La estrategia del “NiUnaMenos” no puede ser más pertinente: hay que hacer retroceder al imaginario machista con la fuerza de los hechos, ocupando el espacio público. Esta columna está dirigida sobre todo a los varones: si queremos que cese la violencia de género, este viernes no debe faltar ninguno de los que creemos en la igualdad.
Por Américo Schvartzman
“Ni uno menos” es una notable película china de Zhang Yimou de 1999, en la que una adolescente suple a un maestro a cargo de una escuela rural. Le prometen 50 yuanes si, al regresar el titular, le devuelve el aula con la misma cantidad de alumnos que recibió. Pero uno de los niños se va a la ciudad, por hambre, y la joven se esfuerza en traerlo de vuelta. Por eso el título.
Desde hace un año, “NiUnaMenos” expresa el intento de convertir la indignación en un cambio masivo en la conciencia de una sociedad. Se propuso lograr una bisagra en la cultura cotidiana de la Argentina: que todo el país hable del femicidio. Que no haya familia en la que quede sin explicar qué es eso de “NiUnaMenos”.
Menudo desafío.
Pero qué valiosa idea, qué fascinante estrategia de disputa del espacio público.
La idea la echaron a andar hace un año un grupo de mujeres periodistas, a partir del espanto ante un hecho más. Pero pronto la tomaron organizaciones sociales, referentes del arte y la cultura, personalidades públicas y grupos políticos; y –año electoral al fin– candidatos varios, e incluso funcionarios que jamás se destacaron por hacer cumplir una ley excelente que no se cumple.
Todos posaron con el cartelito. A algunas personas comprometidas desde hace mucho con el tema les cayó muy mal ver posando con el lema de la marcha a ciertas caras de la sociedad (en especial a las se han enriquecido con diversas formas de "cosificación" de de la mujer).
Pero esa difusión ayudó mucho: convocada inicialmente para la Capital, el país entero fue escenario de la movilización. Trend topic, tapa de diarios, informe central de noticieros, cartelera en escuelas, tema de varios días en aulas de facultades y colegios, motivo de debates en programas de todo tipo. Nunca antes se habló tanto y tan profundamente de este drama causado por la desigualdad entre varones y mujeres.
Eso se quería lograr. Porque no todos los femicidios se transforman en noticias centrales en diarios y noticieros. El caso de Wanda Taddei es revelador: antes de que fuera prendida fuego por su marido Eduardo Vásquez –el ex baterista de Callejeros– los casos de mujeres quemadas habían sido dos en 2008 y seis en 2009. Pero en los años posteriores, la cifra se incrementó fuertemente: fueron 132 las mujeres quemadas, de las cuales casi la mitad murieron, según el relevamiento del Observatorio de Femicidios en la Argentina que coordina La Casa del Encuentro. Luego descendió: en 2014 hubo nueve casos, aunque los femicidios seguían creciendo.
El crimen de Wanda, por la notoriedad del asesino, tuvo enorme repercusión. También crecieron los llamados a los pocos servicios de asistencia ante violencia de género, por parte de mujeres a las que sus parejas las amenazaban con frases como: “Te va a pasar lo de Wanda”.
Eso llevó a Mariana Carbajal, periodista comprometida con el tema, a preguntarse si la difusión mediática de un femicidio era capaz de provocar un efecto “contagio” como ocurre con las noticias de suicidio, ese fenómeno que ya Durkheim había consignado en su clásico texto. Un estudio de la española Patsilí Toledo y la chilena Claudia Lagos brinda elementos interesantes: en países tan diferentes como España, Bangladesh, la Argentina, India, México y Cambodia, se verificaron datos que parecen abonar lo que denominan el efecto imitación o copy-cat. El análisis de la información mediática de casos de femicidios en España reveló un aumento de muertes por esta causa de entre un 32 y un 42%.
En el medio, otras expresiones permiten entrever un reverdecer de discursos machistas o neomachistas: personas –no solo varones, por desgracia–que relativizan explícita o sutilmente las desigualdades de género y la violencia hacia las mujeres o arguyen falacias como que la mayoría de las denuncias son falsas.
Otros arguyen que la visibilización de los casos de violencia machista genera un aumento de esa forma de violencia. Algunos especialistas sugieren que tanto el número creciente de femicidios como esos casos que se mencionan, son reacciones a las políticas de igualdad, una respuesta social, un coletazo reaccionario, frente a un cambio profundo y sostenido en las relaciones de género que ha permitido alcanzar mayores cuotas de igualdad y libertad para las mujeres, a partir de la lucha feminista, que lleva siglos. En otras palabras: que el machista herido se resiste. Viene retrocediendo desde hace años, pero retrocede pegando, prendiendo fuego, matando. Algo parecido, quizás, a las violentas reacciones racialistas en los años de mayor avance en la igualación de negros y blancos en los Estados Unidos, cuando el funesto Ku Klux Klan salía a “cazar” de noche en respuesta a cada avance antisegregación que se producía.
Pero otros estudios también muestran un efecto “protector”: tanto en España como en Costa Rica, se midió una caída considerable en las cifras de femicidio –prácticamente la mitad que en años anteriores– tras ser aprobadas sendas leyes contra la violencia contra las mujeres. Fue antes de que las disposiciones fueran efectivas. Por lo tanto el descenso solo era explicable por la amplia difusión que tuvo en los medios.
¿La aprobación de una ley tiene efectos mensurables en una sociedad antes de que la ley se haga efectiva? Parece que sí.
Parece claro, entonces, que la batalla es cultural.
La estrategia del “NiUnaMenos”, entonces, no puede ser más pertinente: hay que hacer retroceder al imaginario machista aun más. Con la fuerza de los hechos, ocupando el espacio público. Instalando en la escuela, en el aula, en la tele, en cada casa, el diálogo sobre el tema. Animándose a revisar desde dónde viene, desde qué profundas raíces el macho considera a la hembra su propiedad (, y por eso cree que puede hacer con ella lo que desea. Así eso nos obligue a reconsiderar todo. Y todo es todo: las palabras que usamos, las creencias que avalamos durante años, las costumbres cotidianas. Si algo nos hace verdaderamente humanos, es la capacidad de reflexionar sobre lo que hacemos, de dialogar entre nosotros para cambiar de opiniones, de revisar lo que creíamos “natural” para darnos cuenta de que, tratándose de seres humanos nada es natural.
Este viernes debemos estar en las calles, junto con las mujeres, los varones que nos oponemos al machismo, los que creemos en la igualdad esencial de los seres humanos. Hace casi dos siglos lo pedía Flora Tristán, una deslumbrante y poco conocida precursora del feminismo y de los derechos humanos: “En nombre de vuestro propio interés, varones; en nombre de vuestra mejora –la vuestra, varones–; en nombre del bienestar universal de todos y de todas os comprometo a reclamar los derechos para la mujer”.
Y si “NiUnaMenos” significa que no puede morir una mujer más por la violencia machista, es necesario que en esta pelea no haya ni uno menos de los que debemos estar, es decir, cada uno de los varones que ya ha dado el salto de conciencia necesario para contribuir a desterrar la desigualdad naturalizada entre hombres y mujeres.
“NiUnoMenos”, para hacer posible el “NiUnaMenos”. Esa es la razón por la que debe celebrarse que gente “que nunca entendió nada” haya posado por estos días con el cartelito. Porque para destruir la matriz que produce desde hace siglos al varón patriarcal se necesita que no haya ni uno menos de los que creemos en la libertad y la igualdad de las personas.
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