Si uno ha elegido ser docente de alguno de los niveles de nuestro sistema educativo, es imposible que no haya cocinado en el último año una receta de estas: medio kilo de una angustia rara batida en 100 gramos de intranquilidad + 50 gramos de desorientación y una cucharada de rabia.
La experiencia cotidiana del aula, el bullicio de los pibes, la sorpresa diaria frente al milagro del aprendizaje colectivo, y todas estas cosas bellas y confortantes que solo ocurren en el espacio donde se genera el conocimiento, han sido arrasados por una ola gigante que va y viene.
La brutalidad del cambio de escenario de la enseñanza-aprendizaje no dio lugar ni tiempo a ningún reclamo, a ningún remedio ni a ninguna explicación.
El sistema reaccionó con una estrategia lógica y única: marchar aceleradamente hacia la virtualidad.
Cierto es que no hubo muchas opciones entre las cuales elegir, excepto detener por completo el sistema educativo a la espera de mejores condiciones.
No sé si quienes gestionan la educación calcularon la alteración de la ecología hogareña, y el trastoque que implica para el mundo de los adultos la anulación del modo presencial en las instituciones de educación.
Sacar a los pibes de las escuelas de cualquier nivel, obligando a que permanezcan en el hogar durante las horas que la educación tomaba normalmente, produjo un desbarajuste mayúsculo en las familias cuyos adultos debieron seguir con su trabajo a pesar del brote epidémico.
La interrupción de la educación sometió entonces a los docentes a otros desafíos: sobre la preocupación por su propia salud se instaló la necesidad de nuevas habilidades para moverse en el mundo de una virtualidad eventualmente desconocida que previamente les fue inyectada.
Se ha afirmado que un docente no debería sentir incomodidad frente al mundo de las plataformas educativas basadas en la virtualidad.
No es esto erróneo, pero aceptemos hoy que un docente adulto medio frente al pasaje del trabajo presencial al virtual en días, no rebosará de alegría.
El cambio fue brutal y no estábamos suficientemente preparados para una transición tan abrupta.
Sumemos la aparición e imposición de los famosos protocolos aplicados a la educación no presencial que han llovido sobre nuestra humanidad, cerrando una configuración cargada de autoritarismo.
“No es necesario pensar ni reflexionar, sólo lea y aplique los protocolos del Ministerio” dijo un director de una escuela de mi barrio.
Se han comunicado casos de docentes y estudiantes que se alejaron de la educación ante el devenir de los violentos cambios impuestos por una metodología en la que prevalecieron la centralidad y la autoridad.
En medio de semejantes desviaciones, un crítico del viraje de la política educativa llamó la atención sobre la instalación de una Dictadura Pedagógica.
A pesar de todo, los docentes sacaron adelante la educación virtual en todo el país, aun con las enormes diferencias tecnológicas de cada zona.
Al Parlamento Nacional le tomó bastante más tiempo hacer su primera reunión virtual. Y ya sabemos que no le falta nada.
Creo que pocas profesiones han recibido la paliza metodológica que se le propinó a la docencia.
El gremialismo que frenó año a año el inicio de las clases, no dijo una palabra.
¡Los héroes de las clases híbridas y asincrónicas son los docentes argentinos!
Se les debe una mejor retribución y un agradecimiento por su compromiso con la educación.
Y también una computadora con una conexión a internet digna.
Pongámoslo en un Protocolo.
No sea que nos olvidemos de pensarlo después...
PD: (Gracias por los mails enviados y las sugerencias!)
(*) Artículo publicado en la edición gráfica del diario "El Pueblo" de Villaguay.
Esta nota es posible gracias al aporte de nuestros lectoresSumate a la comunidad El Miércoles mediante un aporte económico mensual para que podamos seguir haciendo periodismo libre, cooperativo, sin condicionantes y autogestivo. |