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OPINIÓN

Reflexiones de un creyente ante la media sanción

El autor de estas líneas, escritas “como creyente y como ciudadano”, despliega algunas de las resonancias que le produjo la media sanción del proyecto de la Ley de interrupción voluntaria del embarazo.

 

(*) Por GASTÓN IBÁÑEZ

Ante todo, como creyente y ciudadano, respeto y valoro la actuación de la democracia legítima e insto a seguir creyendo y madurando en el ejercicio democrático no solo reducido al acto electoral, sino a la participación ciudadana, la movilización, etc. Todo en un clima de civismo y respeto, un clima de patria comunitaria.

Como creyente considero la vida como regalo de Dios, como don gratuito sin devolución, y creo firmemente en el propósito de la existencia y no en un mero azar. Estoy en contra del aborto, veo a un ser de nuestra especie con potenciales inimaginables siendo privado de llegar al mundo. Y así también estoy en contra de los abortos fuera de la panza de la mujer: la discriminación, el gatillo fácil, la marginación, el individualismo, el abandono, la violencia (practica y teórica), la indiferencia; porque ¿de qué vale defender una vida que va a llegar al mundo, si ese mundo no está preparado para darle una vida digna? Y ahí recojo enseñanzas de mi Maestro: “¿Por qué su maestro come con pecadores? Jesús respondió, "no son los sanos los que tienen necesidad de médico, sino los enfermos… no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores” Mt 9, 11. 13; cuando juzga a los sacerdotes enaltecidos de la ley divina y que se olvidaban del prójimo que sufría (cfr. Mt 23); o cuando se acerca a la mujer samaritana despreciada por ser mujer y mucho más por provenir de Samaria (cfr. Jn 4).

No podemos hablar en nombre de Jesús si salvamos la vida del no nacido y nos olvidamos de los nacidos. Nos olvidamos de los hombres y mujeres, de todos y todas, ricos y pobres, subversivos y obedientes, justos e injustos. Hago propias mis palabras de Monseñor Oscar V. Ojea (presidente del Episcopado argentino) frente a 20.000 jóvenes de todo el país el pasado 27 de mayo en Rosario: “Es la cultura del ‘sálvese quien pueda’,  egoísta y mezquina. La Patria está mucho más allá de ser sólo un conjunto de individuos que se avienen a cumplir leyes comunes. Ella es madre, nos ha recibido en nuestra casa común y nos exige el desafío de transformarla para hacerla más equitativa, más fraterna y más cristiana. Una Patria que viva la hospitalidad esencial de la persona humana que es recibir con los brazos abiertos a todos los que están invitados al banquete de la vida y prepararles una casa digna de ser habitada. Por eso expresamos que vale toda vida”.

Vale toda vida no es solo salvar las dos, es salvar todas. Desde el no nacido, la mujer golpeada y violada, el trabajador explotado y en negro, el empresario perverso, la anciana olvidada, hasta los ríos contaminados.

En estos días pude apreciar argumentos fantásticos de ambas partes, y también falacias grotescas y morbosas de las dos posiciones. Hablo de mi Iglesia, de la que soy parte, de la Iglesia que encubrió y que también acogió. Con dolor reconozco hermanos y hermanas que fueron partes de una fiebre combativa y en búsqueda de choque y, por otra parte, de sectores que se desviaron en mi parecer del mensaje de Jesús y su Iglesia, y comenzaron a confundir los tantos y generar desprecio interno. El mensaje de Jesús y su Iglesia es claro: sí a la vida, como venga y como toque; no se puede ser tibio en ese aspecto. Por eso mismo frente a la actuación de la democracia no podemos no respetar una decisión que, tarde o temprano, la ciudadanía exigiría, y comprometernos a trabajar para evitar llegar a la interrupción del embarazo.

Como creyente en una Iglesia que apuesta, con lentitud tal vez y mucha dificultad, a una renovación sostengo: la importancia fundamental de la ESI en todo ambiente (un problema de aplicación que considero argentino más que religioso), la continuación del acompañamiento a los embarazos de cualquier mujer, una presencia activa y de escucha ante las realidades de éstas mujeres. Y si llegara a ocurrir el dolor terrible de un aborto, nunca más dejar de lado a ninguna mujer, nunca más permitir que se la mire con desprecio y marginación social: “No juzguen para no ser juzgados. Porque con el criterio con que ustedes juzguen se los juzgará.” Mt 7, 1-2a.

 

(*) Estudiante de Filosofía y miembro de movimientos juveniles católicos. 

 

 

 

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