“Si nos molesta la palabra ‘anormal’ no es porque sea fea en sí misma, sino porque sabemos de dónde viene y la presencia que tiene si nosotros le otorgamos cuerpo”, dice Vanesa Leopardo en esta columna.
(*) Por VANESA LEOPARDO (Colaboración especial para EL MIÉRCOLES DIGITAL).
Lo cierto es que si tuviéramos tiempo para hablar, todos nos declararíamos excepciones. Porque todos somos casos especiales. Todos merecemos el beneficio de la duda. Pero, a veces, no hay tiempo para escuchar con tanta atención, para tantas excepciones, para tanta compasión. No hay tiempo, así que nos dejamos guiar por la norma. Y es una lástima enorme, la más grande de todas.
1.M. Coetzee, 'La edad de hierro', fragmento
Distinto, diferente, diverso, desigual. ¿Quiénes son? ¿Cómo se clasifican? ¿Cómo deben ser tratados? Quienes no se inscriben en lo común, quienes no se comportan según lo esperado, no establecen relaciones, ni aman, ni planifican su familia según se espera. Tampoco odian según lo esperado.
Tantas cosas nos incomodan: la desviación del diverso; el diferente, que medido en la exactitud de una identidad originaria se construye como exactamente lo opuesto; el distinto, que debería trabajar más fervientemente para parecerse al sí mismo de una primer versión, ¿o al mí mismo?
La normalidad aparece como la medida de todas las cosas; cualquier distorsión tendrá que ser redistribuida, reubicada, debatida. La reubicación ya no se inscribe en muros e instituciones sino que se manifiesta en las formas en que se establecen los lazos entre unos y otros, en el lenguaje, en lo dicho y lo no dicho.
Si nos molesta la palabra anormal no es porque sea fea en sí misma, sino porque sabemos de dónde viene y la presencia que tiene si nosotros le otorgamos un cuerpo, unas ideas, una identidad, una forma de habitar el mundo que se me representa distorsionada.
Construir las marcas de la anormalidad es sencillo en un mundo homogeneizante. La prisión son discursos, redes, lazos, silencios. Vamos del rechazo a la obsesión; de la nominación a la clasificación; de los eufemismos a la naturalización de prácticas expulsivas.
Somos producto de que nos hayan dicho que “tal cosa pasa por tal cosa”, que “todo problema tiene una solución”, “que toda situación tiene un nombre”. No obstante, las ganas de no formar parte de una sociedad disciplinaria, autoritaria o totalizadora nos convoca al mundo incómodo de tener que asumirnos sin certezas.
Todas las preguntas no tienen respuesta… Ello nos exige volvernos, aguda y ferozmente, ya no sobre algún anormal sino sobre la propia normalidad, invirtiendo la carga de la prueba y centrando el problema en la pretendida homogeneidad (I. Vallejos, 2009).
Tal vez podamos desistir de la fabricación del otro y hacer un sitio para el otro.
Y que otros hagan sitio para vos y para mí.
(*) La autora de esta nota es licenciada en Trabajo Social egresada de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) y magister en Salud Mental, egresada de la Universidad Nacional de Entre Ríos (UNER). Docente e investigadora. Su correo electrónico es vleopardo@hotmail.com.
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