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OPINIÓN

Ta te ti

Las tres últimas personas en ocupar la Presidencia de la Nación renunciaron a lo que era imposible que tuvieran, es decir un nuevo período como tales. Las tres se cuentan entre las figuras políticas que peor imagen tienen para la sociedad argentina: tienen un piso de 70 por ciento de rechazo, es decir que siete de cada diez personas no quieren ni verlos cerca del poder. Las tres, tachadas. Como en el ta te ti. Es una ilustración altamente eficaz del pozo en el que (a cuarenta años de la recuperación de la democracia) las elites argentinas han hundido a la sociedad. Y las tres son tan hipócritas que presentan su renuncia a lo que no podían tener como un “renunciamiento”.

Por A.S. de EL MIÉRCOLES

Las tres últimas personas en ocupar la Presidencia de la Nación renunciaron a lo que era imposible que tuvieran, es decir un nuevo período como tales. No era imposible porque este cronista lo diga. Era imposible porque el rechazo social a sus figuras es enorme.

En 2019 lo hizo Cristina. Entendió que si insistía en ser candidata presidencial reducía las chances de su fuerza política de regresar al poder. Y, en una jugada que sus seguidores vieron entonces como “magistral” y hoy parecen lamentar profundamente, eligió a Alberto Fernández para ocupar ese lugar.

Las consecuencias de esa decisión fueron tremendas para su propia fuerza política. A pocos meses de las elecciones presidenciales, y finalizando un gobierno peronista, no tiene un candidato visible con chances. Sus principales figuras, todas, tienen niveles de rechazo que hacen impensable que a Alberto lo pueda suceder alguien de sus mismas filas. ¿Puede llegar a inventarse alguien desconocido y revertir ese destino al parecer inevitable? Es posible, siempre puede haber un plan B. Pero lo notable es que la fuerza política que más gobernó la Argentina (casi 30 de los 40 años de democracia que se cumplen en 2023) hoy no tiene Plan A. En sus filas debe haber quienes se preguntan si no hubiera sido mejor que siguiera Macri en lugar de poner a alguien cuya gestión amenaza con ser la tumba de esa vieja fuerza política.

Macri hizo su propio “renunciamiento” hace pocos meses. Se había envalentonado por una supuesta revalorización social de su figura ante los paupérrimos resultados de la gestión de Alberto Fernández. Como Perón en su momento, Macri parecía poder decir “el que vino después me hizo grande”. Y se la creyó. Si luego de su desastrosa gestión obtuvo el 42% de los votos frente a la fórmula Fernández-Fernández ¿por qué ahora no podría volver? Tan convencido estaba que presentó dos libros que ya en sus títulos adelantaban la intención de volver: "Primer tiempo" y "Para qué".

Pero no hubo segundo tiempo. Aunque tenía todas las chances de ganar en la primera vuelta, Macri leyó bien las encuestas que indicaban que cualquiera le ganaba en una segunda. Como a Cristina. Es paradójica la situación de ambas figuras ex presidenciales. Las dos, según las encuestas, se impondrían en las PASO, es decir en una interna de su propia fuerza. No tienen competencia adentro. Pero ninguna de las dos podría ganar una segunda vuelta. Salvo que fuera entre ellas, donde la moneda queda en el aire y nadie tiene certeza de quién es más detestado por la sociedad argentina.

El “renunciamiento” de Macri quiso ser leído por algunas de las caras de su alianza como “magnanimidad”, “generosidad”, un gesto “de estadista”. Palabrerío. No hay nada de estadista ni de generoso en renunciar a lo que no se puede tener. La fábula de la zorra y las uvas de Esopo no la recuerda como magnánima sino como un emblema de la resignación.

Cristina, podría decirse, es la única que puede mostrar un doble “renunciamiento”: lo hizo en 2019 y ahora volvió a hacerlo cuando, tras la condena en la causa Vialidad, desestimó ser candidata. Ya no a Presidenta. A nada. Lo ratificó esta semana en su esperada conferencia magistral. No será candidata. En cada ocasión da razones distintas: después de la condena, había dicho que no quiere que en la campaña la exhiban como “condenada”. En el medio dijo que está proscripta, algo que ni sus propios camaradas creen. Este jueves dijo que ya dio todo lo que tenía para dar. Por una de esas tres razones, o por una mezcla de las tres, Cristina volvió a renunciar a lo que ya no puede ser.

Finalmente, la figura de Alberto Fernández, que será estudiada por historiadores del futuro y vaya a saberse qué calificaciones recibirá. Dilapidó un histórico 80 y pico por ciento de respaldo social. Fue en el inicio de la pandemia, cuando produjo aquella célebre foto rodeado de los dos gobernadores más poderosos del país, Axel Kicillof y Horacio Rodríguez Larreta. Tres años después el Capitán Beto (como lo llamaban simpáticamente sus seguidores hace un par de años que parecen siglos) invirtió la relación, llegando a niveles inéditos de rechazo: más del 80 por ciento de imagen negativa. En esas condiciones, la “renuncia” del Capitán a buscar su reelección (el primero desde que existe esa posibilidad) fue como un chiste, malo e involuntario. Uno más en la lista enorme que se podría hacer.

 

... lo peor es que detrás de ese rechazo, lo único que asoma como novedad en la oferta electoral es un personaje desequilibrado, inestable, impredecible y violento...

 

El hecho de que las tres últimas personas en ocupar la Presidencia de la Nación renunciaran a lo que era imposible que tuvieran, es decir un nuevo período como tales, debe ser objeto de análisis para la democracia argentina. Es una ilustración infinitamente eficaz del pozo en el que (a cuarenta años de la recuperación de la democracia) las elites de nuestro país han hundido a la sociedad.

Y es imposible no recordar al Menem de 2003, al que tanto se parecen hoy las tres figuras: aquel que ganó la primera vuelta, con un 25 por ciento de los votos, pero prefirió no competir en la segunda porque la perdía frente a un desconocido para la mayoría del país: Néstor Kichner. Pocos memoriosos recuerdan lo que Néstor dijo en aquella ocasión: “Solo esta cara nos faltaba conocerle: la de la cobardía”. A nadie entonces se le ocurrió hablar de “renunciamiento”, o “magnanimidad”. En estos días se cumplen veinte años de ese recordado episodio.

El ta te ti, es decir las tres figuras presidenciales tachadas, no es “suerte para tí”, ni para nadie. Porque lo peor es que detrás de ese rechazo, lo único que asoma como novedad en la oferta electoral es un personaje desequilibrado, inestable, impredecible y violento, que amenaza con convertir ese pozo en el que ya estamos, en un infierno. La diferencia entre un pozo y el infierno es que del primero es posible salir. Del otro, se sabe poco. Y alcanza con revisar las propuestas principales que ofrece como salida. Pero eso será motivo de otra nota.

 

 

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