La frase elegida por Alberto Fernández para congraciarse con el presidente de España transparenta a la casta dirigente que se alterna en el poder estatal
“Los mexicanos salieron de los indios, los brasileros salieron de la selva, pero nosotros los argentinos llegamos de los barcos, y eran barcos que venían de ahí, de Europa, y así construimos nuestra sociedad”. Palabras del presidente argentino Alberto Fernández.
Tuvimos la intención de dejar todo este espacio en blanco para que se llene de risas. No da ni para indignarse porque el protagonista se muestra en esto como inimputable.
Más allá de la confusión en que cayó sobre el autor de los versos, entre Litto Nebbia y Octavio Paz (que es lo de menos), la frase elegida por el mandatario para congraciarse con el presidente de España es útil porque transparenta a la casta dirigente que se alterna en el poder estatal, cuya vena colonial atraviesa los partidos. Es cierto, nos da risa, pero no ignoramos que el colonialismo racista no es una gripe pasajera, es un cáncer en la Argentina, y sinónimo de destrucción y muerte.
Se manifiesta de diversos modos. Uno de ellos: el hondo desprecio de la casta dominante por los miles de años de historia de nuestro continente, el Abya yala (América), y por los millones de africanos, mujeres y hombres que dieron sudor y sangre en este territorio.
Sus predecesores Mauricio Macri y Cristina Kirchner dijeron algo parecido a su turno, pero no de manera tan desembozada. Es cierto que las pretendidas grietas se disipan a la hora de burlarse de la esclavización y el genocidio y de sonreír a los amos.
Los pueblos “indios” y “negros”, los pueblos ancestrales, están en nosotros; fueron masacrados al modo elegido por los Rosas, Mitre, Sarmiento, Roca, autores intelectuales o ejecutores del racismo argento, y por eso bien erguidos en sus respectivos monumentos a la segregación y el supremacismo blanco.
El racismo porteño despótico es por naturaleza eurocentrado y Alberto Fernández una expresión de esa condición que a veces, como ocurrió ayer, los poderosos no saben disimular.
El terrorismo de Estado pudo fragmentar a nuestras comunidades, destruir nuestras culturas, violar a nuestros niños, nuestras niñas, reducir a miles a la servidumbre, pero en todos los rincones quedaron vestigios de esas culturas, raíces muy debilitadas que con el tiempo fueron cobrando salud y hoy su energía nos ayuda a comprender el presente para soñar con la emancipación en un futuro de armonía con el paisaje, hospitalidad, solidaridad y comunitarismo; vivir bien y buen convivir, en suma.
La Argentina es bataraza como la lechuza. Silvia Rivera Cusicanqui dirá cheje, un poco esto y un poco aquello. Los colores están, conviven, y no necesariamente en un crisol, sino mejor en un diálogo fecundo, enriquecedor.
El racismo porteño despótico es por naturaleza eurocentrado y Alberto Fernández una expresión de esa condición que a veces, como ocurrió ayer, los poderosos no saben disimular.
Su pedido de disculpas no viene mal, para enmendar en algo el disparate. Siempre estamos a tiempo de corregir errores. Como testimonio de sinceridad, podríamos añadir un curso de historia para conocer los objetivos y los resultados de la conquista europea, y un curso sobre saberes del Abya yala para que el presidente de los argentinos empiece a ver ese otro mundo que su casta le ha ocultado por décadas, como queda a la vista. ¿Puede ser víctima, un presidente, de la estructura racista del Estado argentino? Ayer quedó patente.
Los barcos que celebra Alberto Fernández ante el representante de España son los barcos más miserables de que se tenga memoria, los barcos de la conquista, la rapiña, el genocidio, que trajeron los otros barcos no menos deplorables del secuestro y la esclavización.
Hay pruebas de que los inmigrantes, en cambio, trabajadores esforzados, mujeres y hombres, no se sintieron fundando la humanidad aquí y, al contrario, supieron ser agradecidos con los pueblos que los recibieron con los brazos abiertos, esos pueblos nacidos en este suelo, inclinados sólo ante la Pachamama, cuya cultura está en nuestros modos, nuestros ritmos, nuestro orgullo paisano.
Alberto Fernández dejó ayer que la ignorancia se adueñara por un instante de su lengua. Frente a tamaño desatino, no tenemos más que sugerir a los suyos una delicada protección para que, en esto de lastimar al pueblo y al oído, no se lastime las rodillitas.
(*) Artículo publicado en el diario UNO (10 de junio de 2021).
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