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Por fin el náufrago verá el mar

El escritor Javier Gauna despide a su amigo, el poeta Carlos Daniel Da Silva.

 

Por JAVIER GAUNA

Foto: MARTÍN ARRUA

 

Nota relacionada: El Adiós a Carlos Da Silva....

 

Aunque el final fuera anunciado, esta retirada no deja de ser triste, como toda murga que abandona el escenario para perderse en las sombras de la barriada. Carlos Daniel Da Silva dejó este mundo no sin antes haber marcado a toda una generación de soñadores que en sus versos encontró la sabiduría del poeta sin tierra. Un muchacho simple, que jamás desperdició un gramo de vida sin intentar vivir a pleno, poniendo pasión en todo por el sencillo gusto de disfrutar lo que hacía.

Supo hablar desde los sentimientos, escribir con el corazón y ser parte de una camada de jóvenes locos que cada tanto atormentábamos las noches uruguayenses con canciones al río y abrazos beodos. Los mates amargos lavados fueron el prisma que nos transformaba y conectaba mientras de fondo los acordes de una guitarra pintaban el lado oscuro de la luna. De aquellos sonidos aún queda grabada la carcajada distintiva de un tipo que aprendió a ser feliz a pesar de su infancia complicada, las carencias y ausencias.

Hubo que convencerlo para no abandonar la escritura porque le costaba entender cómo podía existir alguien dispuesto a leerlo. Durante años sus papeles se apilaron con trazos de tinta azul en una caja que casi termina en la basura. Por suerte en esa cabeza dura había mares de colores que necesitaban salir.

Allí, en la poesía, encontró otra manera de asombrarnos. “Ser el loco que quemó las naves, para seguir hacia el infierno” escribió, anticipándonos que no le importaba el reconocimiento sino que buscaba adentrarse en la aventura literaria para descubrir qué tantos paisajes podía susurrar.

Da Silva fue tipo de calle, vereda y muelle. Pescar era una gloria, aunque siempre sospeché que lo hacía para pasarla bien con sus compañeros durante ese ritual. Eran anzuelos, carnada, vino, filosofía y amistad.  De chico fue arquero, también se la rebuscaba en la carpintería y en la amable atención de indeseables al teléfono. Era raro pero fácil de llevar, imposible no quererlo.

Después se le dio por la murga. Cuestión de raíces, diría el más sagaz. Supongo que el cantar de voces en carnaval también era una manera de seguir dibujando palabras que ahora quedarán guardadas para siempre en el recuerdo de quienes lo conocimos.

Sin embargo, a quien me pregunte deberé decirle que Carlos Daniel Da Silva tuvo en su vida una pasión más grande que cualquier arte, deporte o laburo. Como buen pibe de barrio que sufrió la pobreza, siempre sintió un amor inmenso por sus hermanos y hermanas, a los que siempre ayudó y protegió. Tanto así que luego inyectaría esos mismos valores a sus hijos e hijas, a quienes también supo amar profundamente. Y vaya si ese hombre supo amar, galán de cintura hábil y destreza a la hora de seducir. ¿Qué decirte, amigo? Si ese carisma era imbatible.

Personalmente, en la tristeza que nos embarga, me animo a decir que la vida de Carlos nos ha regalado momentos increíbles. Su legado consta de obras maravillosas que sobrevivirán a su muerte y contagiarán a más soñadores de los que él haya imaginado.

A sus hermanos y hermanas, a sus hijos e hijas, a su madre y amigos, que un humilde abrazo con sabor a poco ayude a estas palabras para que jamás lo olvidemos.

“Ser un hacedor de sueños desde la vigilia

Ser el barco que se pierde, su horizonte y el crepúsculo”

 

Chau, Carlitos. En este último naufragio has alcanzado el mar.

 

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