"Tendríamos que ver con nuestros ojos la expulsión del 90 por ciento de nuestro pueblo en un solo día para advertir la destrucción", dice en uno de sus párrafos el escritor y periodista Daniel Tirso Fiorotto.
Por DANIEL TIRSO FIOROTTO (*)
Amontonados y distantes de sus alimentos y sus saberes y luchas, muchos entrerrianos son adoctrinados para aceptar injusticias y privilegios como catástrofes. Tierra, trabajo, techo “para pocos”, es la consigna que nos tiene anestesiados.
Los sucesivos gobiernos que parecen chirles son en verdad firmes; firmes en la peregrina teoría de que gobernar consiste en mejorar lo que está; que basta con prometer un poquito menos de corrupción, un poquito más de eficacia, pero sin hacer olas. Dicho en criollo: administrar la decadencia.
¿Por qué se sostienen, en esa suerte de fingir demencia? Aquí una de las respuestas posibles: los soporta el miedo sembrado en las comunidades.
El miedo a quedar afuera nos adormece, nos quita los reflejos. En las sociedades colonizadas a fuerza de repetidos azotes, como la entrerriana, el miedo a quedar afuera es un somnífero que ablanda las antiguas fuerzas y nos hace maleables, nos mella la capacidad de respuesta, nos doblega. ¿Cuáles fueron esos azotes? Veremos más abajo. Pero vale adelantar que el adoctrinamiento consiste en ignorar la propia historia, en distanciarnos de la naturaleza, de los alimentos, como de nuestros saberes y nuestras luchas.
Si pudiéramos medir ese alcohol llamado miedo admitiríamos que muchos no podemos conducirnos con ese grado de miedo en sangre en una sociedad libre, emancipada, porque marchamos tanteando los riesgos de quedar afuera.
Para evitar riesgos no confiamos. Para evitar riesgos no hablamos. El miedo nos hace renunciar. Vaya novedad: se sabe desde hace siglos, el miedo y la ansiedad nos atan. “Nada es tan desalentador como un esclavo satisfecho”, dijo Ricardo Flores Magón cuando pagaba su lealtad en la cárcel.
El miedo ejerce la función de la droga famosa de la que habló Aldous Huxley en “Un mundo feliz”. Soma para no sentir, soma para no ver, soma para no responder.
El miedo nos acomoda, y el miedo nos regala mil excusas para mentirnos causas posibles y más o menos elegantes sobre nuestra incapacidad de resistencia.
Quedar afuera del trabajo, afuera del estatus, afuera de la lista de candidatos; afuera del subsidio, del contrato, del aplauso; afuera del prestigio que otorgan los repartidores de prestigio, es decir: los mismos gobernantes, con ideas copiadas, turnados cada tanto. El sistema facilita la vida a los complacientes, los llena de halagos, y se esfuerza para que las (pretendidas) ventajas de esos complacientes, se noten, y se noten las (pretendidas) desventajas de los rebeldes.
Miedo y miedo. “Si usted ama, tendrá sida”, empieza la “Ventana sobre el miedo” de Eduardo Galeano. “Si habla, tendrá desempleo. Si piensa, tendrá angustia”.
Pp: para pocos
El gobernador Rogelio Frigerio se vale hoy, como se valió su antecesor Gustavo Bordet, de un síndrome que padecemos miles de entrerrianos, a quienes el sistema nos ha sumido en algo peor que la servidumbre: la satisfacción en la servidumbre.
El sistema que llamaremos “pp” (para pocos) ha confundido la clásica discrecionalidad (libertad) con arbitrariedad (prepotencia); de esa manera deja de lado la participación, desconoce la necesaria licencia social. El estado ningunea a las comunidades, no menos que el gran capital y las corporaciones.
Los pueblos ancestrales, como los guaraní, saben que una relación armoniosa con la naturaleza y una economía de reciprocidad no dejan más que abundancia, y abarcan a todos sin excepción. Pero esos pueblos fueron destruidos...
Y en la medida que el poder logra quietud, en la medida que ve las aguas calmas, entonces se anima incluso a ignorar artículos constitucionales. Gobernar contra la Constitución (con la anuencia de legisladores, jueces, periodistas, partidos oficialistas y opositores, sindicatos, profesionales), es una breva, una vez que se ha logrado quebrar el espinazo de la sociedad.
El estado de postración requiere de una vitamina diaria: la celebración de la mediocridad. El modelo es el timorato.
El sistema pp descubrió que es más fácil gobernar sin intervención comunitaria. Y es cierto: así se gobierna en un plano inclinado, en una lenta decadencia que nos hierve a fuego lento para que no saltemos, como ocurre en el cuento de la rana.
¿Cuál es la clave? El paso a paso. Si provocáramos la tala rasa de un millón de hectáreas en una semana, sería un escándalo universal. Como lo hicimos a lo largo de un siglo, las distintas generaciones alcanzaron a ver los ojos, los cuernos, la cola, las garras, pero nadie vio al monstruo.
Algunos ejemplos
La dirigencia actual de localidades que hace 80 años tenían 2.500 habitantes y hoy, en vez de las lógicas 10.000 personas cuentan con 300, se conforman con una máquina vial y dos toboganes para la placita. Sin prisa y sin pausa, el desarraigo, el destierro. Tendríamos que ver con nuestros ojos la expulsión del 90 por ciento de nuestro pueblo en un solo día para advertir la destrucción.
Hemos admitido por décadas que falta afirmar 25.000 kilómetros de caminos, y celebramos cuando afirman cinco, como ignorando una de las claves del desarraigo.
Las mismas autoridades admiten que tenemos toda la red vial “detonada” con rutas que son un peligro… Allí encuentran explicación el desarraigo, el destierro y la muerte. ¿No es el accidente en ruta la principal causa de muerte de nuestra juventud? Espantoso, y naturalizado.
Años así, bajo gobiernos de distintos signos; décadas así, con empresas pagadas por todos los argentinos pero que sirven sólo a la ciudad y la provincia de Buenos Aires, traccionando miles de millones de dólares, todo ante el silencio de las autoridades provinciales, hoy como ayer doblegadas ante el colonialismo interno devastador. ¿Por qué hablar de reparaciones para el AMBA y no hablar del índice de destierro, que padecen pueblos como el de Entre Ríos? El miedo a perder votos también paraliza.
Despacio y con miedo, la agonía sucede sin mayores sobresaltos.
En Entre Ríos son más de 50 mil familias en la pobreza extrema, y por increíble que parezca, todas sin excepción contarían con una hectárea (una manzana) para cultivar alimentos y solazarse, con sólo el cinco por ciento de la superficie que acapara una sola familia en la Argentina.
Ese mismo sistema pp ha confundido el tradicional espíritu servicial con servidumbre. Así es como cierta clase media tiende a ignorar su propia historia: miles debieron emigrar porque el sistema pp los echó, pero aquí quedamos, medio escondidos.
Acríticos, sin analizar por qué se fueron, sin preguntarnos por qué, si miles de pobres debieron marcharse a través de las décadas, en una lenta sangría, hoy convivimos con miles de pobres amontonados, sin trabajo. No bastó con echar a los más infelices: había también que crear nuevos infelices. Así, un territorio que podría dar cabida, sin amontonar a nadie, a 10 millones de personas, no puede con un millón y medio… Así es como Entre Ríos pasó de ser la tercera provincia de la Argentina en cantidad de habitantes a ser la octava. Es tan evidente que asusta, pero el sistema nos mantiene con narcóticos, más o menos satisfechos, más o menos ciegos ante la escena por demás clara que grita desarraigo, grita destierro, grita hacinamiento; grita concentración de riquezas y hambre y miedo.
Infelices y pobres vecinos
Los “infelices”, decimos, porque José Artigas acuñó la consigna “que los más infelices sean los más privilegiados” y devolvió estancias a los negros, a los indios, a los gauchos, a las viudas. Pensó en un lugar adecuado, un espacio; pensó en los alimentos.
Tomás de Rocamora llegó al actual territorio entrerriano (y le puso nombre), para reunir población dispersa. Hoy se necesita lo contrario: dispersar población amontonada. En ambos casos el problema es el mismo: la tenencia de la tierra.
Rocamora vivió peleando en Gualeguay contra el cura Fernando Andrés Quiroga y Taboada. Tremenda historia de desencuentros entre el poder político militar y el poder político religioso. No se ponían de acuerdo en nada, excepto en el menosprecio de las comunidades que habitaban el suelo desde el fondo de la historia.
Rocamora se puso del lado del “pobre vecino” y disputó títulos a los terratenientes de Buenos Aires y Santa Fe. En carta al virrey vaticinó que Entre Ríos sería “la mejor provincia de América”, si se animaban a pelearles la tierra a los terratenientes. Más claridad no se consigue. La educación y los medios masivos y las corporaciones se esfuerzan en ocultar su palabra o distorsionarla, para sostener el sistema pp. Y al clásico latifundio rural se suma ahora un latifundio urbano que es peor.
Las comunidades ancestrales que pudieron resistir a la violencia del siglo XVIII quedaban al margen de todos los beneficios, pero podían elegir un protector para abogar por sus derechos. En Gualeguay el protector (tres décadas antes que José Artigas) se llamó Francisco Méndez, y los poderosos lo acusaron de simpatizar con Tupac Amaru.
Dice un afamado sociólogo que el pensamiento abismal permite a las sociedades coloniales conversar y hasta debatir sobre asuntos políticos, filosóficos, teológicos, científicos, pero los saberes distintos, que no cuadran en el pensamiento colonial, eurocentrado, quedan en un abismo.
Hoy muchos políticos, periodistas, historiadores, economistas, pensamos el modo de superar las sucesivas crisis, en un debate más o menos flexible (que por ahí aturde con los insultos), pero más o menos comprensible dentro de cánones occidentales coloniales bien establecidos. ¿Qué es lo que queda hoy en el abismo?
Los azotes
Las familias de los barrios hacinados, las villas miserias, aquellas al borde del hambre, no participan del diálogo social. Sus problemas son los más graves, son alimentarios, y debieran tener una resolución inmediata, pero el sistema pp los deja para después, para cuando todos los demás nademos en abundancia y algunas migajas de nuestras mesas caigan hacia los hambrientos. ¿No queda afuera del diálogo también la biodiversidad?
En Entre Ríos son más de 50 mil familias en la pobreza extrema, y por increíble que parezca, todas sin excepción contarían con una hectárea (una manzana) para cultivar alimentos y solazarse, con sólo el cinco por ciento de la superficie que acapara una sola familia en la Argentina. En esta provincia una mayoría de cristianos y judíos lee en la Biblia: “Ay de los que juntan casa a casa y añaden heredad a heredad hasta ocuparlo todo! ¿Habitaréis vosotros solos en medio de la tierra?” Sin embargo, en la práctica el sistema pp nos ha anestesiado, y así nos salteamos los Ayes de Isaías como nos salteamos nuestra propia historia lugareña. Hace muchas décadas lo vienen señalando con claridad los economistas, historiadores, poetas. Dice Juan L. Ortiz: “Hombres, oscuros hombres, con los brazos caídos.../ Cuánta dicha que se da para nadie, ay, para nadie”.
Ahora nos preguntaremos, ¿cómo es que tantas personas han quedado a la intemperie? Sin dudas contribuyen varias causas, pero en el plano regional es notable la incidencia del colonialismo, porque en distintas épocas hemos sufrido embates de poderes extraños, de gente que ha gobernado a distancia. Los azotes se cuentan por decenas. Veamos este ejemplo: muchas familias entrerrianas descendientes de comunidades guaraníes, por caso, fueron víctimas de pactos que realizaron los reyes de Europa a 10.000 kilómetros, sin haber pisado jamás estas tierras. Ocurrió con el exasperante Tratado de Permuta, resuelto en la cama por el rey Fernando VI y su esposa Bárbara de Braganza, hija del rey de Portugal. Ese rey fue llamado “el justo”, el “prudente”, y cometió las peores imprudencias e injusticias en nuestro territorio.
Destrucción y muerte a pedir de boca. Injusticias eslabonadas a través de las décadas. Hasta que los pueblos bajen la cabeza. ¿Nos hemos acobardado al fin?
Rocamora aprendió la importancia del campesinado en la Sierra Morena (España), como Artigas la aprendió en Batoví (hoy Brasil). Los pueblos ancestrales, como los guaraní, saben que una relación armoniosa con la naturaleza y una economía de reciprocidad no dejan más que abundancia, y abarcan a todos sin excepción. Pero esos pueblos fueron destruidos, y hoy los saberes ancestrales siguen ninguneados y las experiencias revolucionarias, ignoradas. En pleno siglo XXI nos perdemos en la tibieza del continuismo, con un resultado a la vista: desarraigo, destierro, hacinamiento, distancia con los alimentos, extravío, resignación. ¿Es esto un terremoto? ¿O es un adormecimiento, para atravesar la agonía con una sonrisa?
Hoy nos abruma la creciente indigencia. Cada estudio social da resultados espantosos, y sólo esperamos que el próximo sea peor. La Argentina se desploma en el empobrecimiento. Esos índices engañan: algunos años, mediante la emisión de moneda de manera desenfrenada o el endeudamiento externo, el estado fingió una atención que, por esa vía, era insustentable, como insustentable la tara del ajuste. El mal diagnóstico no ha hecho más que turnar a los responsables en el gobierno del estado; unos a otros se suceden y se acusan y retornan, siempre con excusas para ocultar un sistema sin respuestas.
Bastaría con volver la mirada a los saberes guaraníes, charrúas, afros, criollos, y a los testimonios de Rocamora y Artigas, para revertir de un planazo este proceso ominoso.
No, no es una catástrofe. Somos nosotros, nomás, los mediocres.
(*) Artículo originalmente publicado en Uno, se reproduce por gentileza de su autor.
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