Científicas y científicos nacionales y extranjeros realizaron un amplio trabajo de investigación en base a las publicaciones de más de un siglo referidas a las diversas introducciones de peces que se realizaron durante décadas en Argentina. Los resultados del trabajo fueron publicados en la revista Biological Invasion, y arrojan que en las 10 ecorregiones en las que se dividen los cursos de agua del país, se registraron 5 especies potencialmente invasoras, 18 invasoras, 11 introducidas y 6 se pueden caracterizar como con riesgo de introducción.
El artículo científico de referencia, expone los resultados de la labor mancomunada de investigadores del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) en el Instituto Nacional de Limnología del (INALI) y la Universidad Nacional del Litoral (UNL). Ellos son Luis Espínola, Federico Yoya, Ana Pía Rabufetti, Natalia Carrara, Elie Abrial y Martín Blettler; junto a Claudio Baigún -del Laboratorio de Ecología Pesquera Aplicada-, Luciano Neves dos Santos de la Universidad Federal de Rio de Janeiro (Brasil) y Karl Matthias Wantzen y Elise Charlotte Ferlay de la Escuela Politécnica de la Universidad de Tours (Francia).
Escenario
De acuerdo al estudio, se afirma que los procesos de globalización de los últimos años aumentan el movimiento de especies y con ello la expansión de peces no nativos, lo que redunda en fenómenos de “invasión” con dos rasgos distintivos: por un lado, las especies introducidas generan la pérdida de biodiversidad global y, por otro, las medidas de bioseguridad -nacionales e internacionales- resultan insuficientes para regular el transporte de especies no autóctonas y la prevención de su liberación.
Dichos procesos de invasión son complejos y dependen de las características, tanto de las especies no nativas -invasividad-, como de las características intrínsecas del entorno invadido -invasibilidad-. De acuerdo con Luis Espínola, integrante del Laboratorio de Hidroecología del INALI, “cuando ambas características se correlacionan positivamente, la posibilidad de que una especie no nativa se establezca, aumenta considerablemente y con ello se incrementa el riesgo cierto de que su propague en toda la región”.
Si bien los sistemas de agua dulce albergan niveles de biodiversidad altos, también son los ecosistemas más amenazados por los impactos humanos, como uso y abuso de aguas de superficie y subterráneas, contaminación doméstica e industrial y por construcción y operación de represas; todos factores capaces de aumentar la susceptibilidad a invasiones biológicas y a la propagación de especies no autóctonas, se indicó.
El trabajo aborda las introducciones intencionales y otras actividades humanas que, al superar ciertas barreras biogeográficas, crean conexiones artificiales entre cuencas separadas, llegando incluso a eliminar barreras naturales como las cascadas. Las drásticas modificaciones del hábitat se ven potenciadas por grandes obras -como las represas-, que modifican las estructuras sumergidas de los ríos navegables, incorporando incluso la construcción de pasajes de peces.
Espínola explica que “a pesar del conocimiento científico existente sobre los daños ecológicos que causa la introducción de peces no nativos en ambientes de agua dulce, se trata de una práctica que sigue vigente a nivel mundial, aún a sabiendas de que los peces invasores afectan la economía -pérdida de servicios ecosistémicos-, y producen impactos ecológicos severos tales como la estructuración de comunidades nativas, modificaciones en condiciones de hábitat natural y homogeneización biótica”.
Claves
La complejidad de la problemática da mayor relevancia a este estudio que permite actualizar los conocimientos sobre las distribuciones de las especies no nativas en amplias escalas espaciales, permitiendo así entender los procesos de invasión y diseñar herramientas para la prevención o mitigación del impacto causado por las nuevas introducciones.
Argentina, con sus 2.780.400 km2 es el octavo país del mundo, en superficie, y el segundo más grande de América del Sur, presentando rangos latitudinales y altitudinales muy amplios, en los que alberga diez ecorregiones biogeográficas de agua dulce –según Freshwater Ecoregions of the World–, cada una de las cuales tiene una diversidad de ambientes acuáticos de magnitud, conteniendo en total 570 especies de peces. En este “escenario” tan vasto que presenta la Argentina, el impacto es muy importante dado que, de las 10 ecorregiones, ya en ocho se han registrado 40 especies no nativas de las cuales 5 son potencialmente invasoras, 18 invasoras, 11 introducidas y 6 se pueden caracterizar como con riesgo de introducción.
Según Espínola, “los estudios a realizar deben tener un enfoque ecorregional por ser los más adecuados para desarrollar la gestión, conservar la biodiversidad e impulsar políticas en diferentes niveles geográficos. El abordaje de las ecorregiones de agua dulce permite alcanzar una visión más completa de los procesos de introducción y establecimiento de las especies no nativas en nuestros cuerpos de agua”.
En contraste con la gran diversidad de especies y ambientes de agua dulce, la propagación y el impacto de las especies de peces invasoras en Argentina es poco conocido, incluso en comparación con otros países del sur, lo que señala la necesidad de impulsar más investigaciones para aclarar el papel de los cambios ecológicos provocados por la introducción y el establecimiento de especies de peces no autóctonas. Dentro de esa zonificación, los registros georreferenciados revelan que en Argentina las especies no nativas con mayor presencia –en ejemplares y cantidad de áreas invadidas-, son la trucha arcoíris y la carpa común. De acuerdo con Espínola, históricamente, los estudios sobre introducción de peces en el país –que se remontan a principios del siglo XX-, son útiles pero al día de hoy resultan insuficientes porque no informan sobre la distribución de las demás especies ni explican los factores de su distribución a nivel nacional.
Panorama
El grupo de investigación se propuso actualizar el conocimiento sobre el número de peces de agua dulce no nativos establecidos en Argentina, para lo cual analizó la literatura científica y los informes técnicos que describen la tendencia de las especies registradas entre 1908 y 2020, focalizando en la evolución de los patrones de distribución y en los principales vectores de introducción en las diversas ecorregiones argentinas. Del arduo trabajo –que consideró cuatro informes gubernamentales y más de 100 publicaciones–, surgió que las 40 especies de peces no nativos existentes en el país pertenecen a siete órdenes y 11 familias diferentes.
El estudio, respecto al origen geográfico de las especies, revela que un 45% procede de América del Norte, otro 42,55% de Asia, 15% de Europa, 15% de Brasil y Uruguay, un 10 % de África y el 7,5 % restante de América Central. Además, en cuanto a los vectores que ocasionaron las introducciones, detalla que 27 especies lo fueron por acuicultura, 16 por pesca deportiva, 9 originadas por actividades de acuario y comercio, 6 relativas a control biológico y las 2 restantes para ser modelos biológicos en experimentos.
Luis Espínola también se refiere a otro aspecto importante: “El amplio rango latitudinal de la Argentina –en pleno cambio climático-, genera un contexto vulnerable ya que la invasión de especies en diferentes climas, como lo demuestran las diferencias entre el norte y el sur del país, presentan un doble riesgo. El sur, más frío, registra aumentos en la temperatura del agua que pueden reducir la distribución de los salmónidos, particularmente en la Patagonia Norte, generando así posibles desplazamientos y desajustes en otras ecorregiones con temperaturas del agua cercanas a sus límite de tolerancia. Asimismo, el incremento de la temperatura, también opera en la Cuenca del Plata, donde el desplazamiento de las barreras térmicas hacia el sur puede crear condiciones para el establecimiento de peces no nativos, como ciertas especies neotropicales”.
De acuerdo con el especialista, la complejidad de la situación se completa hacia el norte, donde el gobierno brasilero ha permitido la colocación de gran cantidad de tanques-redes que son una amenaza de daño ecológico a partir de las fugas que suelen ocurrir en los criaderos, además de las liberaciones que se realizan para la pesca deportiva. Ambas situaciones se dan en los embalses del Alto Paraná y de la cuenca del Iguazú, configurando un escenario propicio para nuevas introducciones e invasiones hacia la Argentina.
Otro factor a considerar es la conectividad geográfica que facilita el riesgo de dispersión de especies introducidas con fines de pesca deportiva y recreativa. Las partes más cálidas del norte argentino, sin represas en el corredor Paraguay-Paraná, preserva un flujo natural que podría facilitar la dispersión de especies sembradas en las “granjas” de cría de especies no nativas de los países vecinos, fruto de la creciente presión de la pesca deportiva. Por esto, según Espínola, “la política actual de facilitar la introducción de peces no nativos para nuevos emprendimientos de acuicultura, puede generar en la ictiofauna autóctona un impacto crítico a partir de fenómenos de homogeneización biótica, reestructuración de comunidades nativas, extirpación y extinción de especies y propagación de enfermedades y parásitos”.
Desafíos
Espínola afirma que garantizar la protección de la biodiversidad nativa es una de las asignaturas pendientes, para lo cual se deben revisar las normas que actualmente son insuficientes e incongruentes para controlar la introducción de especies. Las políticas provinciales tienen autoridad para administrar sus propios recursos naturales y a menudo generan acciones disímiles o antagónicas entre organismos y competencias dentro de las mismas cuencas fluviales, lo que dificulta la implementación de acciones eficaces a nivel región/país.
El estudio también revela que la introducción de peces no nativos en Argentina se ha incrementado en las últimas décadas y que las especies más comunes, como las carpas, se han visto favorecidas por un aumento del uso del agua para ganadería, agricultura y desarrollo de infraestructura; o bien como los salmónidos, que han ampliado su rango geográfico a raíz de la introducción en diversas ecorregiones, por impulso de pescadores y pesquerías con programas que nunca fueron debidamente evaluados.
Ante esto, según Espínola, es fundamental elaborar planes de gestión que permitan detectar tempranamente aquellas especies no autóctonas que empiezan a ocupar las cuencas transfronterizas para, a partir de allí, poder atacar su potencial establecimiento y propagación en las aguas argentinas.
Otra de las conclusiones del trabajo es que sabiendo del daño ecológico que puede causar la introducción de peces de agua dulce, la evaluación y control de introducciones de especies en Argentina es insuficiente y muy escasa la información científica disponible sobre ecorregiones importantes, como la referida a las nuevas especies que ingresan por la cuenca del Plata.
Por esto, concluye Espínola, las introducciones de especies no nativas acarrean diversas consecuencias que con el tiempo, llegan a impactar en las economías de subsistencia de las poblaciones ribereñas. “En ecosistemas con pocas especies, la introducción de una nueva puede alterar la cadena trófica, siendo las piscívoras las que pueden ocasionar daños más irreversibles. De hecho, la introducción de especies, es la segunda causa de extinción, lo cual tiene consecuencias ecológicas, particularmente cuando la especie invasora avanza hasta hacer desaparecer una especie local con importancia económica. Muchos introducen especies pensando un rédito económico, sin pensar en el daño ecológico que hacen”.
Fuente: Era Verde
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