En esta nota del 10 de agosto de 2005, el semanario El Miércoles se contaba sobre el drama de cuatro pequeños del departamento que perdían población. “Pueblos que se apagan”, se titulaba este informe especial, que necesitó una importante producción. Se recorrió el departamento para completar un trabajo que mostraba la problemática de esas localidades, que languidecían.
La nota principal de aquel número 175, 15 años atrás, abordaba cómo una multiplicidad de factores provocaba la involución poblacional de Las Moscas, San Marcial, Líbaros y Rocamora, ubicadas en el departamento Uruguay. La desaparición del ferrocarril -alma de esos pueblos-, el avance del latifundio por el modelo sojero, y las precarias comunicaciones y servicios ocasionaban la pérdida de habitantes en los cuatro pueblos, y eso era lo que se reflejaba en la extensa nota.
Así, compartiendo con nuestros lectores algunas de las más relevantes notas publicadas durante dos décadas, celebramos los 20 años de Miércoles, que se cumplen en este 2020.
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Un informe revela que cientos de pequeños pueblos de todo el país están al borde de la desaparición. Entre ellos figuran cuatro localidades del departamento Uruguay. Un equipo de El Miércoles recorrió esas poblaciones, obtuvo testimonios y datos, y elaboró un informe especial sobre el tema.
Pueblos que se apagan (2005)
Más de 600 pueblos diseminados por todo el país que no llegan a los dos mil habitantes están al borde de la desaparición. Dentro de esos núcleos poblacionales es famoso en nuestra región el caso de Pueblo Liebig, cercano a Colón. Pero no sólo éste está casi condenado a muerte, sino que cuatro localidades que se encuentran dentro del departamento Uruguay padecen un similar destino. En este informe, un reflejo de esa dramática realidad, manifestada en sus propios habitantes y sus paisajes.
Por MARTÍN BARRAL
Colaboraron: JOSÉ MAHER, MARIO BOTTARLINI Y VALENTÍN BISOGNI
La involución poblacional de 602 pueblos desparramados por todo el mapa del país preocupó, hace ya un tiempo, a Marcela Benítez, que decidió fundar la Organización No Gubernamental “Recuperación Social de Poblados Nacionales que Desaparecen” (Responde). A partir de su determinación de llamar la atención sobre la problemática situación que encierra este hecho, esta ONG comenzó a alzar la voz, tratando de provocar el alerta y encontrar una salida. En algunos casos lo consiguió: varios artículos periodísticos difundieron el tema en medios de tirada nacional y en algunos de cada región involucrada, por lo que varias personas se sumaron al proyecto que llevaba adelante Responde, pero mínima fue la respuesta de los gobernantes de cada provincia ante el drama de la agonía de estas pequeñas localidades. De todas formas, esta ONG ha diseñado e impulsado proyectos productivos –para tratar de detener el éxodo- en Entre Ríos, commo en Irazusta y Faustino Parera (Gualeguychú) y Arroyo Barú (Colón), generalmente tendiendo al turismo rural, aprovechando los escasos recursos de estos lugares.
LOS FANTASMAS DEL DEPARTAMENTO
En nuestra provincia son 33 los pueblos que están al borde de convertirse en ‘fantasmas’, al mejor estilo de una película del Far West norteamericano. De estos, cuatro se encuentran dentro del departamento Uruguay: Las Moscas, Villa San Marcial (o Estación Urquiza), Líbaros y Rocamora.
En general, los motivos que ocasionan esta despoblación son similares en todos: precarias vías de comunicación terrestre, falta de porvenir laboral para los jóvenes, envejecimiento de la población, escasez de servicios y establecimientos educativos inadecuados para las exigencias actuales, la desatención de las autoridades departamentales y provinciales, y el avance de los latifundios en detrimento de los pequeños y medianos productores, el cierre en los ’90 de los ramales del ferrocarril –por el que nacieron los tres primeros pueblos-; todos estos aspectos influyeron de una u otra manera en la vida de estos pueblos. Esto remarcan el estudio de Responde y los censos nacionales. Según el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Indec), Las Moscas es el único que ha tenido un mínimo crecimiento en la pasada década, aunque es al contrario si se observa el conteo de 1980. Los demás han sostenido una persistente y preocupante tendencia al descenso de población.
LAS MOSCAS, “PUEBLO GERIÁTRICO”
Es un pequeño y cuadrado pueblo pegado a las vías, al que se llega ingresando por un camino de tierra negra de unos dos kilómetros que se desprende de la Ruta 20, sobre el límite con el departamento Villaguay. Al ir al encuentro de esta ex colonia judía –la única de las cuatro localidades que en 2001 ostentaba un mínimo crecimiento, aunque en 1980 tenía más habitantes-, un viejo y desvencijado cartel indicador que da la bienvenida al viajero es un presagio que encontraremos.
Una calle principal –ancha y corta- domina el lento paisaje pueblerino. A la derecha, merced a una enorme bandera argentina, es fácil distinguir la Escuela N° 125 y la Junta de Gobierno, donde Lorenzo Rotela (PJ) ejerce su presidencia. “El pueblo nunca desaparecerá, porque tiene todas sus instituciones funcionando: la escuela, la Junta...”, asegura con un dejo de esperanza Rotela. César Henderson –veterinario y único profesional que vive actualmente en Las Moscas-, se suma a la charla y replica con dolor: “Nos estamos convirtiendo cada vez más en un pueblo geriátrico. El jubilado vuelve al pueblo, pero los jóvenes y los padres de familia se van”.
Un hospital de infraestructura monumental –único entre los protagonistas de este informe-, no parece hecho para una localidad de poco más de 400 habitantes. Llama la atención, pero enseguida, la impresión por la estampa del nosocomio, choca con la noticia de que no hay médico ni ambulancia. “En caso de una urgencia hay que trasladarse hasta Villaguay”, cuenta Rotela, “pero el problema es el camino de entrada y la Ruta. Tienen que estar bien y no debe llover mucho, porque sino no sale nadie”, agrega enseguida. “El problema de este pueblo es la comunicación vial. Tampoco pasa un solo colectivo”, cuenta Henderson.
Precisamente, ése es uno de los motivos que se suma a las razones de la despoblación de estos pueblos: la falta o precariedad de comunicación terrestre. La desaparición de los trenes de carga fue un duro golpe: “La época de oro de Las Moscas fue cuando el país era ‘El Granero del Mundo’, acá había mucha producción. Era impresionante ver la cola de productores con sus carros esperando cargar en el tren”, rememora el presidente comunal. Hoy, el ramal del ferrocarril que une Basavilbaso con Villaguay se ha reactivado luego de casi 15 años. Pasa dos veces por día en busca de pasajeros, pero no de cargas.
Todo suma para que el pueblo ostente un futuro de lenta agonía. A la precariedad de las comunicaciones viales y la falta de médico, hay que agregar la inexistencia de educación secundaria: “Los chicos deben irse hasta Villaguay o San Marcial para seguir estudiando”, confirma Rotela.
Otro drama que vive la población es la carencia cada vez mayor de actividades productivas que convoquen trabajadores. “La tecnología trajo desocupación. A partir del año 73, la tecnología fue desplazando a la mano de obra. En tiempos de cosecha, en los galpones trabajaban más de 30 estibadores”, asegura el veterinario y acota: “El que tiene ambiciones se va de acá”. El avance de los latifundios contribuye a que esto sea así también. Según Henderson, “un problema conocido es el de la empresa Calimboy. Antes había muchos pequeños productores pero hoy la empresa posee unas cinco mil hectáreas que antes eran de esos productores. En la actualidad, Calimboy ni siquiera explota por su cuenta, sino que un tercero hace el trabajo. Ahí trabajan pocos y se llevan toda la soja sin reinvertir nada aquí, ni siquiera en caminos. El campo se despobló muchísimo, y no es que no se siembre, al contrario, pero es un solo dueño el que se queda con todo...”.
Constantemente, durante la charla, ambos ‘mosqueros’ vuelven sobre el preocupante futuro de su terruño y la falta de iniciativa de sus habitantes. Sigue Henderson: “No tenemos posibilidades porque los que nos quedamos acá somos los que menos capacidad tenemos, nos falta reacción. No planificamos cómo podríamos mejorar en cinco años, tratamos de mejorar los caminos y nada más”, y añade: “Nos platearon el tema del turismo. A pesar de que tenemos mucha historia, no participamos del circuito turístico de las colonias judías. Estamos dentro del circuito pero no participamos, quizás por la falta de inquietud de nuestros propios pobladores. Necesitamos un cambio mental muy brusco, porque esperamos que nos traigan todo hecho”.
No se sabe de una fecha cierta de fundación de Las Moscas, pero sí de la Escuela. El 9 de octubre cumplirá cien años y Rotela explica que están avanzando sobre la organización ‘Encuentro Mosquero’ para esa fecha: “La idea es que todos los que se fueron del pueblo vuelvan por lo menos una vez al año. Que los mosqueros perdidos por el mundo nos traigan alegría y nos quede algún pesito”...
LA “VIVA” SAN MARCIAL
Después de un corto tramo de camino desde la Ruta 20 se llega a Villa San Marcial, la localidad más grande de las que protagonizan este informe. Extrañamente, Estación Urquiza (el otro nombre del pueblo y que demuestra la condición de su nacimiento), presenta una apariencia de progresismo en sus anónimas calles de tierra que parece estar lejos de la imagen de pueblo fantasma que transmite el documento de la ONG y reflejan los números de los censos (que indican un pronunciado descenso de habitantes desde 1980), aunque, como en las demás localidades, llama poderosamente la atención la escasa cantidad de jóvenes.
Como enuncia el estudio de Responde, San Marcial comparte varios inconvenientes diarios con sus vecinos, que llevan al éxodo de la población. Lo expone Felipe Saldivia, vocal de la Junta de Gobierno: “El gran problema nuestro es el aislamiento, ya que debido al mal estado de los caminos, los transportes de pasajeros no entran al pueblo. Sólo está el tren que hace viajes entre Basavilbaso y Villaguay”.
Estación Urquiza se diferencia de los demás en que son evidentes varios emprendimientos que hacen a la gente menos propensa a perder la esperanza. Además de las explotaciones agrarias comunes en toda la zona (pollos, soja), hay cuatro fábricas de alpargatas (que ocupan entre dos y diez personas cada una). “Antes existía una sola gran fábrica en la que trabajábamos todos, pero un día se fundió, los socios se abrieron y cada uno tuvo que arreglársela por su propia cuenta”, explica Miguel Horn, propietario de una de las ‘alpargateras’. Ostenta, asimismo, en su entrada, la planta de una importante empresa agropecuaria. “Las alpargatas y la Cooperativa de Correa son las principales proveedoras de trabajo”, indica Saldivia, lo que -evidentemente- no es suficiente para contener a los jóvenes.
Aquí existe un juzgado de Paz y se destaca la Escuela N° 22 Gobernador Urquiza (fundada en 1897, un año antes que la villa), única en la zona que posee secundaria, por lo que atrae alumnos de Las Moscas y Líbaros. A la hora de terminar la educación media, los adolescentes se enfrentan con el mismo dilema que en los otros pueblos: emigrar para seguir con los estudios; para conseguir otro porvenir o, en su defecto, continuar la actividad de sus padres. Esto lo refleja el testimonio del secretario del Juzgado, Hernán Schab (29 años): “Trabajé como empleado en una de las fábricas de alpargatas y, como tantos otros, no tengo planes a futuro en el pueblo. Estoy a la espera de alguna oportunidad laboral que me permita pensar a largo plazo”.
A la hora de la diversión tampoco son muchas las opciones: mate o guitarreada en la plaza con amigos.
Igual que los otros poblados, San Marcial tiene carencias sanitarias. “El centro de salud sólo dispone de una enfermera, y no hay ningún médico que viaje hasta aquí. En caso de urgencias, hay que enfrentar los caminos en ir hacia Basso, que es la ciudad con hospital más próxima”, comenta Saldivia.
La Fiesta de la Alpargata es la celebración típica de Estación Urquiza. Interrumpida por la recesión, va resurgiendo de la mano del Ballet ‘Tierra Amada’, que a veces sale de gira por Argentina y los países limítrofes.
A pesar de contar con más de 600 habitantes, San Marcial no tiene internet, y la cobertura para los celulares no tiene la calidad que debería. La televisión por cable, como en los demás pueblos, la provee Santa Anita. Alguna vez se pensó colocar una emisora de radio, pero el proyecto se truncó.
LÍBAROS, A LA HORA SEÑALADA
Tal vez por la hora (12.30), la imagen de desolación era más profunda. Como el pueblo fantasma de un viejo western, a nadie se veía andar. Al llegar, una extrema quietud de siesta recibe al visitante. Líbaros es una inmóvil ‘ele’ de unas 12 cuadras de largo que mezcla viviendas con galpones.
José Udrizard (PJ), presidente de la Junta de Gobierno, recibe en su casa al equipo de El Miércoles y, arrancando con la charla, comenta reconociendo la involución poblacional sufrida en los últimos 20 años que “a causa de la mala políticadurante años, la gente se tuvo que ir del pueblo”, pero rechaza el documento de Responde porque “ese informe está hecho desde un escritorio. Es algo frío que no refleja la realidad del pueblo”.
Las vías de comunicación, como en los otros tres pueblos, son un problema aquí: “El cierre de los ramales afectó a los productores de la zona, porque buena parte de la producción salía por tren”. Este inconveniente no es menor, ya que los pollos (principal actividad en la zona) deben sacarse por un inestable camino de tierra. Aparte, “no hay colectivos. Antes pasaba el San Miguel y después el Cachi Bus, pero ahora no anda ninguno. Pasa el tren dos veces por día, a la mañana para Villaguay y a la tarde para Basavilbaso”, manifiesta el jefe comunal, pero asevera con entusiasmo que “hay una posibilidad de que se asfalte la Ruta 20 con fondos de la Nación y aportes de la Provincia”.
Este pueblo se ha quedado, asimismo -hace tres años-, sin club, algo que aglutinaba a toda la comunidad “y le daba un poco de vida a Líbaros, porque jugábamos la Liga Regional y los domingos venía gente de otros lugares”, cuenta Udrizard y enumera las actividades de esparcimiento que posee la población: “Tenemos un club social, una comisión en la parroquia, un ballet, una pequeña peña folclórica que organiza una vez por año el Festival del Tropero, la Junta organiza la Fiesta de los Reyes Magos en la plaza...”.
La pobre infraestructura educativa y de salud también es una dificultad aquí. Los jóvenes que quieran completar la secundaria deben ir hasta Villa San Marcial, que es lo más cercano. “En la gestión anterior habíamos conseguido 7°, 8° y 9° grados, pero por una decisión política que no puedo comprender los borraron de un plumazo”, cuenta con frustración Udrizard, y agrega: “Luego hubo una camioneta pagada por la Provincia, que después se suspendió ‘porque no servía’. Ahora, los chicos se juntan para pagar el combustible y viajan por sus propios medios”. La escuela ‘libarense’ tiene una PC y la Junta paga un profesor de Computación, además de otro de Educación Física (materia que hace poco el gobierno provincial quitó de la currícula). Está en construcción un centro de salud, pero tampoco hay médico ni ambulancia, sin embargo, “está hecho el pedido”. “La mayor complicación son las calles y caminos los días de lluvia, ya que, en caso de enfermedad grave, uno tiene que trasladarse”, agrega el funcionario.
Afirma que “en Líbaros no hay desocupados” y que “los planes y la ayuda social se distribuyen por medio del Consejo Consultivo, que decide a quién van, a gente que tiene trabajo pero que necesita una mano”, pero reconoce que para que el pueblo sobreviva “se está tratando de lograr que alguna empresa realice una inversión en el lugar para darle una opción a los jóvenes”.
Los que decidan quedarse, deberán conformarse con trabajar junto a sus padres en la avicultura. Esta escasez de posibilidades es un problema a la hora de retener a los que ambicionan otro futuro. Por ello, en Líbaros, la mitad de la población es gente mayor.
Hay una estafeta de correo, no hay internet pero sí televisión por cable (que proviene de Santa Anita) y un equipo móvil de FM Riel, de Basavilbaso. Hasta para pagar los servicios, la gente debe llegar hasta esta última ciudad, ya que la Junta no tiene permitido recaudar (su único ingreso es la coparticipación de tres mil pesos).
ROCAMORA: ¡VISITE NUESTRO CEMENTERIO!
El caso de Estación Rocamora es especial. Un pequeño grupo de casas bajas y la ex estación de tren (ahora convertida en sede de la Junta de Gobierno) están desparramadas alrededor de la Ruta 39, nueve kilómetros al oeste de Basavilbaso. Debido a esto tiene fácil acceso y comunicación con el resto de la provincia, pero el sosiego se observa apenas uno se interna en las callecitas adyacentes.
Aquí, el principal factor de la emigración de la juventud es, sin duda, la falta de horizontes laborales: “La problemática es la misma desde hace años... Los jóvenes se tienen que ir por falta de trabajo”, manifiesta Elsa Tennen, docente jubilada y titular de la Junta de Gobierno. Incluso sus hijos debieron irse en busca de oportunidades, pero desmitifica la inminente desaparición del pueblo: “Acá tenemos a la Ruta que literalmente nos atraviesa, lo que nos ayuda en gran parte a subsistir”, asegura.
Tennen explica que “la escuela sólo tiene EGB1 y EGB2. Se espera la incorporación del EGB3 para 2006. Es una promesa de (Hugo) Cettour y (Julio César) Aldaz. Desde hace cuatro años la Junta paga un profesor de Educación Física para que dé clases a los chicos, ya que ese cargo no sé por qué quedó fuera de la matrícula. Por ahora, los chicos van a estudiar el secundario a Basavilbaso, lo que genera un problema. Incluso algunas familias han tenido que emigrar definitivamente hacia esa ciudad para que sus hijos puedan continuar con sus estudios. Los pocos que no pueden o no quieren seguir estudiando y se quedan acá están desocupados. Otros continúan el trabajo de sus padres en el campo”.
La principal actividad económica en la zona es la avicultura, seguida por la ganadería y la agricultura. El pueblo nunca dependió del ferrocarril. “Sí se perdió un poco de comunicación, pero con la ruta ahí, al lado, ni se notó. Los colectivos paran normalmente”, asevera la funcionaria. A pesar de que esta localidad no es producto de las vías (su origen se debe al Campamento de Calá, del ejército urquicista), la cercanía con la ´Capital Nacional del Riel’, tal vez fue lo que hizo “desaparecer” al 30 por ciento de los habitantes de Rocamora, que buscaron otros destinos más prometedores luego del cierre de los ramales, en la década del 90, dado que muchos cumplían labores allí.
La esperanza del pueblo está en un emprendimiento de arándanos para la exportación, y para cuya cosecha se tomará mano de obra femenina. Los dueños no son del lugar.
También apuestan a que llegue a buen puerto el proyecto de termas de Basavilbaso, esperando que sea otra fuente de demanda laboral que repercuta en Rocamora.
Elsa asegura que en el pueblo se conoció el documento de Responde y que generó preocupación, ya que les hizo caer en la cuenta de lo que estaba pasando.
Como en los demás, no hay médico, a pesar de tener un centro de salud desde hace dos años. “Sólo hay un enfermero y las cosas más complejas se derivan al hospital de Basso, de donde viene también la ambulancia, ya que nosotros no tenemos”, confirma Tennen.
Tienen luz eléctrica pero no agua potable. Hay nueve teléfonos fijos, pero sólo del lado sur de la ruta, al norte solamente se puede tener celulares. La red fija es tan precaria que si dos teléfonos están funcionando a la vez se ligan. Hay una estafeta de correo y paran varios colectivos, pero para trámites, pagos de servicios y cobro de planes sociales, la gente debe llegarse hasta Basavilbaso.
Remarcando la tendencia “geriátrica” de estas localidades, “el mayor ingreso de nuevos pobladores es el de gente nacida en el lugar que antes se fue y que ahora, tras jubilarse, vuelve a vivir en un lugar tranquilo”, pero Rocamora “se desangra de a siete u ocho personas que se siguen yendo por año”, según la jefa comunal.
Por último, cuenta que “turísticamente la Junta tiene un proyecto, que es el de fomentar la visita al cementerio local, que es un lugar histórico donde estuvo la trinchera del general Justo José de Urquiza (el Campamento de Calá). La idea está, pero con tres mil pesos mensuales de coparticipación es difícil planificar a mediano o corto plazo. Ni siquiera alcanza para mantener el pueblo”, afirma.
¿EL FUTURO YA LLEGÓ?
El futuro de estas poblaciones dependerá de que la Provincia y las autoridades departamentales les faciliten contrarrestar los inconvenientes generados por la ‘modernidad’ y que los habitantes de los pueblos le encuentren la vuelta a la permanente emigración. Se puede, y la prueba está en la labor hecha por Responde en Irazusta, Parera y Arroyo Barú. Hoy se advierten modificaciones cuantitativas y cualitativas de ese trabajo. Se implementó el programa “Turismo en Pueblos Rurales”, se abrieron bibliotecas, se concretó la creación y mejoramiento de espacios verdes y de recreación y camping. Irazusta, además, fue integrada a la red de turismo “Pueblos del Sur”. Así se puede ver que, ante un panorama realmente oscuro y preocupante, hay algunas rendijas por donde se cuela el haz de la luz de la esperanza, pero de ninguna manera es suficiente.
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