El 12 de junio de 1999 se encontró el cuerpo de Flavia Schiavo. Tenía 21 años y había sido salvajemente asesinada. Fue uno de los crímenes que más conmocionó a Concepción del Uruguay, pero 25 años después su familia sigue reclamando por justicia.
Por CLARA CHAUVÍN de EL MIÉRCOLES
Víctima ¿Cuántas dimensiones puede encerrar una palabra? Una definición de diccionario dice “Persona o animal sacrificado o destinado al sacrificio”.
En un medio de comunicación, puede ser parte de un titular, por ejemplo: “Víctima de femicidio”, y antecediendo un nombre que siempre es el de alguna mujer. Pero después hay otra dimensión, la de quien es víctima entregada a un sacrificio, a la deshumanización extrema.
Deshumanización en el acto mismo de quien perpetúa ese sacrificio, y también en una humanidad que es destruida para siempre. Hay una experiencia que es totalmente intransferible, ese hecho que hace que una víctima sea tal y desde entonces así sea nombrada.
Convertirse en una víctima nunca es una elección, siempre son terceros quienes imponen esa catalogación, así como se cataloga cualquier objeto porque se tratan de cuerpos cosificados, descartados, puestos en el titular de un diario y burocratizados en un interminable expediente judicial ¿Cuánto de todo eso realmente representa a una vida que fue interrumpida?
Pensemos en películas o series policiales, muchas de esas historias suelen contar el caso de alguna mujer asesinada y un héroe que debe resolver el crimen. Esas víctimas que son retratadas de forma unidimensional, etéreas, casi angelicales para lograr la empatía del público.
Sin embargo, no hay ficción cuando hablamos de mujeres asesinadas porque esos crímenes son de una absoluta realidad. Como ocurrió con la vida de Flavia Schiavo quien se había ido a hacer unos trámites un 10 de junio de 1999 a las 11 de la mañana subida en su moto de 50cc, la cual utilizada para su trabajo como mensajera. En esa misma fecha pero en el año 2013 en la ciudad de Buenos Aires, la joven Ángeles Rawson de 16 años era estrangulada por Jorge Néstor Mangeri, el encargado del edificio donde vivía.
Había llegado la noche y Flavia no regresó a su casa, entonces la madre decidió denunciar su desaparición en la policía. Al día siguiente, su padre y su hermano encontraron el bolso de Flavia junto a un cúter manchado de sangre y con restos de pelos.
Para el sábado 12 de junio, el cadáver fue encontrado cerca de la cancha de Atlético Uruguay. Flavia era estudiante del profesorado de Lengua y Literatura, trabajaba haciendo gestoría de trámites bancarios y realizaba tareas comunitarias en comedores barriales. Tenía 21 años y era de Concepción del Uruguay, misma edad que Micaela García, la joven también uruguayense que en abril de 2017 fue violada y asesinada en la localidad de Gualeguay.
Élida Corazza, la madre de Flavia, falleció en 2016 sin poder obtener justicia para su hija y sabiendo que los responsables caminaban libremente por la calle.
En el año 1999 aún no se hablaba de femicidio ni se pensaba en estadísticas de mujeres asesinadas por violencia machista, pero las vidas interrumpidas ya existían en los diarios y en los grises pasillos de juzgados.
A lo largo de la década de los ‘90, el nombre de María Soledad Morales era una constante en los noticieros que narraban como si cada día fuese el episodio de una serie: la familia desesperada reclamando justicia, los culpables llamados “hijos del poder” que eran protegidos por el feudalismo reinante en Catamarca, una justicia que no se concretaba. Era impensado que en una ciudad como Concepción del Uruguay ocurriera un hecho de similares características, tanto por el nivel de crueldad como por el actuar de un sistema judicial que no paró de poner palos en la rueda.
Yo tenía 11 años en 1999, no entendía del todo lo que había pasado pero el nombre de Flavia aparecía en todas partes junto a esa foto de ella esbozando una pequeña sonrisa y con el rostro apoyado en una mano.
Recuerdo a mi vieja que cuando intentó contarme lo que había pasado, le costaba mucho explicarlo sin centrarse en esos oscuros detalles que todavía es difícil poner en palabras. En mi inocencia infantil lograba detectar la gravedad del asunto, en especial porque se hablaba del tema en los noticieros porteños, de la misma forma que se abordaba el caso María Soledad.
Pasó el crimen de Flavia y los años siguieron entre falta de investigación policial, diversos errores de la justicia, mentiras que se multiplicaban, pruebas que desaparecieron, versiones que aseguraban que Flavia había visto algo que no tenía que ver, el involucramiento del submundo del narcotráfico y acusados absueltos. Mientras tanto, las marchas organizadas por la familia tenían cada vez menos convocatorias y las fotos de Flavia en los postes de luz y paredes comenzaban a despintarse con el paso del tiempo.
“Si algo perdí fue la esperanza. Toda la corrupción y la ironía de todo este sistema judicial es tan alevosa que si te ponés a reflexionar sobre lo que esperamos de la justicia y lo que es mi vida, tendríamos que irnos todos bajo tierra junto con Flavia. No sé hasta cuándo y hasta dónde podré seguir luchando pero que cualquier desgracia de estas termina destruyendo a toda la familia, es cierto”, decía Élida Corazza, la madre de Flavia, quien falleció en 2016 sin poder obtener justicia para su hija y sabiendo que los responsables caminaban libremente por la calle, de la misma forma que actualmente lo hace Néstor Pavón, uno de los implicados en el crimen de Micaela García.
En cada femicidio sin esclarecer existe todo un sistema que permite que eso suceda ya que esta incidencia está “directamente asociado al grado de tolerancia que manifiesten la sociedad y el Estado frente a la violencia contra las mujeres” (1). En cada vida que es interrumpida, que es resumida a la categoría de víctima, más vidas son destrozadas esperando una reparación que nunca llega, que les ha sido negada. “¿Qué pasaría si te ahogas? Las lágrimas de muchos desbordarían un mar”, dijo Flavia en una poesía que escribió en un taller literario en 1997 ya que una de sus pasiones era la literatura. Hoy su nombre se mantiene en cada nueva marcha que realizan los feminismos de la ciudad porque la memoria es una rueda que no se puede detener. Se trata de mantener un grito que para que nadie deje de oír: Justicia para Flavia Schiavo.
(1) Gamba, Susana Beatriz (coord.). Diccionario de estudios de género y feminismos. 2da edición aumentada. Editorial Biblos, 2009.
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