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Proteger derechos en contextos inhóspitos

En tiempos inhóspitos, en que se desmantelan programas de acceso a derechos sexuales y de género, la autora de este texto comparte reflexiones en el marco de la Educación Sexual Integral (ESI) desde una visión feminista independiente de banderías partidarias y a partir de experiencias desarrolladas en el campo de acción. 

Por VALERIA LLOBET (Especial  para EL MIÉRCOLES)

Foto de portada: Ilustrativa.

Quisiera compartir con ustedes unas reflexiones que venimos construyendo en nuestra práctica educativa con el colectivo docente de la Diplomatura en ESI y de la cátedra de ESI y de Introducción a los debates sobre géneros y sexualidades de la UNSAM.

Debates que, como feministas, actoras universitarias comprometidas con debates educativos y sociales que amplíen y garanticen derechos, transitan por la reflexión sobre los desafíos y peligros que supone un contexto de preeminencia pública e institucional de discursos anti-derechos, antifeministas, y violentamente homo y transfóbicos. Y actoras que pensamos la universidad como lugar de construcción de opciones democráticas. Esto es, no una trinchera, no sólo un lugar resistencial, sino la universidad como espacio de construcción de alternativas.

Nuestra universidad pública conurbana se ha configurado como un actor territorial. Esto es, un actor capaz de aportar a interlocuciones que movilicen y viabilicen lógicas políticas alternativas, abran puertas y contribuyan a potenciar una estatalidad municipal y provincial capaces de proteger y garantizar derechos.

Nos pensamos así desde la vitalidad de un diálogo constructivo y movilizante, crítico, independiente. El decir feminista independiente de las banderías partidarias es un potente lugar de construcción de audibilidad para nuestra enunciación intelectual y políticamente honesta, incluso en tiempos inhóspitos como los actuales.

Ese carácter inhóspito del presente emerge de desesperaciones acumuladas y rupturas epistemológicas. En un momento histórico que se cocina al fuego de antagonismos y diferencias irreconciliables, fuego azuzado por los que lucran con esa imagen de lo irreconciliable, creo que como docentes feministas tenemos que hacer carne la afirmación que hizo hace poquito Susy Shock, en una entrevista maravillosa para “País de Boludos”.

Tenemos que volver a hablar todo de nuevo, tenemos que hablar con esa gente. Ese tipo no es mi enemigo, ignora para sí un montón de cosas. Volver a tejer redes y que me importe la otra persona, pensar bases comunes, y que esa persona entienda que mi vida vale. Ese es el programa político que articula la Educación Sexual Integral ESI.

Problematizar y abrir espacios, alojar las maneras en que las desigualdades y las violencias estructurales son vivenciadas y simbolizadas, disputar ahí las posibilidades de transformación, es una apuesta difícil, pero relevante. Abrir preguntas donde hay certezas. Y sostener.

Como docentes e investigadoras, a la hora de enseñar contenidos vinculados a la ESI, múltiples escenas nos conmueven en términos pedagógicos y políticos. Así, el ejercicio reflexivo en la universidad implica abrir las Puertas de Entrada para la enseñanza de contenidos relacionados con la sexualidad y las relaciones sociales de género, enfatizando la Reflexión sobre nosotres mismes, o, dicho de otro modo, La pregunta por lo que nos pasa. Haciéndonos eco de la invitación de Susy, si ser trava es un espejo, pensémonos en esos espejos.

Y es desde allí que podemos potenciar la emergencia de interrogantes sobre la pluralidad en el aula y la necesidad de alojarla considerando una perspectiva respetuosa de las normativas vigentes en materia de derechos educativos y sexuales, e inscripta en una pedagogía de la pregunta y en una práctica política educativa democrática en la que "El objetivo de la democracia agonística es transformar el antagonismo en agonismo: el enemigo [antagonista] en un adversario con quien compartimos un consenso conflictivo, es decir, que estamos en desacuerdo sobre los principios fundamentales que organizan la sociedad, pero coincidimos en el hecho de que este desacuerdo debe ser resuelto por medios democráticos" (Mouffe, The Democratic Paradox).

Voy a trabajar en torno a tres escenas, que como además se desplegaron en escenarios temporales e institucionales diferentes, nos permiten mirar -claro que con el diario del lunes- demandas sociales a las que no supimos o no pudimos hacer lugar.

En 2016, al calor de los debates promovidos por el #NiUnaMenos, un jovencito de 16 años de un Centro Juvenil nos planteó, interpelado por la construcción de un espacio para pensar las violencias en clave de género, por qué no incluíamos a los varones que morían en situaciones violentas.

La cocinera del centro nos miró, asintiendo: la experiencia cotidiana en nuestros barrios populares está puntuada por las muertes de los varones jóvenes, jovencísimos a veces. Se mueren los amigos, los hijos, los hermanos, los sobrinos. Lo sabemos, son muertes que están marcadas por las exigencias que el patriarcado impone a las masculinidades: ser proveedor a como dé lugar; competir por el poderío y las insignias del varón con los otros varones; esconder los miedos, las angustias, la incertidumbre hasta que pudran las entrañas. Son muertes diferentes de los feminicidios, los varones no mueren en manos de sus amores, mueren en manos de la pluralidad de enemigos en los que se transforman los varones pobres para sí mismos

¿Cómo alojamos esas experiencias de desigualdad y de violencias estructurales, sin regalárselas a la narrativa dominante que reproduce las maneras contemporáneas de fabricar sujetos subordinados a formas del poder tramadas en este momento del capitalismo, que lucra construyendo al feminismo, las disidencias, las minorías étnicas, como el enemigo a derrotar?

En septiembre de 2022, una muchachita de 15 años, de Suárez, participante de un proceso de formación de jóvenes promotores de derechos humanos que desarrollamos desde el programa de Género, Infancia y Juventud con los Centros Juveniles del municipio, nos interpeló, enojada por la decisión gubernamental de decretar feriado luego del intento de asesinato contra la entonces vicepresidenta de la nación.

Nos dijo “¿por qué la vida de ella vale más que la nuestra?”. ¿Cómo ofrecemos a esta furiosa demanda de igualdad, un lenguaje que le permita enunciar esa frustración con la injusticia cotidiana, en claves ciudadanas y de demandas de más derechos, y no con la lengua del odio y la retaliación? ¿Cómo construir políticas públicas que respondan con seriedad y en profundidad a estas demandas populares en lugar de calificarlas desde una supuesta altura moral que estaría (siempre, claro) de “nuestro” lado, u ofreciendo narrativas de derechos que no se concretan en la vida cotidiana?

También en 2022, en una clase de formación virtual de posgrado destinada a personas que trabajan en áreas de derechos de la infancia, una cursante joven de una provincia del Noroeste planteó, frente a un ejemplo de las docentes de instalar baños “unisex” como forma de abordar las relaciones desiguales de género en el ámbito escolar, que en su escuela había una nena trans y que el resto de las nenas junto a sus familias “se incomodaron” con la idea de compartir el baño.

La docente dejaba entrever que en ese conflicto, el derecho de la nena trans a no ser expuesta en su uso del baño y la incomodidad de las nenas cis y sus familias eran posiciones equivalentes. ¿Cómo podemos construir matrices interpretativas que puedan leer una demanda como la de la nena trans en clave que evidencie la estructura desigual de género en la escuela? ¿Cómo propiciar el entendimiento que lo que planteaban las nenas cis era discriminatorio y que había que detenerse en la incomodidad de estas chicas para hacerla pedagógicamente productiva, “hacerla hablar”, antes que en “acomodar” las cosas para que “todes” queden contentos, apresurando un consenso que silencie y haga purulenta la discriminación latente?

Problematizar lo que nos desafía como silencio o como provocación, tensar la naturalización de las desigualdades, hacer lugar al conflicto: todas ellas son prácticas pedagógicas que las docentes universitarias atravesamos a diario. El dilema político, creo, es “hacer pedagogía” con estos materiales. ¿Cómo retomar en una clave que permita resignificarlas, a estas experiencias cotidianas que dan cuenta de la insuficiencia de los proyectos democráticos?

Esas tensiones muchas veces insisten en presentarse mediante silencios relacionados con la enseñanza de la ESI que en algunas circunstancias, requieren ser puestos en palabras con urgencia pero que, al hacerlo, emergen más como ruidos que como un debate respetuoso entre diferentes puntos de vista. Por otro lado, la persistencia del silencio también marca los límites de lo decible, lo que se escapa a la pedagogización y lo que no puede ser capturado institucionalmente, un “resto” en que muchas veces les estudiantes “resisten” a ofrecerse plenamente a la grilla de lo educativo y a las estrategias de participación.

Pero estas tensiones hoy tienen a la mano lenguajes que habilitan expresarlas como impugnaciones a la lógica de los derechos y a las aspiraciones de igualdad que es la base de la “sociedad de semejantes” que configura el acuerdo democrático. Frente a ello, ¿qué papel para la docencia universitaria?, ¿qué rol para la Universidad pública? Intervenir pedagógicamente implica, como quería Graciela Frigerio, hospedar. Esto es, producir aperturas, acoger, producir encuentros, reconocer la singularidad, sostener la responsabilidad de quien educa. Dar un espacio y un tiempo para representar los sentidos y las prácticas que atraviesan estos enunciados contradictorios con los derechos, y de manera colectiva, construir, concebir, otros sentidos que los complejicen y propongan sentidos alternativos. En definitiva, tramar diálogos pluralistas.

Muchas veces estas intervenciones se expresan en un plano de la experiencia individual o la traducción singular de procesos estructurales. Esta estructura de la impugnación de las demandas de derechos mediante anécdotas derogatorias nos pone en profunda incomodidad, no sólo política sino también epistemológica. Expulsar esas incomodidades a lo indecible, silenciar esas voces, leerlas como inmediatamente atribuibles a un sentido común de derecha, al efecto de los “discursos del odio” o a falta de reflexión no es, no obstante, una respuesta adecuada en el ámbito de la universidad. Tampoco lo es tratarlas meramente como legítimas expresiones de un sentir singular o una “opinión” que se erigiera como equivalente al saber o a las normas legales.

Problematizar y abrir espacios, alojar las maneras en que las desigualdades y las violencias estructurales son vivenciadas y simbolizadas, disputar ahí las posibilidades de transformación, es una apuesta difícil, pero relevante. Abrir preguntas donde hay certezas. Y sostener.

Porque si bien es necesario señalar si es que son posiciones que muchas veces llevan un germen excluyente, o capaz de reproducir jerarquías sociales y desigualdades, su silenciamiento es también un procedimiento antidemocrático y, por lo mismo, antipedagógico, cuestionable por ideologizado.

La semana pasada, en un centro de salud de la ciudad de Buenos Aires, una mujer desesperada pedía ayuda para manejar la situación con su hijo adolescente severamente comprometido con consumos y con la trama ruin en la que esos consumos se dan en los barrios populares, de transas y violencias, lejanísimas de los consumos de los adolescentes de sectores medios y altos.

Frente a lo abrumador de la situación y la insuficiencia de los recursos públicos para asistirla, la trabajadora social tramitó su frustración expresando “no sé de qué se quejan, esto votaron”, sumándose a la cacofonía de depreciación del Estado, la producción del odio y la impugnación de una demanda legítima de protección de derechos. Esta escena, que trabaja en clave partidaria lo que tendría que trabajar en clave política, representa para mí lo opuesto a lo que tenemos que hacer.

Cuando desde los proyectos de las derechas extremas se ubica a los feminismos, trans y trava feminismos, los movimientos LGTBQ+ como los enemigos de la vida social, enunciar desde este lugar implica una posibilidad muy potente de humanidad, como dijo nuestra traviarca Susy.

¿Cómo alojamos esas experiencias de desigualdad y de violencias estructurales, sin regalárselas a la narrativa dominante que reproduce las maneras contemporáneas de fabricar sujetos subordinados a formas del poder tramadas en este momento del capitalismo, que lucra construyendo al feminismo, las disidencias, las minorías étnicas, como el enemigo a derrotar?

La transformación social en la dirección de una mayor igualdad está en la base de los procesos de ampliación de derechos que tensionan los horizontes históricos en los que tal igualdad se inscribe. Esto es, la “igualdad” no está cincelada en la piedra, no antecede a la acción, si bien la orienta, y no está fuera de la historia. Si bien los caminos de ampliación de derechos han tomado la forma de la proliferación de las diferencias, todo indica que este no es el único camino posible. Así, reencontrar analíticamente la potencia creadora -tanto positiva como negativa- de los silencios, las paradojas y las operaciones fallidas de producción de equivalencias, puede mostrar un camino para la construcción de perspectivas transformadoras.

Incluso mucho más en tiempos inhóspitos, en los que no sólo se desmantelan programas, se “discontinúan” contratos de trabajadores involucrados en los programas de acceso a derechos sexuales y de género, sino que se instalan, entre propios y ajenos, unas lecturas culpabilizadoras de las demandas de igualdad sexo-genérica como “injustas” o como “excesivas”.

Enunciar desde la universidad, cuando es atacada como un lugar superfluo, de “lujo” para quienes lo puedan pagar, sujeto a controles ideológicos que buscan expulsar al olvido autores y disciplinas, y sujeto a restricciones materiales para, nuevamente, hacer de la docencia universitaria un trabajo imposible, es todavía una forma de construir algo de hospitalidad.

Desconstruir esos sentidos para que no se tornen el sentido común, es la tarea.

 

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