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VEINTE AÑOS DE EL MIÉRCOLES

Tiempos Negros: diálogo con Carlos Vecchio (2006)

Esta entrevista fue publicada en la vieja versión de El Miércoles Digital, durante la Semana de la Memoria de 2006. En ella, el popular artista Carlitos Vecchio contaba su experiencia durante la última dictadura cívico-militar, primero como desaparecido y luego como detenido, vivencia que no muchos conocían en Concepción del Uruguay. "Fueron épocas de crueles miserias que muestran la perversidad enfermiza de esta gente", graficaba.

 

El viernes 24 de marzo de 2006 (14 años atrás) se ponía a disposición de los lectores del diario digital este reportaje al inefable Vecchio, realizado en esos días a propósito del 30° aniversario del último golpe de Estado. Allí, a veces entre lágrimas al recordar los tormentos pasados, Carlitos relataba su vida durante esos años de plomo.

Así, compartiendo con nuestros lectores algunas de las más relevantes notas publicadas durante dos décadas (en este caso casi inédita, pues nunca salió en papel ni se encuentra en Internet), celebramos los 20 años de Miércoles,  que se cumplen en este 2020.

 

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Carlos Vecchio, el reconocido creador, actor y humorista uruguayense, fue uno de los tantos miles de argentinos que sufrieron en carne propia el violento accionar de la dictadura militar. Aunque para ninguno que haya pasado por campos de detención o prisiones ilegales es fácil hablar sobre este pasado negro, pleno de angustias y terror, en estas líneas, la charla de Carlitos con El Miércoles Digital. El relato sobre sus vivencias en esta nefasta época de la historia argentina de un artista que no olvida.

 

Por MARTÍN BARRAL

 

¿Cuál era tu relación en los 70 con la militancia?

Yo era presidente y coordinador del Centro de Estudiantes de Medicina por la Federación Universitaria de la Revolución Nacional (FURN), que era una de las agrupaciones existentes en las universidades, al igual que la Franja Morada, etcétera. En mi caso estaba relacionada a la Juventud Universitaria Peronista (JUP). En el área Derecho de la FURN militaba el presidente (Néstor) Kirchner junto a Cristina Fernández. Es así que el movimiento estudiantil tenía sus expresiones políticas actuantes en todos sus matices: desde la coordinación de los actos hasta las peleas entre las distintas tendencias en el comedor universitario, destruido después por una bomba del lopezreguismo, que dominaba absolutamente el país en los días previos al golpe.

¿Había algún tipo de 'señal' de lo que se venía?

Ya en ese momento afloraba una especie de paquidermización. Era corriente escuchar "chuparon a dos de Humanidades; chuparon a dos de Periodismo". Y "chupar", esa palabra tan siniestra, significaba desaparición, muerte de gente que luego aparecía en zanjones, como el Chilo Zaragoza y tantos otros de esta ciudad. Gente como Silvio Frondizi, como Ortega Peña, Chávez, los hermanos Basile (compañeros de facultad de Kirchner y reivindicados en su presidencia). Todo este clima terrorífico se vivía en los días previos al golpe.

 ¿Cómo viviste el derrocamiento de María Estela Martínez de Perón?

El 24 de marzo mucha gente -entre los que me incluyo- ¡empezamos a festejar!¡Y esa noche hasta nos reunimos a comer un asado! Nadie en su sano juicio podría haber llegado a imaginarse que estos tipos iban a llegar a ser tan criminales, tan infinitamente más criminales que los otros, lo cual aún hoy sigue siendo inimaginable. Sólo la realidad -que supera a la imaginación- es capaz de desplegar aristotélicamente lo que la cosa es.

Mejor dicho: lo que es antes de haber sido. Es así a tal punto que algunos llegaron a imaginar que la Junta Militar era un grupo de militares progresistas... Al final, resultaron ser más fascistas de lo imaginable. Y nos enteramos al poco tiempo, a través de los bandos y -por sobre todo- por los procedimientos que ya comenzaban a llegar por interpósitas personas. "¿Viste que levantaron a fulano?", "chuparon a mengano".

" Nadie en su sano juicio podría haber llegado a imaginarse que estos tipos iban a llegar a ser tan criminales, tan infinitamente más criminales que los otros, lo cual aún hoy sigue siendo inimaginable".

Un día, una chica llamada Estela tocó timbre en mi casa y me dijo: "No es para que te pongas loco, pero tené cuidado, mirá que lo levantaron a Daniel". Daniel era uno de los líderes obreros del sindicato de portuarios. Yo había participado con él en las movilizaciones que hacíamos conjuntamente universitarios y obreros, que eran las consignas que llevábamos adelante. Hacíamos peñas, los obreros iban a almorzar al comedor universitario... Al notar que estaban 'levantando' a los dirigentes sindicales y viendo que los jefes universitarios y obreros habíamos actuado juntos y de común acuerdo en las diferentes movilizaciones...

Comenzaste a abrir más los ojos...

No, al contrario!¡Los cerré! Después de lo de Daniel, mis allegados me decían que me cuidase. El 7 de abril caí. Ese día tenía guardia médica en el hospital San Martín. Yo estaba en sexto año de Medicina. Fue en ese momento que empecé a carburar: "Si me voy ahora son las tres de la mañana, voy a andar jodiendo. Me debo estar dando manija... Además, ¿qué carajo van a encontrar acá, si no tengo nada que me comprometa?". Incluso tuve la precaución de esconder unos libros de Neruda, por las dudas. Así fue que me escudaba internamente en que yo no había hecho nada fuera de la legalidad, no había hecho nada malo. Y me quedé en esa tesitura. A las tres de la mañana, los estudiantes que vivíamos en la casa nos despertamos sobresaltados. Piñas, patadas, "¿quién es Vecchio, quién es Vecchio?", gritaban. Ahí empezó todo. "Ponele la capucha", dijo alguien. Me esposaron y me metieron dentro de un camión, junto a un montón de gente que había sido recolectada a lo largo de La Plata.

¿Y después?

Nos llevaron a un lugar que supe más tarde su ubicación, ya que en ese entonces iba esposado, encapuchado y sin noción de lugar ni tiempo. Fui torturado y picaneado en las famosas sesiones descriptas luego por la Conadep y otros organismos, y que ya forman parte del folklore de lo que fueron los tenebrosos momentos del Proceso. Estuve cautivo un tiempo indeterminado, en lo que después me enteré que se llamaba Pozo de Arana.

Juan Miguel Scattolini (actual director de Poblaciones Carcelarias de la provincia de Buenos Aires y ex compañero en el presidio de Carlitos) me confirmó tiempo más tarde que habíamos estado en ese campo de detención. Del 'Pozo de Arana' se dice que dependía de la 10º Brigada y estaba ubicado cerca de Punta Lara. Yo sabía que había agua cerca porque se escuchaba el chapoteo cercano de las olas. Estuve preso 62 días hasta que me trasladaron a la Unidad Penal 9. En ocasiones escuchaba voces de alguien que decía "tienen diez minutos para fumar un cigarrillo", y luego salían a levantar gente para torturar o para hacer desaparecer.

"Fueron épocas de crueles miserias que muestran la perversidad enfermiza de esta gente".

En ese momento, obviamente, ya eras un desaparecido...

 Sí. Pero tras un tiempo, un grupo de personas (entre las que me encontraba) fuimos finalmente "blanqueados" por disposición del Poder Ejecutivo, por el decreto 330/76. Éste era una carpeta blanca que no tenía nada dentro. Sólo decía "Por Decreto 330".

¿Cambiaron las cosas en ese momento?

Para graficar esto tengo una anécdota: tras una semana de cautiverio nos dijeron que el que deseaba una audiencia con el director que sacara la mano por el pasaplatos de la puerta. Yo no sabía qué era, así que le pregunté a otro preso, que me dijo que era una reunión con el director del penal. Entonces saqué la mano y me dieron un formulario para que llene. Nombre, apellido, motivos ("Motivos personales", le puse). Una semana después, los que presentamos audiencia salimos de la celda y fuimos, todos en fila y cabeza abajo (que era la forma de transitar a través de los pabellones). Todos preguntábamos más o menos lo mismo: "¿Por qué estoy acá?"... Tras 62 días queríamos saber si estábamos acusados de algo o si teníamos algún cargo en nuestra contra, ya que hasta el momento sólo habíamos recibido torturas y no explicaciones. Cuando me tocó el turno, pregunté el motivo de mi captura.

El director le dijo a su asistente: "Traé la carpeta de éste". Abrió la carpeta con mi nombre y no tenía nada, sólo la frase "Decreto 330/76". Me la mostró. Cuando le volví a preguntar por qué estaba preso, me contestó: "Mejor decime a mí qué carajo les voy a dar de comer, porque ahora me traen cien tipos más… ¡Y no sé dónde mierda los voy a meter y qué carajo les voy a dar de comer, porque me quedan dos bolsas de polenta y tres de porotos! No tengo más y estos milicos no me mandan nada, así que voy a tener que empezar a encimarlos a cuatro o cinco por celda". Esa fue la respuesta: "Esto es política, Vecchio. Vos sabés cómo es el tema, yo no sé cuánto voy a durar acá, y sabés que funciona así". Efectivamente, al poco tiempo apareció otro director y ahí empieza el terror en el penal. Recuerdo que llegaban helicópteros gigantescos a los patios muy frecuentemente a chupar gente de adentro. Andá a saber si no era para luego tirarlos al mar...

¿Acá también te torturaban? ¿O 'blanqueado' cambiaba todo?

Los presos éramos torturados con la picana. Y eso no se resiste. El que dice que la picana eléctrica se resiste está mintiendo, está escribiendo una canción, está diciendo una poesía, te está tirando con las nueve lunas del Festival de Cosquín. La picana no la resiste nadie, y en eso coincidimos todos los que hemos sido torturados con ese método. Cuando me atormentaban y me pedían nombres, la desesperación y el dolor eran tales que sin darme cuenta empecé a nombrar primero a mis hermanos, a mis viejos y después a todos mis vecinos de Concepción del Uruguay. Cuando te piden que digas un nombre, inconscientemente y por reflejo cerebral tendemos a decir el nombre más cercano a nosotros.

"Los torturadores eran todos analfabetos, ágrafas, porque vos no podés torturar a una persona si pensás".

Entonces siempre uno de los torturadores se reía y le decía al otro: "Te está cuenteando, boludo, te está diciendo la guía telefónica". Y comenzaban de nuevo. Fue así que en ese momento de locura y dolor mi hermano fue jefe de una brigada de Montoneros.

¿Y después?

Ya en otra instancia comenzaban a jugar con uno. Hacían el jueguito del bueno y el malo: venía uno y me hablaba: "Vos, Carlitos, vas a hablar conmigo, ¿sí? Este negro es un sorete. Vamos a hablar vos y yo". "¡Callate, negro sorete", le decía al otro, y de nuevo a mí: "No sabés lo que es esta gente..." (Y empezaban a 'pelear' entre ellos). Yo estaba boca abajo, vendado, esposado y con unas bolsas pesadísimas llenas con no sé qué para que el cuerpo no salte, porque cuando te aplican descargas eléctricas el cuerpo se te contrae de una forma increible, con una fuerza que no te imaginás.

Mientras, la comedia seguía: "Bueno, escuchame, ahora vamos a hablar bien, porque este otro habla pelotudeces, este negro pregunta cualquier cosa. Vamos a hablar tranquilos nosotros solos. Tranquilizate y dame los nombres, porque si no este negro te va a matar, ¡boludo! ¡Mirá que este negro es de terror! Ya se le fueron cinco hoy, te va a matar... Pongámonos de acuerdo, tranqui, y dame los nombres". "¿Y qué nombres querés que te diga? ¿De los que estudiaban y militaban conmigo?", le contestaba yo. Así que volvían a empezar con la picana.

"Había grupos de tareas que habían tomado vida propia. Eran criminales, saqueadores, asesinos que ya le habían 'sentido el gustito a la cosa'". 

Cuando estaba a punto de caer en la inconsciencia apareció otra voz, que me dijo: "Bueno, negrito, vos sabés cómo es esto. Se gana o se pierde, esto es la guerra... Te tocó perder, así que sos boleta. ¿Querés dejar algo dicho?". Yo, con el resto de conciencia que me quedaba y con pasmosa inocencia, porque estaba seguro que no era ningún simulacro, le dije: "Sí. Lo único que yo pediría es que dejen mi cadáver en algún lugar visible. Mis viejos son de Entre Ríos y no quiero que anden dando vueltas al pedo gastándose la poca guita que tienen buscándome". Entonces me contestaron: "Sí, negrito, no te preocupes. Lo vamos a dejar en el Obelisco, con un moñito colorado para que te vea todo el mundo", y se cagaban de risa. En ese momento, sentí un terrible golpe, una patada, y perdí la conciencia. Bah, aún me quedaba un pequeño resto de conciencia y me aterré, porque pensé que eso era la muerte. Sentía el chapoteo del agua y no me podía mover. Pensaba: "¡La puta!¿Esto es la muerte? ¡Estoy muerto!". Hasta que finalmente me desmayé para despertar, luego, en una camilla con unas líneas de suero. Después de todo eso anduve muy mal. Yo tengo hernia de esófago e inguinal a causa de las patadas que me dieron. Se me cayeron todos los dientes porque me picaneaban en la boca... Fueron épocas de crueles miserias que muestran la perversidad enfermiza de esta gente.

Esto era en el Pozo de Arana, pero en el penal de La Plata ¿cómo era la situación?

Dentro de la cárcel también seguía el 'jueguito': un hostigamiento permanente y sistemático. El trabajo sucio lo hacían otros. Los torturadores eran todos analfabetos, ágrafas, porque vos no podés torturar a una persona si pensás. O directamente tenés que estar muy enfermo. Uno en su celda tenía sus cositas; tenías tu vaso, una manta, un juego de ajedrez, un libro. De vez en cuando estos tipos entraban y empezaban a patearte todo, a tirarte las cosas, sin decir nada. Pero ya era rutina. Simplemente debías quedarte en el fondo de la celda, mirando hacia abajo.

"Diabólico fue también el plan económico de (José Alfredo) Martínez de Hoz, que también era sólo para diez millones de personas".

Muchas veces se acercaban, me pateaban los tobillos y me preguntaban: "¿Es puto usted?¿Eh, chamigo?¿Es puto usted?". "No", les contestaba. "¿Seguro que no es puto?", seguían, y yo reiteraba la respuesta. Entonces me decían: "El oficial me dijo que usted era puto, ¿va a contradecir al oficial?", y me pateaban más fuerte. Entonces, les tenía que contestar: "Sí, soy puto, señor". En ese momento se desataba una andanada de golpes. "Eso es por puto", argumentaban. Una vez que terminaban de judearlo a uno, pasaban a la celda de al lado y así sucesivamente. A cualquier hora, cuando se aburrían, iban a verduguearte. Era la forma que tenían de pasar el tiempo. Otros, como Miguelito Domínguez, tenían menos suerte. A él lo chuparon en el 'Pabellón de la Muerte' y desapareció. Se los llevaban en Falcon o en helicópteros.

¿Y lo del "blanqueo" sólo servía para tenerlos en una cárcel común?

Exacto. Lo del blanqueo era muy relativo. No había nada realmente legal, incluso saliendo en libertad, como me pasó a mí. Contando los 62 días de la detención ilegal en el Pozo de Arana, yo estuve tres años ahí dentro. Un hecho que influyó de forma absolutamente terminante y por la cual un montón de gente y yo estamos vivos, fue la llegada de (James) Carter a la Presidencia de los Estados Unidos. El Partido Demócrata, al poco tiempo, hizo un informe lapidario sobre los campos de concentración en Argentina, por lo que Jimmy Carter le exigió a (Jorge Rafael) Videla que detenga de inmediato las persecuciones, el hostigamiento y la violación sistemática de los derechos humanos si no quería perder todo el apoyo militar, económico y financiero. En una palabra, fue un "apriete".

Un verdadero baldazo de agua fría para la Junta Militar fue el viaje de Videla a Estados Unidos para hablar face to face con Carter, quien lo hizo esperar más de ocho horas, como para demostrarle su desprecio. Lo atendió de muy mala manera, le mostró el informe de Patricks y le dijo que sabía de sus manejos. Si hubiesen ganado los republicanos... ¡Chau! Porque estos tipos venían con la idea de hacer lo que Videla dijo en la conferencia de Montevideo: un país para diez millones de habitantes. "Morirán los que tengan que morir, acá se acabó el terrorismo, se acabó el peronismo, se acabó la disidencia, se acabó todo", así rezaba el slogan del Proceso. O están con nosotros o con los automarginados y subversivos. También emulaba el principio jacobino que reza: "Está en contra de nosotros todo aquél que, no habiendo hecho nada en nuestra contra, tampoco hizo nada a favor". Similar a lo que dice Bush actualmente. Diabólico fue también el plan económico de (José Alfredo) Martínez de Hoz, que también era sólo para diez millones de personas.

¿Tu familia sabía que estabas en la cárcel?

Se enteraron tras cuatro meses, cuando tuve la posibilidad de enviarles una carta. Fueron a visitarme un par de veces, y a partir de ahí nos comunicamos epistolarmente.

Así que la asunción de Carter de alguna manera "suavizó" un poco tu situación...

Sí, empezaron a aflojar un poco. También comenzó a gestarse una interna militar entre Viola y Videla. Había gente que quería terminar con los procedimientos por izquierda, blanqueando el Proceso. Otros querían seguir con la joda. Por otra parte, había grupos militares, llamados "de tareas", con nombres como Jaguares, Albatros, Lagartos, que ya eran incontrolables. Habían tomado vida propia. Eran criminales, saqueadores, asesinos que ya le habían "sentido el gustito a la cosa". Acusaban a alguien de subversivo, lo secuestraban, lo mataban, le cogían la mujer y le afanaban todo.

"(Después de liberado) seguían los hostigamientos, las persecuciones y las amenazas, pero también empezaba la exclusión y la marginación (...) Yo era menos que un leproso: mis amigos me evitaban, no querían encontrarse conmigo". 

Ya lo hacían por cuenta propia...

¡Exacto! Se habían independizado. Eran una especie de 'microemprendimientos' imposible de controlarlos. Era un aquelarre total, que más tarde desembocaría en la caída de Videla y su reemplazo por Viola. Éste último no resistió la interna del Ejército y apareció Galtieri, quien en un manotazo de ahogado invadirá Malvinas, y así comenzará el principio del fin.

Después de liberado te viniste para acá...

Sí, pero seguían los hostigamientos, las persecuciones y las amenazas, pero también empezaba la exclusión y la marginación. Había una discriminación total porque la gente tenía miedo, estaba aterrorizada. Era estar sentado en una confitería tomando un whisky -solo- y algún amigo que pasaba y farfullaba: "No mirés para atrás, pero hay dos canas que te están junando". Al principio no le daba bolilla, hasta que un día vi que efectivamente dos tipos me vigilaban. ¡Cobraban un sueldo para hacer semejante pelotudez! Y no sólo conmigo, sino con todos. Eran escaramuzas de hostigamiento, intimidación y amedentramiento. Autos que cruzaban despacito a tu lado mientras volvías tarde para tu casa... Te ponían los pelos de punta. Era una forma de avisarte que estabas totalmente 'fichado', que sabían lo que hacías.

"Seguir diciendo que fue una guerra es una actitud cobarde que sólo mejora lo canallesco y vil de ese argumento".

 También era una forma de asustar al resto de la gente, haciendo que tu nombre sea una mala palabra. Yo era menos que un leproso: mis amigos me evitaban, no querían encontrarse conmigo... Pero comprendí que era por miedo, y el miedo es una sensación tan horrible que puede considerarse como un derecho, un derecho biológico. Del animal y del hombre. Pero también es como decía Borges: "De lo que uno nunca se arrepiente es de haber sido corajudo, porque yo fui cobarde toda mi vida". Fui separado y discriminado en todos los ámbitos. Iba al profesorado a inscribirme y me tenían con vueltas, por ejemplo. En 1980 me fui a Buenos Aires, porque acá ya no se podía vivir. Comencé a convivir con Hilda Johnston. Allí fui seleccionado para participar en un programa de preguntas y respuestas sobre arte, en Canal 9. Me dieron fecha para participar, y cuando comenzaron a emitirse los avances del programa con todos los concursantes, yo no figuraba. Pensamos que era un error, entonces Hilda llamó al canal y le dijeron: "Pero me extraña, señora... Esa persona que usted dice tiene antecedentes subversivos". Todos los canales y las radios estaban intervenidos, así que no pude participar en ningún medio. Era un muerto civil. No podía participar en nada donde estuviera metido el Estado.

¿Esa situación continuó durante mucho tiempo más?

Después de Malvinas, comenzó a mejorar un poco. Ahí fue cuando empezó el zafarrancho, el abandono y el "sálvese quien pueda" en las fuerzas armadas. Entonces volvieron los partidos políticos, uno ya podía volver a afiliarse...

¿Y cuando regresaste continuabas 'proscripto'?

No, no. Ya la cosa era distinta. Incluso se podía hablar por radio, meterse en política, la Municipalidad había recibido gente que había sido perseguida, dándoles trabajo... Ya estábamos en democracia. Pero el Proceso no terminó sin escaramuzas, como fue el levantamiento carapintada de Semana Santa, el de (Mohamed Alí) Seineldín en el 90 y algunas otras. Luego, la Conadep, con (Ernesto) Sábato y Magdalena (Ruiz Guiñazú), manejaban la teoría de los dos demonios, con el libro 'Nunca Más'.

¿Qué les decís a esos que 30 años después todavía dicen que eso fue una guerra?

Que ese es un argumento absolutamente insostenible, porque hasta una guerra tiene reglas, tiene leyes... En una guerra no se tira a los prisioneros anestesiados al mar. Y si quieren hablar de jurisprudencia, que vayan a los archivos del Juicio de Nüremberg, que vayan al Museo del Holocausto, que revisen las condenas a los militares estadounidenses en su mismo país por bombardear a civiles con napalm en la guerra de Vietnam. ¡Es insostenible! Además, en esto hay una actitud tan cobarde, que sólo mejora lo canallesco y vil de ese argumento. Y si hubo gente que los enfrentó, lo hizo con la Constitución Nacional bajo el brazo para defender la soberanía de su Patria... Pero bueno, supongamos que el Proceso fue una guerra contra los subversivos, ¿eso autoriza a alguien a secuestrar un bebé, a matar un prisionero que ya se rindió?

En una guerra siempre hay vencedores y vencidos, pero ¿qué guerra fue esta? ¿dónde está el otro bando? ¿Desapareció? Es la única guerra en toda la historia de la humanidad donde desaparece todo el enemigo...

 

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