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¿Por qué recordamos y homenajeamos a Mariano Moreno?

“Si perdió la disputa en la Primera Junta, si fue derrotado, si sus planes no se llevaron a cabo, si no sabemos qué habría pasado si se imponía, si apenas vivió 32 años, ¿por qué recordamos y homenajeamos a este hombre? ¿Qué tuvo de singular?”. Estas preguntas se hacía nuestro compañero Américo Schvartzman, en representación de la Asociación de Periodistas del Departamento Uruguay (APDU) en el acto oficial de homenaje a Mariano Moreno, en los 210 años de su muerte.

 

El acto fue el 4 de marzo en la plaza principal de Concepción del Uruguay.

Reproducimos el texto que elaboró y leyó Américo Schvartzman en esa jornada.

 

¿Por qué recordamos y homenajeamos a Mariano Moreno?

Mis compañeros y compañeras de la Asociación de Periodistas del Departamento Uruguay me han pedido que en su nombre, yo recuerde aquí a Mariano Moreno, uno de los nombres fulgurantes de la Revolución de Mayo que en 1810 dio a estas tierras –tierras de paradojas– un primer gobierno propio. Quizás se pregunten por qué digo tierra de paradojas. Es que, por ejemplo, esa Revolución demoró bastante en asumirse como tal, y en dejar de usar lo que se llamó “la máscara de Fernando”, la excusa de que aunque el rey estaba en desgracia, la Junta naciente no expresaba otra cosa que lealtad a la monarquía española, fidelidad al poder de ese mismo Rey caído en desgracia y al que en realidad combatía.

 

De esas paradojas iniciales, y de muchas anteriores, venimos. De esa historia, de esas contradicciones, estamos hechos quienes vivimos aquí, en esta ciudad hermosa que es Concepción del Uruguay. Ciudad que adhirió el 8 de junio de ese año a esa misma revolución, siendo así una de las primeras en sumarse a la Junta y en elegir un diputado, el sacerdote Redruello. Pero al enterarse de cuál era el verdadero propósito (la Revolución), el cura Redruello no va a Buenos Aires, se escapa a Montevideo y poco después será parte de la invasión monárquica de Michelena a nuestra ciudad.

Venimos así, de paradoja en paradoja.

Mariano Moreno vivió apenas 32 años, y desarrolló en menos de una década una increíble actividad como abogado, como periodista, como conspirador, como político, como hombre de Estado y como soñador de planes revolucionarios que jamás se aplicarían.

Y como no se aplicaron nadie puede decir qué Argentina tendríamos si se hubiera aplicado. Hay quienes creen que, de haberse impuesto Moreno y cumplido su Plan, hoy sería recordado como un prócer aun más importante que San Martín, que Artigas, quizás que Bolívar. Pero eso no ocurrió. Y otros historiadores piensan todo lo contrario: que si su Plan se hubiera aplicado hoy sería una personalidad deleznable, un Rosas, un tirano del primer período de la Patria. Y en verdad nadie puede saberlo, porque Moreno perdió la pulseada en la Junta contra los sectores más poderosos de la cúpula porteña que solo quería mantener el control de la Aduana y reemplazar al virrey en el férreo dominio de las provincias. Perdió. Y debió tomarse el buque, literalmente. Aceptó una misión diplomática y se embarcó y en alta mar tuvo “una muerte dudosa, imposible de aclarar”, como dice el gran historiador entrerriano Juan Antonio Vilar.

La cara de Moreno que todos conocemos no se corresponde con su único retrato real hecho en vida.

Entonces, si perdió, si fue derrotado, si sus planes no se llevaron a cabo, si no sabemos qué habría pasado si se imponía, si apenas vivió 32 años, ¿por qué recordamos y homenajeamos a este hombre? ¿Qué tuvo de singular? Bueno, aquí debo hacer un rodeo.

Las personas necesitamos creer en héroes para definir nuestra identidad. En la infancia y adolescencia, identificamos en nuestros progenitores primero, y después en otros referentes –ficticios o reales, deportivos, musicales, culturales o políticos–, las claves que constituirán nuestra personalidad. Y en esa primera identificación no hay lugar para matices: papá es intocable, es todopoderoso, es Superman; mamá es la mujer más bella, es sabia, su palabra sana cualquier dolencia. En un proceso análogo, las comunidades recién constituidas construyen su propio relato heroico, nacional, patriótico. Necesitan justificar las nuevas fronteras inventadas, un origen común, algo que los distinga de quienes viven del otro lado de esas líneas divisorias. Uno de esos elementos es la galería de héroes. Esos cuyos rostros y nombres pueblan calles, monumentos, escuelas e himnos, “Padres de la Patria”, que se incorporan como dioses olímpicos, indiscutibles, lejanos, inmaculados. Necesitamos héroes. Y los inventamos sobre la base de personas reales que existieron, que actuaron, que tuvieron errores y aciertos, intereses y ambiciones, flaquezas y heroísmos.

Los inventamos literalmente, no estoy exagerando. La cara de Moreno que todos conocemos no se corresponde mucho con su único retrato real hecho en vida. La cara que conocemos, incluso la de este busto, la inventó el pintor chileno Pedro Subercaseaux casi un siglo después, por encargo del Gobierno para celebrar el primer centenario de la revolución de Mayo.

La libertad de prensa, para Moreno, es “no solo un freno de la arbitrariedad de los que gobiernan” sino también “un medio de ilustrar a la nación en general”.

Si traemos tres o cuatro historiadores o historiadoras de corrientes distintas, y les pedimos que nos hablen de Moreno, sería muy difícil entender cómo es que homenajeamos a tantas figuras contrapuestas entre sí… que conviven en una sola figura.

Cada corriente historiográfica, cada linea de pensamiento político, ha inventado su propio Moreno. Así hay quienes presentan a un Moreno porteño y unitario, que se opuso a integrar a los pueblos del interior a la Junta. Otros lo reivindicarán como proclive al federalismo, como se expresa en luchas posteriores de su hermano Manuel. No faltarán especialistas que hablen de un Moreno liberal, defensor de los ganaderos ante la oligarquía que monopolizaba el comercio. Habrá quienes, por el contrario, reivindiquen al Moreno del Plan de Operaciones, ese dispuesto a expropiar o fusilar opositores al nuevo gobierno, y a crear una empresa estatal minera que sirviera para desarrollar una burguesía nacional.

Tampoco faltará quien prefiera destacar que a los 24 años, hizo su defensa como abogado de los aborígenes, denunciando en Chuquisaca, ciudad de lo que hoy es Bolivia y entonces se llamaba Alto Perú, la espantosa explotación a la que eran sometidos los indígenas, acusando por ejemplo que tres de cada cuatro no regresaban vivos de las minas.

Y alguien, quizás, reivindique al Moreno amante y enamorado de su Guadalupe Cuenca, y además cercano a una práctica de igualdad de varones y mujeres, puesto que en sus cartas se evidencia que discutía con ella sus planes políticos. Otras personas minimizarán lo anterior, y saltando dos siglos en costumbres e historia, se escandalizarán porque Moreno a los 26 años desposó a esa niña de 14 que sería Guadalupe, quien años después, sin saber que Moreno ya estaba muerto y en el mar, le escribiría ardorosas cartas de amor que nunca llegaron a su destino.

Cada corriente historiográfica, cada línea de pensamiento político, ha inventado su propio Moreno.

También habrá quienes destacarán sus ideales políticos (o algunos de ellos) y lamentarán su escaso arraigo popular, como aquel historiador que lo definió como “un Artigas sin pueblo”. Algunas personas celebrarán su decreto de supresión de honores, un alegato formidable contra el abuso de aquellas personas que estando en el poder, se creen que el poder es para honrarlas a ellas. Y otras, en fin, recordarán cuando a los 25 años y en representación de los curas, denunció y obtuvo la remoción del obispo de Buenos Aires, un corrupto y abusador de la peor calaña. Y seguro habrá quienes lo recuerden como secretario de la Junta y creador en sólo siete meses del primer ejército de estas tierras, o de la primera oficina de censos, o de la Biblioteca Nacional o de la policía municipal porteña…

Quienes hacemos periodismo lo recordamos sobre todo por haber fundado y dirigido la “Gazeta de Buenos Ayres”, el periódico oficial de la Junta, desde el cual difundió las ideas y decisiones del nuevo gobierno. Esa Junta que, como en las iglesias había mucha prédica en contra de la Revolución, ordenó que la Gazeta se leyera en voz alta en las misas. Y en la que Moreno impulsó un decreto llamado “de libertad de prensa” que hoy parece cavernícola (permitía la censura de la iglesia y del estado, por ejemplo), pero era avanzadísimo para la época, y según el cual se podía publicar por la prensa cualquier cosa que no ofendiera la moral pública, ni atacara a la Iglesia ni a la Revolución ni al gobierno. Ese decreto se publicó, cómo no, en la Gazeta.

Y en la fecha en que se publicó el primer ejemplar de La Gazeta, se celebra el Dia del Periodista en la Argentina. Ahí está tal vez la paradoja más grande con nuestro prócer. Celebramos el día del periodista en el día en que se publicó, no el primer periódico de la región (que fue el “Telégrafo”, diez años antes, fundado por un español); tampoco celebramos el primer periódico fundado por alguien nacido en estas tierras (el Semanario de Agricultura Industria y Comercio, fundado en 1802 por el primer periodista argentino, el revolucionario Vieytes, compañero y amigo de Moreno, y quien lo reemplazó en la Junta).

No. Celebramos el Día del Periodista en el día en que se publicó el periódico oficial del primer Gobierno propio. Un órgano de acción política y de propaganda, que publicaba y defendía los decretos revolucionarios.

Es interesante para la reflexión ¿verdad? Podría mirarse desde una posición crítica negativa: señalar que la libertad de prensa no tiene nada que ver con un órgano oficial.

O podría mirarse al revés: actualizar críticamente sus preceptos a la época actual y entender que es el Estado el garante principal de la libertad de expresión de la ciudadanía, y que la libertad de expresarse e informarse y de difundir sus ideas es un requisito esencial de la democracia.

Yo no dejo de señalar la paradoja, pero no quiero sino concentrarme en esta segunda forma de verla. Por eso, para homenajear al Moreno que lo impulsó, pero interpretando adecuadamente para qué la creó, quiero concluir leyendo sus propias palabras, la frase con la que presentó el Decreto de Libertad de Imprenta, para que cada una de las personas presentes, medite sobre cómo la concebía Mariano Moreno en abril de 1811:

“La facultad individual de los ciudadanos de publicar sus pensamientos e ideas políticas, es no solo un freno de la arbitrariedad de los que gobiernan, sino también un medio de ilustrar a la nación en general, y el único camino para llegar al conocimiento de la verdadera opinión pública”.

A los 24 años hizo una potente defensa como abogado de los aborígenes, denunciando en lo que hoy es Bolivia y entonces se llamaba Alto Perú, la espantosa explotación a la que eran sometidos.

Éste es entonces el Mariano Moreno de los y las periodistas, y esa es la senda que marcó, que no se puede separar de los ideales de libertad e igualdad, de federalismo y autonomía.

 

 

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