensato: la lógica científica que hemos creado nos indica que no es posible, que no sería verificable.
Así hoy podemos comprobar que en pleno siglo XXI una mujer que se autodenomina como vidente y que afirma que algún ser sobrenatural la ha enviado a sanar a las personas, causa furor y gran convocatoria en la ciudad, e incluso recibe atención periodística, como si de cualquier otra noticia se tratara. Pareciera que hubiese algo en la esencia humana, o en la relación de las personas con el sufrimiento que producen las enfermedades que resiste y prevalece al paso de los siglos y a los cambios de paradigma.
Hace mil años nadie hubiese objetado que las enfermedades fuesen un castigo divino o que Dios podría sanarlas. “En tiempos pasados, las pseudomedicinas eran practicadas por chamanes o médicos-brujos, y los pseudomedicamentos eran vendidos en ferias por charlatanes que se enrollaban culebras en el cuello para llamar la atención de los paseantes”, dice Sanz en su libro “Las Terapias Espirituales ¡Vaya timo!” (Laetoli, 2016, pág. 5).
Esto ya no ocurre: gracias a la ciencia podemos entender el origen y desarrollo de las enfermedades, como también el modo de curar y prevenir la mayoría de ellas. Pero sin embargo nada ha cambiado el sufrimiento que las enfermedades provocan en nosotros.
En el libro que mencioné, Sanz expone tres principales discrepancias con las terapias espirituales:
Sanar por medio de creencias o dogmas no suena sensato
“En primer lugar, todas estas terapias presuponen que lo espiritual es independiente de lo material y superior a este, tal como lo vienen asegurando las religiones. Segundo, cualquiera aprende en poco tiempo el ABC de cualquiera de esas pseudomedicinas, mientras que el dominio de la medicina propiamente dicha requiere por lo menos una década de estudios y prácticas exigentes. Tercero, la creencia en la eficacia de una terapia pseudomédica no se basa en investigaciones experimentales ni en controles estadísticos: se cree en su eficacia porque Fulano dice que le hizo bien o porque lo aseguró Mengano, hombre de poco estudio pero amplia experiencia”. (p. 10)
Además añade, en cuanto al tercer punto, que estos casos anecdóticos que utilizan para sostener la efectividad de las terapias espirituales poseen una relación meramente circunstancial o azarosa con la mejoría o curación del paciente. Ya que existen muchos mecanismos propios de la fisiología humana que ocasionarían la curación o mejoría de diferentes patologías independientemente de la administración o tratamiento desde las terapias espirituales o medicinas alternativas. Algunas de las que menciona son:
“La curación natural de las enfermedades: la mayoría de las enfermedades se curan solas por la acción de los mecanismos de defensa naturales propios de todo organismo. Mejor aún, gracias a estos mecanismos es más frecuente que las enfermedades se curen o cronifiquen que acaben con la vida del paciente.
La mejoría evolutiva en las enfermedades crónicas: suele ser habitual que las enfermedades crónicas muestran fases de virulencia (empeoramiento) y de mejoría. Si el tratamiento aplicado coincide temporalmente con una fase de mejoría, esta última puede atribuirse erróneamente a la acción del tratamiento.
Falsas curaciones por errores diagnósticos. Entre las mejorías o curaciones se incluyen también las de los pacientes que realmente no estaban enfermos por errores en el diagnóstico, es decir, se están “curando” enfermos que realmente no lo estaban”. (Páginas. 28,29)
En conclusión, sostengo que lo más pertinente respecto a la utilización de estas terapias espirituales es saber posicionarlas y practicarlas como lo que son: paliativos para el sufrimiento que intrínseca y necesariamente conllevan las enfermedades. No son una vía de sanación fiable para las enfermedades y su utilización en reemplazo o detrimento de la medicina científica se ha verificado que es perjudicial y sumamente riesgosa para la salud de las personas.
(*) Estudiante de Filosofía.
Esta nota es posible gracias al aporte de nuestros lectoresSumate a la comunidad El Miércoles mediante un aporte económico mensual para que podamos seguir haciendo periodismo libre, cooperativo, sin condicionantes y autogestivo. |