El hombre que logró burlar los sistemas de las empresas aéreas y viajó a todas partes falsificando los boletos.
Raúl Horacio “Yuyo” Barragán, oriundo de Concepción del Uruguay, es considerado el primer hacker argentino. Su historia se remonta a 1978, en pleno proceso militar, cuando “Yuyo” tenía 21 años y trabajaba en la sucursal de Aerolíneas Argentinas en Concordia.
La historia de Barragán aparece relatada en el libro “Llaneros Solitarios - Hackers, la guerrilla informática” de Raquel Roberti y Fernando Bonsembiante, publicado en 1995. Según el libro, durante el año del primer Campeonato Mundial de Fútbol de la Argentina, “Yuyo” contaba en su trabajo con un teléfono y una terminal de télex conectada de forma directa por coaxil privado a Santa Fe, aunque generalmente esta conexión no funcionaba, recordó en una nota el sitio Infobae.
El télex era el dispositivo utilizado antes de la era de la internet que servía para la transmisión de datos y mensajes mecanografiados. Su aspecto se asemeja mucho al de las máquinas de escribir y el mensaje llegaba a destino impreso en un papel, similar al fax doméstico, también desaparecido.
El mecanismo de ventas de pasajes aéreos en la sucursal de Concordia, usual en la época y aun hoy en día, contemplaba la posibilidad de que una empresa extranjera, sin oficinas en nuestro país, pudiera entregar sus boletos a través de otra compañía aérea. Cuando se presentaba un caso así, Barragán debía informar a la oficina en Buenos Aires, y ésta se comunicaba a su vez con el Sistema Internacional de Comunicaciones Aeronáuticas (SITA).
Esa organización de origen francés, que era la encargada de hacer todas las reservas de las aerolíneas del mundo, registraba la reserva en su central de Inglaterra, la confirmaba en Estados Unidos y luego daba la orden de emisión a la empresa correspondiente.
Ninguna de las aerolíneas involucradas en sus maniobras quiso presentar cargos contra él (...) hacer pública una estafa así, de una persona sola, en un país periférico, les hubiera hecho perder credibilidad ante sus clientes regulares.
Un día, Yuyo recibió un pedido de compra desde Londres por una suma de dinero tan importante que le hizo poner especial atención. “Tengo que confirmar estos pasajes como sea”, le dijo a la operadora de télex. “Todos los números de Aerolíneas en Buenos Aires están ocupados”, le respondió.
Ante su impaciencia, Yuyo decidió buscar en las guías de tráfico aéreo los códigos y claves que necesitaba y en la guía de télex el número de SITA en Buenos Aires. Así, se comunicó directamente -saltándose las oficinas de Aerolíneas Argentinas en la capital porteña-, hizo la reserva y a los pocos minutos obtuvo la confirmación.
Este hecho marcó el momento en el que Barragán se dio cuenta de lo sencillo que era falsear los mensajes a través del télex sin que nadie se diese cuenta. Su primer “hackeo” se lo hizo a la propia empresa que lo había contratado.
Yuyo generó un pedido con origen en Nueva York de un boleto prepago; en la central de Buenos Aires nadie sospechó y la aprobación fue inmediata. Así, Barragán se convirtió en el primer hacker argentino sin tener grandes conocimientos de informática.
La historia continúa motorizada por el amor joven. Se dice que tenía una novia colombiana, empleada en una sucursal de Aerolíneas Argentinas en ese país, y que el impulso de encontrarse con su amada hizo que “Yuyo” continuara con su accionar falsificador.
Envió una nota al presidente de Aerolíneas Argentinas -por entonces Juan Carlos Pellegrini- con copia a su jefe directo, dando el permiso necesario para que la empresa costeara los pasajes y viáticos para que Barragán viajase a Colombia. El jefe, sorprendido, no tenía manera de saber que tanto el pedido como la aceptación eran falsos.
Tras este antecedente, “Yuyo” vio que su operatoria era, al menos hasta ese momento, indetectable. Así, comenzó a volar por todo el mundo, muchísimas veces, y con distintas acompañantes.
Fue recién en 1982, en pleno conflicto bélico por las islas Malvinas, que a un gerente de KLM le resultó extraño un pedido emitido en Rosario, y consultó a Aerolíneas Argentinas en Buenos Aires. Nadie sabía nada, ni en Rosario, ni en Buenos Aires, ni en Tel Aviv, que era el origen del vuelo.
Barragán se dio cuenta de que su estafa había sido detectada y huyó a Brasil, donde continuó con su proceder. Esta vez, eligió a la ya desaparecida Varig como objetivo de sus falsificaciones y decidió que, en lugar de viajar él mismo, era mejor emitir boletos y venderlos en el mercado negro a mitad de precio. Recién a mediados de 1983, el hermano de un cliente de Yuyo decidió ir a las oficinas de Varig a verificar que el pasaje fuese real.
“Sí, sirve, viene de la Eastern de Chicago y está confirmado por nuestra agencia en Copacabana”, le dijeron. “¿Quién se lo vendió?”, preguntaron.
Esa misma noche, Barragán fue detenido por la policía brasileña. Los directivos de Varig fueron a verlo a la comisaría y le ofrecieron no presentar cargos en su contra si él les explicaba su sistema y si entregaba los códigos aéreos que utilizaba. Yuyo aceptó, pero con la condición de que el encuentro tuviera lugar a la mañana siguiente en su hotel, una vez que hubiese sido puesto en libertad.
Esa noche, antes de dejar la comisaría, Yuyo le regaló al comisario dos boletos de avión y un cheque por su comprensión y buen cumplimiento de sus funciones. A media mañana del día siguiente, cuando los directivos de Varig llegaron al hotel, no encontraron nada ni a nadie. El hacker había volado hacia Buenos Aires gracias a un pasaje San Pablo-Montevideo de la mismísima Varig, con endoso a Iberia.
Nuevamente en el país, continuó con el negocio. Por un lado, viajaba a dónde y cuándo quería y, al mismo tiempo, comenzó a aceptar trueques además de efectivo por la reventa de pasajes. Fue así que en febrero de 1983 Yuyo se hizo de un Rolex que no funcionaba, fue al relojero para que se lo arreglase y cuando volvió para retirarlo, le pidieron el recibo de compra.
Por supuesto que no lo tenía y fue detenido por la Policía Federal. En esta ocasión, Yuyo decidió confesarlo todo. Explicó su forma de operar emitiendo pasajes para los comisarios y sus esposas, pero así tampoco logró hacerse entender por los oficiales y estos debieron consultar a través de télex -sí, como en un mal chiste- a especialistas del FBI que, más que respuestas, tenían varias preguntas sobre el proceder de Yuyo.
“Las líneas tienen muchas dificultades. No sé si habrán notado que casi siempre los pasajes vienen con un error en el nombre. Los que pedía para mí decían “BARAGAN”, con una sola ere. Eso es basura del satélite y la gente de las compañías aéreas del mundo lo saben. Ante cualquier inconveniente uno muestra el documento, se dan cuenta de que es un error de transmisión, y listo. ¿Qué hacía yo? Descubrí que si al final del mensaje metía una orden de retorno para el carro (equivalente al enter de las computadoras) y en la línea siguiente ponía cuatro eles mayúsculas, cerraba el circuito. Doy un ejemplo: mandaba un mensaje a PanAm San Francisco ordenando un pasaje con origen en Milán para tal recorrido, a ser endosado a Aerolíneas Buenos Aires o a Varig Río de Janeiro. El operador norteamericano que está mirando la pantalla lo ve entrar. Supongamos que se le ocurre verificarlo, cosa que casi nunca se hace: cuando va a intentarlo, se cuelga el sistema. ¿Cómo iba a saber que era yo el que lo hacía a propósito? Se quedaba convencido de que era un inconveniente de satélite y no desconfiaba. Tenía que apagar y reencender las máquinas y para cuando terminaba de hacerlo ya se había olvidado”. Esta fue la explicación que dio Yuyo ante la justicia.
A pesar de haber explicado y confesado todo, a los cuatro días salió del Departamento de Policía libre de cargo y culpa. Ninguna de las aerolíneas involucradas en sus maniobras quiso presentar cargos contra él ni se reconoció como damnificada. Esto se explica porque hacer pública una estafa así, de una persona sola, en un país periférico, les hubiera hecho perder credibilidad ante sus clientes regulares.
Nunca se supo cuánto dinero hizo Barragán con su trampa; ni siquiera él supo exactamente la cifra, pero las estimaciones oficiales indican que falsificó la emisión de entre 600 y 1.000 pasajes aéreos que multiplicados por los USD 5.000 dólares que asignaba SITA en aquel entonces, alcanza cifras de hasta 5 millones de dólares. Pero la realidad es que Yuyo no consiguió hacer fortuna; ni siquiera, asegurarse un futuro holgado.
“Canto de Pericos”
Así titula ingeniosamente el libro de Roberti y Bonsembiante el capítulo que cuenta el encuentro que tuvo Yuyo Barragán con la banda argentina de reggae “Los Pericos”. En 1993, el grupo realizó una gira por América para la cual, su manager de ese entonces, Urbano Hortal, compró unos pasajes de avión que, en la ciudad de Caracas, se dio cuenta de que eran robados.
En aquel entonces se inició una causa, y Hortal identificó en una rueda de reconocimiento de la policía a “Yuyo” como la persona que le había vendido los pasajes. Sin embargo, otro miembro del grupo no logró reconocerlo.
El entonces juez Juan José Galeano decidió creerle a Hortal y decretó la prisión preventiva de Raúl Horacio Barragán, tras reconocer su modus operandi. Sin embargo, los pasajes que habían recibido Los Pericos eran robados directamente a agencias norteamericanas, mientras que Yuyo se dedicó a lograr la emisión legal -con pedidos falsos- de acuerdo a la rutina de las compañías de aeronavegación.
Todo llevó a que Barragán cumpliera prisión preventiva en la ya desaparecida cárcel de Caseros en Parque Patricios. Tras tres años de condena, salió en libertad para desaparecer de la escena pública.
Había vuelto a Concepción del Uruguay y, el 1º de agosto de 2013, se supo que Raúl Horacio “Yuyo” Barragán, el primer hacker argentino, el de los vuelos gratis por el mundo, había fallecido a los 56 años.
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