Durante las actividades artísticas y culturales que se realizaron en este viernes en el marco del Día por la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, una joven escritora uruguyense tomó la palabra.
Por CLARA CHAUVÍN de EL MIÉRCOLES DIGITAL
Ella es Adhara Redruello, tiene 24 años y escribe desde los 16. Antes de la lectura, reconoció que se sentía algo nerviosa de leer ante público. Su escrito "Infinitivo” es una poesía trans, poderosa, que milita el oficio de escribir y también la construcción de una identidad de infinitas posibilidades, que rompa cualquier mandato binario y biologicista que busca imponernos cómo deberíamos ser y vivir.
A continuación, reproducimos la poesía:
“Infinitivo” de Adhara Redruello
¿Qué tengo delante de mí?
Una hoja en blanco, un universo
esperando ser creado.
¿Qué tengo delante de mí?
Un poder imparable, una oportunidad
de cambiar el mundo.
¿Qué tengo delante de mí?
Una vía de escape pero,
también,
un medio de entrada al alma
de Adhara en sus infinitas
versiones de infinitos mundos.
A qué se debe el bloqueo
sino al miedo de entrar.
Cuantas veces he triunfado,
resplandeciente entre lágrimas,
sonrisas y profunda melancolía
luego de conseguir escribir las
siempre mejores páginas.
Me siento viva, cuando estoy allí,
pero aun más, cuando regreso y
veo, con los ojos más vivaces que nunca,
que he conseguido tallar en la diáfana textura
de una hoja, los símbolos perfectos
para descifrar los secretos más inocuos y
empero,
más ignotos de nuestra existencia.
Sentirnos con nuestra piel no alcanza
si no despertamos las palabras que se ataron
a aquellas fotografías, aquellos aromas,
aquel gusto, cálido y
pegajoso de la noche estrellada de
Van Gogh
Temer es natural, pero no por ello
debiéramos conformarnos con amar
temiendo.
Pues los días no suceden infinitos,
no es así con el tiempo,
nuestra vida limitada y fragmentada
en los estratos de nuestra mentalidad
cotidiana es sólo una quimera
que se desvanece
si echamos suficiente fuego a la hoguera
ardamos, convirtamos el veneno
del escorpión
en remedio inagotable, en
el exilir del fénix.
Lo sé, soy un río
de caudal incontrolable
y a veces no encuentro una piedra
a la cual aferrarme, pero
prefiero mil estrellas rondando
encima de mí que
el cuadrado húmedo y sofocante
de un sótano sin ventanas.
He estado en él mucho tiempo
Y nunca, nunca más regresaré.
Dice Sartre que el hombre es libre
incluso en prisión, pues elige qué
hacer siempre, si luchar o rendirse.
Pero a mí me parece que más libres
somos las mujeres, que, aunque
libres de barrotes,
hemos estado durante milenios
encadenadas a sus palabras escritas
en el papel:
“El Hombre”.
Supongo que nosotras, las que no
menstruamos ni damos a luz por un útero,
llevamos la doble carga de la libertad,
pues tanto habrán temido de nuestro
poder que ponernos dentro de barrotes
no bastaba y por ello
nos han encadenados de pie
y manos, para que en la hoja
no podamos escribir:
“Yo también existo”.
Eso es escribir.
Recordar dónde estamos
y qué somos.
Que nuestra expresión es un arma capaz de
crear y derrocar imperios.
Que somos reinas en nuestros cuerpos y somos
hormigas en un planeta irrepetible.
Que insignificantes entre el cósmos
hemos conseguido, al menos, descubrir
algo que lo cambia todo.
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