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Luis “Baby” Cherot, poemas para seguir de pie ante la vida

Acaba de publicarse el poemario “Justificación del silbo”, de Luis Arístides Cherot (Ediciones del Clé). La poeta uruguayense Marga Presas comenta este trabajo y asegura que “se escribe para extenderse de uno mismo, no para erguirse ante la muerte, sino para seguir de pie ante la vida”.

 

Por MARGARITA PRESAS (Especial para EL MIÉRCOLES)

 

El poema acecha en los intervalos, dice la poeta chilena Nadia Prado. Y en los intervalos de su propia vida, a Luis Arístides Cherot los poemas han ido acechándolo hasta morderle los talones, hasta que ya no fue posible que siguieran guardados, hasta que Baby decidió “quitarles la carcoma de lo antiguo, liberando los tercos fantasmas de la nostalgia” para volver a mirar y mirarse en “aquellos rostros, esa luz, esos caminos”.

Como resultado de la recuperación de sus textos tan celosamente guardados, salió a la luz este año, a través de la entrerriana Ediciones del Clé, su poemario Justificación del silbo, un libro que se imprimió y encuadernó en el Taller del poeta, de la ciudad de Nogoyá, con una diagramación, una calidad de papel y
una tipografía que hacen agradable la lectura, con espacios blancos que son como aire para que el texto y quien lee, respiren.

Portada del libro.

El libro de Cherot se divide en tres partes: Gená, Madre y A pesar. Al final se incluye la partitura de la canción Justificación del silbo, poema de Cherot musicalizado por Abel Julio Sellanes, de quien también se comparten algunos datos biográficos. Para la portada e interiores se eligieron obras de Juan Carlos Migliavacca y de Alicia Quiroga.

“No estaba en mi naturaleza ser poeta”, dijo alguna vez el poeta entrerriano Arnaldo Calveyra; “contra una opinión difundida nadie nace poeta, son los otros los que cierran el puño alrededor de algo que resulta ser el canto de uno, que todo lo ignoraba del tema”.

Avanzando en la lectura de los poemas de Cherot, vamos cerrando el puño alrededor de su canto que puede germinar y crecer como propio al reconocer espacios que nos son comunes: campo abierto, montes, espesuras, sol reverberando en el agua, pájaros y sus trinos, galopes, voces de pueblo, mucha luz.

… El río se hace orilla cuando queda estancado

resucita por la verde cabellera del sauce

para ser puro viento

(Desesperanza)

En el poema que da nombre al libro, un gurisito junto a un cañadón, entre los cardos ensaya un silbido para atraer a los pájaros, mientras a un costado descansa, la honda, la gomera construida para arrojar piedras al aire, para ensayar puntería o para la inocente crueldad infantil de cazar pájaros El niño cazador se distrae mirando las formas de las nubes: “un zapato, un conejo, … la otra no era nada”.

La sola recreación de la escena ya es una invitación a la nostalgia por un tiempo en el que alguien podía pasarse horas al aire libre, escuchando cantar al viento y a los pájaros, mirando el reflejo del sol en un cañadón y buscándoles formas a las nubes. Por suerte, “el silbido no anduvo / y no maté ni un pájaro” dice la voz lírica con alivio.

En A vuelo de pájaro, un despojo alado, un silencio negro: en el patio el niño encuentra un cadáver de pájaro, cubierto de hormigas “Le quito los insectos, emparejo el plumaje”, imagina el vuelo, la libertad del ave, a pesar de la muerte que ha secado sus ojos.

El poeta de Villa Mantero dedica también versos a sus amores y otros afectos cercanos. Y no nos priva de conocer su ideario, como en el poema A pesar, del que destaco algunos versos:

Vinieron por el mar,
violando el horizonte,
donde solo nosotros, los peces y los pájaros
ofrecíamos ritos a la espuma y al agua.
(…) Su dios vino montado en la empuñadura de la espada (…)
Corrieron vientos rojos
del mar a la cordillera,
corrieron vientos rojos
del sur a las Antillas.
Hubo cruces de palo que justificaron todo.
(…) Mal partieron la tierra,
nos impusieron fronteras,
nos asignaron el verbo,
nos sometieron al credo,
(…) nos desgarraron la frente,
el corazón
y el alma.
(…)

A pesar de la infamia

hay tardes en que el cielo
es azul de lejano
y lo cubre
de sueños azules de esperanza.
(A pesar)

La preocupación por la palabra, por las palabras, esa búsqueda incesante como poeta aparece en varios de los versos de este libro. Vuelvo a Adelia Prado: “¿Qué había antes, anterior a la palabra? Uno en otro. Tiempo y contratiempo del éxtasis. Hacerse entender atestados de silencio (...) las palabras hacen lo suyo y se caen o no se caen de la boca a las manos”.

Dice Luis:

Apareció la palabra ante los ojos
sostenida en la rueca del aire
o en el gusano final de la mariposa.
(Música)

Tal vez esa música orientó el derrotero de las palabras, desató la boca para que llegaran a las manos de Luis, para mostrarse así al descubierto:

Y cuando bajaba desde las derrotas
o victorias del día,
o cuando las distancias volvían
de devorarle los pasos,
descubrió que era bueno intentar la aventura
(Música)

 

Cherot se lanzó a una aventura con las palabras, se aventuró en el lenguaje, en el decir desde la soledad. Si nos preguntáramos ¿por qué, para qué escribir?, podríamos responder, parafraseando a Adelia Prado, escribir para extenderse de uno mismo, no para erguirse ante la muerte, sino para seguir de
pie ante la vida.

Luis Aristides "Baby" Cherot

Nació en Villa Mantero, departamento Uruguay, Entre Ríos, el 21 de diciembre de 1957. Docente jubilado, es profesor para la enseñanza primaria egresado de la Escuela Normal Mariano Moreno de Concepción del Uruguay. Vivió en Paraná, Buenos Aires y São Paulo (Brasil).

Regresó a Villa Mantero, donde reside. Casado desde 1982 con Susana Beatriz Zeroli, tiene dos hijos: Marcus Vinicius y Emilce Agustina, quienes les concedieron la dicha de cuatro nietos: Augusto, Juan, Valentín y Ana Catalina. Publica, en colaboración con Viviana Elizalde, Sergio Elizalde y Abel Sellanes, dos libros de investigación histórica, sobre la escuela de Mantero y sobre la historia de la ciudad.

 

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