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¿Para qué sirven los libros?

Con el avance de las nuevas tecnologías y sus múltiples pantallas, el formato de papel busca mantener el poder de su encanto. Opinan escritores, editores e investigadores en la nota de la semana de Revista Acción.

 

Por OSVALDO AGUIRRE 

 

Si el libro tiene un pasado acreditado por los historiadores, el presente parece cada vez más incierto con los avances de las tecnologías digitales. «Muchas de las funciones tradicionalmente asociadas al libro, como la educación, el acceso a un universo de ideas y a cierta clase de información, el entretenimiento, el relato de historias e incluso el placer estético, hoy son cumplidas de manera eficaz y atractiva por medios digitales», observa Alejandro Dujovne.

La competencia «es muy distinta a la que representaban la prensa gráfica, la radio, la televisión o el cine», según el investigador del Conicet y director del Centro de Estudios y Políticas Públicas del Libro de la Universidad Nacional de San Martín. Pero si los celulares, televisores, tablets y computadoras cumplen funciones del libro, «el modo en que nos relacionamos y nos apropiamos de los contenidos no es idéntico», subraya Dujovne: «La experiencia de la lectura de libros, más aún de libros físicos, sigue siendo profundamente distinta a la que nos proponen las prácticas culturales asociadas a las pantallas».

El editor Damián Ríos da fe de la diferencia: «Cada lector tiene una memoria personal relacionada con el libro físico, con determinadas páginas o partes del objeto. Hoy se generan comunidades alrededor de editoriales, librerías y grupos de lectura. Para esas comunidades, que son pequeñas pero intensas, el libro tiene un lugar central para el entretenimiento, la cultura general y para pensar las condiciones políticas y sociales de la contemporaneidad».

Los nuevos lectores

«Es obvio que el imaginario tradicional sobre el libro y su lugar preponderante ya no están vigentes, pero el libro y la lectura siguen ocupando un lugar –analiza la escritora y ensayista Beatriz Actis–. Se construirán otras formas de lectura. En todo caso hay que plantearse cómo operan y se construyen los nuevos conceptos de lectura en distintos contextos y momentos históricos más allá del formato».

Autora de la novela Que pase algo pronto (2024) y trabajadora de prensa de tres editoriales independientes, Agustina Espasandín destaca la circulación del libro en espacios presenciales y virtuales: «La FED (Feria de Editores) muestra cada año un aumento de gente que recorre, conversa con editores, busca libros. El trabajo de influencers o divulgadores de libros en redes sociales es también importante porque accede a un público masivo y contribuye a construir comunidades nuevas».

Damián Ríos reconoce «una pérdida evidente de lectores», pero a la vez sostiene que las pequeñas y medianas editoriales «no están solas en la medida en que identifican esas comunidades de lectores y las proveen de buen material». En la reconfiguración, «la industria editorial empieza a tener una circulación parecida a la que le conocimos a la poesía a través de los festivales y de relaciones personales, ahora con la ayuda de las redes sociales».

Para Beatriz Actis, el libro físico y los formatos digitales «pueden ser lenguajes que se apoyan mutuamente: el fenómeno de los booktubers, por ejemplo, sigue vigente y su presencia es convocante no solo en canales de YouTube o TikTok sino en espacios presenciales como ferias del libro, y una aplicación como Wattpad combina y actualiza prácticas de biblioteca, club de lectura e interacción a través de redes sociales».

Según Dujovne, no hay estudios actuales sobre los valores socialmente reconocidos a los libros. «Incluso contando con datos, debemos preguntarnos en qué medida la valoración positiva del libro puede estar disociada de la práctica lectora –afirma el investigador–. El prestigio de los libros puede no ir acompañado del interés ni la disposición por leerlos. La pregunta es cómo hacer de los libros y de su lectura un valor sustantivo que comporte una práctica. Se trata de un desafío político de primer orden ya que es el Estado quien puede y debe trabajar en una cultura del libro».

Mientras tanto las dificultades del presente también actualizan y redescubren virtudes. «El libro hoy es lo que fue siempre –afirma Agustina Espasandín–: un objeto que emana cierto misterio y tiene la cualidad súper noble de generar una promesa o expectativa de que en él habrá algo que le hable a uno. En el estado actual del mundo, y especialmente con el ataque a la cultura en la Argentina, el libro se recarga de esa esencia».

(*) Artículo publicado en revista Acción.

 

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