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OPINIÓN

Sobre la situación en Israel y Palestina

La autora de esta columna sostiene que no hay posiciones fáciles frente al conflicto, y explica que se necesita una narrativa nueva para frenar las violencias retaliativas que se alimentan unas a otras: hay que romper, asegura, con las acciones en espejo, con la lógica del ojo por ojo.

 

Por VALERIA LLOBET  (Especial para EL MIÉRCOLES)

 

En el film “Munich” hay una línea que me conmueve profundamente. Uno de los integrantes del comando israelí que está vengando la matanza de los atletas olímpicos, Robert, el “especialista en bombas”, cuando discute su alejamiento supuestamente temporario con el jefe del comando, le dice, más o menos: “somos el pueblo de los justos. Si no somos justos, ¿qué somos?”.

La afirmación del judaísmo como esa forma de humanismo es, para quienes no somos religiosos, central en la identidad judía que abrazamos. Es esa posición (Justicia, Justicia perseguirás) la que nos hace repudiar la política cada vez más agresiva de un gobierno que día a día más reaccionario, que abraza esas minorías ortodoxas históricamente anti-sionistas que hoy, las últimas tres décadas, han avanzado destrozando los mejores ideales que nos construyeron como pueblo.

La ciudadanía de segunda de los árabes israelíes es casi la menor de las múltiples manchas con las que tiene que lidiar Israel.

Por supuesto que lo primero que debería hacer Israel es sacar a patadas a los colonos ultrareligiosos de los territorios palestinos. Por supuesto que la cárcel a cielo abierto que es Gaza tiene que generar la mayor condena mundial como cualquier otra forma de apartheid.

Por supuesto también que nada en este conflicto es ni lineal ni sencillo de resolver. Por algo la ultraderecha israelí mató a Rabin, y por algo los países árabes no hicieron nada cuando todavía era posible para contribuir a desarticular el conflicto y permitir que el territorio y la población gazatíes sean reintegrados a Egipto en la década de 1980.

No hay posiciones fáciles, no hay posiciones que nos dejen dormir en paz como almas bellas. Quien plantee que esta es simplemente la lucha del pueblo palestino, se equivoca. Quien acuse a los israelíes de imperialismo puro y llano, se equivoca.

Por supuesto la opresión israelí sobre las y los palestinos es un marco de comprensión para las acciones políticas y militares de estos últimos, pero sólo señalar esta clave de lectura esconde muchas veces una toma de posición anti-sionista que tiene que expresarse con claridad: dónde termina la crítica y dónde avanza la negación a la existencia de Israel.

Las masacres en Gaza producen dolor y vergüenza. Pero también han producido reacciones de colectivos israelí-palestinos que buscan construir la paz, contra una oposición feroz por parte de Hamas, de Hezbollah, de la ultraderecha israelí, y de las posiciones fáciles de los progresismos internacionales que adscriben imperialismo, violencia e ilegitimidad a un solo lado del conflicto, obviando su complejidad histórica, económica, política.

No hay posiciones fáciles, no hay posiciones que nos dejen dormir en paz como almas bellas. Quien plantee que esta es simplemente la lucha del pueblo palestino, se equivoca. Quien acuse a los israelíes de imperialismo puro y llano, se equivoca. Quien no vea el terrible usufructo de Hamas sobre la población civil y su co-responsabilidad en sus muertes, se equivoca. Quien no vea la responsabilidad política y humana de los gobiernos israelíes que apuestan a la retaliación y el disciplinamiento a sangre y fuego, violando los derechos humanos más básicos y cometiendo crímenes de guerra, se equivoca.

Robert, el experto en explosivos de Munich, es asesinado por acólitos de "Septiembre Negro", el grupo palestino, apenas unas horas después de renunciar al grupo comando israelí. Las violencias retaliativas se alimentan unas a otras, y se necesita una narrativa nueva para frenarlas, un posicionamiento que rompa con la simetría, con las acciones en espejo, con la lógica del ojo por ojo.

El papel de los progresistas debería ser trabajar para construir ese espacio. Nuestra obligación es permitir que las voces otras, las que piden paz y una solución política de coexistencia israelí-palestina, sean audibles. De otro modo, sólo sostendremos el péndulo asesino.

 

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