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OPINIÓN

Un cambio de época

Más de 33 millones de argentinos estuvieron en condiciones de votar ayer, de acuerdo al padrón único para elegir presidente y vice de la Nación.

 

(*) Por NAHUEL MACIEL

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Las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO) de agosto pasado ya habían determinaron un escenario que fue considerado irremontable e imposible de dar vueltas a nivel nacional y especialmente en la Provincia de Buenos Aires, el mayor distrito electoral del país.

Entonces, no hubo sorpresa en la gran diferencia que obtuvo ayer el Frente de Todos respecto de la oficialista Juntos por el Cambio. Se podría decir que lo vivido en las PASO, fue una experiencia que condicionó también todo lo sucedido desde entonces hasta ayer.

La fórmula Alberto Fernández-Cristina Fernández de Kirchner logró un incuestionable triunfo al superar con comodidad el 45 por ciento de los votos positivos emitidos de acuerdo a lo establecido por la Constitución Nacional.

Es inevitable hablar de premios y castigos en toda elección. De manera gruesa, lo primero que salta a la vista como premio, es que la ciudadanía acompañó de manera masiva la lectura política acerca de la necesidad de que el peronismo se reunificara, más allá de los siempre pases de facturas que inevitablemente quedan pendientes. Por algo el macrismo siempre alimentó la necesidad de dividir al peronismo, como lo hizo en 2015 y 2017; pero esta vez esa estrategia le fracasó de manera casi rotunda. El divide y reinarás no fue esta vez la mejor maniobra electoral.

Y en materia de reproches, para decirlo rápido, la inmensa mayoría de la sociedad castigó de manera inapelable la gestión de gobierno de Mauricio Macri; aunque es menester reconocer que Juntos por el Cambio conserva un núcleo importante de adhesiones y que seguramente será la base para sustentar en los próximos cuatros años el rol de la oposición. Lo que quedará por resolver es quién encarnará ese liderazgo de opositor. ¿Macri? ¿María Eugenia Vidal? ¿Horacio Antonio Rodríguez Larreta?

 

Es un error conceptual sostener que, si a Alberto Fernández le va bien, al país le va a ir mejor. No es así. La frase debería ser: si al país, a la sociedad, al pueblo le va bien; a Alberto Fernández le irá mejor.

 

No hay que olvidarse que a pocas horas de finalizadas las PASO, ya Alberto Fernández (que recién era un candidato proclamado) era tratado casi como un presidente electo; no sólo por los propios, sino también por los extraños; caso el Fondo Monetario Internacional, la propia Unión Europea; pero también por los sindicatos, los gremios y asociaciones patronales y empresariales.

La polarización de ambas propuestas fue otra condición especial que tuvo estas elecciones.

Al respecto, el segundo grupo con aspiraciones quedó demasiado lejos, siquiera para entrar en la discusión.

Roberto Lavagna, Nicolás del Caño, José Luis Espert y Juan José Gómez Centurión, fueron a las urnas sabiendo que iban a perder por goleada; pero su motivación radicó en cómo resignificarán el ser el tercer partido. En ese sector de votantes, Lavagna fue el elegido.

La izquierda que representa Del Caño es tradicional y este resultado no los hará desaparecer de la escena política nacional. Sin embargo, las propuestas de Espert y de Gómez Centurión, se encaminan a un difícil desafío para evitar evaporarse por falta de militantes orgánicos.

 

La pesada herencia

La gestión de Mauricio Macri es fatídica porque es adversa para el ejercicio de derechos básicos y esenciales como el alimentarse, el curarse o el educarse para una inmensa mayoría de los argentinos. Amén de los que están sin trabajo.

Se trata de una gestión ominosa, por la aciaga y contraproducente política de endeudamiento, por la cual quedarán varias generaciones futuras comprometidas a pagar una fiesta de la que nunca fueron parte ni tampoco recibieron beneficio alguno.

Desde lo económico, fue una gestión catastrófica; excepto para los amigos de la gestión presidencial. Con niveles de pobreza récord, con una brecha cada vez más vergonzosa entre ricos y pobres, con la destrucción de la clase media, la imposibilidad de alentar el consumo interno, la inflación desembocada y la falta de esperanza y credibilidad para corregir decisiones.

Desde lo institucional, fue el gobierno menos republicano desde 1983 a la fecha, donde no se titubeó en arrasar derechos sociales y previsionales; donde se bajó de rango al Ministerio de Salud y a otras carteras de gestión de similar impacto colectivo.

En materia institucional se vivieron arrasamiento de derechos. Se va un gobierno que se sostuvo en parte gracias al lawfare. Definen los diccionarios político sociales que el “lawfare” es un concepto que deriva del inglés “law” (ley) y “warfare” (conocimiento bélico); es decir, el accionar que permite detener indebidamente a los adversarios políticos; pero también paralizar y desestabilizar financieramente a las empresas que no le son afines (especialmente si son medios de comunicación), desprestigiar a oponentes con una campaña salvaje a través de medios adictos; en fin, una metodología antidemocrática que a fuerza de manipulación, a veces prevaricato de jueces, alientan determinadas grietas en las sociedades a través de redes sociales y medios de comunicación para mantenerse en el poder y beneficiarse en esa posición.

Como un monólogo, se atribuyeron los valores republicanos, pero sus propias contradicciones lo dejaron en soledad. Un solo ejemplo será más preciso: dijeron que había que achicar el Estado y bajar su déficit.

Lo primero que hicieron cuando ocuparon un cargo público, fue nombrar a sus familiares en cargos de planta permanente (la inmensa mayoría de Cambiemos) y a otros les inventaron cargos para que cobraran suculentos sueldos desde el Estado. Los (malos) ejemplos podrían ocupar una biblioteca entera. Hicieron lo que criticaron en materia de transparencia.

 

El futuro tampoco es claro

Está claro que la reunificación del peronismo fue una de las claves para el triunfo vivido ayer. Pero, es apenas un contexto coyuntural, todavía no es una construcción histórica. Y el peronismo tiene mucha escuela y puede dar cátedra sobre traiciones y desplantes.

La gobernabilidad es en lo formal el diálogo maduro entre fuerzas políticas antagónicas, pero complementarias para fortalecer el sistema democrático. En lo sustancial, la gobernabilidad dependerá de la satisfacción del soberano, que a esta altura de su cultura ciudadana no tiene ya tanta capacidad de paciencia para que lo sigan engañando.

Una frase popular enseña que el puñal por la espalda lo clava siempre una mano amiga. La sociedad no puede seguir recibiendo esa clase de heridas.

Es un error conceptual sostener que, si a Alberto Fernández le va bien, al país le va a ir mejor. No es así. La frase debería ser: si al país, a la sociedad, al pueblo le va bien; a Alberto Fernández le irá mejor.

Y esto es algo que todavía está por verse y nadie puede asegurar que así será. Lo seguro es que se trata de un cambio de época, pero habrá que estar atentos para comprobar si realmente será algo histórico o apenas un maquillaje de coyuntura.

El éxito de Fernández debería pasar por el diseño de un proyecto de país que sea consensuado por todo el conjunto de la sociedad. Ese es el desafío que en estas nueve elecciones presidenciales desde 1983 hasta la fecha, nunca se pudo lograr.

 

(*) Este artículo fue publicado en el diario El Argentino de Gualeguaychú y se reproduce por gentileza de su autor.

 

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