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Las maisons de Mali

El periodista uruguayense Marco Sastre muestra en esta nota una mirada diferente a través de la experiencia de un joven inmigrante que aspira a un mundo distinto, construido ladrillo a ladrillo, donde para nadie sea indiferente salvar la vida de una persona.

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Tatá huyó de su país por la guerra. (Foto: M.S)

 

(*) Por MARCO SASTRE, desde Sicilia ( Italia)

Los ladrillos, de la misma forma que los sueños y esperanzas de cada persona, se apilan uno sobre el otro, como objetivos cumplidos o por cumplir, y con el propósito único de lograr un hogar. Este hogar bien puede tratarse de un ideal de construcción personal, aunque a veces la vida nos demuestra (como lo hizo con nosotros) que todos los sueños de una persona pueden revelarse, cargando de a un ladrillo a la vez.

Tatá es un chico de pocas palabras, aunque en realidad eso no tiene nada que ver con que yo no pueda hablar francés cuando intento comunicarme con él. A pesar de sus casi dos metros su voz es casi inaudible, y compensa su falta (cada vez menor) de italiano con gestos y oraciones cortas. Pero más aún, la elección minuciosa en las palabras parece ser la forma personal que tiene este ragazzo de Mali para enfrentar su realidad diaria: sus frases son discretas y certeras, aún cuando habla con sus compatriotas en el centro para refugiados.

 

EL SUEÑO DE LA CASA PROPIA

“Construí la casa para mi amigo Stefano, que ha visto en internet las viviendas típicas de Mali y me ha propuesto hacer una”, dice Tatá consultado sobre su creación. Semanas antes, cuando la casa era solo un proyecto que lo tenía entusiasmado, aseguró que “una semana de trabajo” era suficiente. Y cumplió. El muchacho parece preferir por lejos la acción antes que las palabras.

Aún así, esa economía en el lenguaje resulta a veces tremendamente certera para algunos de quienes tuvimos la suerte de frecuentarlo. Si al principio la estatura del muchacho podría sorprender (o incluso atemorizar), inmediatamente una sonrisa inunda su rostro cuando cruzamos miradas.  Acto seguido, son dos las palabras que se escuchan cuando coincidimos en el cortile del antiguo edificio de Canicarao: “Marco, amigo!”. Y ya está, perdiste, no hay nada que hacer. Solo unas pocas veces escuchando sus historias bastan para saber que de Tatá te vas a acordar durante toda tu vida.

Era una época especial en el Centro. Durante todo el mes de julio el calor característico del verano en Sicilia se unía a la solemnidad del Ramadán, un mes en el año en el cual todos los musulmanes podían saldar las cuentas con Dios a través del ayuno. “El ayuno es muy importante, mi amigo”, me aclararon durante mis primeros días trabajando en el centro, “si no comés ni tomás agua durante el día, y rezas constantemente, Dios perdona los pecados que cometiste durante el año”.

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Después de tantos problemas, en Italia encontró paz. (Foto: M.S)

Una abrumadora mayoría de los 50 chicos profesaban la religión del profeta Mahoma, con lo cual, y en buena medida, todas las noches se transformaban en veladas de música y comida que se continuaban hasta casi las 4 de la madrugada. Esto, claro, tenía su correlato en que la mayoría de los muchachos dormía casi hasta pasado el mediodía, lo que ayudaba a la ardua tarea de no comer ni beber nada mientras el sol se encontraba alto en el cielo. Esto era cierto para muchísimos chicos, pero no para Tatá, que siempre impasible y discreto se sentaba en el patio principal cerca de las 8 de la mañana a leer su libro de texto en Italiano, para aprender el idioma de la gente que lo rodea.

“Me han recibido bien en Italia”, asegura. “He encontrado personas que me han ayudado y me aconsejaron sobre la vida en el país. Estoy aprendiendo italiano y además he encontrado amigos en este centro”, dice, refiriéndose a su vida en los diversos centros de la Fondazione San Giovanni Battista. Como queriendo mostrar un atisbo de su historia destaca que “desde que abandoné Mali he atravesado varios países donde no podía quedarme por no tener documentos, mientras que en Italia me ayudan a obtenerlos. Italia es buena, estoy contento de haber salvado mi vida”.

 

UN RAGAZZO SIN BARBA

La juventud y voluntad emanan del rostro de Tatá (“soy un ragazzino, tengo 19 años y no tengo barba”), pero en la profundidad de sus ojos oscuros se vislumbran detalles de su largo camino. “Abandoné Mali por la guerra. En mi país hay dos grupos beligerantes: Musjas y Mnila. El 27 de junio de 2012 uno de estos grupos mató a mi mamá en el mercado de Gao (la ciudad de donde es originario). Creo que la mataron a causa de su vestido tradicional de Bourmous. Abandoné la escuela en noveno año, porque algunos miembros del grupo militar van a las escuelas y secuestran a los chicos más fuertes para combatir al gobierno”.

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Una semana demandó la construcción de su casa. (Foto: M.S)

Las penurias de Tatá no se terminaron allí. “Llegué a Argelia y estuve allí por cuatro meses, hasta que un día la policía me pidió el pasaporte. Intenté explicar que a causa de la guerra tuve que abandonar mi país sin documentos, pero el juez me dijo que debía salir de Argelia en 15 días”.

Tatá está acostumbrado a levantarse temprano y trabajar, y eso fue exactamente lo que hizo cuando llegó a Libia. “Trabajé durante 11 meses en Libia, para distintas personas. Un día, luego de trabajar, requerí a mi empleador que me pagara, a lo cual respondió llamando a la policía y denunciando que no tenía documentos”. Si en Argelia la suerte de Tatá fue menguando, en Libia parece que todo fue aún más complicado: al no tener el permiso para estar en aquél país fue directamente encarcelado. “En prisión fui torturado y me apuñalaron en las costillas. Pasé seis meses allí, sufriendo golpizas cada mañana”.

Hablar con refugiados es, por lejos, el peor negocio para el turismo en Libia. Sumado al calor y la inestabilidad política, están las fuerzas policiales que reprimen y torturan. Pero al parecer es ese complicado país el principal polo que atrae a los prófugos de toda África, puesto que desde allí se organizan los viajes a Europa.

“En prisión, los militares me decían que todos podían partir con destino a Europa, y que estaban preparando la barca. Sin pagar nada. Cuando iniciamos el viaje, éramos 115 personas en la embarcación, y estuvimos 3 días en el mar esperando el rescate de la nave italiana. Llegamos a Pozzallo el 10 de junio de 2014”.

 

LA VIDA ES UN VIAJE

Tras arduos días de trabajo y, no llamativamente, casi una semana en total, la casa de Tatá se pudo finalizar. “Se prepara un molde de madera para los ladrillos y se usa como material tierra, agua y paja. Los he dejado al sol para después darle forma a los muros de la casa. Luego se prepara una larga alfombra con la paja y otros materiales que encontré cerca. Con las cañas de bambú he armado la estructura del techo, lo cubrí con la alfombra de paja y luego monté todo sobre los muros de la casa”.

La casa, como Tatá había prometido, se finalizó junto con Ramadan, en fecha festiva. Dos días después partió hacia otro centro de la asociación. La noticia de su partida fue súbita y abrumadora para todos. Con poco más de un mes y medio en Canicarao, Tata se fue dejándonos a nosotros detrás, si, pero firmemente asentados como aquellos ladrillos que uno a uno se van apilando para construir experiencias de vida. Y eso es lo importante.

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Los moldes de los ladrillos de su hogar. (Foto: M.S)

“Quisiera poder vivir en Italia”, dice convencido, voluntarioso en su aprendizaje del idioma como ningún otro, y agradecido del país que le dio la paz que con sus escasos años le fue tantas veces negada. “Hay guerra en muchos países de África, y muchos son los que vienen a Italia para salvar su vida” argumenta, y remarca convencido: “si hubiera guerra en Francia, todos escaparían de allí a otro país donde no haya guerra”. A pesar de saberse profundamente religioso (Tatá cree fervientemente que todas sus circunstancias son cosas de Dios), igualmente sabe que lo que pasa después de la muerte es incierto, y es por ello que asegura que “salvar la vida, aunque más no sea de una persona, es importante”.

 

¿DÓNDE QUEDA EL CENTRO?

En un centro que recibe a los refugiados donde los asesoran para que hagan el pedido de asilo, entre otros trámites. Está emplazado en una vieja propiedad que se llama Torre de Canicarao, cerca de la ciudad de Comiso.

Sicilia es el primer lugar donde llegan los africanos (a Pozzalo por lo general). Después son destinados entre varios centros de emergencia de 400 personas, y luego a otros más chicos que hay en todo el país.

(*) La nota fue publicada en el sitio immigrantineurope  y es reproducida textualmente por gentileza de su autor.

 

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