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1957

Los túneles de la ciudad: misterio develado

¿Qué son esas construcciones subterráneas que aparecen en la zona céntrica de Concepción del Uruguay cada vez que alguien excava? ¿Son en verdad túneles que se utilizaban como vía de escape, pensados como escondites ante posibles invasiones, como dice la leyenda que cada tanto resurge? ¿Son depósitos, como aseguran algunos investigadores? ¿O son cisternas, es decir lugares para almacenar agua de lluvia? ¿Acaso son letrinas, como insistían otros? Aquí se abordan tanto los hechos como las hipótesis sobre el tema, y se deja claro que ¡todas las respuestas son correctas! Bueno, casi todas. Esta publicación forma parte del libro "Historias casi desconocidas de Concepción del Uruguay 2" de Editorial El Miércoles.

 

Por A.S. de EL MIÉRCOLES

Después de la demolición de la antigua “Comandancia” nació la incógnita: surgieron indicios de construcciones subterráneas, que hicieron renacer con fuerza narraciones transmitidas verbalmente de generación en generación, sobre una “red de túneles” que enlazaba los principales edificios de la ciudad. La red, supuestamente, incluía el edificio de la Comandancia, la Jefatura de Policía, la Iglesia de la Inmaculada Concepción, el Colegio del Uruguay y la residencia de la familia Urquiza (el actual edificio de Correos). Distintas versiones agregan o quitan lugares.

Imágenes de "La Calle": julio de 1978, con las primeras obras del actual Centro Cívico, se encontraron construcciones subterráneas.

No pasaron muchos años para comprobar que no eran mitos: debajo de algunos edificios del centro uruguayense hay construcciones subterráneas. La primera evidencia se tuvo en mayo de 1946 cuando circunstancialmente se descubrió “un posible túnel entre la Ex Comandancia y el Edificio de la Policía
de Entre Ríos”. Varios años después, el 27 de junio de 1957, un grupo de empleados municipales estaban construyendo un cimiento cuando notaron que el piso cedía bajo sus pies, por lo que decidieron investigar. Excavaron y se encontraron con una sorpresa: sables, hebillas de bronce, proyectiles de armas antiguas, vasijas, porrones de barro, estribos y frenos de hierro. Los investigadores locales, de parabienes.

En esa excavación se encontró además, en dirección este a oeste, una galería subterránea de gruesas paredes de ladrillo, y con arcadas más o menos cada tres metros. En algunos de sus tramos tenía hasta 1,2 metros de ancho. La galería se cortaba en el extremo oeste en una pared que delimitaba con otra construcción edificada al otro lado (de alrededor de 4 por 2 metros), sin otra salida que no fuera “hacia arriba”, lo que hacía suponer que se trataba de un sótano o un depósito. La galería desembocaba al este en un ambiente más amplio, de forma aparentemente circular con techo abovedado. El hallazgo dio lugar a los más diversos comentarios. Los historiadores de nuestra ciudad más informados en la materia elaboraron sus hipótesis. Algunos, los más
fantasiosos, aseguraban que se trataba de una parte de una red de túneles.

Otros entendían que se trataba simplemente de sótanos o depósitos. Las formas de las construcciones sugirieron diferentes interpretaciones: para algunos podía ser una cisterna, destinada a almacenar agua de lluvia, que se usaba en tiempos que no existía el agua corriente. Para el reconocido investigador Andrés G. García, también podía tratarse de letrinas.

El tiempo transcurrió y en los últimos días de junio de 1974, otra evidencia: en el patio del edificio de la Policía de la Provincia apareció un pozo, dejando al descubierto paredes gruesas y derruidas que hacían retrotraer a quien las viera a la época de la fundación de Concepción del Uruguay. Consultado en
ese momento José Nadal Sagastume –otro investigador uruguayense destacado de la época–, reconocía no saber que podría ser esa construcción, y sugería consultar con Andrés García, aunque igualmente dio su opinión: sería un pozo de agua o una letrina.

El descubrimiento hizo que se recordara que cuando se construyó el depósito para el surtidor en el patio de la Policía, se encontraron también paredes de una galería antigua, algunos huesos humanos y una serie de argollas de hierro forjado. Más hipótesis: se sugirió que eran restos de la antigua cárcel que había en la vieja Villa del Arroyo de la China, que además tenía un cementerio contiguo. En 1978, la ciudad otra vez se sintió muy curiosa con este hallazgo. En las crónicas de la época se cuenta que “el doctor Arturo Mardon, interesado por el asunto, alerta por la supuesta vinculación entre un hallazgo similar producido años antes”, al demoler la antigua Comandancia. Se relacionó entonces con la idea de una galería subterránea que unía los edificios por
debajo. También comentaba Mardon que, en la reconstrucción del Colegio del Uruguay, se había hallado una galería subterránea.

El recorte de “La Calle”, de julio de
1974, refleja el hallazgo en los trabajos del patio de la
Departamental Uruguay de la Policía de Entre Ríos.

 

Todo esto se tomó como una versión sin mucha evidencia, pero en realidad la había. Al menos valía la pena investigar. Las autoridades de entonces –era intendente Carlos María Scelzi– se mostraron interesadas: vieron lo que surgía de esas excavaciones como un posible atractivo turístico, en una época en que Entre Ríos empezaba a mostrarse como un destino interesante para el turismo interno.

En esas crónicas, el profesor Miguel Angel Gregori –quien además fue intendente en uno de los gobiernos de facto– da por acertada la versión de los túneles, y agrega que él en su infancia los recorría: acompañaba a su papá a la vieja Comandancia, donde se hacían ferias. En esas galerías había una tapa de madera en el piso que abrían y recorrían un túnel con dirección oeste. Ya no solo había indicios: ahora había al menos un testimonio de alguien que aseguraba haber usado los túneles para moverse por debajo de la ciudad. Sin embargo, en 2019 el historiador Andrés R. Rousseaux sostuvo, en el sitio Concepción del Uruguay, Historia y Turismo, que Gregori, al preguntarle sobre este tema “me dijo que no eran túneles, sino cisternas o aljibes para agua y pozos negros”. ¿Habrá cambiado de opinión?

La interpretación de la suma de acontecimientos pasó a ser una discusión popular: toda la comunidad conversaba sobre el  tema y elaboraba o esperaba una respuesta. Las páginas del diario La Calle lo reflejan en varias oportunidades, incluso realiza entrevistas para dar a conocer las opiniones en pugna. En ese contexto habla Domingo Eguillor, ex jefe de la Policía: en su gestión el patio se hundió con el paso de un camión de bomberos,  y se descubrieron dos habitaciones de unos 6 por 4 metros, donde encontraron cucharas, tenedores y trozos de sables. La escritora Lorenza Mallea añade su propio testimonio: siendo joven, paseaba por una quinta a orillas del Arroyo de La China, y vio una construcción, una especie de boquete, que daba al arroyo. Le intrigó y preguntó. La respuesta fue que eran salidas de túneles provenientes del centro de la ciudad. Don Andrés García insistió: son pozos negros, se usaron de basureros, y por eso aparecen botellas, frascos, cucharas, tenedores, huesos de algún asado.

Dijo entonces, muy al estilo de la época: “Creo firmemente no estar equivocado, pero si hubiera alguna opinión más verdadera que la mía, que ella prevalezca”. En efecto, opiniones había y siguieron apareciendo en la prensa, como Juan Chiozza Traverso, otro ex jefe de Policía en 1920, quien también interpreta lo hallado en el patio de la Policía como parte del edificio antiguo de policía y cárcel.

Mito, no teoría. Porque a esta altura hay suficiente evidencia de que los descubrimientos subterráneos son casi todo lo que se enumeró a través de las diversas hipótesis, menos, justamente, túneles.

No pasaron muchos años más: en 1978, en la construcción del actual Centro Cívico, vuelven a aparecer estas edificaciones subterráneas y con ellas reaparece la pregunta: ¿qué son: túneles, letrinas, depósitos? El interés de la comunidad se agigantaba, y las fotos en el diario local lo muestran: la población visitaba las construcciones mientras se cavaba más y más. Se sugirió la necesidad de llamar a expertos para que investigaran, pero el gobierno local –encabezado por Eduardo A. Giqueaux, a quien no se debe confundir con su familiar Eduardo Julio, rector del Colegio– no pareció interesado en el asunto: de un día para otro se tapó lo encontrado y se continuó como si nada con la construcción de lo que ahora es el Centro Cívico.

Hoy no se le perdonaría semejante acción de desprecio por el legado común a un gobierno municipal. El hecho, lamentable, es que la acción de las excavadoras borró para siempre esos vestigios, de los que solo queda recuerdo en páginas de viejos diarios de la ciudad, en testimonios recogidos en diversas fuentes y en la tesonera labor de investigadores y divulgadores para rescatar ese bien intangible común que es la historia y ponerlo a disposición de las nuevas generaciones. Virginia Civetta y Carlos I. Ratto –del sitio Concepción del Uruguay, Historia y Turismo– dicen que con seguridad los túneles del Colegio son una cisterna. Y citan a Luis Aráoz, quien narra en su libro Del tiempo viejo: “El aljibe (pudimos ver su interior una vez que hubo que desagotarlo), está formado de una nave de bóveda como de cinco metros de ancho y de treinta de largo, más o menos, de Este a Oeste, desde donde terminaban las veredas de mármol. Se comprende la necesidad de haberle dado tanta dimensión, puesto que recibe el agua de lluvia de los cuatro costados del edificio…”.

Otro recorte en “La Calle”, en 1978.

Coincide la narración de Aráoz con lo que asegura el profesor Celomar Argachá en una nota en El Miércoles: “Sin duda se trata de la cisterna del establecimiento, que juntaba agua dulce de los techos para lavar la ropa y los cabellos de los estudiantes, evitando hacerlo con agua salobre (muy dura) que imposibilitaba limpiar las prendas con jabón”. Argachá recupera una nota del rector Luis Grianta, del 25 de octubre de 1941, donde se refiere a la cisterna. Grianta le escribe a la superioridad, en momentos en que se está haciendo una profunda refacción del edificio del Colegio, para oponerse “frontalmente al rellenado con tierra de la cisterna existente en el centro del patio, donde actualmente se encuentra el aljibe”. Al contrario, Grianta asegura que “se debía
arreglar y obturar algunas grietas, arreglar la escalera de acceso, dotar a la cisterna de una buena ventilación y habilitarlo como depósito de muebles y útiles, por cuanto –agregaba– el Colegio posee pocos espacios para ese fin”. En suma, conservar la cisterna y transformarla en depósito.

En 1991, a varias cuadras del centro, en la Asociación Bancaria (Rocamora y Combatientes de Malvinas) al ampliar su edificio, se hallaron restos y se dijo que eran cabellos humanos, pero es un dato sin confirmar. Eran los terrenos donde casi medio siglo estuvo la legendaria organización autogestiva “El Despertar del Obrero”. Se especuló que podrían ser habitaciones. Apenas un año después, otra vez aparecen construcciones abovedadas y subterráneas en la remodelación de la confitería RyS, frente a la plaza. De nuevo en 1995, una excavación de una empresa sobre calle Supremo Entrerriano entre 9 de Julio y Galarza, permitió que aflorara una pared en casi todo el trayecto del trabajo que estaban haciendo. Los historiadores consultados opinaron que los ladrillos databan de la época del Cabildo. Y así en cada excavación en el centro, renace el mito de los túneles.

Mito, no teoría. Porque a esta altura hay suficiente evidencia de que los descubrimientos subterráneos son casi todo lo que se enumeró a través de las diversas hipótesis, menos, justamente, túneles. Pero nada abonó más el mito recientemente que la curiosa declaración de Eduardo Julio Giqueaux (no
confundir con Eduardo A. quien fuera intendente cuando se taparon los hallazgos en 1978). Giqueaux era rector del Colegio desde esa época. En 2005, en una entrevista que concedió para un documental de estudiantes de periodismo, contó que recorrieron esas construcciones subterráneas, y explicó: “Mi hipótesis es que existe un gran sótano –que algunos interpretan que pudo haber sido también la cisterna del aljibe que se encuentra en el centro del patio– que no fue cerrado, simplemente se mantuvo, que no fue la cisterna original del colegio y que era una especie de gran hall distribuidor para los pasadizos que corrían en dirección de las distintas instituciones que estaban vinculadas por ellos en el siglo XIX. Hay en Buenos Aires, en La Manzana de las Luces un
testimonio de que las instituciones se comunicaban por pasadizos bajo la superficie. Pienso que ésa es la realidad de lo que aún puede observarse bajo el piso del patio del Colegio”.

El profesor Celomar Argachá respondió con una nota (bastante enojado) acusando a Giqueaux de “crear un nuevo mito, al cual contribuye con su opinión el rector”. En esa nota Argachá reproduce el reclamo de Grianta de no tapar la cisterna, lo cual prueba sin duda alguna qué eran los supuestos túneles. Por si no alcanzara, añade algunos datos, como que en esa época el Correo (la residencia de Urquiza) no se había construido, era un terreno baldío. Y propone razonar: en la época que fuera, un volumen de tierra desplazada de tal magnitud no pasaría desapercibido.

Mucho menos en una comunidad que, en 1849, cuando se construyó el Colegio, no llegaba a cuatro mil habitantes. No encontramos respuesta de Giqueaux a Argachá, pero en 2006 el rector vuelve con el tema, en un artículo en el diario paranaense Uno, que tenía interés en el asunto porque en Paraná también se habían encontrado recientemente construcciones subterráneas.

Allí habla de los túneles en el Colegio Urquiza, y aunque ahora no asegura que los hubiera, deja entrever que en la ciudad seguramente los hubo. En 2020, en plena pandemia, renació la discusión y el interés por los “túneles”. Ocurrió que en Bartolo Bar (ubicado en la esquina de la Policía) aprovechando la cuarentena para realizar unas reformas, se toparon con un hallazgo tan novedoso como todos los anteriores. Arreglando baños y pisos rajados, descubrieron un sótano de 45 metros cuadrados. Aunque el sótano hallado, según se determinó, no tiene más de un siglo, el propietario (Martín Di Mario) vio lo que no lograron ver las dirigencias locales –públicas o privadas– que durante décadas presenciaron los hallazgos. Anunció que recuperará ese lugar para los visitantes, y decidió utilizar comercialmente el hallazgo: “Vamos a decir que fue el sótano del General”, anunció.

No obstante, como aclaró el arquitecto Carlos Canavessi, “los historiadores locales no creemos en la versión de los túneles de ninguna manera”. Esas construcciones subterráneas, explicó sin asomo de duda, “son cisternas, aljibes, pozos negros y sótanos”. Agregó que el hallado en Bartolo ni siquiera es tan
viejo, tiene unos cien años: “Lo que se encontró es un sótano que tiene techo plano, no abovedado”, y es una construcción típica “de los años 1920, 1925, no más porque si fuera más antiguo no tendría perfiles metálicos sino tirantería de madera dura”.

En el sitio Concepción del Uruguay, Historia y Turismo, las personas usuarias comparten opiniones sobre los “túneles”, que siguen produciendo curiosidad. Quizás porque la mayor parte de la comunidad no conoce aquellas viejas discusiones entre especialistas. Los testimonios personales, transmitidos con los años, cargados de verdades y a veces deformados por la transmisión oral, abonan el resurgimiento de hipótesis. Por ejemplo, Amanda de la Cruz cuenta que su esposo trabajaba allí en ese momento: “Se hundió una máquina, y lo que vieron es que en las paredes del túnel había una argolla de metal incrustada en la pared. Comentaban que allí ataban a los prisioneros”. Hernán Sorondo narra: “Yo tenía unos 11 años y con unos amigos pasamos en bicicleta por allí.

Había muchas personas mirando. Tendría unos dos metros de ancho y no más de 1.80 de altura, dos personas con linternas salieron un poco agachadas. (…) Uno de los señores salió con un cilindro que parecía de cemento o algo así del tamaño de un termo que tenía inscripto: ‘1783 Virrey JJ
Vertiz y Salcedo’. No tengo idea quiénes eran estos señores. Con el tiempo pensé mucho sobre ese tubo pero no le encuentro explicación lógica, ya que si bien la ciudad fue fundada en ese año, y de ser esto túnel, cisterna o lo que fuere, estaba muy lejos del lugar donde se asentó la primera población. Yo era solo un niño pero me gustaba mucho la historia, por eso me quedé hasta que literalmente nos echaron”.

Como puede verse, cada hallazgo y cada testimonio a lo largo de los años muestra evidencias que permiten inferir funciones diferentes de las construcciones subterráneas: algunas eran cisternas, otras cárceles, otras depósitos, algunas como letrinas y, tal vez habitaciones, como la de la Bancaria. Y algunos pequeños enigmas como el de la inscripción quedan dando vueltas. Pero la explicación más sensata está tan a la vista que sorprende por su simplicidad: en cada edificio las construcciones subterráneas obedecen a razones distintas. Las respuestas que se fueron dando (cisternas, cárceles, depósitos, letrinas, habitaciones) parecen ser todas correctas. Pero la que menos evidencias tiene a su favor es la de los túneles.

De todas formas, lo más probable es que la leyenda continúe corriendo. Aunque la objetividad y la verdad histórica son objetivos loables y valiosos, los mitos cumplen un rol que, por ahora, nada ha logrado sustituir. Precisamente, uno de los testigos de esta historia, Eduardo Julio Giqueax –de los pocos
filósofos que ha dado nuestra región–, se ocupó de estudiar el mito, en lo que constituye tal vez su principal aporte como pensador. En tren de alimentar mitos también se puede marcar la coincidencia de que en el mes de julio se han producido los últimos hallazgos de supuestos “túneles”.
¡Vamos, alimentemos juntos el mito! Y es que las leyendas, las narraciones míticas, no desaparecen por más que nuestras sociedades sean cada vez más sofisticadas. Los mitos son demasiado importantes. Por eso no se van, solo cambian de forma. Siempre será más atractivo imaginar una red de túneles
que atraviesan todo el centro de la ciudad que contentarse con una trivial letrina.

 

La nota original se publicó en El Miércoles Digital. Su autor, Américo Schvartzman, tuvo como fuentes el artículo de Virginia Civetta y Carlos I. Ratto publicado en el sitio de investigación y divulgación Concepción del Uruguay, Historia y Turismo (que dirige Virginia junto a Carlos I. Ratto), con el título “Los túneles de la ciudad”, y las notas publicadas en El Miércoles, edición papel, números 173 y 174, bajo los títulos: “Los túneles del Colegio” y “Sobre el mito de los túneles”, del 27 de julio y del 3 de agosto de 2005. El documental mencionado se tituló «El misterio de los túneles», y fue realizado en 2004 por Valentín Bisogni, Jorge Ruhl, Marilina Latour, Luisina Aranda y Leonardo Beorda, entonces estudiantes de Locución y Periodismo de la Universidad de Concepción del Uruguay. Se consultaron también los diarios impresos y digitales Uno, La Pirámide y El Entre Ríos. Además, generosamente, Carlos I. Ratto revisó este texto antes de su publicación.

 

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