Con este retrato breve y preciso, Carlos Vecchio –actor y autor de nuestra ciudad, cultor de un humor tan inteligente como delirante– describe con singular maestría las facetas artísticas y trágicas de ese personaje a quien define sin dudarlo como “un magnífico”, “una personalidad tan singular que, por sí misma, fue capaz de definir una época en el teatro de nuestra ciudad”.
Por CARLOS VECCHIO (especial para El Miércoles Digital)
Link a la nota central: A diez años de la muerte de Pedro Urquiza
Pedro “de” Urquiza –con el genitivo nobiliario “de” que adoptó como seudónimo– fue un actor de los que entran pocos en docena. Todas las calidades de la representación en él se daban cita: su talla corporal, su rostro, su voz oscura y penetrante, su rapidez oportuna y precisa, para no hablar del ímpetu arrollador que imprimía a sus personajes, le dieron a su presencia una singularidad que, sin desmerecer a nadie, lo hubiesen podido convertir en uno de los actores más relevantes del País.
Y así lo fue para muchos entre los que me encuentro. Lo he visto brillar bajo el resplandor de las noches del Gringo y de Porota De Michele, luciéndose con los clásicos del teatro universal y también con piezas de su propia factura como “La pareja” o el “Monólogo de los invitados”, entre otras.
Calígula fue su personaje histórico predilecto, Calígula la obra que siempre quiso hacer y Calígula la representación que le quedó finalmente en el tintero: el “Calígula” de Camus. Más allá de ello, Pedro en muchos aspectos de su vida, actuaba como el célebre y absurdo emperador romano, entremezclándose con su figura histórica y, sobre todo, repitiendo una y otra vez los largos parlamentos del texto de Camus que se sabía de memoria.
“Nunca se podía saber a ciencia cierta en qué lugar estaba, si en el escenario o en la platea, acaso en los dos al mismo tiempo, como los grandes artistas”.
Muy para nuestro pesar su tiempo, aunque reciente, estaba lejos de la evangelización digital que hoy tiene nuestra cultura y, por lo cual, poco y nada se conserva de su voz, su imagen, su actuación. De Pedro Urquiza queda, sin embargo, el recuerdo imborrable de una personalidad tan singular que, por sí misma, fue capaz de definir una época en el teatro de nuestra ciudad.
Y todavía más, si hay alguien que problematizó los límites entre el escenario y la platea, entre el actor y el espectador entre la vida y su representación ese fue, como digo, precisamente Pedro ante quien nunca se podía saber a ciencia cierta en qué lugar estaba, si en el escenario o en la platea, acaso en los dos al mismo tiempo, como en los grandes artistas.
Quiere la turbia hijoputez de las perplejidades que su vida, al igual que la de otros magníficos como John Lennon, haya terminado a manos de un idiota no de otro modo a como un insecto pone fin a una existencia prodigiosa.
Hoy se están cumpliendo diez años de ese día absurdo como su personaje predilecto.
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