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OPINIÓN

Pena de muerte a Gerardo Morales

Sus dichos no tienen perdón porque derrumban el esquema conceptual que domina la política argentina.

Por ERNESTO TENEMBAUM (*)

El martes de la última semana, el presidente del radicalismo, Gerardo Morales, hizo algo que merece un castigo ejemplar: admitió que Juntos por el Cambio tiene responsabilidad en la crisis de la deuda que atraviesa la Argentina. “Nosotros contrajimos la deuda. Lo mínimo que tenemos que hacer es ir a escuchar”, se atrevió a decir. Naturalmente, semejante trasgresión –el reconocimiento de que no todo lo que pasa en el país es culpa del Gobierno—mereció una reprimenda rápida. El sector duro del macrismo agitaba en twitter que le dijeran traidor. Algunos diputados, muy cercanos a Mauricio Macri y Patricia Bullrich, lo agredían. Uno de ellos estuvo particularmente agudo cuando lo acusó de haber sido, tamaño pecado, candidato a vicepresidente de Roberto Lavagna en el año 2007. Es obvio que si alguien tiene ese antecedente, merece como mínimo el exilio. Morales, entonces, intentó explicar: “Lo que quise decir es que se trata de un problema trasversal, que todos tenemos responsabilidad en lo que pasa”.

Fue terrible. Morales merece un castigo pero no por haber dicho algo falso. De hecho, lo que dijo es bastante cierto, casi una obviedad, una niñería. Los dos últimos gobiernos de la Argentina, en términos macroeconómicos, constituyeron un fracaso rotundo. En el mes de diciembre apareció un libro muy interesante llamado Tiempo Perdido, cuyos autores son la economista Marina Dal Poggeto y el politólogo Daniel Kerner. Su lectura es imprescindible para quien quiera entender lo que pasa en la Argentina fuera de las posturas fanáticas de quienes sostienen siempre que la culpa es del otro. Tiempo perdido detalla cómo volvió, durante el período de Cristina, la inercia inflacionaria, y como se generaron la crisis energética, la restricción externa, la pérdida incesante de divisas, la caída de la inversión. Y luego detalla la manera en que Mauricio Macri, sobre esos problemas, creó la tormenta perfecta.

Los macristas tienen razón en algo: el descalabro que produjeron en el Gobierno no se explica sin la herencia recibida de Cristina. Pero, una vez más, solo un grupo de brutos o fanáticos pueden explicarla solamente en base a esa herencia. Frases como “nosotros no contrajimos la deuda” solo pueden ser pronunciadas, sin que eso genere carcajadas, frente a interlocutores muy dispuestos a dejar decir cualquier cosa. ¿Por qué razón alguien cubriría un déficit fiscal en moneda blanda –pesos—por una deuda a corto plazo, a intereses altísimos, en dólares? ¿Qué mente brillante podría no darse cuenta de que esa dinámica terminaba mal ante cualquier estornudo que se produjera, por ejemplo, en Turquía? Repasar las páginas de Tiempo Perdido es una experiencia angustiante. Nada estaba escrito en el 2011, para que las cosas terminaran como terminaron en 2019. Solo la mala calidad de los gobiernos de Kirchner y Macri pueden explicar el descalabro que vive la Argentina.

Por eso, justamente, Morales merece un castigo, como el niño que dijo que el rey estaba desnudo. Porque, por ejemplo, al decir lo que dijo, deja en evidencia a un montón de gente. Cuando Cristina habla de la deuda y solo habla de Macri, cuando Macri habla de la deuda y habla de Cristina, cuando Alberto Fernández se escuda en las diatribas contra la oposición para no explicar las serias limitaciones de su Gobierno, cuando Horacio Rodríguez Larreta prefiere no opinar sobre el documento del FMI que recuerda el desmanejo de la deuda por parte de Macri, cuando ninguno de ellos se atreve a asumir las macanas que se mandaron en estas últimas décadas, obedecen a una lógica dominante: el gran consenso argentino es que la culpa la tiene el otro. Han vivido de esa idea. Les ha ido bien, aunque el país no tanto. Es un gran negocio esa idea para muchas personas.

Entonces, cuando Morales dice algo tan sencillo como lo que dijo, algo así como “todos metimos la pata, ¿qué tal si nos juntamos a ver qué se nos ocurre para salir de esta tragedia?”, lo que corresponde es pulverizarlo. Y cuando la reprimenda arranca, nadie lo defiende.

No vaya a ser cosa que el mal ejemplo se extienda.

La comedia de enredos que protagonizó la clase política en la primera semana del año es una demostración bastante precisa de las causas de la tragedia argentina. Como se sabe, el país ha entrado en la recta final en la negociación con el Fondo Monetario Internacional. Es un momento realmente dramático. El presidente Fernández, golpeado por un resultado electoral muy duro, y por un desgaste de su imagen que se percibe en todas las encuestas, convocó a los gobernadores para que escuchen al ministro de Economía. No se trataba de un acto para apoyar nada, ni para salir en la foto. Como se vio después, porque se transmitió toda la reunión, en realidad quienes iban allí podían discutir y plantear sus disensos.

Sin embargo, esa convocatoria desató el reino de la especulación. Cristina y Máximo Kirchner no estuvieron. Algún día habrá que escribir sobre la mezquina lógica de sus apariciones y ausencias desde la asunción de Fernández como presidente. Los gobernadores de la oposición tampoco quisieron quedar pegados. Luego, se borraron varios mandatarios del oficialismo. Axel Kicillof, que fue, le planteó a Martín Guzmán que revisara la estrategia. Nunca explicó qué quiso decir: ¿romper? ¿ser más concesivo? Pero quiso dejar en claro que, evidentemente, en algo no está de acuerdo por si las cosas salen mal. Como siempre, es difícil saber en qué medida el fracaso de la convocatoria se debió a los anfitriones o a los invitados. Pero, en cualquier caso, se ve lo que son. Cada cual calcula cómo queda si participa de algo así. Es un análisis demagógico y electoral. Es lo que hay.

No hay una sociedad que se juega algo importante. No hay personas durmiendo en la calle o pidiendo limosna como nunca en la Argentina.

Por eso existe todo el espacio y el tiempo para que especulen: ¿cómo le cae esto a mi electorado? ¿me suma o me resta? ¿quedo pegado o no quedo pegado? Es la política pequeña en toda su dimensión.

A fines de diciembre del 2001, la clase política local ovacionaba a Adolfo Rodríguez Saá cuando el efímero presidente anunciaba que la Argentina no pagaría la deuda externa.

Veinte años después, algunos nombres han cambiado, pero la cultura política es bastante parecida. En el momento de la verdad, juegan al don pirulero. ¿Yo, señor? No, señor.

Por eso, cuando Morales dijo algo así como: “che, ¿que tal si nos juntamos ya que nosotros tuvimos algo que ver con este desastre?”, era lógico que lo reprendieran los guardianes de la iglesia ortodoxa cuyo primer mandamiento es “la culpa es del otro”. Porque en eso apoyan su identidad. No les importa la verdad histórica, ni revisar sus propios errores, ni encontrar una solución. Su identidad está en la guerrita contra el populismo, o contra los medios hegemónicos, o contra el kirchnerismo, o contra los grupos concentrados. Es una receta que ha dado grandes resultados.

Además, si el ejemplo de Morales se extendiera, pasarían cosas tremendas. Unos y otros deberían aceptar que utilizaron armas inmorales para perseguir a los opositores, manipularon jueces, servicios de inteligencia y medios de comunicación. Unos y otros deberían admitir que convivieron con barras bravas, es decir, con gente muy peligrosa vinculada al narcotráfico. Unos y otros tal vez aceptarían que no saben bien cómo gobernar el país y deben revisar hasta sus últimas convicciones. Unos y otros deberían aceptar que el bien y el mal son bastante huidizos en política y que hay de todo en las dos familias que dominan el poder en el país. Que no son lo mismo, pero se parecen bastante. O sea, si esa breve frase de Morales se impusiera como enfoque dominante, el esquema conceptual que domina la política argentina se derrumbaría.

Por eso, hay que reaccionar frente a semejante acto de insubordinación.

¿Qué dijo?

¿Qué la culpa de la tragedia argentina es trasversal?

¿Cómo se le ocurre semejante insolencia?

Paredón.

(*) Artículo publicado en Infoba este domingo 9 de enero.

 

 

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