"La vapuleada estrategia de endilgar al imperio todos los desaguisados propios ya no convence a nadie", una de las reflexiones de este riquísimo texto de Daniel Tirso Fiorotto.
Por DANIEL TIRSO FIOROTTO (*)
Cuando los farsantes Nicolás Maduro y Daniel Ortega no aceptan siquiera el consejo de los más prudentes, y se aferran al despotismo estatal represor, vuelve el torrente milenario de la unidad continental en serio, que se expresa en las comunidades ancestrales y su aura.
Dicen algunos chavistas de la primera hora que hoy Venezuela es el mejor argumento espanta-socialismos en todo el planeta.
La estrategia de endilgar al imperio los desaguisados propios ya no convence. Para Lula da Silva, cuando un dirigente se pone en la cabeza que es imprescindible, nace el dictador. Y bien, aquí analizaremos qué nos queda, ahora que ciertos déspotas y aprendices de autócratas han tomado de rehén al latinoamericanismo para desviar la bella energía de saberes y luchas hacia sus propios y mezquinos intereses.
Nada más ajeno a la historia y la condición comunitaria de los pueblos del Abya yala (América) que el verticalismo, el personalismo y la receta única para todos, propia de la altanería occidental, tan enamorada de la uniformidad y por eso tan dispuesta a marcar el paso.
Los despotismos que excluyen, destierran, reprimen, por abominables que sean, se sostienen con una máquina de propaganda, no menos máquina que la del sistema que dicen combatir. Eso corre para todos.
También son abominables aquellos que se atribuyen superpoderes para recaudar y repartir con apariencia paternalista. Y es que ese sistema etnocéntrico prohíbe a las personas y las comunidades el cultivo de su carácter central: la reciprocidad. Es otra vía al etnocidio.
Hoy prevalecen los pastos secos, secados por el fuego de la prepotencia de tanto mandón con máscara de revolucionario, como Maduro y Daniel Ortega, pero felizmente entre esos pastos secos reverdecen los pueblos del Abya Ayala que no necesitan gritar unidad para conocerla, amarla, cuidarla, al margen de poderosos y gritones de gatillo fácil, embanderados en sus coloretes.
Nuestros pueblos ancestrales no son todos iguales, claro está, pero conocemos de algunos su economía solidaria, que en guaraní llamamos jopói (manos abiertas mutuamente), y que se basa en la disposición y la aptitud de cada cual para dar, como para recibir. Si el sistema inhabilita a la persona, a la familia, para que ejerzan su condición, es decir, para que un día puedan dar como otro día puedan recibir, entonces el sistema los está maniatando.
Es lo que ocurre hoy en la Argentina, como en Entre Ríos, con un sistema que ha generado miles de barrios amontonados, donde se acumulan familias que, en el mejor de los casos, comen. Un sistema donde tantos dependen del estado para casi todo, sin margen para las decisiones comunitarias. ¿Qué lo diferencia de las llamadas reducciones de “indios”, etnocidas?
Conquista camuflada
Los regímenes despóticos son conquistadores camuflados, su popularidad no es más que apariencia. Esos regímenes hacen de las personas meras receptoras, y de las comunidades meras masas.
Ya el estado-nación pone en riesgo la vida comunitaria, pero hay estados-nación con economías ultra dependientes del mercado, o con gobiernos despóticos, que potencian ese riesgo.
En las antípodas, nuestros pueblos auténticos han puesto a prueba por milenios la imbricación de las comunidades en la biodiversidad, como han cultivado la contención, el nosotros; y son testimonios geniales de la diversidad de culturas con sus idiomas distintos, sus modos distintos, sus vestimentas, sus maneras de conocer y sentir, sus artes, sin necesidad de que venga un mandón a enhebrar todas esas perlitas en su collar.
Bien lejos de la vida comunitaria, de la soberanía de los pueblos, de la articulación de las comunidades en confederación; es decir, bien lejos de todo aquello que podría emparentarse con nuestra América, el latinoamericanismo fue tomado de rehén en este siglo XXI por algunos déspotas que, en medio de un griterío incoherente, están cavando su tumba. Hoy nos hallamos velando ese neo latinoamericanismo, el torcido.
Sabemos que tenemos que aprender mil veces más de la confederación iroquesa entre los actuales territorios de Canadá y Estados Unidos, y del continuo renacer de la vida que los ojiwa llaman mino bimaadiziwin, que del represor Nicolás Maduro con sus empaques latinoamericanistas. La cosa no da para más. Entonces: muerto el latinoamericanismo, viva el Abya yala.
No lo mató el imperio, lo mataron los matones de acá. Lo que queda del latinoamericanismo aquel, el que puso sobre la mesa nuestras culturas milenarias, nuestras luchas decoloniales, nuestras artes, nuestro lugar común en el mundo, está inserto en el sentido de la unidad del Abya yala por su propia idiosincrasia diversa, y contra el etnocentrismo y el racismo y el supremacismo y la acumulación de poder y riquezas, como contra las políticas extractivistas a que son afectos los partidos de los distintos países.
Hoy prevalecen los pastos secos, secados por el fuego de la prepotencia de tanto mandón con máscara de revolucionario, como Maduro y Daniel Ortega, pero felizmente entre esos pastos secos reverdecen los pueblos del Abya Ayala que no necesitan gritar unidad para conocerla, amarla, cuidarla, al margen de poderosos y gritones de gatillo fácil, embanderados en sus coloretes.
Unidad por abajo
La unidad del Abya yala viene por esas columnas vertebrales llamadas Cordillera de los Andes, Amazonas, Paraná, Lago Ontario, Mar Caribe; por el agua y las selvas; y viene por veinte mil años de historia propia, con el ser humano integrándose, por distintas vías, al conjunto de la biodiversidad.
Ese torrente, desviado en parte o frenado desde hace cinco siglos por una invasión de poderes militares desarrollados, y una pretensión hegemónica en todos los planos que superaba lo conocido; ese torrente vuelve a sus cauces cuando tomamos conciencia de que las fuerzas que aparentan conflictos lo hacen dentro de un mundo occidental que ha invisibilizado por siglos ese otro mundo milenario.
Los pleitos de los sectores distintos (pero dentro de un mismo etnocentrismo), las disputas de partidos que parecen competir pero se mantienen equidistantes de los pueblos ancestrales y sus saberes y anhelos, han cavado una fosa al latinoamericanismo. Distintos en nombres y consignas, iguales en la expoliación de la naturaleza y en el maltrato a los saberes ancestrales. Distintos en la fotocopia de recetas, iguales en el ninguneo de las comunidades; en favor de un verticalismo que tiene a ciertos sectores atornillados al poder, sea en el oficialismo o en la oposición, turnándose.
Sin descuidar a los Bush, Obama, Clinton, Trump o Biden, que para el caso no son muy distintos, hay que atender las responsabilidades vernáculas. Tomar cierto liderazgo para torcer el sentido de las revoluciones es mucho más eficaz que un ataque imperial. La erosión por adentro es letal.
La vapuleada estrategia de endilgar al imperio todos los desaguisados propios ya no convence a nadie. Quienes hemos gastado años mostrando las bondades de los principios ancestrales para la liberación de Bolivia, esos principios que están claros en David Choquehuanca pero que también supo pronunciar Evo Morales, no podemos ni debemos ocultar el permanente desgaste que Evo Morales provocó sobre el gobierno de Luis Arce-David Choquehuanca, con fines personalistas y sectoriales, contra todos los principios ancestrales; ni ocultar el uso de las comunidades con fines partidarios, con un trastorno demencial de las prioridades.
Ya hace un año y medio, en febrero de 2023, los ex ministros chavistas organizados en defensa de la constitución advirtieron: “Gracias al gobierno del Presidente Maduro, Venezuela es el mejor argumento espanta-socialismos en todo el planeta. La derecha internacional le está profundamente agradecida… El gobierno del Presidente Maduro es responsable de asociar los imaginarios de Asamblea Constituyente, Revolución, Socialismo, al desastre sin límites que vive Venezuela”.
Quienes aplaudimos de pie, alguna vez, las propuestas y los discursos antiimperialistas de Hugo Chávez no podemos ni debemos ocultar la deriva despótica de su partido, cuando Nicolás Maduro se nos hace ya vomitivo. “El despotismo militar será precisamente aniquilado con trabas constitucionales que aseguren inviolable la soberanía de los Pueblos", dice el artículo 18 de las Instrucciones artiguistas del año XIII. Y es el mismo cuerpo de ideas que giró en torno de una principal: la soberanía particular de los pueblos en confederación.
¿Valen menos?
Un a veces velado, a veces inadvertido, supremacismo argento busca excusas para sostener a los déspotas, como ha sostenido por siglo y medio a los próceres ultra racistas que delinearon la Argentina moderna.
Aquellos que pidieron la cabeza del peronista Eduardo Duhalde por dos muertos en la calle en manos de la represión estatal, se van en evasivas para sostener a Maduro en el poder cuando los muertos se multiplican por decenas en las calles de Venezuela. ¿Es que un joven argentino vale más que un joven venezolano?
La unidad de los pueblos del Abya yala (América) no depende de los pretendidos latinoamericanistas. No depende de los poderosos. La historia demuestra que aquellos que más gritan Latinoamérica son parecidos al marido que declama las bondades de su amada a la luz del día para ocultar los golpes de la noche.
Golpeadores, pedófilos, corruptos, violentos, macaneadores seriales, no son modelos, por más que griten latinoamericanismo. Ese grito es una farsa, pero duradera. Por eso han conseguido embarrar las banderas.
Hemos estado enredados en el macaneo muchas décadas ya. El latinoamericanismo, que para nosotros era un corazón, para ellos es una guarida. ¿Nos daremos por vencidos? De ninguna manera: muerto el latinoamericanismo, viva el Abya yala. Tierra en plena madurez, tierra de sangre vital. El Abya yala es armonía, es resistencia, es integración, es acceso a un lugar donde desplegar la vida, y es fundamentalmente veneración de la palabra. Abya yala es biodiversidad, es vida comunitaria dentro de la biodiversidad, y es palabra. Digámoslo de una vez: el poder vertical, personalista, soberbio, repugna al torrente comunitario de nuestro bello y sufrido continente.
Maduro o Mosonyi
Entre el entusiasmo de Maduro y la sabiduría de Mosonyi no hay que dudarlo: y fue Maduro el que eyectó de la rectoría de la Universidad Nacional Experimental Indígena del Tauca al notable antropólogo Esteban Mosonyi, un puntal en el estudio, la compañía y la defensa de los pueblos ancestrales de Venezuela y el mundo.
Los matones maduristas lo acusaban, como a tantos, de conspirar contra la unidad cívico militar, ¿por qué? Porque denunciaron la política extractivista entreguista de la deriva reaccionaria madurista.
Los chavistas ya consideraban a Maduro “una pesadilla en trance de ser superada”. Pero el latinoamericanismo en decadencia daba fueros, el latinoamericanismo aseguraba impunidad, y muchos líderes preferían callar, hacer como que no veían, no escuchaban, no sabían.
Ya hace un año y medio, en febrero de 2023, los ex ministros chavistas organizados en defensa de la constitución advirtieron: “Gracias al gobierno del Presidente Maduro, Venezuela es el mejor argumento espanta-socialismos en todo el planeta. La derecha internacional le está profundamente agradecida… El gobierno del Presidente Maduro es responsable de asociar los imaginarios de Asamblea Constituyente, Revolución, Socialismo, al desastre sin límites que vive Venezuela”.
El “socialista” Maduro es el misil más certero del capitalismo contra el socialismo. Para destruir una bandera, nada mejor que enarbolarla en medio de una violación.
“El 24 de febrero de 2016, el Presidente Maduro, rodeado de los más carniceros tiburones de la Bolsa de Toronto, de las más voraces empresas mineras de todo el planeta, anunció el Decreto que demarcaba al Arco Minero del Orinoco”, decían los chavistas en febrero de 2023. Hace mucho tiempo que en Venezuela denuncian los fraudes de Maduro, como denuncian el destierro de millones. Y a cada fraude, decenas de jóvenes muertos en la calle.
Ya nos había adelantado Esteban Emilio Mosonyí, de larga vida entre los pueblos ancestrales de Venezuela, que el extractivismo progre llamado socialismo del siglo XXI no se diferenciaba del resto en la destrucción. El socialismo no se opone a los pueblos ancestrales, lo que se opone es la farsa.
Esos ex funcionarios chavistas, junto a politólogos y activistas de izquierda divulgaron un comunicado la semana pasada para pedir a los presidentes Lula da Silva (Brasil), Gustavo Petro (Colombia), y Andrés Manuel López Obrador (México) que intercedan ante el régimen de Maduro para poner fin a la represión en Venezuela, que ya dejó un promedio de tres muertos diarios desde la consumación del fraude. La mayoría jovencitos. ¿Hasta cuándo vamos a hacer, nosotros, aquí, como que no escuchamos?
Lula no puede más
El presidente de Brasil intentó ser ultra prudente y pidió actas. El paso de los días no hizo más que confirmar el fraude de Nicolás Maduro. Entonces el venezolano puso en problemas a sus allegados de Brasil, Colombia y México, que no saben cómo explicar a sus electores que sostienen a un dictador.
Como si fuera poco, el dictador de Nicaragua y ex revolucionario Daniel Ortega expulsó del país al embajador de Brasil, y Brasil le devolvió la misma moneda: expulsó al embajador de Nicaragua.
Todo originado en gestiones mínimas de Lula en torno de la presión orteguista contra un obispo, y la presión madurista contra las urnas. Los dictadores Maduro y Ortega están parados en la punta de la soberbia y dispuestos a resistir, siempre acusando al imperio, para sostenerse.
Y al mejor modo de la dictadura argentina, están a punto de encender una guerra por territorio, con países vecinos y hermanos, de manera que el pueblo se sienta obligado a acompañarlos en sus aventuras… En eso han convertido al latinoamericanismo (que ellos enarbolan y destruyen a la vez): en una máquina de engañar, perseguir, reprimir, y gritar consignas que, en sus bocas, pierden sentido y se desvanecen.
El presidente brasileño lamentó romper relaciones con Nicaragua y abogó por “una alternancia en el poder". Dijo que eso es lo más sano y agregó: “cuando un dirigente se pone en la cabeza que él es imprescindible o insustituible, ahí es que comienza a nacer el espíritu del dictador". (Y Daniel Ortega es un ejemplo).
Nada hay que esperar de los sectores que se inclinan ante el imperio estadounidense; formateados por la educación colonizada, los Javier Milei suelen saltearse como si nada 500 páginas de la historia colonial; tampoco hay que esperar de los que se inclinan ante los imperios ruso, chino o europeo; ni de los latinoamericanistas de pacotilla que no han hecho otra cosa que ensuciar las luchas, distorsionar las proclamas, ensangrentar las banderas, y destruir, al fin, la unidad con el fomento de la desconfianza.
Ahora más que nunca la unidad del Abya yala depende del cultivo de las comunidades regionales, el trabajo colectivo, los saberes, las artes, la historia común, la salud de la biodiversidad, lejos de las promesas, los gritos, los guiños y los presupuestos de los dictadores y sus cómplices.
Estamos ante un nuevo panorama. Qué dirían los Mariátegui, los Jauretche, los Ugarte, es bueno preguntarse. Y más nos preguntamos por quienes, antes y después del despliegue de las fronteras de la fragmentación en republiquetas, han visto y ven en el Abya yala un mundo entero en frasco chico; una sola humanidad con las bellas influencias de los diversos paisajes, y los caminos insondables que van tallando las culturas diferentes, complementarias.
Y bien: quédense, los déspotas, con el cadáver del neo latinoamericanismo, que los pueblos en sus paisajes saben regar la unidad continental comunitaria en paz, sin gritones, sin mandones, sin sabiondos que pretendan uniformarnos a capricho. Basta de autócratas, el Abya yala los despide.
Por la paz
“En medio de los tumultos de la lucha nacional y continental, en las múltiples incidencias de nuestra acción interior y exterior, pongámonos intelectualmente de pie para saludar a cada instante, como lo hacemos hoy, el símbolo sagrado de la nacionalidad y su prolongación en el continente, la patria grande”. Así concluyó Manuel Ugarte en 1908 su libro titulado La patria grande.
Para Ugarte, la bandera no era símbolo de guerra, era expresión de identidad dentro de un mundo amplio.
Ugarte explicó por qué Estados Unidos se convirtió gradualmente “en la nación más impopular entre nosotros”, y es que los países centro y sudamericanos padecían todo tipo de arbitrariedades de los poderes estadounidenses. Y las enumeró, en cada país. Lo cual nos permite comprender la desconfianza general de los pueblos latinoamericanos sobre el imperio estadounidense, desconfianza que se extiende hasta nuestros días claro está, y bien ganada.
Ocurre que esa mala fama ha servido también a distintos regímenes para volcar en el basurero de USA todas sus fechorías. “Ah, pero el imperio...”. Es decir: el imperio utilizado por no pocos déspotas en la licuación de sus responsabilidades. Entonces, cualquiera que señale arbitrariedades de sus gobiernos puede ser acusado de “hacerle el juego al imperio”. Nada nuevo bajo el sol: señalar un enemigo externo para la cohesión de las tropas propias es una estrategia por demás trillada. Y está a punto de volver a trillarla Nicolás Maduro en el conflicto con la República Cooperativa de Guyana por la región del Esequibo. Es claro que si se enciende la mecha allí no se enfrentarán Caracas y Georgetown sino Estados Unidos contra Rusia y China, con lo cual es de esperar que los chispazos lleguen lejos.
Las aventuras nacionalistas de los déspotas ponen en tensión de manera permanente los lazos de unidad de la patria grande. Cuando nuestra fortaleza está en el diálogo, la comprensión, el trabajo común, la paz, la armonía ecológica, a estos líderes inescrupulosos les gusta blandir la espada y pegar gritos amenazadores a diestra y siniestra, para que toda la vecindad les preste atención como ocurre con los caprichosos.
Ante la deriva despótica de los que se adueñaron del latinoamericanismo, resurge la unidad del Abya yala sin espejismos, sin ilusiones, sin personalismos, sin gritos de guerra, sin amos viejos ni amos nuevos; y florece esa unidad en las grietas, en las comunidades, en las regiones, en las culturas, las artes, los saberes, las asambleas.
Para reconocer, potenciar esa unidad, nada mejor que reconocer y potenciar las comunidades diversas, con sus símbolos, porque la especie humana está ensamblada en la biodiversidad y ni una ni otra se sostienen en la uniformidad resuelta por ley, ni aceptan feos líderes playitos que pretendan representar las hondas y maravillosas riquezas de las culturas.
(*) Nota original publicada en UNO Entre Ríos.
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