Acallados los llantos, los lamentos sinceros y los convenientes, será bueno quizás hacer alguna consideración sobre el ex presidente Carlos Menem, hombre que gobernó durante una década la Argentina. Junto con Domingo Cavallo destruyeron lo que el país había construido en cien años.
Por ANÍBAL GALLAY de EL MIÉRCOLES DIGITAL
Será oportuno advertir el contexto en que asumió Menem. En lo interno el final del gobierno del doctor Alfonsín con una inflación que llegaba al cinco mil por ciento anual. En lo externo la caída del muro de Berlín y el final de la experiencia comunista. Ese hecho significó que se iniciara una euforia capitalista. El “mundo libre” vencedor y tanto que proclamaba sin ambages el fin de la historia.
Desde las entrañas del peronismo se logró lo que no pudieron Álvaro Alsogaray, Krieger Vasena, y Martínez de Hoz.
En julio de 1989 asume el gobierno de Menem. Seis meses antes de lo previsto. El establishment económico siguió con la política de bombardear todo y el proceso hiperinflacionario no fue detenido.
La caída del muro de Berlín en noviembre de 1989 le vino de maravillas. Estados Unidos retomaba en solitario el liderazgo del mundo. Y allá fue Menem a encolumnarse silencioso y sumiso. El estandarte de las “relaciones carnales” fue la metáfora adecuada a la sumisión.
Domingo Felipe Cavallo llegó como una tromba e impuso las convertibilidad: un peso un dólar. Esto ya se había probado con el presidente Carlos Pellegrini, después de la crisis de 1890.
Esta convertibilidad había que sostenerla y era necesaria una permanente inyección de dólares.
Veinte años después de Menem la Argentina ostenta 20 millones de pobres. Dicho de otro modo: el país sigue destruido por la política neoliberal del menemismo, y a la dirigencia no parece importarte demasiado.
Así se puso en marcha un nefasto proceso de privatizaciones. Todas las empresas del Estado fueron privatizadas o cerradas.
La Argentina había logrado en sus años industrializadores fabricar aviones, vagones de trenes, automóviles, buques, armas, vehículos utilitarios. Todo se destruyó: las industrias mecánicas, el Estado, Aerolíneas Argentinas, fabricaciones militares y el sistema ferroviario, base de la comunicaciones sobre todo en el interior.
Como consecuencia de esto vino una oleada de desocupación que llegó al dieciocho por ciento. Pero mientras tanto las fuerzas economías aplaudían el retiro del Estado en el control del comercio exterior. Se cerró la junta de granos y hasta sectores portuarios se dejaron en manos privadas para delicia del contrabando.
Hubo claro, una contracara. El uno a uno permitió a la clase media viajar a Miami, comprar productos importados, “deme dos” fue el slogan de esos tiempos, y creer que se estaba en el primer mundo. Con el apoyo de la tilinguearía encarnada en la clase media, Menem logró la reelección.
Desde las entrañas del peronismo se logró lo que no pudieron Álvaro Alsogaray, Krieger Vasena y Martínez de Hoz.
Menem murió en total impunidad. El contrabando de armas y la voladura de Río Tercero tardaron décadas en dilucidarse.
Fue muy particular la relación de Menem con la justicia. No solo una Corte adicta que aprovechó para eximirse de los impuestos a las ganancias (Acordada 2096) sino unos jugosos sobresueldos. Quedaba más elegante que llamarlos coimas. A ningún juez se le pidió cuentas de este delito de cohecho.
Por último ninguno de los gobiernos posteriores movió un dedo para reconstruir el país. La dirigencia argentina parece resignada a ser un país sojero, abandonando aquellos ideales de progreso, ascenso social, trabajadores con salarios dignos y donde los únicos privilegiados fueran los niños.
Veinte años después de Menem la Argentina ostenta 20 millones de pobres. Dicho de otro modo: el país sigue destruido por la política neoliberal del menemismo, y a la dirigencia no parece importarte demasiado.
rubengallay@hotmail.com
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