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A DIEZ AÑOS DE SU MUERTE (I)

Pedro d’Urquiza, por Laura Evequoz

La evocación –biográfica y artística, pero a la vez muy personal– de María Laura Evequoz, actriz y poeta uruguayense, la persona más cercana a Pedro, su amiga y discípula. Nadie lo conoció y lo amó tanto como ella y a ella le pedimos este perfil de su amigo, maestro y mentor.

Por LAURA EVEQUOZ (especial para El Miércoles Digital)

 

Link a la nota central: A diez años de la muerte de Pedro Urquiza

 

“No sabemos nada de ese irse allá,/ que no comparte con nosotros./ No tenemos razón/ para mostrar admiración y amor u odio/ a la muerte, a la que una boca de máscara/ de trágico lamento deforma extrañamente.” (Rainer Maria Rilke)

Pedro Gregorio Urquiza nació en Concepción del Uruguay el 2 de abril de 1941, en el hogar de Gregorio Urquiza y Aurora Pereyra Claus. En un hogar estricto y devoto pasó su infancia junto a sus hermanos: cinco mujeres y Loly, su hermano y compañero de locuras de juventud.

Me es difícil hablar de mi amigo, mi maestro, mi familia. Durante años ignoré por completo su vida familiar. Siempre se mostraba como un solitario y su única referencia eran su madre, Lola, y Héctor, Loly. A medida que pasaba el tiempo y su perfil de poeta maldito y detractor de todo lo establecido se fue reblandeciendo, apareció otro Pedro. Ese niño que a los dos años se cayó en una olla de agua hirviendo. El que fue obligado a besar a su padre muerto a los seis. El de la madre viuda a los 38 años y con tantas bocas que alimentar y una hija que se dejó morir por amor, se refugió en la Iglesia.

Pedro quedó definitivamente huérfano. No sé con certeza en qué escuela hizo la primaria, pero desertó de la Escuela Normal en tercer año. Fue compañero de mi madre y con un compás se tatuó a James Dean en su brazo.


Para ese entonces la radio era ama y señora del hogar y reunía a las familias a su alrededor para escuchar noticias lejanas y esperar el radioteatro. El ciclo del terror. El hermano, Loly, era “La Cubanita” que vendía golosinas en las representaciones que hacían en los clubes del Ciclo del Terror, Nazareno Cruz y el Lobo, etc. Loly vestido de mujer, que no hablaba porque su voz era ronca y atabacada como la de Pedro.

Ahí la pluma misteriosa y llena de dolor de Pedro, con el seudónimo de Carlos Dalton, comenzó a sangrar tinta sobre el papel y luego su primera máquina, era un badajo que resonaba bajo el techo de la galería de su humilde casa.

“Sus manos y su mente acribillaban las hojas blancas con letras ilegibles por la cinta gastada de su máquina. Era tan joven que su madre le firmaba los contratos”.

Oscuridad, miedo, muerte, traiciones, enredos, mentiras, males incurables, tragedia de tragedias pasaron por sus manos y su mente que acribillaba las hojas blancas con letras ilegibles por la cinta gastada de su máquina. Era tan joven que su madre le firmaba los contratos.

Pedro en "Auto da Fe", de Tenessee Williams. Casa de la cultura, 1976 o 1977.

Amante de la belleza y de la juventud, con una excelente memoria que los años y los excesos fueron minando, vivió del personaje que fue creando, su mejor obra, él, Pedro d’ Urquiza.

Adoraba a los poetas malditos. Edgar Allan Poe, Boudelaire, Verlaine, Rimbaud. Albert Camus, Rainer Maria Rilke, Jean Paul Sartre, Ionesco, Chejov, Tennessee Williams. La maravilla de la literatura inglesa, Shakespeare. Proust, Kafka, Oscar Wilde… Y así como amaba la obra de muchos poetas y dramaturgos, cuya lista es infinita, amaba las vidas de los autores que recitaba en fragmentos de memoria. Se regocijaba en las penurias y las vidas miserables de hombres que habían dejado todo para vivir en la absoluta pobreza. Encontraba romanticismo en el dolor y el desamor, en la locura de amores no correspondidos. Creo que esa fue la manera en que pudo cargar con su trágico destino.

Pudo ser un grande. Pero quedó atrapado en esta ciudad, por el amor profundo que sentía por su madre. Rodeado de la mejor y genial generación de poetas, actores y artistas vivió en la bohemia vagando por las calles del pueblo y haciendo su recorrido en las largas caminatas que lo traían y lo llevaban a su casa, con “La Lola”.

Reuniones en las casonas o en cuartuchos, donde la música de las voces dejaba oír las nuevas creaciones de los artistas. Ensayos de obras que jamás se estrenaron y charlas sin desperdicio. Pedro buscaba la genialidad, se rodeaba de seres particulares. Cuando comencé a caminar con ellos vivian Nenúfar, Hilda, Emma, La Porota, Lalo Casaretto, El Gringo, Cuqui Silva. Las reuniones en lo de las hermanas Dde Benedetti, en lo de El Gringo. El vino y la filosofía, la poesía, las discusiones de charlas triviales, los amaneceres andando las calles en verano o en la niebla baja que llegaba a la plaza grande y a la esquina de lo Filippini. Nosotros embriagados de sueños y palabras sonábamos con París en un barcito del Sena, New York o Londres.

Los años pasaron y la muerte lo visitó seguido: primero su madre, luego Loly,. Héctor murió solo, Pedro nunca se perdonó no haberse ido a Buenos Aires para hacerle compañía. El fuego se consumía: en menos de veinte días perdió a dos de sus hermanas, las más cercanas a él.

Pedro tenía miedo. Miedo a la muerte. Esa muerte a la que había honrado con su pluma, que llamaba a gritos cada vez que se intoxicaba. Después de sus excesos, tomaba licuados, vitaminas, siempre comía sano, caminaba, caminaba. Leía, caminaba.

Hicimos teatro juntos en varias oportunidades, me visitaba casi todos los días en sus rutinas idénticas y luego salíamos del brazo como una sola sombra. Tomados del brazo para escándalo del pueblo y de los dueños de los bares. Reíamos, peleábamos. Pedro ya no escribía, me escuchaba. Me tomaba lecciones cada día, por horas.

Ese hombre que odiaba a los niños se convirtió en el tío de los hijos de sus amigas y amigos. Marco Franco, Iara, Camilo, Felipe, Tristana, Mi hija Ana, lo amaba y ni decir de las tardes y los paseos con Josefina, mi nieta.

El poeta, el solitario que vivió enamorado de la belleza y la juventud se había quedado sin sueños, sin palabras. El hombre de los “Poemas rotos”, de La pareja, Juego para Cuatro, Los dos, La ceremonia y el perfume y tantas otras que en sus noches de delirio destruyó, ya no podía representar su propio papel.

“Amaba la vida y le escribió a la muerte en toda su obra. Amó con todo su ser a la juventud y la muerte se vistió de juventud para atraparlo”.

El personaje se perdía en las calles que sabía de memoria, en sus charlas en todos los bares del pueblo, en su forma única de haber sido amado y odiado por todos.

Pedro junto a Lola, su mamá.

Tengo que hablar de Pedro, del misterioso Pedro que conocí en los últimos años de su vida pero con el que pasé más de treinta años. Caballero como pocos, atento, siempre halagando y notando detalles en el vestuario o en el cabello. Ese Pedro que se quedó mirando el sol abandonado por la propia muerte en una tumba huérfana de flores y a la que voy para leerle su poesía favorita.

Tengo que escribir de la tragedia que coronó su existencia. La muerte disfrazada de tres jóvenes, lo esperó agazapada bajo unos paraísos en la esquina de su barrio. El sol del verano le había bronceado la piel y sus dientes se dibujaban en su cara. Sus gatos, Laura, El Amarillo y El Británico, buscaban a las chicharras que se escondían en el árbol muerto del portón de su casa.

Allí lo esperó la muerte, y lo atacó, fue cruel. Pedro corrió por los cuartos húmedos de su vieja casa, se defendió. Pero no pudo. Era 21 de enero de 2010 a la siesta.

Al día siguiente por la mañana, bajó el telón. Su corazón roto por la vida y por el silencio que guardó desde siempre y para siempre, ponían punto final a su existencia. Vivió como escribía, pocas veces dejó su ciudad, amaba el río, el sol y el verano. Amaba las bufandas multicolores y los guantes desiguales. Amaba la vida y le escribió a la muerte en toda su obra. Amó con todo su ser a la juventud y la muerte se vistió de juventud para atraparlo.

Pedro y Laura, juntos sobre las tablas y en la vida. Aquí, en "La pareja", en 1987, en el ciclo nacional de teatro leído organizado por la Asociación Argentina de Actores: "Fue la primera vez que actuamos juntos. En Casa de la Cultura. Hicimos también 'El pájaro en la garganta', con Tibaldo Bandera y Marili Flores, dirigía Pedro", recuerda Laura.

 

Jamás olvidaré ese día, jamás. Seguramente nos encontraremos en otra vida y yo seguiré recordando mientras viva su irreemplazable presencia en la mía. Junto a Cuqui Silva fueron mis maestros. Hoy huérfana de padres y de mis dos más amigos no me queda más que dar gracias por todo lo que hicieron por mí. Su figura larga, su sonrisa, su talento desperdiciado en miedo; un miedo que lo dejó sin palabras, sin voluntad para escribir. Esa tragedia que lo persiguió desde pequeño marcó su vida para siempre y lo fue silenciando hasta que ya su voz no se escuchó.

10 de febrero de 2020

 

Link a la nota central: A diez años de la muerte de Pedro Urquiza

 

 

 

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