El lunes 18 de septiembre de 2023 se conmemoraron los 100 años de su natalicio. Estas líneas dedicadas a resaltar ese hecho, ojalá lleguen a ser un croquis de la estatura de su obra, pero ni sueñan ser maqueta, menos aún mármol. Estos trazos se unen a los ya dedicados a Ruiz. Las manos juntas van levantando los cimientos para reconstruir una imagen literaria que nace en Entre Ríos, pero que trabajó para dar a su Historia “una estatura que la proyecte a una consideración literaria nacional”, como él lo escribió.
Por MARIO DANIEL VILLAGRA (*) Especial para EL MIÉRCOLES
Como dijera Borges, palabra siempre autorizada, “todo lo que hagamos con felicidad los escritores argentinos pertenece a la tradición argentina” —pienso que eso de la felicidad figurase casi como un adelantamiento, de las tantas inauguraciones de Borges, de un esnobismo. Pues Ruiz escribía más que con eso: “Dolor y luz, síntesis y concreción de toda vida espiritual”, así lo describió Delio Panizza al comentar “La Pasión que nos salva”, de 1947, el primer poemario publicado. Pero dudo, visto desde aquí y ahora, que este hombre hecho de “dolor y luz”, digo, que esta “intensa poesía”, como dijera Mastronardi sobre la de Ruiz, sea hecha simplemente con felicidad…
Entre 1938 y 1939 Ruiz pasó por las aulas del Colegio Nacional y Escuela Normal de su ciudad natal, que las biografías dicen que no concluyó, para pensar que con eso le bastó de base sólida para saber que el conocimiento es inagotable, pero accesible.
“¿Un prolongado y oscuro romanticismo adolescente?”, se interroga el propio Ruiz antes la voluntad de publicar, y se encomienda a la memoria… “Ningún poeta entrerriano habrá estado en forma tan oscilante entre la euforia y la agonía, entre el placer y el sufrimiento, entre la vida y la muerte”, dice Leites. Tan contrastantes con las palabras de Salvarezza que, ante “El linaje de los años (1940-1960)”, escribe que “puede decirse que exhala perfumes, salpica colores e inventa formas”, pero para nada incongruentes si tenemos presente su afinidad con la cerámica y la pintura. “El Universo de Luis Alberto Ruiz”, subraya Domitila Rodríguez de Papetti, y describe en bruto y en detalle a Ruiz sobre su magma de creatividad, y sin embargo así cuesta dar con su talla.
Tendrían que decir estos trazos que entre 1938 y 1939 Ruiz pasó por las aulas del Colegio Nacional y Escuela Normal de su ciudad natal, que las biografías dicen que no concluyó, para pensar que con eso le bastó de base sólida para saber que el conocimiento es inagotable, pero accesible. Que desde 1940, año en que impartió su primera conferencia en Concepción del Uruguay, no cesó su producción creativa. Trazos sencillos, representativos y complejos, para estatuar con poemarios, diccionarios, traducciones, antologías, sin omitir que durante las décadas del ‘50 y 60’ cultivó una veintena de libros y que floreció en un puñado de distinciones provinciales, nacionales y en el exterior. Un trazo firme para subrayar el premio Lugones de la Sociedad Argentina de Escritores (1956) y el de la Cámara Argentina del Libro, por el “Diccionario de la Mitología” (1963), y aun así no cierra su contorno.
Llegado hasta aquí, habría que preguntarse, ¿sabría él que se convertiría en un mito, sabiendo, seguramente, que el mito como mensaje “no necesariamente debe ser oral, puede estar formado por escrituras o representaciones: el discurso escrito, así como la fotografía”? Imposible de responder, pero siguiendo con la idea de su estatua, pienso que los retratos, algunas imágenes, y las anécdotas que me han contado sobre él, son una parte de la inmensa obra que aún queda por descubrir. Es una estatua con el velo del tiempo.
La critica lo recuerda como dentro de la Generación o Promoción del 40, pero si solamente es para juzgar su poesía neorromántica, con resonancias de lo clásico a lo nativo, de lo existencial a lo amatorio, la obra de Luis Alberto Ruiz excede los cánones. Algunos lo tildan de “maldito”, pero sin embargo sus aportes a una sociedad, en la que él emplazaba su estatura, son notables. “No tenemos noticia de que en la historia literaria de Entre Ríos haya visto la luz una compilación como la presente”, dice el diario de un domingo de 1955 al anoticiar a los lectores la aparición de “Entre Ríos Cantada, primera antología iconográfica de poetas entrerrianos”. De la cual, “excluido voluntariamente de esta Antología, los editores han estimado que debe figurar en ella”. Ese mismo año, recordemos, como una muestra de su compromiso por conectar su realidad como escritor situado a una literatura de otras latitudes, se publicaba el “Diccionario de la literatura universal” por la editorial Raigal.
En uno de sus textos, “Magia y sacralidad de la poesía”, Luis Alberto Ruiz dice “la palabra no es árbol, aunque pueda describirlo con tanta eficacia como un pintor o una maquina fotográfica. Pero por la palabra, se oye el árbol, y esa es una de sus virtudes mágicas”. Es posible, entonces, que con este de “Cantos epilogales (1981)”, si llegamos a construir los primer trazos para una estatua, a esta se le pueda volver a oír su voz después de 1987.
Recuérdame, tú que subes conmigo esta colina ultima.
Recuérdame que no quiero olvidar, paro no morirme.
Te dejo esta siempreviva para que recuerdes
Que hasta la más humilde oruga de la creación
Puede resplandecer, alada,
En la interminable fugacidad del mundo.
Mientras me voy secando,
Crece la rosa grande de mi Poesía…
Recuérdame: si muero
Quiero volver aquí otra vez,
Quiero estar otra vez aquí en la tierra.
Aquí, en donde ardía la memoria.
(*) Mario Daniel Villagra (1987) nació en Villaguay, Entre Ríos. Desde el 2017 reside en Francia, donde actualmente realiza la tesis doctoral “La escuela entrerriana de escritores: origen y alcance de un gajo de la literatura argentina del SXX”, en la Universidad Sorbonne Nouvelle – París 3, luego de haber finalizado, en 2020, el Master en Estudios Hispánicos e Hispano Americanos orientado a la investigación. Es Licenciado en Comunicación Social, por la Facultad de Ciencias de la Educación (UNER). En 2015 publicó Poemas del Principiante (Árbol Animal, Buenos Aires) y en 2016 formó parte de la Antología poética Juan Laurentino Ortiz (Bruma, Mendoza). En 2018 publicó Benavento (Azogue Libros, Paraná), dedicado a la vida y obra del maestro y escritor, y en 2020 la novela Los Mandatos de Camilo Fink (Panza Verde, Concordia). Entre 2014 y 2022 dirigió cuatro películas: “Marta Zamarripa, una poeta en pie” (2do Premio del Certamen Miradas 2016); “Miguel Ángel Federik, el poeta descalzo”; “Arnaldo Calveyra, tras sus huellas” y “Silvia Baron Supervielle”, estas dos últimas estrenadas en la Casa de América Latina de París. En 2022, obtuvo el primer premio en el 1er. Concurso de Poesía y Narrativa "Luz de provincia" en categoría poesía, con el poema "Lo que ve crecer el caracol"; el concurso fue organizado por Autores de Concordia, Cultura de Concordia y Fundación Magíster.
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